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Los que susurran en la oscuridad - Fictograma
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Los que susurran en la oscuridad

Avatar de Ckuberling

Ckuberling

Publicado el 2025-06-02 19:51:18 | Vistas 143
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I


En la cálida neblina de las laberínticas alcantarillas existía un mundo tan oscuro como vasto y húmedo. El goteo constante del agua y el eco de los pequeños pasos de sus habitantes reflejaban no sólo la congestión que existía en la penumbra, sino también el miedo que se permeaba en los oídos y olfatos de los moradores de las sombras.


Allí, donde nacían, crecían y competían diferentes criaturas, de tamaños y formas tan variadas como sus comportamientos, los sutiles sonidos del goteo de las cañerías, o los siseos de belicosos individuos permeaban en el inconsciente de los más pequeños y débiles, que para protegerse entre sí, optaban por vivir en enormes comunidades regidas por los más grandes y fuertes, y que con el paso de los siglos, gracias a este instinto de supervivencia y comunión, habían colonizado y dominado con su estirpe lo que conocían como su completo universo.


En la oscuridad no existía él horizonte, pues no había una línea que separase el arriba del abajo. Aún así existían múltiples techos y paredes que separaban habitaciones cuyos tamaños eran desde kilométricos los más grandes, hasta unos pocos metros los más pequeños, y que funcionaban como madrigueras para los diferentes habitantes de las alcantarillas, conectándose a través de múltiples túneles que se estrechaban y ensanchaban de manera impredecible, pero siempre tenían una envergadura por demás apropiada para los que en comparación eran diminutos. Y mientras que algunos de esos túneles llevaban a cámaras acuiferas donde desembocaban las aguas en pozos sin fondo que fungían como agujeros negros que arrastraban a cualquier desprevenido hasta lo más profundo del universo, también existían aquellos ventanas rejadas que se conectaban con las aberturas más alejadas de la superficie, en los niveles más cercanos al techo, y de las cuales junto a una enceguecedora luz surgía su ambrosía. 


Era en torno a estos umbrales donde se formaban los estratos de las madrigueras mejor abastecidas, cuyo flujo de moradores podía prosperar con el pasar de los años y donde con el tiempo suficiente, las reglas eran cada vez más sencillas y evidentes: Los más grandes y fuertes ocupaban las mejores madrigueras, cerca de los alimentos más frescos que descendían a diario. Mientras que los más débiles y pequeños quedaban relegados a zonas donde los desechos eran escasos y el hambre casi tan constante como los peligros que allí habitaban.


Su oscuro mundo era cruel y despiadado, y sin embargo las grandes colonias eran capaces de expandirse continuamente hacia los túneles circundantes y más profundos, luchando y devorando a otros habitantes de formas más suaves y viscosas, o más alargados y sólo un poco más letales que ellos, pero a base de números y trabajo en equipo, su voracidad los superaba cientos a uno. Pero aún así había un límite que sólo unos pocos osaban explorar, y de donde sólo un puñado de ellos lograba volver de la misma forma en la que partieron: La superficie.


Aunque eran numerosos y audaces, los moradores de las sombras temían cruzar el límite impuesto por sus antepasados. Hace ya cientos de años se sabía que su oscuro y cálido universo se componía de las laberínticas alcantarillas, donde ellos habitaban, y el cielo, de donde provenían sus alimentos. Pero el intersticio, que eran túneles verticales y enrejados de diversos tamaños y conectaban con las compuertas que se abrían esporádicamente para proveerlos, era la única distancia que los salvaba de enfrentarse a lo que sus antepasados, y los anteriores a ellos, y todo habitante del universo, ya sea desde el más suave y viscoso hasta el más alargado y siseante consideraban el mayor peligro: los gigantes.


Se cree que ningún habitante de las sombras se ha topado con uno y ha vuelto a casa. Pero se sabe que durante siglos han habitado por encima del intersticio y se cree que ellos son quienes les brindan su ambrosía.

