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Capítulo 4A - Despertar en el Alcázar - Fictograma
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Capítulo 4A - Despertar en el Alcázar

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Netón_Forseti

Publicado el 2025-09-04 12:21:34 | Vistas 254
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Tierras de Azafrán (cap 4A)
Espero que guste (⁠ ⁠˘⁠ ⁠³⁠˘⁠)⁠♥

La aurora despuntó sobre el Alcázar de Toledo, hallando a doña Constanza de Silva aún en vela, pues ninguna tregua le había concedido el sueño durante la noche.

Su doncella principal hubo de acudir a su aposento con la intención de despertarla, pero no halló necesidad de tal menester, pues su señora ya se encontraba en despierta. De haber sido de otro modo, la doncella habría apartado con delicadeza las cortinas del lecho, mientras otra de las doncellas habría abierto los postigos de la ventana para permitir la entrada de la luz matutina. Luego, la primera se habría inclinado con respeto y habría anunciado a doña Constanza que el día ya había dado comienzo. Mas nada de esto hubo de acontecer; solo la tercera doncella, que portaba un aguamanil de bronce y un paño limpio, tuvo utilidad en aquella mañana.

Constanza se lavó el rostro con el agua fresca, agradeció a las doncellas su diligente servicio y, sin más, ella misma comenzó a disponer sus vestiduras para el día venidero.

— Haced saber al mozo del brasero que no ha menester de acudir, pues presto bajaré a la sala a tomar mi desayuno —dijo Constanza, colocando sobre un gran sillón el vestido que habría de llevar aquel día—. Y, Beatriz...

— ¿Mandáis, mi señora? —respondió la doncella principal, mujer de más edad que las demás y que gozaba de cierta confianza con doña Constanza.

— Preciso de vuestra ayuda más tarde. Me agradó mucho la manera en que peinasteis mi cabello la vez pasada.

— Desde luego, mi señora. Vendré en cuanto haga saber al mayordomo que ha de disponer vuestro desayuno.

Constanza procedió entonces a vestirse. Habitualmente, los nobles requerían del servicio para ayudarse a enfundar sus ropajes; sin embargo, doña Constanza de Silva poseía un carácter que la apartaba de tales costumbres.

Era mujer de ideas arraigadas en la más pura tradición, así había sido instruida y así, cuando el momento llegase, instruiría a sus propios hijos. Pero, como todo libre y noble espíritu, comprendía en lo más hondo de su alma que la comodidad no hace sino acrecentar la debilidad, y donde el espíritu se doblega, el mal halla morada. Por esta convicción, solía prescindir de muchos de los lujos que, por derecho de cuna, le eran concedidos.

Ataviada con un camisón de lino fino, calzas de lana ajustadas con ligas bordadas, y un vestido de brocado en tonos claros, doña Constanza se ciñó al cuello el collar que otrora perteneciera a su difunta madre y se dispuso para su oración matutina. Aquella joya era de plata, engarzada con cuentas de coral rojo, y pendía de ella un pequeño blasón tallado en piedra negra, herencia del linaje materno.

— Mi señora, ¿me permitís el paso? —se oyó la voz de la doncella Beatriz, posterior a un débil toque en la puerta.

— Pasad, Beatriz —respondió Constanza, que terminaba de ajustar su preciado collar sentada ante el espejo de una hermosa cómoda de pino joven.

— ¿Gustasteis el peinado que os hice el pasado domingo? —preguntó Beatriz con cierta familiaridad, mientras extraía de un cajón los útiles para el peinado.

— Mucho. Las hijas de mi Tío Alonso me dijeron que en ello me asemejaba a mi madre —dijo Constanza, inclinando la cabeza hacia atrás para facilitar el trabajo de la doncella.

— ¿Y ello os place, mi señora? —preguntó Beatriz, deslizando el cepillo con suavidad por la oscura cabellera de su señora.

— Mi madre fue siempre muy hermosa. Pláceme, en verdad, parecerme a ella.

— Y no solo la hermosura habéis heredado, mi señora —dijo Beatriz con un deje de nostalgia—. Yo bien la conocí, pues serví en su casa antes de entrar al servicio del Alcázar, aun antes de que vuestro señor padre la desposase.

— ¿En verdad? ¡No lo sabía! —dijo doña Constanza, iluminándosele el semblante—. Decidme, ¿cómo era ella en su mocedad?

— Como os digo, mi señora, también ella rehuía las nuevas modas y tendencias populares —Beatriz esbozó una leve sonrisa, evocando recuerdos de la madre de doña Constanza—. Se sentía segura en las tradiciones de sus padres. Y, asimismo, era en ocasiones tan testaruda como lo sois vos.

— ¡Eso no es cierto! Yo no soy testaruda —replicó doña Constanza con una sonrisa.

— ¿No lo sois? Permitidme entonces que os recuerde cuánto tiempo hube de insistir hasta que accedisteis a probar un nuevo peinado.

— Bueno... Sea. Mas, en ocasiones, este defecto deviene virtud.

— Sin duda, mi señora. Y más aún en esta sociedad nueva en la que habréis de desempeñar vuestro papel —respondió Beatriz, terminando el peinado—. He concluido, mi señora. Decidme, ¿os place?

Constanza se contempló en el espejo del mueble y agradeció con hondura el servicio a su apreciada doncella. Su peinado consistía en un moño trenzado, sujeto con horquillas de marfil: se había dividido su cabello en varias secciones y entretejido con primoroso esmero; luego, las trenzas habían sido recogidas y enrolladas en la parte baja de la cabeza.

— Mi gratitud os debo, Beatriz —dijo doña Constanza, incorporándose y dirigiéndose hacia un rincón concreto de su aposento—. Podéis retiraros ya; la cofia me la pondré yo misma después del desayuno.

— Así lo haré, mi señora —respondió Beatriz, inclinando la cabeza antes de salir y cerrar la puerta tras de sí.

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Avatar de yamifernan
yamifernan 2025-09-04 13:18:56

Una historia que promete. Me gusta el tono español del siglo XVI, si no me equivoco. Tendré que volver a estudiar ese tono. De momento. veamos dónde nos lleva tu historia. Un saludo.