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Crónicas contadas en susurros - Fictograma
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Crónicas contadas en susurros

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Publicado el 2025-05-24 19:35:05 | Vistas 165
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CRONICAS CONTADAS EN UN SUSURRO.
Hola está es mi primer intento de escribir tengo 16 años y soy lector reciente está “obra” está muy influenciada por lo poco que he leído, entre ellos títulos como la saga de crónicas de asesino de reyes o el universo del señor de los anillos. Esto lo escribo para expresarme y para aprender por tanto no es una obra ni lo más cercano a buena.
También quiero decir que dada mi poca experiencia y para sentir más confianza he usado IA para pulir lo que yo he escrito.
Ya que aquí también se suelen escribir agradecimientos:
A mis padres por darme una educación y inculcarme leer aunque no le hiciese caso hasta hace unos meses, a los autores que me inspiraron y en general a todas las personas que han sido o son y serán importantes en mi vida por hacerme quien soy en el pasado, presente y futuro.
Capítulo I: Susurros en el bosque
El bosque oculta secretos como cuentos que no deben ser contados. Entre los árboles, susurros de idiomas tan viejos como el mismo bosque. Nadie entiende los susurros excepto uno. Es más que humano pues conoce la verdad. Es más animal, pues es salvaje. Es inamovible, como si tuviera las mismas raíces que los árboles.
En lo profundo, donde ni los rayos de sol se atreven a pasar, se encuentra un hombre. Sentado, no se mueve. Puede parecer muerto, pero para los que conocen la verdad, está más vivo que nadie. De repente se levanta y abre los ojos. Son blancos, sin expresión, pero de alguna forma son bellos. Camina hacia ti y te mira con sus dos linternas. Entonces corre, se para justo a un par de metros y te señala. A pesar de la oscuridad lo ves claramente: viejo, demacrado y vistiendo harapos. Te paralizas como en un hechizo. Entonces él susurra. No le entiendes, pero te estremece. Y en un parpadeo estás fuera del bosque. No sabes qué ha pasado, pero sabes que estás más cerca de la verdad de este mundo.
Capítulo II: La historia del Cuervo
En la taberna, esta historia es contada por un viejo rodeado de niños. Los niños, hipnotizados por la historia. Los adultos niegan con la cabeza. La comprenden como una historia para que los niños no vayan al bosque, pues ya no tienen la inocencia del pasado. Pero como en todos los cuentos, hay parte de realidad. Y él lo sabe. Un hombre en la esquina escucha la historia. Pero él la ve distinto a los adultos y a los niños, pues él conoce la verdad. Es el Cuervo.
Esta historia provocó que, por un momento, el tiempo se parase y el Cuervo recordara solo por un instante aquello que tiene guardado en lo más profundo de su mente, enjaulado como una bestia... Allí está el pasado del Cuervo, un pasado que quizá no deba ser recordado.
Capítulo III: Valerin
Nuestra historia, como muchas antes, empieza con un joven que busca conocer el mundo y averiguar aquello que ningún ser humano está preparado para comprender: la verdad. Este chico, para especificar, se llama Valerin. Y aunque en el futuro recibirá otros nombres, este es el que le entregaron sus padres. Significa "susurro de luz".
Él era un chico corpulento, moreno de piel, casi como si tuviese una fina capa de barniz sobre la piel, y con el cabello negro como la noche. Además, lo que más destacaba en él eran sus ojos, brillantes y azules, como si tuvieran un pequeño cielo despejado en ellos.
Era... bueno, era extraño para el pueblo. A él no le gustaba vivir tranquilo en su casa, al calor de la hoguera. Quería viajar y conocerlo todo. Y por eso, aunque rara vez lo decía en voz alta, se sentía atrapado en su propio hogar, que a la vez servía como jaula. Como todo joven de este tipo, poseía tres cualidades que le definían: curiosidad, aburrimiento e inconsciencia.
Capítulo IV: La troupe
Un día llegó una troupe de músicos. No era raro, pero tampoco bien visto por los habitantes del pueblo, excepto por Valerin. Él envidiaba a los artistas, pues para él eran como águilas a las que se les permitía volar con libertad. Pero esta vez era distinto. Aquella troupe era especial, pues no solo contaba historias como el que lee de un libro. Ellos conocían la verdad que esconden las historias. Eran justo lo que alguien como Valerin busca: un maestro.
Valerin se acercó a la troupe, pero su padre, el granjero, temeroso de todo aquello que desconocía, no le gustaban los ideales nómadas de su hijo. Valerin lo sabía. Por eso se fue, ya que no quería enfadar a su padre por cuentos que ya conocía de memoria. Se sentó en un río cercano, mojando sus pies. Y allí, en el río, como un espejismo, la vio por primera vez. Una mujer bellísima, parecía una ninfa de los cuentos. Pelirroja, como si fuego le cayera por la espalda; ojos verdes como la más amplia de las praderas y su piel blanca como la nieve. En ella se apreciaban el calor del verano, el frío del invierno, el cambio del otoño y la belleza de la primavera.
