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Un Fragmento sin estructura: ¡Capítulo 5! - Fictograma
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Un Fragmento sin estructura: ¡Capítulo 5!

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K_Lepónce

Publicado el 2025-05-30 07:49:45 | Vistas 93
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"Antes me aterraba la idea de la muerte. Ahora me sigue aterrando, con la diferencia de que puedo aceptarla de pie y con firmeza. Vivimos llorando, y morimos gritando."

—¡Hey... hey! ¡No te vayas!

No puedo describir lo que está pasando. Solo siento una camilla rugosa bajo mi espalda. Luces y destellos que me sesgan la vista. Zumbidos persistentes retumban en mi cráneo —y en mis costillas—; el dolor, ya no lo siento. De hecho, me siento tranquilo.

Creí haber cerrado los ojos cuando miraba al suelo. ¿Qué pasó? No lo sé, ni quiero pensar. Quizás solo tuve un sueño profundo, quizás solo era eso.

—¿Me escuchás? Sujeta mi mano.—Una voz metálica, un casco—. ¡Quédate conmigo muchacho, te vas a salvar!

Levanto la mirada con esfuerzo: un paramédico me atrapa la muñeca con firmeza.

No importa. No tengo tiempo para pensar en los otros. Solo quiero seguir en esta sensación de vulnerabilidad reconfortante.

...

Mm, ¿dónde estoy? Ventanillas, paredes blancas, sonidos de salas. Creo que estoy en un hospital. Supongo que todo lo que viví fue real. O acaso esto solo continúa mientras sigo en ese sueño profundo.

El cuerpo me pesa. Cada respiración es un acto de voluntad. Bajo la mirada: mi abdomen está vendado, la camisa empapada en sangre coagulada. Mi garganta, seca, arde.

—Despertaste.— Exclama un médico, sentado frente a mi cama.

—¿Y los otros?— Pregunto, afónico.

—Algunos fueron trasladados en otro camión. Otros... murieron al instante del accidente.—Aparta la vista brevemente—. Logramos encontrarlos porque otro camión en la ruta detectó el autobús destrozado abajo. Tienes suerte de que los rescatistas caminaran unos pasos más allá; de lo contrario jamás te hubiésemos encontrado.

Me quedo mudo, fijando mi vista en su rostro. Imágenes del accidente invaden mi mente.
Mientras un silencioso pésame parece añadirse en la habitación...

—¿Sabés tu nombre?—interrumpe mi introspección el enfermero.

—... eh, yo...—Me cuesta articularlo—. Creo que..

Un aire frío recorre la sala.

—Está bien. Descansá.— Sentencia, y se levanta para no molestar.— Volveré más tarde ¿Te parece?

Acuerdo moviendo la cabeza. Mientras que el da la vuelta, y se va lentamente de la sala.

Sobreviví. Aquel vuelco... vida y muerte rozándose, y yo elegí inhalar un segundo más.

Un nudo en la garganta asfixia mis pensamientos: no por el dolor físico, sino por la epifanía. Siempre corrí de mi pasado, de mis miedos, de la culpa. ¿Por qué aferrarme a mis trampas mentales si podían matarme de verdad?

En la soledad del hospital, respiro profundo. Dolor y conmoción me golpean, pero ya no son cadenas: son señales. Ahora solo queda esperar, día tras día; enfermeras estabilizándome, pastillas, vendajes, chirridos de pasillo, horas mirando el foco blanco del techo, el ruido blanco, hasta dormir por agotamiento.

Mientras mi mente permanece en pausa...

Recuperación

Han pasado varios días desde el accidente. Varios amaneceres idénticos en la habitación impersonal del hospital: examen de constantes, visita breve del médico, medicación, limpieza de heridas. Cada día, un poco más de movilidad; cada día, un poco menos de miedo.

Sin embargo, mi mente no transita al mismo ritmo que mi cuerpo. Mientras mis costillas cicatrizan, mis pensamientos giran en espiral:

Caras ausentes: Cada vez que cierro los ojos, veo a quienes dejé atrás. Sus rostros flotan en mis sueños y se incorporan en las esquinas de la habitación.

Soledad y gratitud: Me pregunto si mi madre sabe de esto. ¿Se enteró el primer día? Quizás tuve terquedad al no buscar un medio para comunicarme luego del primer día. Ella siempre se ha preocupado, aunque nuestro lazo sea flojo.
Tal vez una parte de mí mismo se centro en ese orgulloso independiente mal estructurado.

En la penumbra de la madrugada, mi mente repite: "¿Qué quiero ahora? ¿Irme lejos de nuevo, o enfrentar mi vida con los ojos abiertos?" La respuesta llega suave: "Quiero más de lo que ya viví."

La ventana muestra un cielo nublado. Aun encerrado, aunque siento el impulso de avanzar.

