fictograma

Un cosmos de palabras y ficción

239.453 Vistas
Un Fragmento sin estructura: Capítulo 9 - Fictograma
novela

Un Fragmento sin estructura: Capítulo 9

Avatar de K_Lepónce

K_Lepónce

Publicado el 2025-06-23 03:54:42 | Vistas 79
6858d00238bfd_Picsart_25-06-22_21-43-21-400.jpg
Comparte en redes sociales

“Antes me aterraba la idea de la muerte. Ahora pondero y calibro cada día al despertar; noto detalles que otros desvelan recién en un funeral. Soy testigo de versiones de los hechos que a veces ni siquiera reconozco como propios.”

Había pasado unos cuantos días, casi una semana de hecho.
No puedo llamar a esta casa “Hogar”, aunque, al menos, ya había aprendido a moverme sin chocar con los bordes.
Compartíamos alguna charla sin peso, y a veces Robert cocinaba platos que —Según él— había aprendido viajando por el norte.
Era un tipo simple, correcto. Tenía ese tipo de humor que no incomoda, y una perseverancia nata.

En el primer día Robert cocinó arroz con atún. Se le pasó un poco la sal:

—Soy mejor cambiando lamparitas que cocinando —Parloteó entre carcajadas.

Mi madre se rió también.
Yo solo asentí con una leve sonrisa apócrifa. Pero me comí todo. Así que… supongo que no estaba tan mal.
Quizás por educación, o por costumbre.

Más tarde, caminé por la ciudad e hice algunos trabajos livianos.
En el paso saludé a una figura a lo lejos:

Un anciano que contemplaba todo lo que transitaba en la calle; incluso hasta una hoja.
De pié detrás de la puerta de su local; que parecía muy exigua, con letreros de madera tallados.

—Buenos días, Don.— Vociferé, saludando con la cabeza mientras trotaba.

—Buen día, joven. ¿Cómo le trata el día hoy?

—Todo caudal, creo —Respondí, sin detenerme del todo.

Asintió despacio, con una sonrisa apenas visible.
Después volví a mirar el cartel del negocio. Nunca entendí bien qué vendía.
Quizás nada; quizás solamente observaba.

Día 2:
En la televisión daban una novela vieja, de esas con diálogos acartonados y música melodramática.
—Esta la veía con mi abuela —Comentó Robert, cruzado de piernas.
—Yo también —Respondí, sin pensarlo mucho.

Mi madre parecía estar más liviana con él cerca.
Por mi parte, solo observaba. Sin participar del todo, pero tampoco oponerme.
No eran días felices, pero tenían una certeza de neutralidad.

-----

Al tercer y cuarto día estuve ocupado haciendo algunos trabajos menores que conseguí por contactos. Caminé por los bordes de la ciudad, ejercité un poco el cuerpo y fui al supermercado.
—¿Alguna cosa para elegir en la merienda? Algo que te guste —Me ofreció Robert, como si tuviera diez.
—No hace falta —Le dije, respetuosamente.

En la caja se le cayó una moneda. Se agachó rápido, como si no quisiera molestar.

Lo encontré luego arreglando el grifo del baño. Nadie se lo había pedido.
—Goteaba desde hace semanas. Seguro ni se notaba —Murmuró.
—No lo noté, no.
—A veces pasa —dijo.
Y siguió trabajando como si nada.

Día 5
Mientras corría por la ciudad, me crucé con la otra chica.
La que venía acompañando a Nadia aquel día.
—¡Hola! —Musitó, saludando con la mano.
Le respondí con el mismo gesto, de reojo.

Ese día llegué tarde a la casa de mi madre porque una anciana había tenido un accidente en medio de la avenida.
Por fortuna, había parientes cerca. Así que creo que pudieron atenderlo antes de tiempo en la ambulancia... Eso creo.