Capítulo V: El sueño
Él se alejó, casi como el que ve una bestia y tiene miedo de atraer su atención. Volvió a casa. Pero aquella noche soñó, y no era un sueño normal. Allí estaba la chica, que le miraba y le tendía la mano. Y él, lentamente, la cogió. Para ser un sueño era muy vívido. Notó sus manos suaves. Y de repente voló. Ella le estaba enseñando a volar. Cuando se giró para mirarla, ya no era la chica, era un águila. Y él también. Volaban juntos y... se despierta.
Valerin se despierta de su sueño con el sonido del gallo del amanecer y se prepara. Apenas desayuna, cosa rara en él, y corre al río buscando algún rastro de la chica. Pero no está. Al final, con la llegada del sol del mediodía, se rinde y vuelve al pueblo. Allí ve a unos niños que se dirigen a la troupe. Y, dado que está demasiado triste para pensar en su padre, se dirige a la troupe, ya que siempre le alegran las historias de los héroes. Allí oye un par de canciones y ve a los niños divertirse. Cuando de repente, silencio. Y todos los niños, hipnotizados por una voz. La voz más bella que nadie haya oído. No canta, no grita, solo habla y cuenta una historia. Era una historia de esas que todo el mundo ha escuchado por lo menos una vez en la vida. Pero, aunque él la había oído muchas veces y volvería a escucharla en el futuro, aquella vez fue única, pues contaba algo más que la historia. Cuando terminó, se dio cuenta de quién la contó: era la chica.
Capítulo VI: La hoguera
Se quedó mirándola un rato. Después, cuando la troupe empezó a recoger, algo le sacó de su observación: un hombre viejo. Le había visto tocar el laúd como el más experto antes. Su nombre era Lirien. Lirien le ofreció ayudar con los instrumentos a cambio de historias y comida caliente.
Durante la cena conoció a otros miembros de la troupe: Vaeriac, un hombre borracho y hablador; las hermanas Serelith y Naelith, tan distintas como el rayo y la brisa; y la abuela, una mujer sabia y callada.
La noche transcurrió entre historias, risas, y el calor del fuego. Cuando todos se fueron a dormir, ella apareció de nuevo, como un espejismo. Se sentó junto al fuego, bromearon, rieron, se sonrojaron. Le dijo que se llamaba Lirawen. Luego se fue a dormir. Él también volvió a casa, donde su padre lo esperaba enfadado. Pero la magia de aquella noche lo había cambiado.
Capítulo VII: Cenizas
Al día siguiente se despertó con una sonrisa en el rostro. Desayunó con su padre en silencio. Su mente estaba llena de recuerdos e ilusiones. Su padre se fue al pueblo a vender la cosecha. Valerin se quedó descansando, sabiendo que la troupe estaría por lo menos dos semanas, pues uno de sus caballos había muerto.
Por la tarde fue al pueblo. Y allí encontró fuego. El pueblo ardía. Corrió buscando a su padre, pero en el camino encontró algo terrible: un ser grotesco, como un toro sin cabeza del que emanaba humo. Donde el humo tocaba, había fuego. El fuego no era normal: no se apagaba y lo consumía todo. La criatura le miró, aunque no tenía ojos. Valerin supo que era su fin. Entonces, apareció Lirien. Le clavó una espada y susurró algo. La espada le respondió. Y evaporó a la criatura.
Capítulo VIII: Sombras y susurros
El miedo le había paralizado. Lirien hizo lo que pudo para ayudarlo, pero no logró nada. Esas memorias en específico están borrosas en el cerebro del Cuervo, como si alguien tratase de ocultarlas.
Estamos en la taberna. El Cuervo sale de su trance y se levanta. Todos lo miran, pues apenas se habían percatado de su presencia. Él se mueve elegante, sombrío, e ignorante de las miradas que le siguen. Sale del bar y se acerca al bosque. Allí se acerca a un árbol y le susurra. Y el árbol le responde.
Capítulo IX – El Caparazón
Valerin despertó en un carruaje. No sabía a dónde se dirigía ni quién lo conducía. Tampoco le importaba. Comía cuando se lo daban, bebía agua, dormía. Su cuerpo funcionaba como una máquina rota que aún conserva algo de inercia, pero su mente… su mente estaba lejos. Encerrada.
El carruaje se detuvo. Unas manos suaves lo ayudaron a bajar. No opuso resistencia. Lo llevaron hasta una tienda y lo sentaron frente a un anciano de rostro afilado, ojos opacos como piedra.
El anciano le movió la cabeza, encendió una lámpara y pasó la luz frente a sus ojos.
—Este chico ha sellado su mente —dijo con tono neutro, como si hablara de un objeto roto—. Se ha encerrado igual que una tortuga en su caparazón… para no sentir. Para sobrevivir.
Lirien observaba, de pie. Los puños cerrados.
