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Crónicas contadas en susurros (Cap XXI-XXXI) - Fictograma
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Crónicas contadas en susurros (Cap XXI-XXXI)

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Publicado el 2025-06-09 19:07:41 | Vistas 98
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Capítulo XXI: Ecos de la verdad
Las preguntas resonaban en la cabeza de Valerin como ecos del desconocimiento.
Obviamente, no podía hacer nada frente a ellas; después de todo, el único que parecía conocer las respuestas era Lirien.
Entonces, como si fuera un ciego que de repente abre los ojos al mundo, se dio cuenta.
¿Era Lirien el único con respuestas?
Estaba claro que todos los miembros de la troupe estaban allí por algo. Que él supiera, los únicos con lazos sanguíneos eran Serelith y Naelith, las hermanas. Los demás, aunque compartían una atmósfera de familiaridad, no parecían unidos por la sangre.
Tenía que averiguar si podía encontrar lo que buscaba en los otros integrantes del grupo.
Primero fue a la zona de los caballos. Allí estaba Vaeriac. Aunque ya mayor —unos treinta y cinco, calculaba Valerin—, seguía en forma. Su cabello rizado, ya con algunas canas, y su barba castaña lo hacían parecer incluso más viejo de lo que era.
Se le acercó con confianza y le tocó el hombro.
—Buenos días, ¿cómo te encuentras? —preguntó levantando la vista al cielo, usando el antebrazo para cubrirse del sol.
—De maravillosa manera —dijo Valerin, con una sonrisa de oreja a oreja.
—Oh, parece que el rumor de lo que ocurrió anoche es cierto… Alguien se encuentra de excelente humor —dijo Vaeriac con complicidad, dándole un ligero toquecito en el hombro.
Valerin se sonrojó casi al instante, bajando la mirada como si el sol le ardiera directamente en la cara.
—Vamos, chico, no seas tímido. Todos hemos sido jóvenes alguna vez —dijo con tono afable, antes de ponerse más serio—. Pero te advierto: aquí queremos mucho a esa chica. No se te ocurra hacerle daño. Ya ha pasado por bastante.
Valerin intentó negar con gestos, moviendo las manos como si pudiera borrar la situación, pero las palabras no le salían.
Vaeriac le echó un brazo por encima del hombro y empezó a hacerle preguntas… preguntas que Valerin no supo cómo responder. Al final, se retiró sin poder hacer la que él quería.
Después fue al bosque, donde encontró a Naelith paseando con la abuela. La anciana iba tomada de su brazo, y aunque no compartían el cabello rubio brillante ni los ojos color miel de las hermanas, parecían curiosamente cercanas. Casi como abuela y nieta.
Esta vez Valerin decidió ser más cauteloso.
—Hola, Naelith. ¿Qué hacen dos bellas damas paseando por aquí? —dijo intentando sonar elegante.
Un susurro de Naelith a la abuela, seguido de una risita pícara, lo descolocó.
—Lo siento, joven —dijo Naelith con una leve reverencia burlona—, pero me parece que usted ya tiene una bella dama a la que atender.
Valerin sabía que con una de las hermanas era imposible controlar la conversación. Así que se despidió con una reverencia que lamentó en cuanto se dio la vuelta.
Más adelante, encontró a Varkai cortando leña con un hacha que parecía innecesaria: el gigante podría partirla con las manos desnudas.
—Qué raro verte trabajando —bromeó Valerin, siguiendo la dinámica que compartían.
—¡Jajajajaja! Y a ti por aquí solo. Yo pensaba que ya estarías preparándote para la boda —se burló Varkai sin piedad.
No entendía cómo alguien tan bruto podía saber exactamente dónde pincharle. Se fue de nuevo, frustrado, sin poder llevar la conversación hacia donde quería.
Finalmente, con el sol en lo más alto, vio a Lirawen.
Dudó. Pero al final se acercó. ¿Qué podía pasar?
—Oh, hola. ¿Cómo estás? —preguntó Lirawen sin mirarlo directamente.
—Bien. La verdad es que quería preguntarte algo —respondió, forzándose a sonar seguro.
—Si es sobre el rumor ese que se ha extendido en este grupo tan pequeño… no te preocupes. Es solo la abuela. Parece callada, pero cuando se trata de una historia jugosa, la reparte como pan caliente. Lo siento —dijo mientras se subía el bajo de los pantalones para caminar por el agua sin empaparse.
Valerin se sonrojó, pero se centró en la pregunta.
—Tú… ¿por qué estás aquí? No eres familia de ninguno, y me dijiste que llevas menos de un año, ¿no?
Hubo un silencio.
