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Un Fragmento sin estructura - Fictograma
reflexion

Un Fragmento sin estructura

Avatar de K_Lepónce

K_Lepónce

Publicado el 2025-05-22 22:33:26 | Vistas 150
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CAPÍTULO 1: El despertar no es para mí.


Algo en realidad se rompió, pero nadie parece notarlo.

No sabría decir exactamente en qué momento nací. Tal vez fue oportuno para mí, pero inoportuno para otros.
Mi infancia fue muy rítmico; No tuve hermanos y el primer recuerdo que conservo de mi padre es una discusión con mi madre en la cocina, mientras yo me postraba en un balcon. Debía de tener tres años en aquel entonces.
Nunca más supe de el luego de aquel desopilante recuerdo que yace en mí memoria.

Sin darme cuenta, los años pasaron volando. Supongo que hice lo que cualquier niño haría: salir a jugar, babosear, jugar con palitos del suelo (¿alguien más hace eso?), armar muñecos de papel, perderme en un mundo imaginarios

No sabía mi nombre hasta que una voz me llamó por "-".

Y, sin darme cuenta, ya estaba en el jardín de infantes.

¿Qué fue del jardín? No mucho. Jugar, conocer niños, seguir la rutina. Recuerdo que algunos jugaban al papá y la mamá, pero nada de eso me marcó realmente.

El año pasó rápido, casi sin dejar rastro. Solo había sido uno más en el grupo de niños, y pronto todo quedó en el olvido.

Llegó la escuela, y es difícil de explicar. Supongo que, como todo ser humano, pasé por la incertidumbre. Era introvertido y reservado, pero no por querer hacerme notar como muchos hacen hoy en día, sino porque simplemente.. "Así era yo".

El verdadero problema de no saber con quién congeniar es que, tarde o temprano, te das cuenta de que mucha gente es aprovechadora.

No recuerdo cuándo fue la primera vez que sufrí bullying. Tal vez en algún momento dado...

—¡Déjenme!

Y sin darme cuenta, mí yo de siete años estaba en el suelo del baño, golpeado. Quizás había sido empujado repetidamente contra las puertas, o tal vez simplemente era el resultado de algo que no comprendía del todo.

Los días transcurrían sin pausa, entre clases monótonas y los golpes que ya se habían vuelto rutina.
Una tarde, mientras caminaba por el patio en la hora del recreo, noté a un niño sentado en un rincón, sollozando en silencio, "David" uno de mis compañeros:

—¿Por qué lloras?—Pregunté sin demasiada emoción.

El chico levantó la vista, limpiándose la nariz con la manga de su suéter:

—Me golpearon... y me robaron mis cartas—Murmuraba con la voz entrecortada.

Podría haber dicho algo reconfortante o haber intentado ayudarlo de alguna manera, pero en aquel entonces no sabía cómo reaccionar ante el dolor ajeno. Solo metí la mano en mi bolsillo y saqué un par de canicas.

—Toma—Se las había tendido sin mucha ceremonia.

Él las tomó con duda, sin dejar de mirarme, mientras yo simplemente seguía mi camino.

Las materias iban y venían, con trabajos que, siendo honestos, gran parte de ellos nunca aplicaré en mi vida adulta. Tal vez lo básico, lo esencial para seguir en el país.

El 70% de los años escolares los pasé solo, con el eco constante de burlas y abusos detrás de mí, como un mosquito molesto que nunca desaparecía. Pero el rencor crece, se acumula, y cuando menos lo esperas, explotas.

Una vez, decidí que no solo soportaría. Una vez, me aseguré de que entendieran lo que era estar en el otro lado. Una vez... Cumplí mi represalia.

El acoso no siempre era físico. A veces se manifestaba en chillidos venenosos en los pasillos, risas y insultos mientras pasaba, en la certeza de que mis cosas nunca estaban realmente a salvo. Pero cuando se volvía físico... Entonces se volvía real.

Recuerdo un día en particular. Ya comencé la secundaria. Caminaba con mi mochila al hombro cuando, de repente, un empujón seco me lanzó contra la pared del pasillo. Apenas tuve tiempo de procesarlo antes de que una mano me sujetara por la nuca y me estrellara de nuevo contra los lockers.

—Ja, que idiota—Susurró uno de ellos, con esa mueca burlona que ya conocía demasiado bien.

El impacto me dejó aturdido, pero no lo suficiente como para no escuchar las risas detrás de mí. Luego, un pie se interpuso en mi camino y caí al suelo, entre risas que resonaban.

