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Caleidoscopio - Fictograma
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Caleidoscopio

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umbral_blanco

Publicado el 2025-08-24 02:50:30 | Vistas 284
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Nodo Antesala

En mi niñez y juventud, nunca leí por gusto. Era reacio a los libros, en realidad. Pero, a pesar de ello, siempre recuerdo uno que nunca leí. Estaba en la biblioteca de mi colegio, con la tapa gastada y el título apenas visible. No sé por qué, pero siempre quise leerlo. Nunca lo hice. Quizá porque intuía que no era para mí. Hubo otros libros, sí. Los obligatorios. Los que leí sin entender del todo en ese entonces. El Quijote, con sus gigantes que solo eran molinos. La Odisea, con la astucia de su héroe errante. Papelucho, con sus juegos entre lo ingenuo y lo brutal. El Secreto, con su promesa de atraerlo todo con la mente. Obras dispares, sí. Pero si las recuerdo, es porque algo sembraron. Quizá una semilla que, en algún punto, comenzaría a leerme a mí. ¿Y si la memoria también guarda lo que no entendimos, pero nos tocó? Como un código que aún no sabemos descifrar. Como una grieta que espera ser mirada. Hoy, por más que me cuestione el hecho de nunca haber analizado a fondo esas lecturas, fue su forma, sus palabras, sus nombres. Vaya a saber uno. Pero algo se coló dentro de mí. No por las historias, sino por quienes las tejían. Mentes capaces de inventar fábulas, disfrazar verdades, convertir mitos en carne. Quise entender ese poder. O al menos rozarlo. Por eso me apasionó desde siempre el escribir. Sin saber por qué. Sin saber para qué. Todo era juego. Pero también refugio. Creía que escribir bien era cuestión de urgencia. Luego entendí que era cuestión de tiempo. Porque el tiempo no es espera: es presión. Y la urgencia, a veces, solo es miedo disfrazado. También entendí que las ideas nacen en la mente. A veces se concretan en la realidad. Otras mueren antes de nacer. Como embriones sin cuerpo. Y fue ahí donde descubrí que lo crudo también puede ser bello. Que una metáfora puede contener una vida entera. Ahora una metáfora es parte de mi ser. Y junto a ella, otras tantas: sinestesias, paradojas, elipsis… Palabras que antes me sonaban lejanas, ahora tienen significado. Hoy son parte de mi voz. No las uso por técnica. Las uso porque me permiten decir lo que no sé decir de otro modo. Aprendí que escribir no es solo sentir. Es construir. Darle huesos al alma. ¿Y cómo empecé? Buscando palabras. Y encontrándome entre ellas. Y entonces lo entendí: La literatura es resistencia. Contra el olvido. Contra el silencio. Contra la muerte. Quizá te preguntes qué tiene que ver todo esto. Quizá nada. Quizá todo. Esa será la primera grieta. Te invito a mirar por esta metáfora del caleidoscopio. No prometo respuestas. Solo fragmentos. Y luz. Este es mi intento. Bienvenido. Pero cuidado: mirar por este instrumento puede dejarte viendo grietas donde antes había espejos. Y cuando la grieta se abre, ya no hay vuelta atrás. Porque lo que sangra no siempre es carne.