Algunos los ven como sus dioses benefactores y de quienes provienen las lluvias y el pan, mientras que para otros son sólo moradores de las sombras mucho más grandes, fuertes y belicosos que ellos, que luchan entre sí y tras cada batalla, los restos de aquellos derrotados caen por las alcantarillas, y así los de su clase aprovechan para devorarlos y así volverse más fuertes. Sea cual sea el caso, el peligro de topárselos era real, y sólo a través de ciertas señales podían evitarlos; un retumbar profundo que resuena en el techo y las paredes, un bullicio lejano que se filtra por las grietas, pero que no suena a ningún tipo de los de su clase, y lo más temido por todos en el universo, destellos de una luz enceguecedora que ilumina las compuertas desde las alturas. Para todo morador de las sombras, esa luz no era sólo incómoda, sino una advertencia, un recordatorio de que aquello que habitaba más allá del intersticio no debía de ser desafiado, sino que respetado y temido como dioses.


Fue durante una trifulca como cualquier otra en la que más tarde y con la desaparición de más individuos, se entendió lo que había pasado. Ocurrió en una de las cañerías principales y, en comparación, mejor iluminadas, donde gran cantidad de moradores de las sombras pudieron escuchar el que comenzó siendo suave y tímido, pero que con el pasar de los minutos se volvió un susurro de volumen muy grosero. Estaban peleando dos individuos enormes, uno de pelo encrespado y teñido de la osamenta de antiguos rivales que había sido reconocido en gran parte de la colonia por la valentía que le daba la juventud, y el otro mucho más viejo y sanguinario, de un pelaje más bien moteado por tantas cicatrices de batalla que le habían ya curtido la piel.


Se debatían una de las hembras más gordas y jóvenes de la colonia y entre mordidas y arañazos, cuando el más jóven fue abatido por un golpe directo, que le reventó un globo ocular y lo obligó a alejarse del improvisado cuadrilátero que los demás individuos habían creado a su alrededor, no le quedó más remedio que huir. Desprevenida y atontada, la ahora tuerta criatura, había escapado de la vista de la multitud, entre chillidos y dando tumbos, hacia una oscura alcantarilla para no volver a ser vista durante los siguientes años. 


La segunda desaparición más llamativa ocurrió no muy lejos de esa zona. El susurro proveniente de la oscuridad esta vez había sido mucho más evidente desde un principio, alejando a la mayoría de las crías más despiertas y desesperadas de una pequeñísima madriguera donde se encontraba una de las matronas más importantes de la colonia, y la cual había dado a luz ingentes cantidades de moradores de las sombras, pero que con el paso del tiempo una escoliosis, y posterior atrofia de sus patas traseras la habían postrado en su improvisado nido donde daba a luz día tras día, camadas y camadas de nuevas criaturas, las cuales al igual que ella desaparecieron sin dejar rastro. 


Aún así no fue hasta que los años pasaron y el temor hacia los susurros que se oían con cada vez más frecuencia, habrían de permear en el subconsciente de toda su comunidad. Cuando de manera abrupta, en una de las madrigueras más amplias y prósperas, sino la más grande y alta de la colonia, habían no desaparecido un par de grupos aislados como antaño, sino que cada uno de sus moradores.


II


Con la mejor de las madrigueras desocupada, no pasó mucho tiempo para que una nueva surgiera en aquella zona tan amplia, silenciosa y cálida. Todos querían engendrar su estirpe en una madriguera de altura kilométrica y donde la basura caía constantemente, pero al igual que con el primero, cada uno de los asentamientos que alí deseaban prosperar, desaparecían, convirtiendo esa gigantesca urbe, en la primera de muchas ciudades fantasma a lo largo y ancho de su metrópolis.


Tratando de entender lo que pasó, al inicio se creyó que alguna criatura los había devorado, pero con las constantes investigaciones se llegó a la conclusión de que no había verdaderos indicios de peleas, ni sangre ni pelaje de aquellos que la habitaban. Con el tiempo se llegó a la conclusión de que fue algún tipo de histeria colectiva que llevó a cada adulto, anciano y cría a alejarse de lo que una vez fue su hogar. Pero durante los primeros años, tras barajar las opciones más obvias, todo habitante de las sombras tenía un sospechoso que no querían admitir como el más plausible: Los gigantes.