Mis propios sollozos me molestaban. No era tristeza. Era rabia; Rabia incontrolable.
Cada golpe, cada insulto, cada burla era un recordatorio de que estaba solo. Que nadie iba a ayudarme. ¿Los profesores? Unos vaganes. Fingían no ver nada. Como si fuera algo normal entre los chicos.

Pero yo lo veía. Yo lo sentía. Y un día, decidí que no iba a quedarme quieto.

Fue cuestión de esperar el momento adecuado. Seguirlo. Medir cada paso. No pensar, no razonar, solo dejar que el instinto hablara por mí. Y cuando estuve lo suficientemente cerca, mis puños ya estaban cerrados, mis nudillos ardiendo.

Algo dentro de mí hizo clic por primera vez.

No recuerdo todos los detalles de lo que ocurrió después. O tal vez sí, pero prefiero no pensarlos. Solo sé que, cuando todo terminó, la risa del acosador ya se había apagado,y estuve en problemas con la escuela durante unas semanas mientras mí madre con las venas entre los nervios me resguardaba.

Por primera vez, fui yo quien hizo sollozar a alguien más, y fue satisfactorio en ese entonces.

Los días sucedían sin cambios, año tras año. Materia tras materia, trabajo tras trabajo. Nada parecía importar demasiado.

A veces me despertaba tarde, otras; No veía el sentido en levantarme. Me acostumbré a faltar: 64 ausencias en un año. No por enfermedad, ni por problemas familiares. Solo porque no tenía ganas. Aún no estaba en un declive, pero si me sentía inconcluso.

En algún momento, aquel chico (El que lloraba por sus cartas robadas)!Apareció de nuevo, o tal vez siempre estuvo ahí mientras compartíamos primero de secundaria. Seguía siendo el mismo: callado, con la mirada baja, como si esperara un golpe en cualquier momento. Sus ojeras eran enormes, a veces un profesor en particular le hacía preguntas constantemente a él:
"¿Hey David estás bien?", "¿Comiste algo?", "Parece que no has estado durmiendo bien".
Esas palabras tal vez para el eran un alivio bondadoso, pero en algún momento las misma preocupación deja de cesar si el alumno no sabe cómo continuar.

Durante los primeros dos años de secundaria, me mantuve en círculos. No porque realmente encajara, sino porque estar solo parecía peor.

Pero un día me detuve a pensar: ¿Realmente eres tú? ¿O solo estás ahí como un estúpido para la risa de los demás?

Por algo siempre guardaba mis pensamientos, mis opiniones. Callaba y asentía. "Sí", al compañero de "Buenas vibras". "Sí", al chistoso del salón que se creía popular. "Sí", a cualquiera que quisiera llenarme el oído de palabras energúmenas.

Pero si faltaba 100 días, ¿alguien me buscaría? No. No me preguntarían, no notarían mi ausencia. Seguirían con sus vidas sin que yo fuera más que una sombra en el fondo de una foto grupal. Solo lo harían una vez que yo aparezca por mí cuenta.

Si alguna vez estuve en un grupo, siempre fui el segundo plano.

Tal vez por eso, esas "amistades" de uno, dos, tres, seis, incluso siete años... Eran vanas.

Cuarto y quinto año de secundaria fueron más de lo mismo. Pero el crecimiento hacia la adultez ya era evidente.

Los compañeros seguían siendo los mismos, pero yo ya no tenía círculos. Tal vez por eso empecé a observar más. Giraba la cabeza, los miraba. Para ellos, probablemente era raro. ¿Pero qué más daba?

Por aburrimiento, incluso llegué a contar cuántas palabras salían de mí boca. El día más silencioso, apenas 34. En los mejores días, entre 200 a 300.

En toda esa etapa, creo que solo tuve dos amigos, quizás tres. Solo porque compartíamos el hecho de tener un pensamiento autodidacta.
Luan, recuerdo que ese chico me miraba constantemente. Yo sentado en un rincón del fondo, con mí silla y mí mesa, mirando en todas partes.
Él junto con sus dos amigos; Rodrigo, y Nadia. Habían tomado la iniciativa de hablar conmigo:

—Hey que tal? Se que ni siquiera nos conoces aunque somos compañeros. Pero, hace rato te vemos solo acá así que tal vez te guste juntarte con nosotros en tiempo de clase ¿Que te parece?

Esa fue el primer diálogo que tuve con el, tal vez era inusual que alguien se acercase de esa manera conmigo en clases, pero, creo que necesitaba una fugaz de despeje:

—Si por supuesto.