—Podrías matarlo. Sería liberarlo de esta prisión.
—No puedo —respondió Lirien, conteniendo la rabia—. Él está así por mi culpa.
El anciano giró levemente el rostro, sin cambiar el tono.
—¿Y los del pueblo? ¿También murieron por tu culpa? ¿No es su sufrimiento más grande que el de este muchacho? Uno más, uno menos…
Lirien lo agarró por el cuello de la túnica y lo alzó un poco, sin llegar a hacerle daño, pero dejando que la rabia hablase por él.
—¡Cierra la boca, maldito!
El anciano no se inmutó.
—Calma, chico. En este caso, sabes que tengo razón.
—¿Vas a hacer algo o solo viniste a juzgarme?
El viejo soltó un suspiro y se acomodó la ropa, como si nada hubiera pasado.
—Puedo hacer algo… pero sería arriesgado. Lo traerá de vuelta… o lo romperá por completo.
Lirien no respondió enseguida. Miró a Valerin, hundido en su silencio, los ojos apagados, la piel pálida. Tragó saliva.
—Hazlo.
El anciano asintió, se inclinó hacia su bolsa de cuero y extrajo un pequeño frasco de cristal oscuro que relucía débilmente bajo la luz de la tienda.
—Entonces no digas que no te lo advertí
Capítulo X – El Despertar
El anciano destapó el frasco y sin decir más se lo acercó a los labios. Lirien sostuvo la cabeza de Valerin, que seguía ausente, los ojos abiertos pero sin luz. El líquido oscuro descendió por su garganta.
Durante un instante, nada cambió.
Y entonces… comenzó.
Valerin se arqueó bruscamente, como si su cuerpo rechazara la vida misma. Un grito desgarrador brotó de su pecho, pero pronto fue sustituido por jadeos. Se retorció, se sacudió. El dolor era tan intenso que ni siquiera tenía forma: era un incendio sin llamas, una lanza que no atravesaba carne, sino alma.
Lirien retrocedió con el rostro desencajado.
—¡¿Qué le estás haciendo?!
—Está cruzando el umbral —respondió el anciano sin emoción—. Si lo soporta… regresará.
De pronto, el cuerpo de Valerin se quedó inmóvil. Como muerto.
Pero en su mente, algo más sucedía.
Estaba en una casa. Una casa sin ventanas, sin puertas. Solo él, sentado en una silla frente a una mesa vacía.
Y luego… oscuridad. No como una sombra, sino como la ausencia misma de todo.
Valerin flotaba en el vacío. Intentaba moverse, pero sus extremidades no respondían. Gritó, pero no hubo eco. Allí no existía el sonido. Ni el aire. Ni el tiempo. Solo la nada.
Entonces, una voz.
No era una voz que se oyera con los oídos. Era como si hablara directamente dentro de él. En un idioma extraño, imposible, pero que comprendía.
“Tú has visto lo que no debía ser visto. Has sobrevivido. ¿Por qué?”
Valerin no supo qué responder. Solo sintió cómo aquella presencia —lo que fuera— lo examinaba.
Y entonces… despertó.
Valerin se despertó sin fuerzas, con la boca seca y un zumbido en la cabeza. Su cuerpo no respondía como antes. Había algo roto, algo distinto. No era sólo físico… su mente también había cambiado.
Entonces escuchó una voz.
—¿Chico, me oyes? ¿Entiendes lo que digo? —Lirien lo sacudía suavemente, como si temiera romperlo.
Valerin asintió. No tenía fuerzas para hablar, pero sabía quién era.
—Oh, gracias a los cielos que estás bien… —susurró Lirien, mirando al techo de madera con los ojos húmedos.
—Querrás decir gracias a mí —intervino el anciano mientras le tomaba el pulso con indiferencia—. Necesita descansar. Nada de esfuerzos físicos… ni mentales —añadió, clavando los ojos en Lirien.
Lirien asintió, obediente.
Valerin giró la cabeza con lentitud. La cabaña en la que estaba no le era familiar: frascos, pergaminos, objetos extraños ocupaban cada rincón. Entonces, un pensamiento cruzó como un relámpago su mente. Se incorporó bruscamente, con el rostro descompuesto.
—¡MI PADRE! —gritó con una voz que era más un desgarro que un sonido.
Lirien corrió a sujetarlo por los hombros.
—Valerin… Tu padre… ha muerto. Igual que todos los demás del pueblo. Llegué demasiado tarde.
El mundo pareció detenerse.
El dolor que sintió Valerin no fue como el de antes, no como el fuego que había rasgado su cuerpo en la oscuridad. Era otro dolor: profundo, silencioso, aplastante. Como si una parte de él hubiese sido arrancada con violencia, y en su lugar solo quedara un hueco inmenso. El dolor de la pérdida.
Capítulo XI: El bosque, el brote, el vuelo
El Cuervo estaba en el bosque.