Los rumores se esparcían como el eco de las gotas en un túnel vacío, lento pero constante, y pronto toda la colonia estaba convencida de que había comenzado una guerra contra las fuerzas del cielo.


El flujo de comida no había sido detenido sin embargo, por el contrario era cada vez más frecuente. Tanto que las escotillas podían durar días abiertas, iluminando todo el universo si las aguas de las tuberías estaban lo suficientemente tranquilas.

Pero el retumbar y los balbuceos, se mantenían siempre igual de lejanos. Parecía que los dioses les pedían disculpas, o los querían engatusar con pan para llevarlos al circo. Sea cual sea el caso, el constante flujo de alimento nutrió por demás a gran cantidad de individuos jóvenes y belicosos, que en busca de atacar primero y envalentonados por sus números y tamaño tan saludables, habían perdido el miedo y respeto hacia la luz y quienes en ella habitaban. Fue así como grupos y grupos de jóvenes aventureros se escabulleron a través de los tubos verticales, y pasaron por las rendijas del cielo en busca de respuestas. Ninguno pudo volver de la misma forma en la que marcharon, sino que haciendo un símil a la mitología atribuída a sus dioses, cayeron derrotados y convertidos en su ambrosía: una purpúrea masa de huesos, carne y pelaje, arrastrada por la corriente a través de los tubos de alimentación.


Esto se volvió una costumbre un tanto constante, así que no pasó mucho tiempo hasta que por miedo a perder mano de obra tan jóven, y por una posible reprimenda de quienes habitaban en la luz, ahora en tiempos de crisis, varios de los líderes más robustos, a pura fuerza bruta derrumbaron varias columnas que así mismo tapasen algunas escotillas de manera estratégica, focalizando en unos pocos túneles todo el flujo de comida, y forzando a su sociedad a aglomerarse sólo bajo ciertas zonas donde era más fácil estar alerta ante cualquier amenaza, pero donde la luz procedente del intersticio era también mucho más constante.


En espacios donde su población apenas podía habitar, y donde la comida se suponía que no debía de escasear, las trifulcas y ejecuciones comenzaron a ser cada vez más frecuentes. Los débiles eran cada vez más débiles, y los fuertes estaban cada vez más asustados de perder sus nuevas formas de vida, así que se atrincheraban en las madrigueras más amplias donde pasaban los días reproduciéndose y alimentándose, tratando de ignorar lo que ocurría a un par de túneles de distancia mientras la tenue luz de la superficie los atontaba.

Pues las desapariciones no aminoraron, sino que cada varios días, grandes grupos de crías o ancianos desaparecían sin dejar rastro, y las noticias de túneles embrujados y ciudades fantasmas eran cada vez más frecuentes, pero esto parecía no incomodar a las burbujas más alejadas de estos acontecimientos.


No pasó mucho tiempo hasta que las cabezas de los individuos más notables comenzaron a rodar, por su poco tacto con la sociedad y su falta de escrúpulos al acumular su comida, bañándose de la luz del cielo y creyendo que tenían el poder para controlar su sociedad, decidiendo en qué zonas la comida dejaba de distribuirse, mientras que en las suyas se celebraban orgías en cámaras donde la basura llegaba hasta el techo gracias al flujo constante de de sustento y luz proveniente de la superficie.


Fue en una de estas opulentas madrigueras donde se los vio por primera vez. Se aparecieron como figuras vagas y enormes, asomándose por uno de los tubos más concurridos cuando uno de los grandes líderes y su harem de gordas concubinas y sirvientes los vieron. Cuando llegaron, el bullicio de chillidos y arañazos se había detenido completamente, y aquella sociedad que antaño había dominado las alcantarillas gracias a sus números y poderío, volvía a sentirse inferior en su propio universo, mientras que aquellos susurros de un volumen grosero inundaban cada rincón de la enorme habitación, helándoles la sangre, paralizando sus mentes y haciéndolas temblar sin control. No fue hasta que por obra del azar, cuando tras un flujo constante que había durado días, la escotilla de basura se cerró, y tanto los desechos del cielo, como su enceguecedora luz desapareció, que aquellas enormes criaturas que se asomaban por el túnel principal decidieron alejarse, y con ellas, el horrible susurro.