En el sexto día estuve revisando un poco la caja que me había dado Rodrigo.
Usé algunas prendas. El dinero lo tenía guardado, por si acaso.
Al oscurecer, trabajé todo el día como vigilancia en un local; mismo local el cual saludé aquél viejo.
Un local curioso.
Nunca entendí bien qué vendían.
Solo me limité a estar ahí, con ojo de halcón, en una jornada sin demasiado que destacar.
----

Había pasado exactamente una semana.
Caminando sin trayecto fijo, el cielo estaba cubierto de nubes. Por cierto: ¿saben cuánto pesan las nubes? Toneladas, debido a la cantidad de agua retenida que contienen.
¡Vaya! Serían como asteroides estáticos.

Llegué a la plaza donde solía ir de chico.
Vi pasar familias, adolescentes en bici, un tipo paseando a un perro viejo.
Todo mientras yo estaba allí, como espectador.

—¡Ey! —Me dijeron desde atrás.

Era Nadia, otra vez...
Con ella venía la chica de antes, y el chico de más.

—¿Qué hacés por aquí tan solo? —Preguntó ella, con esa falsa calidez típica de quien busca algo.

—Nada, solo paso el tiempo —Contesté, sin levantarme del banco.

—Esta noche vamos a hacer una fiesta —Volvio a decir el chico, entusiasta—. Música, algo para tomar, un poquito de azúcar... ¿qué te parece? Jeje.

Dudo que vendan dulces como niños, estoy bastante seguro de a qué se refiere.

—Gracias, pero paso —Respondí sin rodeos, sin sonar antipático.

—¿Siempre tan ermitaño? —Bromeó con confianza.

—No es ermitaño. Es... raro —Acotó Nadia, como si creyera conocerme de un pasado que yo ya no registro.

—Bueno, si te arrepientes, ya sabés —Agregó la otra chica—. En la esquina del club, mañana a las 10.

Asentí con una media sonrisa que no significaban nada. Y luego se fueron con risas que no compartí.

Volví a mirar el árbol frente a mí; tenía una rama caída, rota pero aún colgada.
No sé por qué pensé que eso también me representaba.

Me levanté y caminé de regreso.

A la noche, Robert había preparado té de tilo. Me ofreció una taza.
Acepté, más por rutina que por gusto.
Nadie mencionó la fiesta.
Y así fue mejor.

Más tarde volví a trabajar como vigilante en el local.
Es irónico, porque no soy un monstruo corpulento, pero supongo que tengo buena mirada. una visión excepcional dirían.

—Buen trabajo, muchacho —Repetía siempre el ancianito del local.

Quizás buscaba guardias por miedo a represalias o robos. De todas formas, era buena paga.

Al día siguiente me desperté tarde. No por cansancio, sino por costumbre.
Había algo raro en el aire. No era peligro… pero sí ese tipo de silencio que parece estar por contarte algo.
Ya sé: aburrimiento.

Robert había salido temprano con mi madre.
Yo me quedé desayunando solo. Café con pan duro: la gloria.

Por la tarde pasé por el local.

—¿Otra vez por aquí, muchacho? —Me dijo el viejo desde su silla, leyendo el diario como si fuera la Biblia.
Tenía esa cara de señor que tuvo mil vidas, pero en versión silenciosa.
No daba miedo, pero uno sabía que era mejor no hacer demasiadas preguntas.

—Hoy es probable que no trabaje —agregué—. Pensé que debería decírselo.

—¿Planes de sábado?

—Algo así. Puede descontarme el sueldo, si lo desea.

En un silencio de unos segundos, agarró mis manos lentamente y, frunciendo una mirada de sabio, dijo:
—Muchacho... no es necesario. Disfrute. —Y me dio unos billetes.

El viejo me miró con sus ojos achinados, de esos que parecen ver las cosas antes de que pasen.

—Diviertete, pero vuelve entero —Comentó, con ironía.

Asentí con una leve sonrisa.
Quizás entendía más de lo que parecía.

Volví a casa, me bañé, me puse algo medio decente (gracias, Rodrigo, por la ropa heredada), y salí sin decir mucho.

La fiesta era en la esquina del club, como habían dicho.
Desde lejos ya se escuchaban los graves.
Música electrónica —algunas modernas, otras viejas—, luces de colores, y algunos colgados en la vereda fumando o besándose.