El árbol al que había susurrado antes —antiguo, majestuoso, testigo de siglos— ya no era el mismo. Se había reducido a un brote, un tallo joven con hojas tiernas, como si hubiese regresado en su propia historia a un estado primitivo.
El Cuervo lo miró en silencio. Se sentía igual.
Ahora era fuerte. Conocía la verdad detrás de las cosas. Pero los recuerdos aún pesaban como piedras atadas a sus alas. Se sentía vivo… y a la vez ajeno. Como si hubiera dejado de ser aquel que fue. Como si lo que quedara de él fuera una sombra que camina.
Tomó el brote entre sus dedos.
Y emprendió el vuelo.
No es correcto decir que simplemente voló. Las alas que ahora lo sostenían —lo que antes fue sólo una capa de plumas negras— se extendieron con una elegancia sobrenatural. Surcó el aire como una idea fugaz, como un susurro entre las nubes.
Descendió en un campo lejano. Allí, donde la tierra parecía aún no haber sido perturbada por el hombre, se sentó.
La capa volvió a su forma original, arropándolo. Sacó de su interior varios brotes, parecidos al que había tomado del árbol. Les susurró algo en una lengua que sólo él conocía… y los lanzó. Allí donde tocaban el suelo, los brotes crecían de inmediato: se volvían troncos firmes, raíces que se extendían, madera viva.
El Cuervo comenzó a construir.
No dijo nada. No necesitó hacerlo.
Entonces, al alzar la vista, vio algo: un pequeño nido en un árbol cercano. Una madre alimentaba a sus crías, trozo a trozo, con una paciencia hecha ternura. El Cuervo los observó, inmóvil. Algo en su interior se quebró de nuevo.
Y volvió a recordar.
Capítulo XII:La pérdida
Valerin se sentó en el suelo, aún temblando. Alzó la mano hacia Lirien, sin mirarlo.
—Solo… déjame un momento.
Lirien asintió en silencio y se alejó, dejándolo solo con su dolor.
Entonces el mundo se apagó a su alrededor. El murmullo de los árboles, los ecos de la cabaña, el zumbido lejano del viento… todo desapareció.
Recapituló.
Hace apenas unos días, hubiera dado cualquier cosa por huir, por volar lejos, por dejar atrás a su padre, a su hogar, a todo. Y ahora… ahora daría todo lo que tenía por volver a oír su voz, por sentarse con él una vez más en silencio, por decirle lo que nunca se atrevió.
El arrepentimiento le golpeaba como una vibración constante, ensordecedora, aturdiéndole el pensamiento. Se sentía sumergido, hundido en un mar oscuro y frío, sin fuerza para nadar a la superficie.
Y entonces lloró.
Las lágrimas le cayeron silenciosas, sinceras, desde unos ojos que ya no eran los de un niño. Ojos que antaño brillaban con sueños, ahora oscurecidos por la pérdida. Las lágrimas narraban por sí solas una historia: la historia de un chico obligado a convertirse en hombre en un solo día, de alguien que había perdido demasiado, demasiado pronto.
Y que cargaría con ese peso para siempre.
Capítulo XIII: El Juramento bajo la Luna
Valerin sabía en el fondo de su corazón que aquella pérdida le había marcado para siempre. Entonces vio una piedra, parecía afilada. La cogió y se rasgó la palma de la mano. Su sangre corrió como un río. Allí, a pesar del dolor, cerró el puño e hizo un juramento a sí mismo bajo la luz de la luna.
No permitiría que jamás volviera a ocurrir algo así. Se sentía impotente, aquella extraña fuerza que destruyó su pueblo y todo aquello que quería le había hecho darse cuenta de lo pequeño y débil que era. Debía volverse fuerte e impedir que volviera a ocurrir.
Valerin se levantó y se secó las lágrimas. Entró de nuevo en la cabaña, allí ya solo se encontraba el anciano.
—Hola joven —dijo el anciano sin girarse a mirarlo—. Si buscas a ese zoquete, está en su carruaje.
—Dime qué me has hecho, ¿qué es lo que escuché? ¿Por qué Lirien pudo matar aquella bestia? —dijo Valerin mirando a su alrededor de manera frenética.
—Muchas preguntas, sin duda. Todas ellas tienen respuestas sencillas, pero yo no soy quien debe responder a eso —respondió el anciano mientras mezclaba cosas en un frasco.
Valerin quería respuestas, pero sabía que allí no las encontraría. El viejo parecía demasiado inaccesible, así que fue a buscar a Lirien.
Capítulo XIV: Las dudas de Valerin
Valerin llegó al carruaje. Allí vio a Vaeriac, Serelith, Naelith, la abuela, Varkai y Lirawen. A pesar de ver estos rostros conocidos, los ignoró; no estaba de humor para cordialidad.
Buscó las respuestas que solo Lirien podía darle, así que lo encontró sentado en uno de los carruajes y le exigió respuestas.
—Chico, date tiempo y te responderé todo lo que quieres saber, te lo prometo, pero ahora no estás muy débil —dijo Lirien mirándolo con tristeza.
