fictograma

Un cosmos de palabras y ficción

239.095 Vistas
Apuntes de un actor de teatro - II - El señor Makano - Fictograma
novela

Apuntes de un actor de teatro - II - El señor Makano

Avatar de Valentino-Prádena

Valentino-Prádena

Publicado el 2025-09-23 17:36:43 | Vistas 318
68d2daabe5318_apuntesactoteatro.jpg
Comparte en redes sociales
Con los pies puestos en la ciudad de Madrid, todavía dislocado, Laszlo se encontró de frente con un bloque de edificios de la Gran Vía que lo recibía con una gigantesca cruz caballeresca grabada sobre una fachada parecida a la «Puerta de Alcalá», cuyo arco tensor estaba tapiado por una pared y le inspiraba la forma de un oratorio. «Ah, la santa y madre religión», se dijo. Le habían impresionado el orden de sus calles y la multitud de gentes que caminaba sin cesar.

Se vio sorprendido cuando sus compañeros de viaje —una larga comitiva de artistas provenientes de varias academias de Hispanoamérica— comenzaron a celebrar como si hubiesen llegado a la Tierra Prometida —¡Lo logramos!—, sin comprender todavía que llegaban para abrirse camino —en una competencia dura y salvaje— a través del prodigio artístico del momento, el sonado musical de la temporada conocido por el público madrileño como «El festín de Hernán Cortés», obra escrita y montada por el icono de la cultura pop, el Gran Makano.

Como todo gran empeño, la obra no estaba exenta de crítica. Los intelectuales ubicados a la derecha del espectro ideológico, la consideraban como «la mayor producción de su tiempo, debido a su alcance musical y literario», y añadían que solo una lumbrera de la talla de Manuel Falla o Stephen Sondheim podía haber escrito y dirigido un musical transformado automáticamente en un clásico de las artes escénicas. No escatimaban elogios para exaltar su singularidad: «Intrépida, colosal, exquisitamente inconformista, fenomenal vademécum, a la altura de Góngora, Lope de Vega y Calderón de la Barca… una nueva manifestación del lenguaje artístico que va más allá de la expresión imaginativa...», seguido de un largo etcétera.

En la cara de la otra moneda, aquellos que se ubicaban del lado izquierdo, la despezaban diciendo que no pasaba de ser una «una bazofia chapucera que se lucraba del escándalo y la comercialización de un genocidio continental", difiriendo completamente de los primeros; añadían que el Makano era "un enano mezquino de pocos recursos literarios que con su miopía revisionista atentaba contra la paz y la buena voluntad de los pueblos».

Solo había un punto de encuentro en el que los bandos llegaban a un acuerdo: su ampulosidad estética. Y su omnipresencia, que la hacía estar en boca de ambos continentes debido a la estridencia e intensidad de su aparato publicitario. Multitudes asistían al teatro para verla.

Ni Laszlo ni sus compañeros estaban al tanto de estas turbulencias políticas. Expectante en aquella acera angosta, Laszlo vio aparecer en la negrura de la puerta a un señor de la tercera edad de cabello largo, rubio, y una estampa de roquero antañón con rostro demacrado, que le revelaba al mundo una vida cargada de excesos y colmada de placeres, pero desgraciada. Con una seña muda, ofreció sus honores en forma de bienvenida; les pidió que le siguieran y se adentraran al edificio.

—Seguidme —dijo, agostado y seco de palabras.

Ninguno de los recién llegados reparó en la identidad de aquel personaje endeble; la mayoría creyó que se trataba del conserje del lugar. Los chicos comenzaron a gastarse bromas. Uno, con labios de guasón, susurró que, por el porte accidentado, el acento ceceante y la camiseta de pastor de ovejas, debía ser el «Gandalf» del Señor de los Anillos.

El anciano los escuchó. Se giró en media vuelta y, con una autoridad propia de su oficio, los corrigió:

—Soy el señor Makano para vosotros. Llamadme «Señor Makano». No Makano a secas, ni amigo, ni compa, ni wey, ni paisa, ni habibi.

El simple hecho de pronunciar su nombre provocó un pequeño escándalo que intentó sofocar sin éxito. Los jóvenes, torpes y alborotados, se organizaron en una fila india. Makano los miró con desaprobación, como si viviera en una realidad más alta, ya convencido de que ninguna de las lumbreras tendría el coraje de soportarlo. Empleaba un tono seguro, rayano en la superioridad, para dirigirse a ellos. Una tenue arruga en la comisura de los labios manifestaba una molestia leve.

Finalmente, dio por aceptadas las normas de convivencia y comenzó a mostrarles el edificio. El Foyer los dejó indiferentes; también el decorado, que esperaban de un estilo rococó, como imaginaban todo de Europa. Ni siquiera había un cuadro de Molière haciendo de arlequín frente a un remilgado Rey Sol, se dijeron. Pronto salieron de su error cuando se toparon con el patio de butacas y el escenario, que exudaban de elegancia, opulencia, colores pasteles y luz. Una hilera tras otra de sillas tapizadas en terciopelo descansaba bellamente en forma de media naranja por todo el ancho del edificio, al estilo clásico del Rey Luis XIV y en armonía con las cortinas voluptuosas de seda. Laszlo se imaginó actuando sobre ese escenario en una comedia de capa y espadas, haciéndole sentir como un verdadero artista.

De presto, aquel asombro comenzó a diluirse ante la explicación sosa y dura del Gran Makano. Hablaba con palabras arrastradas, repitiendo conceptos sobre el delicado funcionamiento del teatro, la importancia de cuidarlo, lo necesario de la disciplina extrema y la búsqueda del perfeccionamiento de espíritu, dejando muy en claro que esperaba de ellos una actitud espartana de observancia y sacrificio.

"Conmigo aprenderéis que el arte y la música no se conquistan sin sacrificio. Aquí no hay jornadas de ocho horas, sino de catorce, de dieciséis si hace falta. El arte, señores, se talla con sudor, y la letra, creedme, entra con sangre."

Los chicos, unos jóvenes apenas salidos de la adolescencia, celebraron sus palabras.



0.0 (0)
PDF novela

Más de este autor

Ilustración de Apuntes de un actor de teatro - I - El aterrizaje

Apuntes de un actor de teatro - I - El aterrizaje

Cerca ya de aterrizar en tierras españolas, Laszlo Navarro despertó con un fortísimo dolor de espaldas, tras una siesta corta...

Ilustración de El Suicidio de Brayan Hernández Ulele

El Suicidio de Brayan Hernández Ulele

–Quiero que sea auténtico –dijo Lucas, el director del teatro “Komoidía”, a su querido amigo Otoniel que esculcaba el teléfono...

Ilustración de Una tarde de asesinos caníbales

Una tarde de asesinos caníbales

La tarde olía a perdición. Arriba, en el cielo oscuro, las nubes se arrebujaban con la lentitud y el misterio...

Ilustración de Arrullo de estrellas

Arrullo de estrellas

La superficie del planeta estaba cubierta totalmente de hielo, por lo que el aterrizaje no pudo ser más violento. Solo...

Ver todas las obras

No hay comentarios disponibles.