Entré por pura curiosidad. No estaba ebrio, ni loco, ni triste... Solamente aburrido.
Y a veces, el aburrimiento también te hace social.

—¡Mirá quién vino! —Gritó el chico, alzando un vaso de plástico.
—Llegaste —Dijo Nadia, la misma que antes me había ofrecido “azúcar”.

—Sí, bueno… tenía tiempo —Respondí.

—¡Ven, sirvete algo!

No pregunté qué era, tampoco tomé mucho.
Preferí un vaso con hielo y algo que supiera más a agua que a delirio.

La música seguía.
Gente bailaba, reía, se empujaba, se besaba.
Yo observaba. A veces con una leve expresión para disimular.

Una chica se sentó en la escalera del costado. La misma que había visto con Nadia y el chico. O eso creo.
Noté como miraba a Nadia con una especie de complicidad fuerte. Sí, definitivamente era ella.

22:45 PMv

—¿Todo bien? —Pregunté en el paso.

—Sí, solamente descansaba un poco —Respondió sin moverse.

Tenía esa cara extenuada, como si arrastrara algo. Tal vez algún conflicto emocional... o simplemente saturación del ruido.
El silencio entre ambos duró unos segundos. Silencio metafórico, claro. Esto era una caja de bichos haciendo ruido.

—Por lo visto accediste a la petición, al final —Volvió a hablar la chica.

—Así es. Para ser franco, estaba aburrido.

—¿Jajá, solo por eso?

—Sí —Argüi con una mirada simple—. ¿Y tu? ¿Eres de salir seguido o fue casualidad?

—Depende —Dijo encogiéndose de hombros—. Si me cae bien la gente, voy. Hoy tenía ganas de distraerme.

—Lo lograste al menos un rato.

—Mmm... más o menos —Respondió riendo por lo bajo—. ¿Cuál es tu nombre?

—Prefiero que adivines.

—No tengo cara de adivinadora hey, Pero te tiro una: pareces de los que se llaman Tomás o Julián.

—Ninguno. Pero son nombres decentes.— Consteste con una mueca sarcástica.— ¿Y tu? Como te llamas.

—Mi nombre es Katrina Tilley —Dijo mientras estrechábamos las manos.

—Un placer conocerte, Katri.

Minutos después, caminamos hasta la vereda para tomar aire. El ambiente ya era demasiado sofocante, como si todos transpiraran la misma música.

—Siento que todos están bailando la misma canción, incluso cuando no suena —Acoté, medio al aire.

—¡Exacto! —Saltó ella, sorprendida—. Justo pensaba eso. Es como un trance colectivo. Me asusta un poco.

—Y te divierte un poco también, admitilo.

—Sí, claro. Pero está bueno salir un rato del enjambre. Me gusta hablar así, entre ruidos.

Nos sentamos en un cordón. Pasaron dos chicos corriendo, uno se tropezó y el otro se reía como si hubieran ganado algo.

—Eres raro —Vociferó Katrina, sin juzgar—. Pero de los raros que caen bien.

—¿Y tu? Tienes aire de persona que escribe frases en la última hoja del cuaderno.

—¿¡Cómo supiste eso!? —Preguntó exacerbada entre risas.

—No lo se, pura intuición quizás. Esa forma en que hablás y tu modo de sentarte… como si esto fuera una simple anécdota que buscar anotar.. Lenguaje corporal.

Se quedó callada, mirándome, medio entre divertida y alzada de cejas.

00:02

Volvimos a entrar. Ya había más gente de lo recomendable. La música era un loop.

En la cocina, alguien había armado una torre con vasos vacíos y otro chico hablaba solo mirando la heladera.
Nos sentamos en una esquina.

—¿Sabes lo qué pienso? Que la gente se disfraza en estos lugares. No físicamente, si no de sus personalidades. Como si todos fueran actores con un solo guión.

—Y a ti… ¿qué papel te tocó?— Pregunto ella con complicidad.

—Pues.. no sabría decirlo ¿El charlatán de fondo que desaparece cuando vuelve la música? —Dije expresivo de risas, y excentricidad.