—Débil... No tengo tiempo para ser débil. Debo volverme fuerte. Yo soy quien decide si estoy listo o no. Yo tengo el poder sobre mí mismo. Yo... —dijo casi rompiéndose mientras pronunciaba esas palabras con poca convicción.
—Está bien. De momento descansa, sí, ¿por qué no vas con los demás y cenas un poco? —dijo ayudándolo a dirigirse hacia la hoguera donde todos se congregaban.
Nadie hablaba, solo existía el silencio. El único ruido era el del viento y el del fuego, pero todos lo miraban con pena. El olor a ceniza era casi un recordatorio cruel para Valerin, pero se sentó.
Capítulo XV: La soledad entre rostros conocidos
Valerin cenó y se fue a un carruaje para descansar. Allí se tumbó y miró el techo. Estaba cansado, pero algo no le permitía dormir.
Después de un rato, escuchó algo: una conversación. Eran Serelith, Naelith y Vaeriac.
—Pobre chico, nadie se merece lo que está pasando —dijo Naelith con un tono suave como un arroyo.
—Ese chico, ¿sabéis lo que ha pasado, no? Quiero decir, se ha tomado esa cosa y sigue vivo. Quiero decir, ¿cómo es posible? —dijo Vaeriac tratando de susurrar pero demasiado tosco para no ser escuchado.
—Vamos, Vaeriac, ¿cómo puedes ser tan estúpido? De verdad, eso es lo que te preocupa ahora, el chico está sufriendo y tú pensando en estupideces —le recriminó Serelith tajante.
—Bueno, quiero decir, ¿y qué hacemos? Apenas le conocemos —dijo Vaeriac.
Un silencio se creó entre los tres. Aunque Valerin no los veía, sabía que estarían mirando al suelo, pues aunque Vaeriac fuese un poco bruto, tenía razón.
—¿Cómo que qué vamos a hacer? Pues todo lo que podamos, claro —dijo una cuarta voz, era Lirawen—. Y ahora a dormir que el chico debe estar escuchando vuestra conversación, está aquí al lado y dudo que pueda dormir, ¿verdad? —dijo más alto para dirigirse a Valerin.
Este no respondió, aún en su estado sabía que no debía escuchar conversaciones ajenas. Escuchó a todos marcharse, menos a alguien. Lirawen entró en el carruaje.
Capítulo XVI: La conversación bajo la luna
Valerin se sentó al lado de Lirawen. La luz de la luna era incluso más preciosa.
—¿Cómo sabes eso? ¿Sabes cosas que nadie debería poder saber? —dijo Valerin esperando algo místico o mágico, como de cuento, como respuesta.
—La experiencia es un gran maestro y yo he vivido mucho —dijo Lirawen mirando las estrellas que se reflejaban en sus ojos.
Hubo otro silencio, ambos miraban las estrellas.
—A mí me pareces joven —dijo Valerin tratando de suavizar el pesado ambiente.
—Oh, bueno, sí creo que soy joven, pero hay viejos que nunca han vivido de verdad y jóvenes que han vivido demasiado —dijo Lirawen mientras juntaba sus manos encima de sus muslos.
—Deberías descansar, es tarde. No pierdas el tiempo conmigo —dijo Valerin compadeciéndose de sí mismo.
Lirawen lo miró, no como los demás que lo veían como un objeto roto, sino como una madre mira a su hijo. Su mirada expresaba cariño y empatía.
—Está bien, te dejaré solo si así lo deseas, pero y si me permites el consejo, intenta dejar que la gente te ayude. Pedir ayuda no te hace débil y te aseguro que la gente de aquí son buenas personas —dijo mientras se bajaba del carruaje.
Valerin se recostó y pensó en esas palabras hasta que el sueño pudo con su mente. Aquella noche no soñó, pues su cerebro no tenía la fuerza necesaria.
CAPÍTULO XVII:LA MAÑANA SIGUIENTE
A la mañana siguiente, Valerin se levantó. El canto de los pájaros, el cielo despejado y las nubes suaves —cosas que solían parecerle hermosas— le resultaban ahora irritantes, como si el mundo se burlara de él. Aunque su hogar había ardido y su vida se había derrumbado, todo seguía igual. La naturaleza no lloraba su pérdida.
Bajó del carruaje y se acercó a la zona común. Naelith lavaba unas prendas junto a un barreño de agua.
—Buenos días —dijo ella, deteniéndose un momento para mirarlo—. El desayuno está en la olla; preparamos huevos. Si tienes hambre, sírvete. Los demás han salido, menos Varkai. Ese holgazán sigue dormido.
—Gracias —respondió Valerin con un esfuerzo por sonar cordial, intentando recordar el consejo de Lirawen.
Se fue a desayunar. Aunque su cuerpo no lo pedía, comió algo. Luego exploró el campamento.
