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Un Fragmento sin estructura: Capítulo 2 - Fictograma
reflexion

Un Fragmento sin estructura: Capítulo 2

Avatar de K_Lepónce

K_Lepónce

Publicado el 2025-05-24 02:13:49 | Vistas 101
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En búsqueda del ciclo rutinario:


Fue un proceso más agotador de lo que imaginé. No bastaba con enviar certificados, tenía que insistir, recibir rechazos, escuchar excusas vagas como "Estamos buscando a alguien con más experiencia", "Te llamaremos despues" (y nunca llamaban) o simplemente la indiferencia de un correo sin respuesta. Algunos conocidos decían que lo mejor era moverse por parientes, pero incluso ahí había trabas: "Te aviso si sé de algo", "Déjame preguntar, pero no prometo nada". La perseveren se iba desgastando, pero entendí que la búsqueda de empleo no era solo mandar papeles, sino una ruleta rusa de suerte y, a veces, pura casualidad.
En resumen, era agotador.

Durante el primer año de finalizar la escuela, algo aún me mantenía despierto: David. Aquel chico que se quito su propia vida.
Tal vez nunca tuve un vínculo con el, y era extraño, nadie parecía acordarse o haber sabido sobre el; Dónde Vivía, su familia, sus padres, nada. O al menos mencionarlo.

Tal vez seré yo quien se había quedado afectado por su muerte. Algo me sentía reflejado en algo en el, y a veces me venían dudas: ¿Y si le hubiese hablado? ¿Y si nos habríamos echo amigos?...
Ya no importa... El no está más en este frágil y palido mundo, y debo aceptarlo de algún modo.

El momento llegó. A través de contactos del padre de Luan, intenté conseguir trabajo. Algo sencillo para el currículum, ya sabes: Atención al cliente, seguridad, albañilería cualquier cosa que sirviera como experiencia.

El primer mes fue un desastre. Exigencias absurdas, horarios imposibles, requisitos que no cumplía, y mucho trabajo de fuerza.
No conseguí mucho pero ya era un indicio.

El segundo mes, en cambio, tuve más suerte. Mi primer trabajo fue de mesero.

—¡Más rápido, hey, más rápido!

No fue bonito. Fue agotador. Pero a veces creo que mi paciencia era implacable en ese entonces. Con el primer sueldo en mano, renuncié.

Luego, por parte de Luan, surgió otra oportunidad:

—Oye, hay una panadería que se está instalando, podrías consultar por ahí si necesitan empleados.

Finalmente, conseguí un nuevo trabajo. No era la gran cosa, pero era algo estable, y después de momentos frustrantes, me bastaba esto (Por ahora).

Los primeros días fueron erráticos: Horarios ajustados, mucha atención al cliente que llegaban a última hora y un jefe que tenía sus períodos de exigencia extrema. Aprendí rápido que los viernes eran sus peores días, pero los lunes y miércoles, después de su fin de semana, su carácter mejoraba. Era cuestión de moverse con cuidado, entender cuándo hablar y cuándo simplemente asentir en el momento adecuado.

El equipo era pocos: Mariano; El que trabajaba a mi lado, tenía el aspecto de alguien que había pasado por más noches de fiesta que de sueño. Se notaba en sus ojos irritados y en su voz rasposa. No me metía en su vida, pero era difícil no notar cómo se tambaleaba algunos días. Belu; Extrovertida, y posiblemente mejor amiga del mismo mariano.y por último Jessica; Para ser honesto no supe mucho de ella. Después de todo, los tres eran amigos de hace tiempo según las interracciones que veía por parte de ellos.

Luan y Nadia vinieron a visitarme una tarde, supongo que de casualidad:

—¿Hola, cómo te va?—Me había preguntado Luan con su típica expresión.

—Bien, creo— Recuerdo haberle dicho sin tanta emoción.

No había mucho más que decir. Era un trabajo, una rutina. No estaba mal, pero tampoco era algo que me fascinaba. Tal vez por eso nunca intenté conocer demasiado a mis compañeros de trabajo. Todo se resumía a saludos, respuestas automáticas y conversaciones que no llevaban a nada antes de salir en nuestro turno. Además, con el sueldo resguardado de varios turnos del trabajo, los dedicaba para futuros estudios en la universidad.
Ya me había adentrado ligeramente en eso, o al menos por un corto tiempo.

Los fines de semana veía cómo algunos de mis compañeros salían juntos. Algunos se despedían con gestos cansados, otros con risas animadas.