Asintió con una mueca confusa, quizás un "Buen punto.”

Volvimos a salir, está vez en el patio del club. El aire era un premio.
Nos quedamos en silencio unos segundos, mirando el cielo.

—¿sabes que que las nubes pesan toneladas? —Comenté, como quien lanza una piedra en un lago.

—¿Sí? Qué loco. Siempre las pensé como algodones ligeros.

—En realidad cargan mucha agua. Como nosotros, que parecemos livianos pero llevamos lo nuestro.

Me miró con una grumosa seriedad por un segundo. Después bajó la cabeza:

—Tienes frases de cierre de capítulo. ¿Siempre hablás así?

—Solo cuando la noche me deja.

Nos quedamos ahí, un rato. Ni promesa. Pero sí una especie de pacto invisible.
De esos que no se firman pero se sienten ligeramente.

De pronto, en medio de toda esa calma, uno de los chicos interrumpió mi tranquilidad. Era Axel, la pareja de Nadia, el mismo que había insistido en invitarme a esta fiesta. Sí, en medio de las conversaciones y boicoteos, había alcanzado a escuchar su nombre.

—¡Hey, compadre! Ven unos segundos, tenemos ofertas —Me dijo, agitando la mano.

Miré unos segundos a Katrina, que me devolvió una mirada tranquila, y me fui hasta allí con la misma actitud de siempre. Me llevó hasta un rincón, casi una habitación al fondo del club.

—¿Qué sucede, Axel?

—¡Mirá las ofertas que tenemos, bastardo! Oye... ¿cómo supiste mi nombre? Bueno, no importa. ¡Deme si esto no es un ofertón! —Soltó eufórico. Estaba claro que no había consumido solo alcohol

Al abrir la cajita de metal, mis certezas fueron claras: pastillas, papeles, gotas en frascos sin etiquetas. Lo que sea para volar, flotar o morir en tu mente.

—Ja, ya te dije que esto no es lo mío. Agradezco tu oferta, pero no voy a comprar drogas.

—Bah, qué marica —Masculló uno de ellos.— Vienes a una fiesta y no prebas lo mejor.

Giré lentamente la cabeza, confundido:

—No te conozco, no sé quién eres y tampoco me interesa tu existencia. Por favor, disculpate por haberme faltado el respeto.

—¡Yo no tengo que pedir disculpas a nadieee! —Parloteó, con un ego por las nubes—. Para eso, la próxima mejor ve y corre a llorar por ahí.

—Solo demuestras tu vil y mísera hombría con esto. ¿Es tu amigo, Axel? —Pregunté, señalándolo. Pero él no estaba lo suficientemente consciente como para responder; solo balbuceó Nadia.

El sujeto ya estaba a la defensiva, acercándose de frente. Siempre detestaré que hagan eso las personas.

Lo miré fijo. Sin miedo, sin odio. Solo con ese tipo de mirada que uno afila cuando ya no tiene ganas de discutir:

—No te acerques más. No tengo ganas de herir a nadie
Esta noche —Dije con un tono tranquilo mientras los demás sujetos aullaban de chirridos insoportables.

El tipo se detuvo un segundo, dudó... y sonrió con esa mueca de idiota que quiere medir fuerzas:

—¿Ah sí? ¿Y si me acerco qué sucede, campeón?

Hubo un instante de esos donde el tiempo se estira. El aire se tensa.
Pero uno de los otros chicos —Más lúcido— lo frenó con un brazo y le susurró algo como “Dejalo, está loco”. No supe si lo decía por mí o por él.

Aproveché el momento y me alejé por hastío.
Al salir, Katrina estaba en el patio.

Hasta que en mí hizo clic nuevamente...

Tenía los puños cerrados. No temblaban: estaban firmes, listos.
Mi respiración se volvió una línea recta, como si todo lo demás dejara de importar.
Estaba decidido. Esa clase de impulso que no se discute, que se impone.