Contó cuatro carruajes: uno para las hermanas, otro que compartían Lirien, Vaeriac y Varkai, un tercero para Lirawen y la abuela, y el último —normalmente usado para equipaje— le habían hecho un hueco a él.
Un ronquido tan fuerte que habría espantado a un oso sobresaltó a Valerin. Venía del carruaje de Varkai, el hombre más grande que había visto jamás. Era un gigante cubierto de vello, y su cuerpo imponente hacía que Valerin —que en su pueblo siempre había sido considerado corpulento— se sintiera pequeño.
Estaba a punto de marcharse cuando los ronquidos cesaron. Varkai emergió, desperezándose.
—Eh, tú... el pobre desgraciado, ¿no? —dijo con tono afable, como si sus palabras no fueran un insulto.
Valerin, ya de por sí irritable, frunció el ceño.
—¿Y tú qué eres? ¿Alguna especie de oso con resaca?
Esperaba que eso hiriera el orgullo del gigante, pero Varkai soltó una carcajada sonora.
—¡Ja, ja, ja! Me gusta tu descaro, muchacho. No muchos me hablan así. Quizá hasta sirvas de algo por aquí.
Valerin se marchó, molesto. Parecía un niño al que no se tomaban en serio, y eso le irritaba aún más.
Se adentró en el bosque. Allí encontró a las hermanas recogiendo frutos silvestres. Parecían conocer bien el terreno. Ambas lo observaron con una mezcla de lástima y ternura, como quien ve a un ciervo herido. Aquella mirada le incomodó, así que se alejó sin decir palabra.
Finalmente halló a Lirien, sentado junto al río, meditando. Aunque no hizo ruido, el anciano pareció percibir su presencia. Dio un leve golpecito en el suelo a su lado, invitándolo a sentarse. Valerin, sin mejor idea, obedeció.
Valerin se sentó, pero el silencio de Lirien lo impacientaba. El anciano no decía nada, solo respiraba lentamente con los ojos cerrados. Tras unos minutos, Valerin hizo ademán de levantarse.
—¿Por qué no pruebas a quedarte y vaciar tu mente? —dijo Lirien con calma inalterable—. Creo que lo necesitas.
—¿Y eso para qué va a servir...? Además...
No terminó la frase. Lirien abrió los ojos apenas un poco.
—Te ayudará a calmar tu mente... y quizá a encontrar respuestas —respondió, poniendo énfasis en la última palabra.
Valerin se quedó quieto. No deseaba nada más en el mundo que respuestas, así que volvió a sentarse. Pero su cabeza era un torbellino, un nido de pensamientos envenenados que no le permitía entrar en paz.
—Concéntrate en el sonido del agua —dijo Lirien—. No solo lo oigas: escúchalo. Siente lo que te dice su flujo.
Valerin lo intentó, aunque seguía sin verle utilidad a todo aquello.
—Está bien —dijo al fin Lirien, abriendo los ojos—. Yo he terminado, y tú no pareces dispuesto. Vámonos.
Regresaron al campamento. Lirien se acomodó en uno de los troncos junto al fuego y habló con voz más firme.
—Tenemos que hablar. ¿Qué harás ahora? ¿Piensas quedarte? Podemos ofrecerte refugio el tiempo que necesites, pero la decisión es tuya.
Valerin vaciló.
—No lo sé. Una parte de mí quiere volver, abrir los ojos y descubrir que todo fue un sueño. Pero sé que no lo fue. Y si quiero entender lo que ocurrió... debo quedarme.
—Está bien. No te presionaré. Tómate el tiempo que necesites para decidir —dijo Lirien, antes de marcharse a atender otros asuntos.
CAPÍTULO XVIII: COMIDA Y SILENCIO
Aquella pregunta rondaba la cabeza de Valerin toda la mañana, como el zumbido de una mosca: molesto, insistente, imposible de ignorar.
Al llegar el mediodía, la voz de la abuela se alzó, clara y firme, llamando a todos a comer. Valerin se dirigió hacia donde venían los sonidos y encontró ya sentados a Vaeriac —a quien no había visto en todo el día— y a Varkai, que soltó un ronquido de risa al verlo acercarse.
—Mira quién viene, el chico pensativo —dijo Varkai con tono burlón pero no cruel—. ¿Has estado hablando con los árboles o con los espíritus?
Valerin frunció el ceño, no del todo molesto, pero aún inseguro.
—Quizá los árboles escuchan más que algunos humanos —respondió, intentando sonar seguro.
Varkai soltó una carcajada y palmeó el suelo junto a él.
—¡Ese es el espíritu! Si puedes devolver una broma sin llorar, puedes sentarte a mi mesa.
Valerin dudó un momento, pero luego se sentó. Para su sorpresa, nadie lo miró raro, ni lo corrigió. Incluso Vaeriac alzó una ceja con leve aprobación. Poco después llegaron Naelith y Serelith, que comenzaron a reprocharle a Varkai sus costumbres de sueño, mientras este respondía con exageradas historias de supuestas misiones nocturnas que no convencían a nadie, pero hacían reír.