—Mmm… Yo… Es solo que… —Lirawen no encontraba las palabras. Eso debía de ser un nuevo récord: dejarla sin palabras dos días seguidos.
—Si no te sientes cómoda, no hace falta que me lo digas —dijo Valerin, dando un paso atrás.
—No es eso. Es solo que es un poco personal, y me da reparo, ¿sabes? —dijo ella, y la confianza volvió a su rostro como si aquel momento de duda hubiera sido un fallo en la realidad.
—Está bien, entonces te dejo tranquila —dijo él, empezando a alejarse. Ya imaginaba que no lograría nada esta vez.
Pero Lirawen le tomó del brazo.
Su tacto era suave. Como si lo envolviera el agua misma.
Valerin se giró. No se había alejado tanto como pensaba, y al dar el paso hacia atrás, quedó muy cerca de ella.
Olía a flores silvestres y a pan recién horneado.
Ambos se sonrojaron, y retrocedieron rápidamente.
—Creo que, ya que todos en la troupe lo saben… —dijo ella sin mirar más allá de sus propios pies, como si estos fuesen algo más que eso—. Está bien si te lo cuento a ti.
Capítulo XXII: Lirawen
Esta historia comienza como muchas otras antes: con una chica que quería conocer más allá de lo que veía a simple vista.
Se llamaba Lirawen que significa “la que brilla como una melodía al amanecer”.
No pertenecía a la nobleza, pero su familia formaba parte de la clase alta, y eso, unido a su extraordinaria belleza, la convertía en un objeto valioso a los ojos de quienes la rodeaban.
Especialmente para su madre, que desde temprana edad había comenzado a buscarle un compromiso que fortaleciera los lazos de su casa con otras familias de renombre.
Lo que su madre no sabía —o quizás no quiso ver— era que el corazón de Lirawen ya pertenecía a alguien.
Se llamaba Elarin que significa “luz cantada”. Un bardo apenas un par de años mayor que ella, de figura alta, rostro pálido y apariencia común, pero que brillaba como pocos cuando tomaba su laúd.
Cuando su voz se alzaba en una canción, el aire mismo parecía detenerse a escuchar.
Elarin había visitado muchas veces la casa de Lirawen. Al principio por encargo, luego por costumbre, y después… por ella.
Lo que comenzó como una amistad disfrazada de curiosidad pronto se transformó en algo más: largas charlas bajo los naranjos del jardín, risas contenidas entre las cortinas de su habitación, manos que aprendían a templar las cuerdas del laúd… corazones que, sin quererlo, aprendían a latir al mismo compás.
Pero todo cambió.
Justo cuando Elarin anunció una nueva visita, su madre le reveló la noticia que Lirawen tanto temía: había sido comprometida con un noble.
El hombre era mayor, de unos cuarenta años. No era mucho más influyente que su familia, pero su titulo era suficiente para que su madre no lo dejara escapar.
Cuando Elarin llegó esa tarde, su presencia iluminó el salón, como siempre. Pero lo que no esperaba Lirawen era que, esa vez, trajera una canción nueva.
“En los jardines donde el mundo calla,
Tu risa era un farol entre la hiedra.
Tus manos guiaban las cuerdas del laúd,
Y el canto era un secreto, solo nuestro, sin virtud.
Cuando el cielo no miraba, eras mi verdad callada…”
Cada verso era una confesión, una memoria compartida disfrazada de poesía. Nadie más lo notó, pero Lirawen comprendió cada palabra.
Cuando quiso darse cuenta, ya tenía las mejillas empapadas.
Capítulo XXIII: Elarin
Lirawen se encerró en su habitación y lloró hasta que no le quedaron lágrimas.
Horas después, un golpe en la ventana rompió el silencio.
Era Elarin.
Sin pensarlo, le abrió. Él entró con rapidez, nervioso, buscando explicarse.
—Lo siento… no sabía que… solo quería sorprenderte —dijo, tomando aire—. De verdad, lo siento.
Pero Lirawen no necesitaba palabras. Se lanzó a sus brazos y lo abrazó con fuerza, como si pudiera detener el tiempo.
—Me han comprometido, Elarin —susurró.
Entonces él lo entendió todo. El silencio fue su forma de entrar en pánico.
Pero no tardó en reaccionar.
Tomándola de los hombros, con la frente pegada a la suya, le dijo:
—Nos vamos. Esta misma noche. Te vienes conmigo y con mi troupe. Lleva solo lo que quepa en los bolsillos. Ropa cómoda. Tendremos que correr.
Le besó la frente, y luego desapareció por la ventana.
Lirawen actuó sin dudar. Pidió prestada ropa a una criada de su misma complexión. Apenas cogió algunas monedas, incapaz de robar a su madre.