Antes de ir al patio por completo, me detuve.
En medio de todo.. me adentré otra vez en el club. Caminé firme, lento. Cada paso parecía anunciar algo.
No escuchaba la música. Ni las voces. Iba decidido a accionar en donde sea que se encontrará ese sujeto. Como en aquellas otras ocasiones: el bullying, el ladrón, entre otros.
La misma energía. El mismo temple.

Hasta que… un ruido seco, brutal, se proyectó casi desde afuera.
Seguido por gritos.

Me detuve, desconcertado en la sala donde estábamos todos. ¿Qué sucedió?

—¡Dios! ¡Se cayó! —Gritó alguien desde adentro.
Corridas. Voces agudas. Llanto de fondo.

Me acerqué a la otra pared de la sala del club, donde había una pequeña ventana que daba a la calle. Desde allí lo vi:

El cuerpo.
El tipo, Ese idiota.

Boca abajo. Con una pierna torcida de forma incongruente y un hilo de sangre que provenía desde su cráneo de la vereda pavimentada.

Había caído desde el piso de arriba.
¿Como y cuando lo hizo? ¿Por qué? Nadie supo cómo.
Algunos decían que tropezó, ido por las drogas. Otros, que quiso hacerse el gracioso. O que simplemente estaba tan fuera de sí que no vio el borde.

¿La verdad? No me importó.
Al contrario: Me acerqué a ver su cuerpo con curiosidad en la ventana. Mientras todos en el club estaban exaltados, asustados, chillando como actores de reparto.

Volví la vista al frente. Katrina aún me miraba.
Ella también lo había oído.

—¿Qué pasó? —Susurró ella aún en el patio, sin esperar respuesta.

—Será mejor que te quedes ahí.

Y me senté en el marco de la ventana.
Mientras otros gritaban y corrían, yo solo miraba el cuerpo desde lejos sin modulación facial.
Quería observar su cabeza. Su mueca de horror antes de caer.
No sentía miedo; mucho menos pena.
Solo… satisfacción.

"Así se rompen los finales trágicos: por estupidez, no por destino."

Minutos después, llegaron las sirenas.
El azul y rojo se mezclaban con el reflejo sucio del club.
Algunos chicos lloraban; otros filmaban.
Yo me quedé ahí, quieto, al lado de Katrina, quien por suerte no fue a ver el cuerpo.

Un oficial se me acercó:

—¿Tú lo viste caer?

—No. Realmente no lo conocía —dije sin inflexión.

Me observó con la cabeza ladeada. Anotó algo en una libreta. No dijo más.

Luego, a cada uno de los presentes —incluyéndome— nos solicitaron los documentos, DNI y prueba de alcohol.
Respondí sin apuro, sin nervios ni culpa.
Ni siquiera me preguntaron dónde vivía.
Solo si había discutido con él.
Agregué que apenas crucé palabras.

—¿Seguro?

Asentí. Les devolví la mirada como si yo fuera el testigo del juicio, no ellos.
Uno de los policías me miró de arriba a abajo, casi con desprecio.

—Puedes irte, pero no te alejes de la ciudad por unos días. ¿Va?

Me encogí de hombros.

—Siempre estuve en la ciudad. Aunque no lo parezca, oficial.

Poco a poco, entre interrogaciones y desenlaces, se fueron yendo algunos miembros del club, mientras la policía inspeccionaba la escena.
Por mi parte, ya había dicho todo lo que tenía que decir.

Pero antes de salir, vi a Nadia. Lloraba, a unos centímetros de la puerta del club. Me llamó:

—¡Hey! —dijo. Y al acercarme, me abrazó.

No me gustan los abrazos. O al menos no los que no son genuinos. Y este... se sentía vacío.

—Esta debe ser la peor noche de los dos.

—Tu peor noche, Nadia —Expresé de forma frívola. Quizás hasta irrespetuosa ahora que lo pienso.

—¿Qué? ¡Fue el mejor amigo que he tenido! ¡Más que cualquier otro! ¿Te atreves a decir eso?—Escupió, entre histeria y bebida.

—Pero, Nadia... ni siquiera lo conocía. De hecho... no tengo interés —Dije, desconcertado y a la vez tranquilo.

