fictograma

Un cosmos de palabras y ficción

238.819 Vistas
Corazón puro - Fictograma
misterio

Corazón puro

Avatar de Jake-Kerr

Jake-Kerr

Publicado el 2025-09-03 14:56:38 | Vistas 329
68b857261ed8c_image(28).jpg
Comparte en redes sociales
No eran tanto rumores como advertencias. Más allá de la montaña que dominaba la meseta se alzaba un bosque ancestral, vasto y salvaje. Era oscuro, traicionero y rebosante de fieras peligrosas. Sin embargo, las advertencias no se referían al peligro de las bestias, sino a una antigua leyenda sobre un caballero que penetró el bosque para orar en un santuario profano. Por qué decidiría rendir culto al diablo o demonio había pasado al olvido, pero la respuesta sobre el mal que habitaba en el lugar era conocida por todos: un letrero escrito con la sangre del caballero que decía: «Entra solo si tienes un corazón puro». Y un corazón colgaba, desgarrado, en un tejido enredado debajo del letrero.

Jade avanzó sin miedo hacia el bosque. Era cierto que todo buen caballero o viajero que había entrado allí había sido hallado muerto, convencidos de la pureza de su corazón, pero Jade sabía que ella era especial. Su corazón sí era puro. Tan puro y claro como un cielo despejado sin estrellas.

El viaje había sido largo y agotador. Pasaron días. Sin embargo, el sendero parecía tapizado de hierba suave y un suelo firme yacía bajo los pies. El bosque no era oscuro ni traicionero, ni estaba plagado de animales peligrosos. De hecho, parecía que su corazón deseaba que el trayecto fuera lo más placentero y sencillo posible. Jade miró a su alrededor. Había árboles de hojas verdes y profundas. Vegetación exuberante y flores llenas de luz. Todo florecía a su paso.

«Entra en el claro y siéntate, mi pequeña.»

Jade buscó la fuente de aquella voz. Era un hombre, o una criatura, o una bestia. Jade era incapaz de fijar la mirada en él. Por un instante, veía una sonrisa cálida, y al siguiente, unos colmillos de lobo. Una mano la invitaba a avanzar, ¿o era una garra roja? Entró y se sentó frente a la criatura que era todas y ninguna cosas a la vez.

«Háblame de tus deseos.»

«Solicito el poder para consumar mi venganza», dijo Jade con sencillez.

El demonio, pues así decidió Jade que era, sentado, sonriendo de frente, respondió:

«Concedido.»

Por primera vez desde que entró al bosque, Jade dudó:

«¿Me has otorgado ya ese poder?»

«Así es.»

«¿No debería explicarte por qué estoy aquí y por qué lo quiero?»

El demonio rió.

«Pequeña, sé lo que deseas; por eso te he dado el poder para hagas lo que tengas que hacer.»

«Supongo que el precio es mi alma», dijo Jade. Le parecía lo más lógico, y era un precio que estaba dispuesta a pagar.

El demonio volvió a reír.

«Por Dios, no, pequeña. El precio es que yo contemple cómo tu venganza alcanza tales cumbres que asesines con satisfacción a niños inocentes, aplastes a parejas recién casadas en sus lechos nupciales, destruyas las obras de artistas inspirados que dedicaron sus vidas a crear para el deleite de otros y reduzcas a polvo una ciudad vibrante y llena de vida.»

Jade se tomó un momento para asimilar las palabras emitidas por aquel demonio. Estaba sentado en la hierba, frente a ella, tan despreocupado y tan natural como esos pájaros que cantaban en los árboles. Sin embargo, ella sabía que el mal en su corazón exigiría arrancarle el mayor sacrificio posible. ¿Qué mayor sacrificio que entregarle su alma?

Finalmente, Jade respondió:

«Quizás la venganza sea solo otra palabra para bondad.»

El demonio esbozó una sonrisa.

«Me complace tanto que hayas entrado a mi bosque.»

Jade iba a contestarle cuando el demonio la despidió con un gesto de mano. Comenzó a sentir que el cuerpo se le debilitaba. El demonio se inclinó hacia ella y la miró fijamente a los ojos. La intensidad de su mirada la hizo resollar y su corazón empezó a latir erráticamente. Sintió como si su cuerpo no pudiera seguir vivo en el mundo donde estuviese su presencia.

«¿Sabes por qué estoy sentado frente a ti sin que haya respondido a una sola súplica humana en milenios?»

Jade no pudo articular una sola palabra. Su cuerpo temblaba. Negó débilmente con la cabeza.

«Porque los demás carecían de la capacidad para negociar conmigo. Estaban dispuestos a entregar su alma por un mísero acto de venganza, una muerte o la vulgar ruina de alguien o de alguna familia.» Jade cayó al suelo, paralizada por su vehemencia. Él levantó un dedo y lo apuntó a su corazón. «Pero tú, pequeña mía... El poder de tu furia...» El demonio se relamió. «Puedo saborearla. Te ha consumido, y aún crece, desbordándose hacia todo a tu alrededor.»

El demonio se puso de pie y, dando la media vuelta, acabó por alejarse. Hablando por encima del hombro, añadió: «Lo único que te pido es que sigas siendo quien eres. Todo lo que toques vendrá a mí..»

Con cada paso que daba el demonio para alejarse, Jade recuperaba el control de su cuerpo, pero, temiendo que éste se marchara sin darle lo que quería, le gritó, quizá con demasiado escándalo, quizá con demasiada desesperación. Después de todo, negociaba con un demonio.

«¡Espera! No me has dicho cómo he de llevar a cabo mi venganza. ¿Cuáles son las palabras del conjuro?»

El demonio se detuvo cerca de un claro del bosque, sin devolver la mirada. Jade, débilmente, se incorporó hasta quedar de rodillas. Agradeció que su cuerpo había dejado de temblar. Pero seguía sin comprender lo que el demonio le había dicho, y en verdad no necesitaba saberlo todo, solo el conjuro que desataría su venganza.

«Es simple, pequeña», dijo el demonio, ladeando sutilmente la cabeza. «Solo tienes que recitar las palabras "Te odio"; mientras las pronuncias, piensa en aquellos a los que odias. Es así de simple. Piensa en aquellos que odias, y yo los destruiré. Pero te advierto: si solo piensas en unos pocos, no procederé, ya que estaré decepcionado de ti. Tampoco haré nada si piensas en aquellos a los que no odias de verdad, pues están más allá de mi poder.»

El demonio se giró, y al mirarla, Jade se desplomó de nuevo. «Odia con toda la intensidad que puedas. Recita esas palabras. Y siéntelas.»

• • • •



La salida del bosque y el largo viaje hacia la ciudad le resultaron suaves, incluso placenteros. Jade respiraba profundamente al pasar junto a las flores y los abetos. Hasta el olor de los peces muertos que se mezclaba con la sal del mar la hacía sonreír por lo vivo que le parecía todo. Cada atardecer le brindaba consuelo y cada amanecer, alegría.

Tuvo mucho en qué pensar durante su viaje. La tarea ahora le parecía simple de hacer por el poder recibido: con pronunciar las palabras, destruiría la ciudad que la había destruido a ella. Pero, entonces pensó sobre esto: ¿Era de verdad así de simple? ¿Podía ella odiar a una ciudad entera?

Se detuvo y observó cómo una abeja se posaba sobre una flor roja, sonrió y continuó su camino. Si se apresuraba, podría llegar a la ciudad al atardecer.





0.0 (0)
PDF misterio

Más de este autor

No hay más historias disponibles.

Ver perfil del autor

No hay comentarios disponibles.