—Nos vemos— Decían mientras se alejaban—. Un día deberías venir con nosotros.

—Lo tomaré en cuenta. Que tengan buen finde.

Nunca lo tomaba en cuenta.

Los sábados y domingos eran iguales. Llegaba del trabajo, intercambiaba algunas palabras con mi madre quien a veces llegaba más tarde al trabajo que yo, preparaba algo de comer y luego me encerraba en mi cuarto durante varías horas. Pasaba el extenuante tiempo sin que hiciera gran cosa en particular: Un poco de celular, a veces escribía en una hoja suelta o en este mismo espacio, otras veces simplemente escuchaba música, etc.

Belu me insistía en que escuchara Linkin Park. Según ella, sus letras eran profundas, aunque yo apenas entendía el inglés como para apreciarlas realmente. Mariano, en cambio, me recomendaba música clásica, es decir; Sinfonías sonoras como Bethoven, Mozart, Gorecki, entre otros. Me sorprendió para ser sincero, lo había prejuzgado como uno de esos que solo escuchan reguetón. Supongo que lo juzgué mal, al menos en lo musical.

Tomaba en cuenta sus recomendaciones, pero muchas veces no podía concentrarme ni siquiera en eso. Había noches en las que me acostaba y, al cerrar los ojos, horas ya habían pasado. A veces despertaba y me daba cuenta de que no había dormido en absoluto. Soñaba cosas extrañas, imágenes sin sentido que no valía la pena recordar.

Tal vez la mayor parte de mi vida la pasé hablando solo. La gran interacción nunca fue lo mío. Mi comunicación con los demás era mínima, y las conversaciones profundas, casi inexistentes o inexactas.

Todo marchaba relativamente bien, hasta que empezó a marchar relativamente mal.
Aquella noche, después de otro día en la panadería, revisé el celular mientras volvía a casa.

<¡Vení por favor, se le explotó la casa a Luan!!!!!!>

No pensé. Solo corrí.

Cuando llegué, la calle parecía un limbo: Luces intermitentes, policías, bomberos moviéndose entre los escombros. Gente amontonada en bisbibeos. Un hogar reducido a pedazos y carbón; Con humo saliendo entre las ruinas, y olor a quemado putrefacto impregnándolo todo.

Todo mientras preguntas flotaban sin respuestas:

—"¿Estaba adentro?", "¿Alguien lo vio salir?", "¡Digan algo, carajo!"

Había llantos. Una mujer se sostenía de un hombre calvo con barba, temblando, la cara empapada de lágrimas. Otros cuchicheaban entre sí. Algunos grababan con el celular.

No veía a Nadia, pero si ví la camilla pasar, y una bolsa negra cerrada sé postraba entre está:

¿Luan?...

Nadia sollozaba, pero yo no sabía qué decir. ¿Realmente fue mi amigo? Esa duda se instaló en mi cabeza.

A veces me pregunto si fui yo quien estuvo equivocado con él. Quizás siempre estuvo ahí, formando parte del grupo sin que yo lo notara todo, contando alguna anécdota, metiendo algún comentario para romper el hielo. Tal vez siempre estuvo dispuesto a sumar algo, aunque fuera mínimo.

El incendio fue un accidente. Eso dijeron. Eso repitieron. Eso quedó en el informe. Pero nada de eso importaba en ese entonces. Solo supe que tenía que estar ahí, en silencio, mientras Clara lloraba.

No hubo funeral. O al menos, yo no estuve presente. No sentí tristeza, no realmente. Más bien, una especie de desconcierto.

Luan nunca me exigió hablar de más, solo me invitaba a compartir cosas; Cafés, mates, tés batidos, lo que hubiera. Siempre con una sonrisa, siempre intentando que el grupo no se dispersara, siempre apoyando a Nadia en sus enredos emocionales. ¿Ella estaba para el? Y yo... yo nunca lo vi realmente.

Solo sé que, en ocasiones, me reí con él, le presté atención cuando hablaba de sus cosas, incluso cuando no me importaban del todo. Luan siempre estaba ahí, sin exigir nada a cambio, sin hacer ruido, simplemente presente.

No importaba cuántas veces Nadia se metiera en líos, él la escuchaba, la aconsejaba, le daba su apoyo incondicional. Si ella llegaba contando otro drama, él siempre tenía algo que decirle, algún intento de guía, aunque supiera que ella no lo seguiría por completo.

Quizás por eso le dolió más a ella. Porque perdió a alguien que realmente la veía, que no se cansaba de estar ahí. Yo, en cambio... no sabía qué sentir. No podía.