—¿Qué? ¡¿Cómo puedes tener el corazón tan frío?! Tú no tenés a nadie, por eso envidiás a los demás. ¡Jamás sentiste la muerte de alguien! ¡Jamás!
Ese idiota del que dices, Manuel... fue el que mejor me había comprendido. Una verdadera amistad.

Un silencio se instaló. El aire fulminaba.
Los policías observaban, irónicamente confundidos.
Y yo... solo sentía decepción.
Decepción en su decrecido cambio.

—Amistad... si tan solo entendieras bien ese significado. ¿Y qué hay de Luan? ¿Acaso ya lo olvidaste? Él sí te comprendía —?e reservé unos segundos de pausa—. ¿Quieres que te cuente cuántas personas no llegaron a gritar, las víctimas del autobús? No llores porque murió alguien.
Llorá porque no supiste quién era en vida.

Toqué sus hombros, en un gesto de apoyo, y me fui.
Ella quedó ahí, en shock. Y volvió a llorar… quizás

Caminando, mientras reiteraba en mi mente las palabras crueles que le dije a Nadia, me preguntaba si realmente había dicho lo correcto, o si tal vez aún había ciertos aspectos sociales que mejorar..


En el camino de la noche me reencontré con Katrina en la esquina, lejos del tumulto.
No dijo nada. Solo me ofreció un cigarrillo.
No lo acepté.

—¿Lo viste caer? —Preguntó finalmente.

—No. Pero escuché el golpe. Y después… todo fue tan predecible.

Asintió en silencio.
Miró el cielo como si esperara otra caída.

—Bueno... ¿qué te parece si nos encontramos mañana? —Dijo, pensativa.

—Por supuesto.— Acordé.

Esa noche no dormí. No por culpa, sino por costumbre.
Volví caminando.
Volví a la casa de mi madre, a quien le comenté sobre el asunto en una llamada previa a antes de salir del club, cerca de la madrugada.

La ciudad parecía dormida y muda, como si le hubieran quitado el audio.

Entré sin hacer ruido.
Robert dormía en la habitación, mi madre sobre la mesa.

Tomé un poco de agua. Me senté en la cocina.

—¿Estás bien, hijo?

—Eh... sí, mamá. ¿Y tú? —Noté que algo no andaba bien mientras pensaba demasiado en la respuesta.

—Robert ha estado muy enfermo últimamente. Tiene un dolor de cabeza muy fuerte desde hace días... Necesito que mañana cuides la casa; voy a llevarlo al hospital.

Otro aire silencioso se instaló en el hogar.
Solo miré fijamente a mí madre; y las palabras que acababa de enunciar..

Otro nuevo espiral grave...


5.0 (1)
PDF Enlace adjunto novela

Más de este autor

Ilustración de R.E.P.O.X: La virgen de la humanidad

R.E.P.O.X: La virgen de la humanidad

El día comenzó sin sobresaltos. A las 06:40, Flitz Aragón ya estaba operativo, como cada jornada desde su llegada. No...

Ilustración de Un Fragmento sin estructura: Capítulo 4

Un Fragmento sin estructura: Capítulo 4

"Hey... hey, ¡hey! No te vayas, despierta. ¡HEY!"11:30 PM - Tren en dirección al Valle del Sur:Mm, parece que me...

Ilustración de Un Fragmento sin estructura: Capítulo 10

Un Fragmento sin estructura: Capítulo 10

“Antes me aterraba la idea de la muerte. Ahora la acepto como un régimen natural de la vida que aún...

Ilustración de Un Fragmento sin estructura: Capítulo 11 [EPÍLOGO FINAL]

Un Fragmento sin estructura: Capítulo 11 [EPÍLOGO FINAL]

“Y por último, pensé en mí. Lo más importante: mi propia vida. Y cómo sería yo en seis años. Solo......

Ver todas las obras
Avatar de yamifernan
yamifernan 2025-06-23 08:28:00

Pobre Gus, las circunstancias adversas lo persiguen. El chico con el que discute se cae de una ventana, y después Robert cae enfermo...