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El fusilamiento - Fictograma
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El fusilamiento

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yamifernan

Publicado el 2025-09-25 09:14:05 | Vistas 200
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En lo alto de la colina para peregrinos, en el centro de un pueblo de Granada, se encontraba el calabozo improvisado.

–Voy a meterte dos tiros en la cabeza –le dijo el carcelero a un joven poeta que soñaba con cambiar el Mundo, llenarlo de colores, ilusiones y un nuevo cantar; no contesto con esto, le ha gritado a la cara–. ¡Viva nuestra gloriosa Nación!

El joven guardó silencio. Parecía reír como si aquello fuera una broma. Solo alcanzó a responder:

–Cualquier hombre libre y honrado es mi amigo. Y si no sabe leer, estaré allí para enseñarle.

El carcelero le dejó ir dos macanazos. Una soldadesca que presumía de disciplinada, abrió la puerta de barrotes y lo arrastró afuera, donde una gran multitud de gentes observaba cómo lo vejaban.

–¡Suéltenlo! –gritaban.

Un político del Caudillo que marchaba junto a la tropa les salió al paso:

–¡Este hombre es un espía ruso, anarquista, ateo y homosexual!

Ese último epíteto de “homosexual” caló hondo y espantó a la gente. Algunos se hincaron en el suelo mientras dibujaban la sagrada cruz en el aire.

–También come niños –añadió un anciano.

El joven iba junto a otros detenidos, entre ellos muchos maestros de escuela. Todavía alcanzó a ver el carromato que hacía de escenario de su teatro ambulante, "La Barraca". Volvió a sonreír. "Fiel hasta el final", se dijo.

El pelotón los sacó del pueblo y los metió al monte. Mientras marchaban hacia la oscuridad eterna, por una estrecha vereda saturada de verdes ortigas, uno de los maestros, con los ojos laminados de vidrio, le cantó en susurros:


No hubo príncipe en Sevilla


que comparársele pueda,


ni espada como su espada


ni corazón tan de veras.



–¡Silencio! –zanjó el teniente–. ¡Basta ya, traidores!

Pero el susurro no cejó. En cambio, comenzó a elevarse en un crescendo sancionador que incomodaba terriblemente a los ejecutores que vestían camisas negras e iban armados hasta los dientes. Atónitos, veían como su autoridad era desafiada en la mala hora. Las voces crecían y crecían con la valerosidad que siempre caracterizó a su antiguo pueblo, aunque el rostro de los detenidos estaba envuelto en llanto, sabidos ya de su maldita suerte. El ritmo era cada vez más alto y a la vez más mortal.

El joven poeta, digno y superlativo, escuchaba la voz de sus compañeros con orgullo desmedido. Una vez más las letras volvían a obsequiarle gozo y serenidad de espíritu.


¡Qué gran torero en la plaza!


¡Qué gran serrano en la sierra!


¡Qué blando con las espigas!


¡Qué duro con las espuelas!


¡Qué tierno con el rocío!


¡Qué deslumbrante en la feria!


¡Qué tremendo con las últimas banderillas de tiniebla!...



Una dosificada ronda de disparos en forma de ráfagas destrozó todo lo que estuviera ubicado a lo largo del escabroso acceso.

Cayeron los cuerpos, como piedras sobre un desierto perenne. Nunca fueron recuperados. Pero algunas gentes que toman el camino de Víznar hacia Alcafar, aseguran que, algunas noches, se puede ver a una figura indefinida que se sienta a escuchar un coro de voces que, en espectral murmullo, entonan el siguiente verso justiciero:


Aquí quiero yo verlos. Delante de la piedra.


Delante de este cuerpo con las riendas quebradas.


Yo quiero que me enseñen dónde está la salida


para este capitán atado por la muerte.







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