fictograma

Un cosmos de palabras y ficción

239.451 Vistas
Un Fragmento sin estructura: Capítulo 7 - Fictograma
novela

Un Fragmento sin estructura: Capítulo 7

Avatar de K_Lepónce

K_Lepónce

Publicado el 2025-06-21 20:53:28 | Vistas 103
68571bc8d9450_Picsart_25-06-21_17-18-22-069.jpg
Comparte en redes sociales
“Antes me aterraba la idea de la muerte. Ahora sé que es solo otro fragmento de la vida, uno que nosotros mismos separamos por miedo a lo desconocido. El problema es que las despedidas no siempre están predestinadas: a veces atacan sin avisar.Aún, sigo preguntandome cosas..”

A veces los días no parecen distintos.
Levantarse, limpiar, servir café que no bebo. Contestar preguntas del departamento que no importan.
Algunos rostros se repiten en los pasillos; otros, simplemente flotan.
El calendario colgado junto a la recepción va perdiendo significado.
Solo el olor a humedad y el crujir de la escalera me recuerdan que el tiempo de la néctimera vida continúa ahí.

Mí miedo ya no es tan persistente,

Carter (el gerente) hablaba poco.
Cuando lo hacía, sus frases sonaban a instrucciones sencillas o fragmentos cotidianos de la vida:

—La mayoría no aguanta más de un mes aquí.
—Bien hecho, chico. La mayoría en este lugar es bastante terca, pero tú… tienes entusiasmo.
—¿Quieres pasar la mesa con nosotros?

A veces llovía por semanas.
El agua bajaba por los techos con esa calma que tienen las cosas que no necesitan demostrar nada.
Él miraba por la ventana mientras se secaban los pisos.
Y en esos días empecé a sentir algo nuevo: una extraña forma de quietud que no era resignación, sino tregua.

El celular que me prestó uno de los huéspedes —Conocido como Delgado, con ojos que parecían haber visto más noches que días— me lo dió para mantener contacto con alguien fuera de este lugar.
Ejemplo: mi madre, que sabía poco y nada de mi nuevo paradero.

Tardé más de dos semanas en escribir un solo mensaje.
Tardó otros tres días en enviarlo.

> “Estoy vivo. Tuve un accidente. No quiero hablar. Solo necesitaba que lo sepas.”

No hubo respuesta.
Pero eso ya no importaba tanto.

Aprendí más sobre el compañerismo: Ayudaba con cajas, el delgado de ojos saltones me conseguía trabajos de medio tiempo —envíos de mercadería, vigilancia en sectores del pueblo, cosas así.
Dejé algunos hábitos.

Carter se cortó el pelo él mismo con una navaja oxidada que encontró en el fondo de un cajón.
Se cortó la oreja. Y se rió.
Seguramente se rió por inercia.

El tipo que me cayó bien: Demián, nombre sin historia pero con buena onda— Suele acompañarme en la limpieza de los vidrios o en la cocina.
Habla poco, pero suficiente.
Parece que los sábados y domingos conversaba bastante con la ancianita de la habitación 05: una de las residentes más antiguas del lugar.
Él escucha pop triste a bajo volumen.

—¿Te gusta el pop? —Me preguntó mientras arreglaba la puerta principal, con el cigarro incrustado en la boca.

—Eh… sí. Aunque no soy muy fanático que digamos —Contesté sin rodeos.

—Te diré algo —Volvió a decir—. Escuchá Lluvia Púrpura, amigo… Lluvia Púrpura.

Departamento 12 – Entre trapos, polvo y voces sinceras

Por las noches el insomnio me afectaba de forma visceral... Veía siluetas, figuras; deformadas físicamente, Sonidos y chirridos que me subían en alerta.
Pero... ¿Porque creo en esto?

Cada día me encontraba haciendo algo distinto: lavar las ventanas del comedor común, cambiar bombitas de luz, ayudar a la señora Clara (del 1ºB) a subir las bolsas. En esas rutinas chiquitas descubrí que la vida también se construye desde la repetición.

—¿Tú también estás escapando de algo? —Me interrogo Demián al subir las escaleras, el chico de la 3ºA, mientras pelábamos papas para una cena comunitaria improvisada.

