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Un Fragmento sin estructura: Capítulo 3 - Fictograma
reflexion

Un Fragmento sin estructura: Capítulo 3

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K_Lepónce

Publicado el 2025-05-25 17:45:56 | Vistas 91
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El ambiente no me agrada para salir. Todo era una excelente ocasión para encadenarme. Ya no sabía mucho sobre Nadia; Ella estaba bastante abstraída, tal vez con abulia. Mí madre; continuaba con sus cosas y parece tener ligeros avances.

Ya habían transcurrido doce meses desde que trabajaba allí. Me ofrecieron hacer un curso de seguridad por parte de un primo tercero, el cual solo exploré poca parte haciendo dobles trabajos.

Todo era tan raro. Tal vez estoy en una pared, pero pareciera que no me suelto más. Como si fuera un rasgo de inconsciencia mientras mas apretaba la cuerda al cuello.

No dormía nada. No sonreía, Solo alimentaba la autopía hasta esperar un próximo día.

Las horas se retomaban entre atención al cliente, atención al cliente, pedidos de facturas, medialunas y demás. Hasta que llegó el momento de tirar la toalla.

En algún momento, antes de que el sol alcanzara su punto más alto, pasé por la panadería. Aquel lugar que olía a café quemado, a harina tibia, a esfuerzo constante. Le conté al jefe -De pocas palabras pero mirada honesta-Que era tiempo de renunciar. Me escuchó, comprendió y asintió dándome el último sueldo.

Mariano fue el primero en estrecharme la mano. Ese gesto torpe pero sincero, como si entendiera sin tener que decir nada. Belu se acercó después, me regaló una sonrisa cansada y un simple "Cuidate". Sentí que quería decir algo más, pero ahí quedó. Nunca fuimos amigos, ni nada por el estilo, pero creo que fueron buenos compañeros de trabajo. Al fin y al cabo, escuché buenas charlas.

Me fuí caminando despacio, dispuesto a algo mejor. A un nuevo rumbo que atinar.

Busqué y busqué en internet desde casa. Solo tenía que encontrar una buena parada... Para irme.

A veces solo queremos escapar en una parte de este mundo, porque hay veneno en cada corazón.

Le conté a mi madre que era momento de hacerlo.
¿A dónde? No lo sabía.
Fue complicado charlarlo con ella, pero en el fondo entendía que ella estaba avanzando... y que le haría bien estar sola, con otras compañías.

—¡Voy a comprar!— Había dicho, saliendo.

La noche iba bien... hasta que, en un momento, algo pasó.
Un sujeto con capucha negra.
La misma capucha que reconocí una vez.
El mismo tono de voz que escuché en aquel grito: "¡Dame todo lo que tengas!"
Y algo me lo confirmaba. Era él.
La misma persona que me había robado.
Lo delató el giro repentino de su cabeza hacia atrás, clavando en mí una expresión de mal augurio.

Esa ocasión no fui bondadoso. La noche era perfecta para pocos.

Entré a la tienda, compré las cosas necesarias, pero en lugar de volver a casa... Me desvié. Me deslicé en calles y avenidas que conocía de memoria, hasta poder volver a ver, dispuesto a un acorralo.
Luego de tantos giros, tensión y desesperación del momento, su cara empezó a resultarme familiar. Como si en algún momento, de niños, lo hubiese conocido. Tal vez un compañero de escuela, un Bully.. o tal vez no. No decía nada, tal vez no entendía si era por esa noche. O por algo que quito. No lo sé.

Lo que sí sé es que después de esa noche, después de atraparlo en un callejón a altas horas...
Dudo que haya vuelto a robar. Por sus piernas.

La hora pasó. Le entregué a mi madre las cosas de la compra. Mi ropa estaba malgastada, quizás rota en algunos bordes... Ni lo recuerdo bien. Solo sé que, pese a todo, terminé preocupándola un poco durante esa noche, y me fui dispuesto a cambiarme de atuendo.

El tiempo siguió su curso. De Nadia no supe mucho más, hasta que un día, sin más, me la crucé a plena luz del mediodía adelante:

—Oh, hola "-"—Fue lo único que dijo.
Con total tranquilidad, como si su estado ya hubiese pasado. No iba con nadie, pero parecía relajada... Lo suficiente como para que no lo haya hecho sola.

Respondí con lo básico: "Hola", "¿cómo estás?", "qué día, ¿no?".
No fue una conversación larga, pero sí lo suficientemente extraña. O quizás fui yo, quien esperaba algo más de lo que quedaba, tal vez.

¿Me olvidó? No lo sé. Tal vez podría haberle dicho que, posiblemente, esa fuera la última vez que me viera. Una resignación silenciosa y desilusión contenida.

Pero... ¿para qué? ¿Por esperar una respuesta?