No niego que tuve mis tropiezos, mis actitudes tontas en ciertos grupos, pero con el tiempo, simplemente escuchar y observar a mis compañeros era suficiente para entenderlos. Bastaba con ver al de las Manuel; Alias el Buenas vibras, para saber exactamente cómo era; Un infeliz arrogante el cual fingía actuar como un ser de luz espiritual a costa de conveniencia de otros, y fondo de sus papis con dinero.

Generalmente pocos tenían sentido común en esa aula, tal vez estos chicos pese a no ser de su misma onda, al menos nos los veía en constante búsqueda de aprobación desesperada en la influencia.

La madurez, creo, está mal calificada. No se trata de parecer serio o de abandonar lo infantil. Es asumir consecuencias, cargar responsabilidades. Es forjar un pensamiento propio y sostenerlo con convicción. Puedes entregarte a pasatiempos excéntricos o convencionales, eso da igual. Lo que te define es la solidez de tu juicio, la profundidad con la que comprendes, la capacidad de distinguir lo que realmente importa.

Los años pasaban y los trabajos escolares eran inútiles o estaban llenos de información errónea. No lo decía por terquedad, sino porque ya me había informado por mi cuenta. Pero la mayoría solo leía, asentía y escribía, sin cuestionar nada. Corregir parecía demasiado esfuerzo para ellos.

Llegó sexto año, y la hipocresía alcanzó su punto máximo. ¿Centro de estudiantes? Solo un grupo de personas sirviendo a la directora incompetente. No cumplían con nada, otra decepción más. Mis compañeros se abrazaban entre sí, celebrando el "último año", pero yo y otros como David solo observábamos. La diferencia, es que el tenía una mirada severamente amargada.
No porque fuéramos fríos, sino porque veíamos las cosas como eran. Esa escuela nunca fue perfecta. Nunca fuimos amigos. Y, para ser sincero, mas allá de esto a nadie le importabas.

Pero entonces, a mitad de sexto año, en junio, la realidad golpeó con fuerza. Alguien se quebró. David falleció. Aquel niño al que le arrebataron sus cartas, aquel chico triste que soportó burlas constantes, aquel al que golpeaban y luego lo trataban como si nada. Que ni siquiera su madre lo esperaba en la salida de la escuela cuando era un niño.

“Y no fue una muerte casual, fue una muerte voluntaria.”

Como en toda defunción, el tiempo hizo su trabajo. A los pocos meses, los llantos se apagaron. Mis compañeros, esos mismos que lo acosaron, que le hicieron la vida aún más insoportable de lo que ya debía ser, siguieron adelante como si nada. Tal vez nadie sabía lo que realmente pasaba con David fuera de la escuela, pero dentro, todos eran responsables. Y, aun así, ahora se golpeaban el pecho con una tristeza vacía.

El enojo me quemó por dentro. No pude evitar soltarlo:

—¡Falsos hipócritas...!

Se quedaron callados. No tenían nada que responder. Era evidente: Se estaban engañando a sí mismos. La escuela se estaba engañando. El equipo Directivo se estaba engañando. Es como aquel
refrán: la persona murió, pero como no hubo sangre, nadie lo notó.

Decepcionante.

Diciembre llegó. No negaré que algunas materias se me complicaron, entre la fatiga y la falta de interés, pero con un par de intensificaciones lo logré.

Y finalmente, el día de la ceremonia de graduación; Fotos, abrazos, sonrisas ensayadas. Yo solo compartí ese momento con tres compañeros: Luan, Rodrigo, y Nadia. No sé si llamarlos amigos o simplemente conocidos con los que compartí el peso de la rutina. A veces, estar dispuesto a todo por una amistad es contraproducente, y por eso, reflexionaba si realmente había algo genuino ahí o solo convivencia mutua.

Todo transcurría como era de esperarse: La multitud, los discursos, los nombres siendo llamados. Pero... ¿y David?

Nadie lo mencionó.

Meses de lágrimas farisaicas, y ahora ni una sola palabra en su memoria. Mis compañeros reían, el equipo directivo fingía que todo estaba bien.

Incluso mis amigos notaron el silencio incómodo. Mí madre no asistió porque estaba trabajando a altas horas de la noche. Y entonces, mientras la ceremonia continuaba, vi la oportunidad.
Deslizándome entre la multitud, me dirigí hacia la salida. El portero me vio y preguntó:

—Hey, ¿a dónde vas? ¿te pasa algo?