Visita del médico

—Buen día.—Entra el doctor con la bata blanca—. ¿Cómo te sientes hoy?

—Mejor, creo..

El médico revisa sus apuntes:

—Llevas 10 días aquí. Tus heridas sanan rápido; el puñal en el abdomen no perforó órganos vitales, entre ellos el riñón. Si todo sigue así, en una semana podrías recibir el alta.

—Eso es bueno.

El doctor alza la mirada, como si diera un paso extra:

—Tratamos de avisar a tus parientes con los datos de tus pertenencias. Tu madre, Martha Flowers', ya fue informada.

—¿En serio? -Mi pulso se acelera—. Dile que no venga aún. Estoy bien; no quiero preocuparla.

—¿Estás seguro?... Bueno, es tu decisión, pero tal vez necesites apoyo cuando salgas.

Asiento con determinación.

La mañana avanza y la enfermera entra con la bandeja de desayuno.

Contemplo los instrumentos médicos: un símbolo de mi fragilidad, sí, pero también de haber sobrevivido.

Una semana. Una semana más y podré avanzar nuevamente. Tal vez debo reconciliar mis errores guardados, dejar la rabia para encontrar un propósito más grande.

Dia catorce:
Luz blanca filtrada por la cortina, pasos lejanos, el carrito metálico rechinando. Esta mañana me vestí con lo único que tenía: ropa arrugada pero seca. Sentado en el borde de la cama, el médico inspecciona mis piernas y los vendajes que ya no duelen ni tiemblan.

—¿Listo para la libertad?—Alza la vista.
—Me gustaría—Respondo, poniéndome de pie con cuidado.— Pero creoAún debo esperar unos días ¿no?

El doctor afirma con esa mueca que mezcla alivio y preocupación.

Día dieciséis:

Me acerqué al pasillo para observar como ayudaban a un paciente mayor que había resbalado. Ni lo dudé. Más tarde, en la sala de exploraciones, se lo hago recordar al médico mientras toma mi presión:

—Tiene buena espalda.

—Fue un simple reflejo.— Contesta.—A veces el reflejo es más honesto que la intención.

Miro el techo unos segundos, pensando en las veces que no reaccioné a tiempo:

—Oye Doc, ¿Puedo preguntarle algo?

—Porfavor, llámame Gus. De gustav.—Me interrumpe con ese tono de confianza.

—Gus, ¿hace cuánto trabajás aquí?—Pregunto de pronto.

—Mm, Cuatro o cinco años—Responde, sin perder la concentración del pulso—. Los primeros dos fueron un caos, pero después uno aprende a ver lo bueno de esto... como hablar con alguien que estuvo al borde de la muerte.

Alza las cejas nuevamente, con una mueca pensativa pero irónica.

Día diecisiete:

La enfermera deja el carrito trabado en la puerta; me ofrezco a llevarlo al final del pasillo. El médico lo ve y, al día siguiente, me lo comenta entre papeles:

—¿Y eso de llevar el carrito?
—Ya no podía quedarme quieto, Doc.

No dice nada más, pero su mirada cambia: parece comprender que vuelvo a ser yo. Esa noche duermo sin pastillas y sueño con agua estancada.

Día 19:

En la sala común acomodo sillas y sirvo café con el termo agrietado del hospital. Una enfermera me pide que le ofrezca a la señora de la 206; su mirada está perdida, ni responde.

Cuando regreso, más tarde el doctor se asoma por la puerta:

—Hoy no te quejaste de nada.

—Hoy fue un buen día.

—¿Por qué?

—Porque hice cosas que no me dolieron.

Sonríe apenas, y esa media sonrisa, efímera pero real.


El día permanece tranquilo. Me acostumbré al ritmo lento del hospital. El cuerpo mejora, aunque el alma parece seguir en recuperación intensiva.

La tarde parecía normal hasta que cae una visita inesperada, y la puerta abre sin aviso:

—¿Puedo pasar?

Un chico, con rasgos más adultos que yo, se asoma con cautela. Tiene una campera verdosa, una mochila colgando de un solo hombro, y el tipo de mirada que esquiva al mundo pero lo observa todo. Parece que no es de lo que se afeitan todo el tiempo:

—Soy... bueno, te traje esto.— Saca un termo y un paquete de galletas. Lo deja en la mesa sin decir más.

Lo miro, confundido. Su voz me resulta extraña. Él baja la cabeza.

—Te ví en la terminal... antes de un viaje.—Agrega un corto pero a la vez denso silencio.— Luego, en las noticias. Dijeron tu nombre en una lista de heridos.—Hace otra pausa—. No sé bien por qué vine, pero... no me gusta deberle cosas al destino.

—Sí... sí, ya entiendo. Tu... No estas realmente vinculado con el accidente ¿no?