Tras ese primer encuentro algo era seguro. Aquello que susurraba en la oscuridad estaba relacionado con los Gigantes del cielo. Quizás no de manera directa, pero al igual que los más grandes y fuertes, ya habían perdido el respeto por la luz. Pero a diferencia de ellos, estas siluetas oscuras e informes la buscaban.


Gradualmente, y con más avistamientos, se comprobó que donde había luz, se oían los susurros, y no pasó mucho tiempo hasta que tanto los más grandes y fuertes, como las hembras más gordas que allí habitaban, desaparecieran también, y las madrigueras más opulentas, cuya basura acumulada llegaba hasta el techo, al igual que aquella primera ciudad fantasma, quedaran por completo vacías.


III


Con la desaparición de sus líderes, los moradores de las sombras más débiles y pequeños comenzaron a temerle incluso más a la luz. Tanto era su pavor, que, segregados y sin una jerarquía organizada, muchos grupos optaron por alejarse de las madrigueras más cercanas al intersticio, donde la comida se abarrotaba por montones, pero donde también la luz era más frecuente y los susurros no dejaban pensar a uno.


El sustento que obtenían del cielo terminó de acabarse, no porque no cayera más basura, sino por su incapacidad para obtenerla y repartirla entre sus moradores.

Algunos más valientes y hambrientos intentaban acercarse a la pila de comida, comer un poco y regresar a la oscuridad, pero al poco tiempo dichos individuos al igual que aquellos que entraban en contacto con los susurros, desaparecían sin dejar rastro.


Los años pasaron y el miedo y la hambruna llevó a grandes comunidades de moradores de las sombras a enfrentarse a grupos más pequeños para poder alimentarse. Esta práctica volvió a ser algo común en su sociedad, y por sus paupérrimos números y sus formas tan diminutas y debilitadas ya casi no tenían parentesco con aquella comunidad que por milenios se había enfrentado y alimentado de enemigos de mil y un formas, y que había conquistado las alcantarillas, expandiéndose por cada rincón del vasto universo.


Los moradores de las sombras ahora eran pequeños y cobardes, no tenían cadena de mando ni individuos notables. Las hembras estaban desnutridas y engendraban camadas cada vez más débiles y flacas, mientras que los guerreros perdían el pelo con facilidad y sus garras se rompían con solo arar la tierra. Incluso aquellos más suaves y viscosos les habían perdido el respeto, cazándolos o aventurándose a lugares donde ellos soñaban con volver, y donde ahora la tenue luz del cielo, extrañamente iluminaba como si el intersticio se estuviera expandiendo.


Con los años esta hipótesis fue confirmada. Tanto la luz, como quienes susurran en la oscuridad habían comenzado a extenderse por los túneles más profundos, obligándolos a adentrarse más y más dentro de la tierra hasta donde los túneles acababan y sólo las calientes e indestructibles rocas los acorralaban frente al inminente enfrentamiento con la luz y sus nuevos habitantes.


IV


En el borde del universo, ya nada valía la pena. Muchos ya debilitados prefirieron permanecer quietos hasta que la dulce muerte los liberase de su tormento, pero otros no perdían el deseo por vivir, pero al mismo tiempo eran incapaces de moverse, sólo permanecer en alerta. El miedo los paralizaba, y muchos creyeron que una última batalla estaba cerca y se preparaban para ello. Pero el tiempo pasó, y el ataque final nunca llegó.


Fue en el momento que los susurros dejaron de permear a través de las grietas, y cuando algunos de los individuos más sugestionados por el pánico ya habían comenzado a mutilarse a sí mismos por miedo al contacto con sus perseguidores, que la anteriormente palpable desesperación comenzó a mermar.