No respondí enseguida. Lo miré a los ojos, ese tipo de ojos que no esperan respuestas, sino verdades sin decir.

—No. Creo que estoy dejando que algo me alcance. —Respondí.

Él soltó una sonrisa sinuosa y brindó con una botella de gaseosa.

Fue el primero en enterarse de mi nombre real. De algunos eventos de mí vida. De las noches en vela. Me prestaba libros de una biblioteca que armaba en su armario. Según el, discernir en la lectura era una complementación acrecentora.

Mes 2 - El llamado en el primer día:

—Hijo... ¿Cómo has estado?— Exclamó con angustia apenas atendí con el teléfono.— Había cambiado de número, y estaba muy preocupada.

—Sigo vivo madre.— Recuerdo haber contestado de manera frívola pero certera.

Ella no dijo nada durante varios segundos. Respiró. Luego, una frase que no me esperaba:

—Te soñé con barro en los zapatos. Y con un papel en el bolsillo.

—¿Un papel?

—Sí. Como una nota... que decía “volver”.

No sabía cómo continuar la charla; quizás, el tiempo que pase aquí fue lo suficiente para perder esa confianza social con ella. Es por eso que segundos después, colgué la llamada sin agregar mucho más. Lo importante, es que ya estaba al pendiente de mí estado.

La relación con Carter, el gerente, se volvió una suerte de convivencia muda. Él me dejaba encargos escritos, yo le respondía con pequeñas mejoras al edificio: Arreglé el grifo del baño del hall, pinté una pared agrietada, barrí techos que no eran míos. Supongo que se dio cuenta: No hacía esas tareas por necesidad, sino por pertenecer, aunque fuera por un  tiempo espontáneo.

—Me recuerdas a mí sobrino—Me dijo una vez, dejándo una caja con herramientas—. Él también era bueno arreglando cosas que no le pedía.

—¿Y dónde está?

—En otro lugar. Supongo que tratando de arreglarse a sí mismo.
..

Las noches ya eran distintas,
El insomnio nocturno ya no era consecutivo.
Descansaba mejor.
En ocasiones salía a ejercitarme con el delgado en los parques; además en mis trabajos de vigilancia que me proporcionaba Delgado, obtenía consejos
espontáneos.

Una noche de lluvia persistente, Carter invitó a cenar en la mesa común.
Se sumaron cinco del departamento: Demián, la anciana del 05 (Que se llama Cora), el delgado de los ojos saltones, y su primo y prima.
Comimos arroz con algo que ya no se distingue bien.
La conversación fue mínima, pero había gestos. Gestos que observa con un profundo análisis en mí interior.
Cora contó que había sido enfermera.
Damián escuchaba mientras comía pan con las manos; Probablemente intrigado ante la conversación, pero también hacía el hambre.
Carter miraba puntos fijos de la pared mientras agregaba algunas palabras cada tanto.

No hablámos mucho.
Pero en el silencio, cada uno parecía entender que ese arroz tibio y esa mesa con platos desparejos eran una forma de hábito saludable.
Quizás formán parte de algo, aunque sea en silencio.
No era necesario decir cosas importantes.
Simplemente el aspaviento de compartir templanza en lo rutinario.

Habían pasado más de noventa días;
mis heridas ya habían cicatrizado por completo.
El mes anterior, volví al hospital para que Gustav me quitara los puntos de algunas zonas.

—¿Y tienes planeado algo ahora? —Preguntó mientras se colocaba los guantes.

—Quizás sí, quizás no. ¿Y usted, doc? —Respondí con cierta confianza.

—Jumm —Ejectó un sonido calmo—. Tal vez me tome unas vacaciones de luna de miel con mi esposa... que ni siquiera aún es mi esposa, jeje.

—Me alegro por usted.—Acote con vasaje.

Mientras retiraba los puntos, el día transcurría con esa calma discreta de las últimas veces.
Hasta que llegó el momento de irme de la sala:

—Bueno, jovencito —Exclamo al final, mientras se quitaba los guantes—. En caso de que esta sea la última vez que nos veamos… fue un gusto conocerte.