Esa fue la penúltima noche con mi madre. Cenamos milanesas viendo la película Platoon.
En le mesa; Invitó a un par de personas, entre ellos su primo y otro más que no recuerdo del todo. Tal vez buscaba experimentar un aire familiable antes de todo... Una escena que la hiciera sentir rodeada, aunque fuera por un rato.

No negaré que hasta yo sonreí.

Más tarde, después de todo, en la habitación, exploraba mi celular. Tal vez no quería escuchar, ni pensar demasiado. Empecé a borrar mis cuentas, mis redes sociales, mis rastros digitales. Creo que buscaba algo... Una forma de reiniciarme. Empezar desde cero. Ya no me agradaba estar siempre en una habitación de ladrillos, con una cama inolvidable pero angosta, y ese techo bajo que parecía susurrar "No vas a salir de aquí".

Nunca tuve gatos, ni perros. Así que estar casi todo el día en mi habitación me convertía en un espectador de mí mismo. Solo, con un par de cosas, incontables trabajos: ayudante de albañil, panadero, seguridad y ahora, quién sabe...

Cada oficio dejó su marca en mis noches. Y todo ese pasado -Esos estados, esas frustraciones, esas esperanzas- Quedaban comprimido en esa habitación.

Borré mis cosas. Dejé otras.

Después de eso, fue más de lo mismo. El día pasó lento, pero fue agradable. Nada relevante: Tomé café, hice unas compras, interactué con pocas personas. La cena fue pollo con fideos, junto a mi madre. Lave los platos, respondí algunas preguntas sobre el equipamiento de mi mochila.

Ya casi era hora. ya iba a viajar.

El tren salía desde la Parada La Luciérnaga, una estación vieja a las afueras, casi olvidada. Destino: Valle Sur, un lugar del que solo sabía que era frío, pero tranquilo. Llevaba conmigo lo justo: Algo de ropa, documentos, una linterna, una navaja vieja, un termo con café fuerte, muchos ahorros de varios años, y un cuaderno arrugado donde, quizá, algún día, volvería a escribir para explorar mí mente.

La mañana estaba tibia, con una brisa tenue que apenas movía las hojas secas del árbol frente a la ventana.
Me levanté a las 8:00 am; Desayuné un té, respiré profundo y, con un gorro, la mochila, el boleto y todo preparado, me despedí de mi madre en la puerta.

Ella no vino hasta el andén, pero sé que miraba desde lejos.
No hubo abrazos, ni lágrimas. Solo un gesto con la cabeza... y una sonrisa apenas dibujada.
Es mi madre. Tuvo sus defectos. Algunos aman profundamente a sus madres, otros —como yo— solo mantienen una neutralidad. Aun así, gracias... por intentar reinsertarme en el mundo.

Llegué a la estación luego de 50 minutos de viaje.

—Hola, ¿a qué hora sale la parada de...?

Y solo esperé. Hasta que en la estación me encontré con alguien "Timothy":

—Hey, eres tú de nuevo.
—Ah, el chico de la cafetería. ¿Cómo has estado?

Hablaba con ese tono melancólico, pero relajante. Fue curioso haberlo visto de nuevo:

—Bien, supongo. Estoy a punto de irme... Hacia un nuevo camino, creo.

—Eso me parece muy oportuno. Será difícil, pero lo lograrás. A diferencia de ti, yo estoy esperando a alguien. Pero me alegro por ti.

Me miró y me consideraba con los ojos, como si pudiera ver algo más allá mientras daba un ligero suspiro:

—La charla en el café fue interesante. Un placer haberte conocido.

—Cuando uno se va con la frente en alto, no hay nada que reprochar. Suerte camarada.

Solo una mirada larga. Nunca nos conocimos realmente, pero se sintió como aquella ocasión:
cuando no sabés absolutamente nada de la otra persona, pero la interacción es lo suficientemente agradable como para sentir una vibra... Una conexión mutua de respeto.
Él aprendió mucho.
Yo voy por algo más.

Mi tren sonó fuerte. A punto de partir:

—¡Oh, nos vemos!

—Adiós.

Casi no llegaba, pero logré entrar. Me senté. Respiré hondo. Jamás me había subido a un tren.
Muchas caras, y ese aire a... Nuevo.

Subí al vagón sin mirar atrás.

Cuando el tren se puso en marcha, sentí el golpe suave del acero avanzando sobre el hierro oxidado.
Afuera, todo empezaba a hacerse pequeño.
Adentro, por primera vez, todo parecía abrirse.

Busqué mi asiento y me senté. No había saludos en las ventanas, ni charlas.
Solo gente mirando... y pensando.

En el vagón del tren se emprende su sonido.

Cierro los ojos y dejo que mí mente divague en sus más profundos pensamientos:

Hay que aceptar el pasado y dejarlo atrás.

Continuar la vida en un nuevo sitio, que tal vez no sea tan corrosivo como aquel lugar que lo nombraban como un aparente paraíso...

Fin

...

¿?


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