Él asiente con una expresión afirmativa en su cara.

—¿Y tu nombre era...?

—En otra ocasión te lo diré. Cuando tomes el alta, me encontrarás entre las calles de la avenida central de este lugar.

Ese detalle me desarma. Algo en su forma de decirlo, en esa necesidad de acortar su nombre como si con eso cortara una parte de sí mismo. O quizás simplemente quería ser alguien nuevo, alguien distinto.

El ruido del hospital queda lejos, como si se apagaran los sonidos. Y el desconocido, simplemente se va. No veo hostilidad en el, pero tampoco comodidad.

Un sobreviviente, una habitación blanca, y un silencio que, por primera vez en días, no pesa.

Y el día fue tornándose una tarde grisácea, con ese aire denso y contenido del hospital, mientras yo seguía intentando comprender mi propia mente.
Las heridas parecían haber mejorado; no se habían ido, pero al menos ya no empeoraban.
Creo que debería descansar. Tal vez mañana sea el último día de esta estadía…

Día 21. La mejora, después de tanto tiempo.

El médico Gus me examina por última vez. Evalúa la movilidad de mi cuerpo: brazos, piernas, espalda.
—Cicatrizó bien. Las costillas van a doler un poco más, pero ya no hay fracturas graves —dice.

Asiento en silencio mientras acomodo la campera vieja sobre el hombro.
—¿Y ahora qué? —pregunto sin tono. No hay desafío ni resignación. Solo… una pregunta.

—Ahora te van a dar tus cosas. Tenés un pase de movilidad temporal, cortesía del sistema. Una tarjeta con algo de saldo, por si necesitás moverte lejos. Y... creo que hasta una lista de comedores cercanos.

Lo miro. Él me devuelve la mirada con una media sonrisa que ya no parece tan médica.

—Vaya, qué bien. ¿Entonces, después ya puedo irme?

—Así es, después te vas. No te vamos a retener. Pero pensalo dos veces antes de irte sin rumbo.

—No tengo un rumbo —le digo.

—Eso me imaginé —responde, cruzando los brazos—. Pero a veces, no tener rumbo es mejor que ir directo a donde uno se rompió.

—Ja… quizás. —Sonrío apenas, algo parecido a la gratitud.

Me entrega un sobre cerrado con mis cosas, y un papel arrugado que ni siquiera leo.
Salgo al pasillo. Afuera, el hospital sigue oliendo a desinfectante… y a algo más viejo, como una estación que siempre está por cerrar.

Antes de cruzar la última puerta, me despido de algunos enfermeros de sala y estrecho la mano de Gus.

—Cuidate, doctor.

—Nos vemos, chico.

El golpe del aire es tan distinto allá afuera. Tal vez el encierro me desacostumbró.

Un golpe me azota: es invisible, me transmite el sol. No es mágico ni espiritual. Quizás algo más allá de lo inexplicable… un tono de crecimiento.

Me detengo a caminar alrededor, repasando calles, autos y avenidas, hasta frenar frente a un muro gris. Allí leo:

> “Que en el cielo descansen estas personas que yacían con un gran futuro.”


Un zumbido vibra dentro de mí: todas esas personas que estaban a mi lado ahora están muertas. No respiro, no río; no puedo ser yo. Al menos no el yo de antes, porque siento que esa persona realmente murió.

Estos nombres, todos estos nombres escritos con lágrimas y sangre, para que no sean olvidados en un pequeño grupo de parientes, me obligan a tomar algo que me rige ahora mismo.

El cielo se aclara, pero empiezan a caer gotas que mojan el piso y las calles. Está lloviendo.

Recuerdo el autobús: sus caras, vistas de reojo. La mujer embarazada. El chico con audífonos. El trabajador de cincuenta años. La anciana. El chofer. El amigo del chofer… Todos aquellos once fallecidos, sus etiquetas clavadas en este muro.

Cada letra, cada nombre, dudo que los olvide. ¿Por qué? No lo sé. Tal vez ahora se guardan en mí, en algún rincón de mi conciencia.

Gabriel, Estefanía, Stevens, Marlo, Paul, Rocío, Herbert, Gutiérrez, Loreano, Ferry, Simón…
Y el bebé que llevaba una de esas mujeres.

Jamás olvidaré estos nombres, porque mi conciencia ya los grabó en su memoria.
Y no solo el mío murió con ustedes en ese choque.

Hay que pasar aquel nuevo umbral.

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yamifernan 2025-05-30 08:28:40

"Gustav", "Gus", un nombre que gusta para un joven lleno de dudas, al que finalmente se le descubre más humano. Me quedé esperando que esa negrura que devora al personaje en la imagen se trasladara a la parte narrativa. Me gocé de la lectura. Te doy mis 5.