No consteste. Solo coveni con una mueca. Algunas despedidas no piden palabras, solo gratitud muda.

En una cena casual entre los huéspedes, Demián comentó que regresaría a la ciudad; la misma ciudad en la que estuve siempre.

—Si quieres puedo llevarte "—". ¿No te gustaría? —preguntó confiado.

Lo pensé unos segundos. ¿Por qué debería volver?
Pero, ya habían pasado varios días.
Económicamente estaba estable, conseguía varios trabajos con Delgado; algunos un poco extravagantes, pero beneficiosos en lo personal.
Y tal vez... no estaría mal echar un vistazo, aunque sea por última vez...

Fue ahí donde, con la mirada, le dije: “Sí, llévame a ver qué tal.”
Y Carter, con alegría y a la vez resignación, aceptó que pronto me iría.

Última noche en el departamento:

Era de madrugada, y el pasillo tenía ese brillo sinuoso que solo dan los tubos fluorescentes cuando titilan sin decidir.
Me senté en la escalera de servicio, simplemente escuchando el ruido blanco, las sombras, la noche.

En la pared, como si fueran recuerdos que me estuvieran espiando: era Carter.

—¿Noche complicada?

—No tanto.

Asintió con una sonrisa, y volvió a su lugar.

A lo lejos, el ruido constante del agua bajando por las canaletas.
Pensaba en las cajas que me regaló Rodrigo en ese último encuentro que tuvimos.

> Probablemente te sirva.

No por lo que tenían; Algo de ropa, libros, unos billetes doblados. Sino por lo que no dijeron.
Ni él, ni yo supimos cómo despedirnos.

Ahora... quizás ya ni siquiera esté en este pueblo.
Probablemente se haya mudado.
O quizás esté con alguna chica.
O tal vez volvió a ese ambiente fúnebre de la guerra.

> “Lo que no se habla… no se pierde”, pensé.
Y me gustó.
Sonaba frío.
Sonaba útil.

Alguien tosió en el cuarto 3C.
La anciana Cora dejó su radio encendida otra vez.
Carter roncaba como un motor viejo en la oficina.

Yo solo seguí disfrutando del ruido.
Un círculo, otro.
Mi silueta se deformaba, y me gustaba más así:
distorsionada. Indefinida. Sincera.

—¿Estás despierto? —Susurró una voz detrás.

Demián.
Tenía una manta sobre los hombros y los ojos hinchados como si no durmiera desde octubre.

—Mi cerebro siempre está despierto de algún modo —Le respondí.

Se sentó a mi lado sin decir más.
Compartimos el silencio como se comparte un cigarrillo apagado:
sin necesidad de encenderlo, sabiendo que ya cumplió su función.

—¿Tienes miedo de volver? —Preguntó.

—No. Tengo miedo de no encontrar nada diferente cuando vuelva.

Después no dijo nada más.
Solo disfrutó del silencio oscuro.
De mí parte Miraba cómo mi sombra se agrandaba, se achicaba,
se convertía en algo más

Al día siguiente se acercó en su auto viejo —un Fiat verde musgo— y me hizo un gesto sin palabras. Lo acompañaban sus dos perras, Miga y Niebla, echadas en el asiento de atrás.

—¿Listo? —Preguntó.

—Quízas si.

Puse mi mochila en el asiento y subí. Cuando el auto encendió, la radio sonó sola con canciones de los 80.  Una de ellas hablaba algo sobre trenes que no vuelven y promesas que sí.

Mirando el retrovisor, vi como el edificio se disbujaba en la distancia mientrás Carter se despedía en la puerta con la mano.
Sentí que parte de mí se quedó alli, pero otra parte —la que importaba— se ponía en marcha.

“Será un viaje largo” Exclamó con entusiasmo.
Con eso bastaba para saber que habría horas de mucho motoreo.
No presté tanta noción al camino; quizás algunas conversaciones entrelazadas con él, y nada más.
Realmente no quería saber específicamente, con qué mísero objeto regresaba a la ciudad.
Probablemente algún pendiente; alguna visita o algo más.

Habían pasado más de tres horas de viaje.
Quizás la poca relevancia de lo que pasaba frente a mis ojos no me interpelaba...
Hasta que lo vi.
Nos adentrábamos por una pequeña ruta: un cementerio.