Cuando llegó Lirien, se sentó junto a Valerin y le ofreció un gesto sereno de saludo. Luego, con la aparición de Lirawen, la conversación se calmó un poco.
Valerin, aún algo tenso, permanecía callado. Entonces Varkai se volvió hacia él con una sonrisa torcida.
—Vamos, chico. ¿Tú también piensas que duermo demasiado? ¿O te da miedo que te gruña?
La pregunta, tan directa, lo tomó por sorpresa. Dudó, pero respondió:
—Creo que si yo roncara así, espantaría hasta a los lobos del bosque.
Una carcajada general estalló entre los presentes. Incluso Serelith sonrió, y Vaeriac murmuró un “bien dicho” casi inaudible.
Por primera vez, Valerin no se sintió fuera de lugar. Como una liebre que descubre que, en esa madriguera, tal vez haya espacio para ella.
CAPITULO XIX: LA RESPUESTA
La pregunta de Lirien se instaló en la mente de Valerin como el zumbido de una mosca en verano: persistente, molesta y siempre a la orilla del pensamiento. Durante tres días, mientras el campamento seguía su rutina de risas, trabajo y viajes breves, Valerin comenzó a ganar algo de confianza. Respondía con más palabras que monosílabos, compartía tareas sin que se lo pidieran y, en algún momento que no logró ubicar del todo, se convirtió en uno más.
Cuando finalmente comenzaron a desmontar el campamento, la duda se hizo más aguda, como si el fin de la quietud diera voz al dilema. Si partía con ellos, se alejaba para siempre del pueblo. Y, aunque ese lugar le doliera, seguía siendo su hogar. Lo que sea que lo ataba, era él.
Se sentó en el carruaje donde solía dormir. Las ruedas aún quietas, el toldo abierto, la madera tibia por el sol. Le pareció por un momento estar reviviendo un recuerdo, no viviendo el presente. Fue entonces cuando Lirawen se sentó a su lado, con esa naturalidad que solo tienen los ríos y los robles.
No había palabras entre ellos, pero tampoco las necesitaban. Si algo había aprendido Valerin en los últimos días era que el silencio, cuando es cómodo, es una forma de confianza.
—¿Qué debería hacer?—rompió finalmente Valerin, con la voz baja, como si temiera que las palabras pudieran romper algo.
—No lo sé. Eso solo lo sabes tú —dijo Lirawen, balanceando los pies desde el borde del carruaje.
—¿Y entonces por qué viniste?—preguntó Valerin, sin amargura, solo con sincera curiosidad.
—No lo sé —dijo ella, bajando la mirada.
Por un instante, Valerin sintió que había visto algo imposible: a Lirawen sin respuestas. La que siempre hablaba con firmeza y mirada clara ahora se refugiaba en el silencio.
La luna salía y su luz plateada caía sobre su rostro. Fue entonces cuando Valerin vio las lágrimas. Pequeñas, temblorosas. Reales.
No supo qué hacer. Dio un paso, como quien se acerca a una criatura herida, sin hacer ruido, con la respiración contenida.
—No es tu culpa —dijo ella, la voz apenas un susurro—. Es solo que...
No terminó la frase. A veces las palabras no alcanzan.
Se sentó junto a ella. Tocó su hombro con una mano temblorosa.
—Yo no llevo aquí tanto tiempo —dijo ella, con un hilo de voz—. Hace menos de un año que viajo con ellos. Me han ayudado a sanar. Pero tú... me has hecho recordar cosas que creía enterradas. Y no quiero ser egoísta.
Se apoyó en su hombro.
—Pero realmente quiero que te quedes. Y creo que ellos también.
Valerin tragó saliva.
—Lo siento.
Ella negó con la cabeza, limpiándose las lágrimas con la manga.
—No lo sientas. Seguramente piensas que soy una tonta por llorar por alguien que apenas conozco.
Valerin la miró como si hubiera escuchado una blasfemia.
—Creo que eres valiente. Llorar no es de tontos. Es de quienes se atreven a sentir. Yo... también he llorado mucho, y aún no lo entiendo del todo.
Se abrazaron. Esta vez sin miedo, sin urgencia. Solo con ese silencio que Lirawen sabía invocar como una música.
Ella se durmió. Valerin la recostó con cuidado, la arropó con una manta. Y justo entonces, como si el mundo reclamara su parte, apareció la abuela.
—Oh, hijo, ¿has visto a Lirawen? No ha vuelto y ya es tarde.
El pánico quiso subirle por la garganta, pero la abuela asomó la cabeza y, al verla, simplemente sonrió.
—Ah, ya veo. ¿Quieres dormir en mi carruaje esta noche?
Valerin asintió en silencio, siguió a la anciana. Mientras la ayudaba a subir, ella habló con suavidad:
—¿Nos acompañarás mañana?
Valerin dudó.
—Sí. Bueno, en realidad...