—Nada, solo estaba caminando... estoy emocionado.

Me miró unos segundos antes de cruzar los brazos y seguir con lo suyo. En cuanto se dio la vuelta, me fuí echándome a correr.

No más.

No me importaba la ceremonia, los aplausos, ni la foto con el diploma después de todo, Días después, simplemente pasaría a buscarlo.

El tiempo pasó y, a los 18 años, terminé la escuela. Algunos de mis amigos, como Luan, decidieron tomarse un año sabático, tal vez porque económicamente podían permitírselo o quizás por pereza.
Rodrigo, en cambio, se esfumó con el tiempo. Pasarón 4 meses desde que terminamos la escuela y nunca más supe de él. Tal vez se mudó solo,Tenía más amigos pendientes o simplemente decidió cortar con todo sin avisar. Solo se que nunca hubo un adiós, y Luan estaba enojado por eso.

Nadia, por su parte, estaba enfocada en sus propios asuntos; Nunca supe exactamente en qué, a veces parecía indecisa de sus emociones.

Una tarde, mientras revisaba el celular sin mucho interés, recibí un mensaje de ella:

—<Oye, ¿te parece si nos juntamos?>

—<Eh... ok, porque no>

Esa fue la primera salida que tuve con alguien a solas. No fue romántica, claro que no, solo una simple salida. Aúnque no estaba acostumbrado a este tipo de cosas. En todos los años, solo había tenido cinco salidas en ese tiempo de mí vida.

La primera fue una excursión en la primaria: No fue nada especial, pero al menos mi imaginación y mi mentalidad infantil fue suficiente para desviarme.
La segunda y la tercera fueron con Luan, Rodrigo y Nadia: No fueron precisamente cómodas; Yo no sabía de qué hablar, aunque sí cómo escuchar o reaccionar.
La cuarta fue nuevamente con ellos, pero sin Nadia.
La quinta ocurrió al día siguiente de terminar la escuela, con los mismos de siempre. Esa vez, fue el momento en que más interactúe con el grupo.

Nos encontramos en una plaza; El tipo de lugar que no está abarrotado pero tampoco vacío. Nadia se compró un café frío, yo una botella de sprite.

—Siempre traes una sprite—Comentó, removiendo el hielo con la pajilla.

—No siempre.—Respondí, aunque no pude recordar la última vez que pedí otra cosa.

Ella sonrió de lado, como si hubiera ganado un punto en una discusión imaginaria. Luego, se quedó viendo su café.

—¿Te pasa algo?

—¿Por qué lo dices?

—Siempre haces eso cuando piensas demasiado.—Señalé el hielo del cafe girando en círculos.

Ella parpadeó y dejó la pajilla.

—Eres raro.

—No es algo inusual que me hayan dicho antes.

Suspiró y apoyó su menton en su mano:

—A veces me pregunto por qué sigues viéndote con nosotros.

—¿Es tu forma de decir que me odias?

Soltó una risa ligera:

—No, tonto. Solo... siento como si estuvieras aquí, pero al mismo tiempo en otro lado.

—Tal vez porque nunca entendí bien cómo funcionan estas cosas.

—¿Las amistades?

—Las interacciones.

Me miró unos segundos y luego sonrió con algo de nostalgia:

—Sabes... a veces también me siento así.

No hablamos demasiado, pero, de algún modo, aquella conversación simple valía más que todas las salidas anteriores juntas. Nadia tomaba su café con calma, mientras yo respondía con palabras concretas, sin demasiadas vueltas. Y ya. No había silencios incómodos, ni la necesidad de forzar algo más. Solo eso.

Ya habían pasado cinco meses desde que terminé la escuela. Una tarde, mientras merendaba y hablaba con mi madre, surgió la pregunta inevitable.

—Hijo, ¿tenés pensado estudiar algo ahora?

—Mmm... no lo sé.— Respondí, encogiéndome de hombros—. Pero creo que debo enfocarme en conseguir trabajo.

Fue en ese momento cuando lo entendí. Tenía que empezar a enviar certificados aquí y allá, aunque había un problema: La experiencia. Nadie quería contratar a alguien sin experiencia, pero para tener experiencia, necesitaba un trabajo. Y para conseguir un trabajo, debía pedir contactos.

Un ciclo rutinario del que sería difícil salir...


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Avatar de yamifernan
yamifernan 2025-05-23 05:54:34

Un relato que nos muestra lo difícil que es transitar desde la niñez hasta la adultez. Bien.