Por días, el silencio se extendió. Primero, como un eco que sustituía los susurros en las profundidades; luego, como una calma extraña que los llenó de dudas. Nadie osó aventurarse hacia los límites impuestos, temerosos de que el más leve movimiento pudiese despertar una vez más a aquello que acechaba más allá, y que seguramente todavía estarían habitando en la tenue luz. Pero mientras el tiempo pasaba, el hambre y la curiosidad comenzaron a vencer el terror, aquellos heridos y enfermos fueron forzados a descubrir qué había pasado.


Al principio, los primeros grupos de expedicionistas que cruzaban el umbral, desaparecieron en la claridad imitando lo que llevaba ocurriendo durante generaciones. Pero con el transcurrir de los días, se llegó a entender que quienes no volvían de la luz, eran individuos que ya no querían hacerlo. Cuando grupos de jóvenes más valientes y ancianos cuya vida estaba mermando comenzaron a explorar, lo que encontraron les pareció una ilusión, o más bien, un cuento de hadas. 


Aquellos más jóvenes nunca habían presenciado una imagen parecida, pero a ojos de los ancianos, finalmente se sintieron en casa: Los túneles superiores, antaño desolados y gobernados por los susurros, estaban habitados. Pero no por lo que cabría de esperar como criaturas informes, de carácter divino o cualidades sobrenaturales, sino que eran habitados por los de su clase, o al menos, una versión más antigua de lo que habían sido. Grandes, majestuosos, fuertes. Los individuos más prominentes, que habían desaparecido generaciones atrás, caminaban con orgullo por las alcantarillas, limpiando la sangre y el polvo, deshaciéndose de los estorbos, organizando las pilas de comida y estableciendo jerarquías una vez más. Los chillidos de sus iguales resonaban en el aire, llenando el ambiente de una vida que los más viejos creían perdida hace mucho tiempo y la cual los más jóvenes habían escuchado en historias casi mitológicas a lo largo de su vida.


Mientras aquellos que habían sido empujados hacia los rincones más profundos se adentraban más y más hacia la superficie, tanto el tamaño y belleza, como el estilo de vida de sus habitantes iba demostrando un avance exponencial. La luz, que había sido su mayor enemiga seguía allí, pero no ardía como antes. Su intensidad había disminuido, como si también estuviera cansada de acosarlos, y ahora los bañaba con un calor similar al de las rocas indestructibles del borde del universo. 


Las ciudades que antaño eran madrigueras sucias y abarrotadas, ahora eran almacenes bien estructurados, habitaciones donde cuidar de los enfermos y heridos, salas de maternidad o comedores comunitarios. Aquellos individuos que antaño se los consideraría los más grandes y formidables ahora eran diminutos en comparación con quienes triplicaban su tamaño, y hacían ver a las anteriormente enormes cañerías, incómodas y estrechas.


Las pilas de comida desaparecían poco a poco, pero eran reemplazadas por individuos más preparados y diligentes. Aquellos jóvenes que habían descubierto el paraíso, tras vivir una vida de necesidad y miseria, por fin podían alimentarse correctamente y crecer a la par de quienes consideraba sus ancestros. Pero mientras que ellos lograron adaptarse con cierta facilidad, y adoptaron las nuevas costumbres de su comunidad, los más ancianos todavía eran reticentes a un cambio tan abrupto.


Para ellos algo no encajaba. Según las viejas historias, estos individuos parecían ser sus antiguos líderes y guerreros, pero en ellos había una extraña frialdad, una precisión casi mecánica en cómo organizaban las ciudades y sus habitantes. Y la amabilidad y el respeto con el que trataban a los enfermos, ancianos y débiles atentaba contra sus instintos, ocasionándoles cierta desconfianza. Eran gigantes gentiles, de pelajes limpios pero con garras y dientes igual de filosos, con ojos refulgentes de una convicción y un entendimiento que no atentaba contra la razón, pero que desprendía lo que para el entendimiento de los ancianos no podía ser más que un tipo de locura muy inteligente, muy… diferente.