Algo hizo un extamix en mí —no sabría cómo explicarlo—.
Ya me tenía dos certezas: estábamos cerca de llegar a la ciudad, y también… sabía quién habitaba allí.

—Pará el auto, por favor.— Salieron esas palabras de mi boca.

—¿Qué? ¿Qué sucede? —Preguntó confundido, volteando al ver mi mirada seria.

—Tengo un asunto que resolver. ¿Me das unos 20 minutos de descanso allí? —Dije, señalando el cementerio.

No era necesario preguntar más. Ese señalamiento era suficiente.
Él entendía.

—Te daré 30 minutos... A veces, unos minutos de más sirven.

Bajé del auto.
El cemento frío bajo mis zapatos.
Y me adentré por el portón de los cuerpos fúnebres.

El sonido de las hojas al ser pisadas… casi como un ambiente de otoño.
El aire recorriendo cada umbral.
Sentía una tranquilidad excesiva, exagerada, mientras daba cada paso lento.

Demián solo me esperaba afuera del auto,
fumando un cigarro como reloj de descanso.
(Él tenía esa descomunal manera de calcular el tiempo con la lentitud y precipitación de sus caladas.
Así que, cuando se acabe ese cigarro… significará que pasaron los 30 minutos.)

Cada tumba: Nombres interesantes, descripciones, fechas.
Me gustaba. Me agradaba estar aquí, por alguna razón excéntrica.

Y entonces lo vi: Luan Equímedes Monrowe.

Me quedé observando su tumba en un tiempo indefinido.
Cada detalle, cada grieta de cemento compacto; cualquier cosa que se me viniera a la mente.

—Disculpame si jamás te he visitado, Luan —Expresé  vigorosa mente, sin resentimientos ni tristeza—. Tal vez no soy de ir a los cementerios…
Pero ahora he cambiado de opinión.

Algunos recuerdos se desbloquearon.
Como aquella vez que rompiste accidentalmente una botella de whisky en el supermercado;
Tuvimos que pagarla entre todos los chicos.
O aquella vez...

> —Oye, amigo… ¿cómo va todo? —Preguntaste de lejos, mientras los otros dos jugaban al fútbol.

—Nada. Simplemente me siento mejor estando sentado aquí.

—Jumm… entiendo —Te sentaste también, sin dudar—. ¿Y cómo te han ido tus ventas escolares?

—¿A qué te refieres?

—¡Las ventas! Ay, ¿ya se te olvidó? —Reías—. Carajo, y yo que creí que era el único viejo con falla de memoria... El mes pasado te alistaste para vender cosas de la escuela, para invertir en la biblioteca ya sabes.

—Ah, cierto. Tienes razón, Luan. —Contesté, desinteresado—. Emm... creo que ya vendí todo. Así que… Ts.

—Eso sí es compromiso, amigo… eso sí es compromiso —Me tocaste la espalda con complicidad—. ¿Te digo algo? A diferencia de ti, todos somos menos perseverantes. Más sosos.
Por eso, de algún modo, eres un buen equilibrio en el grupo. Además… nunca olvidé tus idioteces curiosas, jeje.
...

Quizás tenías razón.
Tal vez fui yo, en parte, quien no tuvo noción de tus acciones.
Tal vez podría haber aprovechado mejor tu existencia, tu forma; una mejor confianza, mejor amistad.
Ahora que lo pienso...
Fuiste el único del grupo con el cual alguna vez he salido solo.
Casi como una salida entre dos que se entienden sin decirlo.

Recuerdo una tarde.
Querías ir al cine, ver la tercera parte de esa película.
Pero el presupuesto no alcanzó más que para las palomitas.
Y fuimos igual.

Eso significa que…
Nos hemos congretado diez veces.
Mmm..

Toco la tumba con mis manos; ese cemento frío y intrepido. Con dos flores secas subyacentes..

—Gracias por todo, amigo. Prometo visitarte unas nueve veces más antes de mi muerte.— Proferi con templanza y firmeza.