—Ella puede ser muy convincente cuando quiere, ¿verdad?—dijo la abuela con una sonrisa, mientras preparaba los sacos de dormir.
Valerin asintió. Esa noche, por primera vez en mucho tiempo, durmió sin sobresaltos. Soñó con Lirawen. Al despertar, no recordaba el sueño, pero sí la sensación. Había sido bueno. Muy bueno.
Capítulo XX: El renacer
Aquella mañana Valerin se levantó tarde.
Ya habían abandonado el campamento y el estaba en el carruaje en marcha.
-Buenos días, parece que Varkai te ha heredado sus hábitos- dijo Lirien que estaba sentado meditando.
Aquello sorprendió a Valerin pues no se había dado cuenta de su presencia
-Buenos días- dijo un poco atrudido
-Dime como te encuentras está preciosa mañana, ya me han comentado como has pasado la noche – dijo Lirien con una sonrisa
Valerin que todavía estaba como si le hubieran dado un golpe en la cabeza recordó lo ocurrido la noche anterior, no pudo evitar sonrojarse un poco.
Lirien lo noto pero decidió ignorar la situación.
-Bueno creo que es hora de darte esas respuestas que tanto ansias o bueno las que puedo darte de momento
Aquello despertó a Valerin como un si le hubieran tirado a el agua helada.
Empezó a hacer preguntas una tras otra sin dar tiempo para que Lirien respondiera.
-Chico calma, ten un poco de compasión con un viejo como yo- dijo rascándose la cabeza- Mira de momento hazme tres preguntas
Valerin estuvo un largo rato pensando sabía que cada pregunta valía oro.
Finalmente tras una larga espera ya tenía sus preguntas
-¿Qué era esa cosa?¿Qué es lo que bebí? Y… -dudo en esta última-¿Qué fue la voz que hoy?
-Preguntas sensatas, sin duda- dijo Lirien
Lirien le contó que lo que había visto en aquel momento era un corrupstructura que era un ser que había sido forzado a cambiar internamente fuera de sus propias leyes.
También le dijo que lo que había bebido era una mezcla alquímica que consistía en una mezcla de distintos objetos para crear uno nuevo mediante la Arcastructura.
Por último le explico que aquella voz erael mismo, le contó que su mente tras un hecho tan traumático había decidido cerrarse para protegerse de la realidad y que tras tomar la poción que la obligó a abrirse provocó un shock era como si te lanzasen por un precipicio asegurando que puedes volar y te vieses obligado a mover los brazos como alas, le aseguro que su supervivencia era todo un logro ya que normalmente la gente acaba chocándose contra el suelo pero el había logrado volar y que ahora su mente estaba abierta.
Luego de la narración que duro un par de horas pararon para que los caballos bebieran pues la fuente de agua más próxima después de esa estaba muy lejos.
Lirien se fue y Valerin que se había levantado de buen humor ahora estaba un poco molesto.
Le habían prometido respuestas y solo le habían generado más preguntas ¿Qué es la Arcastructura? ¿Cómo puedes cambiar internamente un ser vivo? ¿Cuáles abierta eran esas leyes? ¿Por qué el había conseguido “volar”? y ¿A que se refiere exactamente con que su mente está abierta?

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Avatar de yamifernan
yamifernan 2025-05-24 21:06:47

Enhorabuena, chico. Ya estás listo. Sigue publicando para que vayas afinando tu universo y nos vayas deleitando con tu imaginación. Ponle imagen a la historia para reforzarla en la mente del lector.

Avatar de Vara
Vara 2025-05-24 20:58:17

La verdad que para ser la primera vez publicando, escribes muy bien. Sobretodo, sabes manejar el hilo narrativo y la tensión de la historia. Estoy asombrado. Tienes el mundo por delante.

Avatar de K_Lepónce
K_Lepónce 2025-05-24 20:34:42

Buena historia la verdad. Pese a que te hayas basado en algunas obras, mantienes tu propia identidad en la narrativa. Para ser la primera vez que escribes está bastante bien. Algo que te recomiendo es que siempre revises unas vez publicada tus escrituras u antes; ya sea para preveer errores ortográficos, el uso de los guiones bajos, o esclarecer ciertas cosas. Con franqueza, tu obra tiene potencial. Teniendo en cuenta que la primer parte cuenta con alrededor de nueve mil palabras, creo que tu historia podría desplazarse para convertirse en una novela corta u novela. Ya que tiene suficiente material para explorar, y por lo visto, lo vas a explorar. La narración omnisciente está bien; es práctica, sencilla, y la manera más comoda para que el lector puede entender toda la historia. Lo que si te recomiendo, es que, como a todo escritor principiante (incluyéndome) en las primeras partes de nuestros textos no definimos bien los personajes u eventos. Es decir, no lo explicamos de una manera contundente. Así que ten en cuenta eso siempre. Mucha suerte, espero con ansías la continuación de tu historia ✌️🧉.