No pasó mucho tiempo hasta que los más viejos o testarudos, junto a algunas madres desconfiadas y sus crías habrían de abandonar la utopía que significaba dejar de vivir en la oscuridad. Y sin recibir oposición, sino que incluso siendo ayudados por sus ya no tan iguales, decidieron adentrarse nuevamente en las profundidades, allí donde las alcantarillas acababan y el calor de las rocas les ofrecía una seguridad falsa pero necesaria. Se exiliaron por miedo a un cambio que iba más allá de su entendimiento, y mientras la gran mayoría aceptó esta nueva realidad sin pensar demasiado en aquellas dudas que tenían, para los últimos moradores de las sombras, la duda se convirtió en un susurro que en aquella oscuridad, nunca los abandonaría.


V


El tiempo pasó, y al igual que las distinciones entre grandes y pequeños habían desaparecido por ya todos tener un tamaño y fuerza prominente, algunos individuos comenzaron a escuchar aquellos casi olvidados susurros. Pero esta vez no eran groseros e intrusivos, sino armoniosos y encantadores, y con suficiente tiempo y práctica, eran capaces de replicarlos.


La tenue luz que se filtraba por las grietas y recorría las tuberías gracias al agua cristalina que permitía su refracción a lo largo y ancho del universo permitía que se viera con claridad la limpieza y órden de una sociedad aunada bajo un mismo estandarte. Estos ya no caminaban ni se arrastraban para moverse, sino que por miedo a perturbar las aguas que fungían de espejos por los cuales se reflejaba la luz de la superficie, flotaban, algunos erguidos y rozando el techo de las tuberías, y otros un poco más grandes y gordos, con las patas cruzadas y vistiendo pieles que no les pertenecían, recorrían de manera mecánica los laberínticos túneles en busca de algún desperfecto que corregir.


Como si de un coro se tratase, en las alcantarillas ya no se escuchaban ni chillidos ni pasos, sólo el constante goteo de las aguas residuales y un susurro melodioso y constante. Las madrigueras estaban vacías y limpias, y sólo unos pocos individuos se veían recorriendo las tuberías para dirigirse hacia donde todo había comenzado y donde todo acabaría.


En aquella madriguera más amplia, donde hace cientos de años había desaparecido su primera comunidad, en comunión, aglomerándose una sobre la otra y escalándose a sí mismas hasta formar gigantescas columnas de ónice que fungirían de piernas, la comunidad de ratas se estaba volviendo una sola entidad monolítica.


Decenas de columnas se levantaron, y al formar pares y unirse en un centro surgieron torsos, de los cuales, a sus lados se formaron brazos, y un cuello desprovisto de cabeza.


Este conglomerado de pequeños individuos, habían formado decenas de gigantes, de los cuales unos pocos escalando las tuberías lentamente, y dirigiéndose al intersticio, comenzaron a golpear con sus gigantes puños los barrotes que los separaban de la superficie, mientras que otros levantaban los brazos y entonaban su canción susurrante casi como una plegaria por buenaventura.


Eventualmente, y a medida que más gigantes de ónice se adentraban por los tubos verticales, comenzaron a escucharse estruendos y el bullicio que hace cientos de años habían dejado de sonar. Y seguido de esporádicas lluvias de sangre dorada y restos de una grisácea ambrosía cayendo por el ahora agrietado techo de su universo, rayos de luz iluminaron las alcantarillas, ungiendo a los gigantes sin cabeza, presentándoles un nuevo universo que colonizar y conquistar.


4.5 (2)
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Avatar de dan-da-daniel
dan-da-daniel 2025-06-03 00:03:54

interesante relato, disfrute leerlo con música de fondo. el como describe desde la supuesta visión de las ratas sobre su universo oscuro es terrorífico 🚬

Avatar de yamifernan
yamifernan 2025-06-02 20:14:55

Un relato escalofriante de primer nivel. El susurro constante es un recurso bien logrado que se siente por toda la trama. Una historia muy original.