Me senté al lado de la tumba.
No había nadie más en ese rincón del cementerio. Solo el sonido del viento arrastrando hojas, y ese crujido leve de ramas que parecían exhalar algo.

Apoyando los codos en las rodillas, dejé que mi mente hiciera lo suyo, mientras una melodía silenciosa se colaba en mí mente.

Recordé una tarde cualquiera, después de terminar sexto año.
Luan había esquivado unas clases optativas y, en su lugar, tomaba una soda a la orilla del río. Tenía esa confianza rara, difícil de imitar. Se reía como si el peso del mundo no le perteneciera.

—¿Y vos? ¿Qué planes tenés para el futuro, caballero? —preguntó con tono burlón, como si el futuro fuera una película repetida.

—Mmm... cosas simples, Luan —respondí, mirando el cielo y los autos que cruzaban por la calle del otro lado—. Nada que entusiasme demasiado.

—¡Dale, hombre! Siempre hay algo. Aunque, siendo franco, odiaría ser astronauta. Imaginate quedar varado en el espacio... ¡una locura! —largó una carcajada—. Capaz que cuando tenga treinta, me veo armando un local de ventas... o una empresa, ¿quién te dice? —bromeó, entre sueños y soda.

Y yo, fiel a mi forma, solo levanté las cejas.
Curioso, sí. Pero sin saber cómo responderle a alguien que ya estaba diseñando un futuro.

Otra escena volvió sola: los dos jugando a las cartas en una reunión aburrida del grupo, mientras los demás hablaban de planes que nunca iban a cumplir. Él me miraba y decía:
—¿Algo nuevo que contar?

Yo no contestaba. Solo alzaba las cejas, con esa frivolidad que me protegía de todo.
Ahora... me pregunto si él ya sabía algo que yo no.

No es que el cuerpo se aliviane. No siento eso.
Solo quiero quedarme un rato más acá.
Un rato más.

Toqué una vez más la piedra.
—Nos vemos, Luan.
Y me levanté.

Caminé unos metros más, sin apuro.
A veces no se necesita una gran escena para cerrar un ciclo.
A veces alcanza con pararse frente a una tumba y decir “gracias”... supongo.

Al salir, Demián seguía calando el cigarro, ya por el tercio final.
Me miró de reojo. No preguntó nada.
Solo abrió la puerta y volvió a encender el motor.

—¿Todo en orden? —Preguntó.

—Sí, todo excelente. —Observé el cigarro en su mano—. Por lo visto tardé menos de lo previsto.

—¿Qué dices? Este es el segundo cigarro que fumo.—Sonrió levemente mientras arrancaba el motor.

El camino de vuelta tuvo música nuevamente, pero no muchas palabras.
Solo un “ok, regresemos a la ciudad.”

Ahora, tocaba volver a releer algunas cosas...



5.0 (1)
PDF Enlace adjunto novela

Más de este autor

Ilustración de R.E.P.O.X: La virgen de la humanidad

R.E.P.O.X: La virgen de la humanidad

El día comenzó sin sobresaltos. A las 06:40, Flitz Aragón ya estaba operativo, como cada jornada desde su llegada. No...

Ilustración de Un Fragmento sin estructura: Capítulo 4

Un Fragmento sin estructura: Capítulo 4

"Hey... hey, ¡hey! No te vayas, despierta. ¡HEY!"11:30 PM - Tren en dirección al Valle del Sur:Mm, parece que me...

Ilustración de Un Fragmento sin estructura: Capítulo 10

Un Fragmento sin estructura: Capítulo 10

“Antes me aterraba la idea de la muerte. Ahora la acepto como un régimen natural de la vida que aún...

Ilustración de Un Fragmento sin estructura: Capítulo 11 [EPÍLOGO FINAL]

Un Fragmento sin estructura: Capítulo 11 [EPÍLOGO FINAL]

“Y por último, pensé en mí. Lo más importante: mi propia vida. Y cómo sería yo en seis años. Solo......

Ver todas las obras
Avatar de Vara
Vara 2025-06-22 09:15:51

El encuentro de Gus y la tumba de Luan es triste. Aparte, tengo Purple Rain de fondo de Prince. Calzó al 100%. Aunque a mí me gusta más "Cream"