Los estados emocionales son efímeros. Por eso, cada instante de felicidad y risa genuina en ocasiones lo vale. Nacemos para sufrir, pero también para crecer en nuestro propio existir. Tal vez generalmente seamos indelebles pero eso no significa que no nos dejamos de preocupar.

Tal vez algo más.

No era tristeza, no era culpa. Era una sensación rara, como si la vida siguiera avanzando, pero sin ganas de seguirle el ritmo. Algo monótono, vacío.

Los días pasaron, y en algún momento cobré el sueldo del mes en la panadería. Mi jefe no me trató tan mal estas semanas. Quizás, después de todo, tenía una especie de conmiseración disfrazada de exigencia. O tal vez simplemente le daba igual mi existencia mientras cumpliera mi trabajo.

Mis compañeros siguieron en lo suyo, con las mismas charlas de siempre, con las típicas invitaciones que yo seguía esquivando con respuestas cortas. No tenía ganas. No por Luan, o quizás sí, pero no de la manera en la que todos esperaban. No estaba de luto. No lloré, no me encerré en mi casa pensando en él constantemente en el. En ocasiones de mí mismo.

Pero había algo que no se iba. Algo que pesaba en el fondo de la cabeza, como un ruido blanco constante.

Me dirigí a la casa alquilada de Nadia, Por suerte, había logrado conseguir algo, y creí que sería bueno visitarla de vez en cuando.

Esa noche. Antes de tocar la puerta, vi que no estaba sola. Un chico, alguien a quien no reconocí, la abrazaba con esa cercanía que solo se permite a los que son refugio. No supe en qué momento lo conoció, ni si ya era parte de su vida antes. Tal vez nunca fue del todo abierta con su amistad conmigo, tal vez Luan no era el único que la sostenía cuando se derrumbaba.

Solo sé que ella ya estaba siendo consolada y apoyada otra vez, como si el vacío que se hubiese rellenado. Algo me disgustó. No sé si fue la rapidez, la facilidad con la que encontraba a alguien que la escuchara, o simplemente la confirmación de que, al final, siempre había alguien más.

Me quedé un momento en la ventana, en silencio, viendo esa escena. Luego, sin hacer ruido, decidí que era mejor despedirme así, sin palabras.

La noche aquella fue larga, no lo negaré. Me quedé un rato en un balcón de la calle, con la mirada perdida, pensando en blanco... o simplemente pensando por pensar. Se sentía como una noche de cristal que se hace añicos...

En algún momento seguí caminando, hasta que la voz me sacó de golpe de la inercia:

—¡Dame todo lo que tengas!

No hubo tiempo para reaccionar. Un arma se afinaba directo hacia mí pecho.

¿Qué haría? Tal vez, si estuviera nervioso, habría hecho algo estúpido. Pero la pistola estaba demasiado cerca, su punta brillando a centímetros. La muerte no era una metáfora ni una idea abstracta en ese momento; Estaba ahí, al alcance de un movimiento en falso.

Le di mi billetera sin dudar.

El tipo la agarró y salió corriendo, perdiéndose en la oscuridad. Pero en ese breve instante, entre la capucha y las sombras, vi su cara. Aunque sea por un segundo, lo capté.

Fue frustrante. Me pasé el camino suspirando, pateando piedritas en la vereda, sintiendo esa mezcla de bronca y resignación. Lo irónico es que el tipo se conformó solo con la billetera, como si no le importara revisar si tenía más. Y ahí no estaba todo mi dinero, pero sí una gran parte. Tal vez más de un medio.

No sé, es algo raro que hago: Repartir la plata en distintos bolsillos, como si esperara que algo así pasara. Supongo que esta vez sirvió de algo... aunque ahora tendría que hacerme otro DNI.

Pensé en irme a casa, terminar la noche lo más pronto posible. Pero en el camino la cafetería de la esquina estaba abierta.

Qué más da. Fue una noche fea, así que... ¿Por qué no?

Entré a la cafetería. A esta hora no había mucho movimiento: Un anciano leyendo en el fondo, una señora revolviendo su taza y otro flaco sentado solo. Me acerqué al mesón y pedí sin pensarlo mucho:

—Un café negro, por favor.

—A la orden.

Esperaba que al menos el café llenara ese vacío raro que tenía en el pecho, pero entonces alguien decidió empezar una charla.

—Noche fea, ¿no?
—Ni te imaginás.

—Me llamo Timothy, un gusto—Dijo, extendiendo la mano con confianza.