Nodo Fragmento rojo

04:03 A.M. Hay noches en que el cuerpo se rinde sin resistencia. Pero esta vez, algo irrumpe. No entra: golpea. Un exabrupto sin forma me arranca del sueño, como si alguien hubiera cortado la cuerda que me sostenía. El silencio habitual ha mutado. Ya no es calma: es sinfonía desquiciada entonada por una muchedumbre inexistente. Porque lo que realmente hay… es silencio absoluto. Un silencio que vibra, que pesa, que aplasta el pecho como si una máquina invisible trabajara detrás de un muro grueso. Me incorporo. El frío del suelo se adhiere a mis pies, generando un cosquilleo que recorre todo mi cuerpo. Sabor metálico en la lengua. La habitación respira conmigo, al ritmo del led rojo que parpadea en el reloj. Cada destello: un código morse en transmisión. Luz, pausa, nada. Luz, nada, pausa. Una cuenta regresiva que desconozco. Camino hacia la cocina. No enciendo luces. Las paredes apenas se insinúan como sombras pesadas. El termo está sobre la mesa. Tibio. Demasiado tibio. Como si alguien lo hubiera dejado hace segundos. Lo destapo. Vapor breve. Huele a lluvia, a óxido, a metal húmedo que no pertenece a esta hora. Una imagen se cuela: un andén vacío, luces fluorescentes parpadeando como si dudaran de sí mismas. ¿Es real? Sobre la mesa, una boleta arrugada. Cifras negras, frías, clínicas: $310.589. Alguien compró algo con mi nombre. O con el nombre que alguna vez fue mío. La guardo como quien mete una piedra en el bolsillo sin saber por qué. Tres números dormían dentro de esa cifra: 31, 43 y 233. Tres llaves que no abrían ninguna puerta visible. Sumo los dígitos: veintiséis. Dos más seis: ocho. El infinito torcido. El ciclo sin fin. Y el punto, entre el 310 y el 589, parecía una grieta. Lo entero a un lado. Lo fragmentado al otro. Era un recibo. Era una coordenada. Era un espejo roto. Y yo aún no sabía si era un pago, una deuda, o una clave. Abro la puerta. La calle flota entre noche y madrugada. La penumbra es solemne. En la estación, el aire huele a ozono y metal tibio. Subo al vagón. El tren avanza sin anuncios, sin voces. Solo el rumor áspero de las ruedas. Como si el trayecto no fuera geográfico, sino interno. Como si el mundo se desplazara dentro de mí. En mi bolsillo, la boleta late contra el muslo. Y sé, incluso sin pensarlo, que algo, en algún lugar invisible, se ha movido apenas un micrómetro. Lo suficiente para que el reloj del mundo deje de marcar la misma hora. En paralelo, una pregunta se cuela. La respuesta llega sin palabras: el escenario es frágil como un telón de papel. Y el espejo, quizá, refleja más de lo que debería. El eco del led rojo aún latía en mi cabeza cuando pensé que la grieta no estaba en el espejo… sino en el guion que me habían entregado. Esa intuición fue el inicio de todo lo que vino después.

Nodo Manifiesto

Este fragmento no narra: revela. No explica: interrumpe. Detrás del bullicio diario, en la frontera entre libre albedrío y obediencia, hay una pregunta que se filtra como agua por las grietas de una mente que no descansa: ¿Formamos parte del entramado de esta realidad o seguimos, dóciles, un guion que nunca escribimos? Quien la escuche —aunque sea como un murmullo remoto— ya está en el borde del telón. A lo largo de la historia, algunos intentaron mirar detrás: Platón con sus formas, los gnósticos con su despertar, Bostrom con su hipótesis de simulación. Distintos nombres para la misma sospecha: que el caleidoscopio no es solo un juego de luces, sino una máquina de revelación. Que mirar a través de él es atreverse a ver lo que no debería verse. Que existe una realidad más amplia que la que nuestros sentidos permiten tocar. Tal vez la cordura sea un pacto colectivo para seguir interpretando el mismo papel. ¿Y si el telón nunca se levanta porque no hay público? ¿Y si el escenario se reescribe cada vez que parpadeamos, y llamamos “memoria” a la estela que deja ese cambio? ¿Y si la lógica es un dado trucado que siempre cae en seis? Entonces, la anomalía se disfraza de rutina. El filo de esa idea aún está en mi mente cuando ella aparece. Se pone de puntillas para robar un sorbo de café. El vapor le empaña las pestañas como si cada gota tomara nota de su rostro. —Papá, ¿por qué siempre miras por la ventana antes de hablarme? No respondo. Afuera, los ventanales devuelven nuestra imagen con un retardo leve. Podría pasar por ilusión óptica… si no supiera que la luz está cruzando algo invisible antes de alcanzarnos. —Papi, 3-1-0-5-8-9 —canta, marcando cada número con el dedo sobre la mesa, como si saltara en una rayuela que solo ella ve. —¿Y si ese número es una puerta? —susurra, sin saber que acaba de abrirla. El tintineo del metal contra la taza me recuerda que las leyes de este mundo son férreas… hasta que alguien decide desafinarlas. Si alguna vez sentiste que el escenario es frágil, o que el espejo interpreta más de lo que refleja, estas páginas son para ti. No traigo respuestas. Solo un mapa de exploración. Un caleidoscopio que gira con cada gesto de amor, cada destello de algoritmo, cada fragmento que se atreve a salirse del patrón. 310589 late aquí como un pulso estroboscópico. Si vuelve a cruzarse en tu camino, no lo ignores. La grieta ya está abierta. Y algo, desde el otro lado, ya empezó a mirar.


Epílogo abierto

Este texto es solo una parte de un manuscrito mayor que aún está en proceso. Una grieta inicial. Un caleidoscopio que apenas comienza a girar. Si algo de lo que leíste resonó contigo —una imagen, una palabra, una pregunta— te invito a dejar un comentario. Tu lectura puede ser el impulso que me ayude a seguir escribiendo. También puedes compartirlo si crees que alguien más necesita mirar por esta grieta. Porque a veces, lo que nos mueve no es lo que entendemos, sino lo que nos toca sin explicación. Gracias por leer. Gracias por mirar.



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