Recuerdo haberlo mirado un segundo antes de responder, pocas personas se abrían de esa manera:

—El gusto es mío.

Las interacciones eran concretas, sin rodeos. Pero en su mirada había algo... No sé, como si ya hubiera pasado por demasiadas cosas y ahora solo se dedicara a disfrutar su café, tranquilo, acostumbrado.

Las charlas seguían, pero sin apuro. Preguntas simples, casi de compromiso:

—¿Qué tal el clima de la noche?
—Frío, pero nada del otro mundo.
—¿Eres de por aquí?
—Solo ando de paso.

No había mucho más que decir, pero tampoco hacía falta.

En algún momento, después de tanto silencio, noté que me observaba con más atención. Luego, alzó una ceja:

—¿Sufriste una experiencia fea recientemente?

—Eh... Sí. Me robaron la billetera, aunque no todo el dinero que tenía encima.. creo.

—Qué complicado.

Hubo una pausa antes de que yo preguntara:

—¿Y a qué te dedicas, Timothy?

—¿Ahora? No lo sé... Solo pienso.

—Soy todo oídos.

La charla continuó. Me contó que había vivido en un pueblo, un lugar sencillo hasta que una enfermedad lo arrasó a él y a gran parte de los habitantes. Una epidemia prácticamente. No estaba enterado de esa noticia. También mencionó que trabajaba en una compañía, aunque por la forma en que lo dijo, me quedó claro que la había dejado.

Entre cafés y pedidos, la conversación fluyó de una forma extrañamente natural. No había tensión, no había esfuerzo por forzar nada. Tal vez porque él era alguien reservado, pero con una mente abierta. Tal vez porque, por una vez, yo tampoco sentí la necesidad de evitar la charla.

—Por lo visto, no eres de muchos amigos, ¿no?— Me preguntó Timothy, observándome con calma.

—Mis interacciones son despóticas—Le había dicho mientras fruncía mis hombros—. Creo que los únicos que realmente consideré amigos los perdí. Y uno de ellos acaba de morir en un incendio.

—Lamento escuchar eso.

—Aunque... Para ser honesto, no estuve triste. Solo... Conmocionado. Sabes, creo que estar en profundo silencio, observar y no sentirme incluido en algunos círculos me hizo darme cuenta de lo excéntrico que soy.

Timothy había echo una leve mueca antes de tomar un sorbo de café. Luego, con la mirada fija en la taza, respondió:

—Verás... te entiendo en algunos aspectos. Nunca sabes si realmente tuviste amigos hasta que te das cuenta de que ya no están. Y si los recuerdas hasta el día de su muerte, significa que ellos tampoco te olvidaron.

Timothy recuerdo que hizo una pausa muy larga, como si midiera sus palabras y recuerdos de aquel acontecimiento:

—Uno de ellos murió por una epidemia que pasó desapercibida para muchos. A los otros... También los perdí, pero en otro sentido. Pero cuando suceden golpes así de graves, lo mejor es buscar un nuevo camino. Tal vez no es que no encajes en el mundo, sino que aún no has encontrado tu lugar en él.

Levantó la vista hacia mí, con una leve sonrisa irónica:

—Las excentricidades no son errores extremos; son la firma de la autenticidad que muchos no saben leer. El tiempo y la muerte pasan rápido, así que no deberías preocuparte tanto por lo que haces: disfrútalo. Y si tienes que empezar un nuevo camino, empieza a cavar hasta encontrar lo que resuena en ese sentido agudo indescriptible.

Esas palabras, y ese momento tan natural y enriquecedor, me hicieron abrir varias ventanas en mi cabeza. Tal vez había tenido una mala experiencia, pero... ¿y si simplemente era una señal de que debía irme?
Hay peligro en cada esquina, pero estoy bien. Tal vez, caminando lo intentaré.

Me habría gustado seguir la charla de no ser que la mesera nos interrumpió con tono amable:

—Chicos, pronto vamos a cerrar.

—Oh, está bien— Respondió Él con una leve risa.

Antes de que pudiera reaccionar, Timothy pagó por ambos. Luego, alzando la mano en un gesto casual, se despidió.

Y se fue en dirección opuesta.

Yo, en cambio, me dirigí a casa, con una sensación extraña en el pecho. Tal vez, por primera vez en mucho tiempo, tenía ganas de hablar con mi madre. De contarle algunas cosas.

Esa noche fue un circuito de pensamientos y ideas que giraban sin cesar en mi cabeza.


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