Tomó también un collar: uno sencillo, hecho a mano, con un trozo de madera.
Un fragmento del laúd de Elarin. Un recuerdo.
Esa noche bajó al jardín. Allí lo esperaba él, nervioso pero determinado.
Caminaron en silencio hacia el bosque. El mundo parecía en pausa. El futuro, aún posible.
Hasta que lo escucharon.
Caballos. Voces. Guardias.
Alguien los había visto. El aviso había llegado a casa más rápido que ellos al bosque.
—Por aquí —dijo Elarin, señalando dos caminos.
Se detuvo.
—Lirawen, toma este. Es más corto. Más seguro. Síguelo recto y llegarás a un claro. Mis amigos te esperan allí.
—¿Y tú?
—Yo atraeré a los guardias. Tomaré otro camino. Conozco el bosque, estaré bien.
—¡No! Tenemos que ir juntos.
El sonido de los cascos se acercaba. No había tiempo.
—Confía en mí. Corre.
Y la empujó con delicadeza. Lirawen corrió.
Detrás, escuchó lo que más temía: las primeras notas del laúd.
Elarin estaba tocando. Atraía a los guardias con la música que un día la enamoró.
Y que ahora se le clavaba como un puñal.
Corrió. Llegó al claro. El laúd enmudeció.
Allí la esperaba la troupe: Vaeriac, Varkai, las hermanas…
Contó la historia, entre lágrimas. Vaeriac y Varkai partieron de inmediato a buscar a Elarin.
Las hermanas sujetaron a Lirawen. No podía volver.
Pasó la noche. No durmió. Cuando el sol iluminó el claro, los dos hombres regresaron.
Venían solos.
En las manos de Vaeriac, el laúd de Elarin.
Roto. Aplastado.
Con sangre.
Intentaron decir algo. Pero Lirawen ya lo sabía.
No pudo terminar de contarle la historia a Valerin.
Le pidió, con un hilo de voz, un momento a solas.Por supuesto. Aquí tienes el texto con el formato corregido: he respetado tus palabras, corrigiendo únicamente signos de puntuación, faltas de ortografía y estructura gramatical básica para una lectura fluida, manteniendo tu estilo original.
Capítulo XXIV: Confidente
Valerin se alejó no demasiado y se sentó cerca de un árbol grande que le daba sombra.
La historia de Lirawen le había hecho pensar. Ahora la entendía mejor y, a su vez, entendía menos cómo debía sentirse.
Casi como un paralelismo a su situación con el mundo: cuanto más conocía, más se daba cuenta de lo poco que sabía.
Allí empezó a dar vueltas; no sabía muy bien qué hacer o qué decirle a Lirawen.
¿Era Elarin la única razón por la que Lirawen le había pedido que se quedase? ¿Cómo el que guarda una foto de un ser querido?
Preguntas que, en el futuro, comprendería que eran tontas. Ahora, en su inmadurez, le parecían razonables.
Valerin estaba inclusive más confuso que al inicio del día, pero esta vez no era sobre preguntas lógicas, sino por algo más visceral, sobre sí mismo.
Entonces oyó una voz femenina. Por un segundo pensó que era Lirawen, pero no. Él conocía la voz de la joven, y esta sonaba más madura, pero se le hacía casi igual de familiar.
Era Serelith, la mayor de las hermanas.
—¿Qué tal? ¿Has visto a mi hermana y a la abue…?
Se paró al ver la cara de Valerin. Ella era realmente perceptiva para estas cosas.
—¿Qué pasa? ¿Varkai se ha pasado contigo? ¡Déjame que le dé un buen golpe a ese cazurro!
—No es eso, es Lirawen —Valerin notó que tenía que desahogarse.
—Oh, vaya, ¿ya habéis tenido vuestra primera pelea? No me extrañaría, tienes pinta de ser un bruto. Aunque claro, casi todos los hombres lo parecéis —dijo como si tuviera resentimientos pasados.
—Oye, no me parece justo… Y no, no hemos peleado. Es que ella… —dudaba si hablar.
—Claro, te lo ha contado —dijo mientras se sentaba a su lado—. Chico, si necesitas hablar, estoy aquí. Y te aseguro que sé guardar un secreto.
—Es solo que estoy confuso. Tengo tantas preguntas —dijo Valerin mientras miraba hacia el cielo.
—Bueno, aunque no soy tan sabia como Lirien, por ejemplo, creo que te puedo intentar ayudar —dijo, poniéndole la mano en el hombro.
—Si te digo la verdad, siento algo por ella. Se siente distinto —dijo él, un poco ruborizado.
—Y ahora no sabes si ella ha superado a Elarin y si siente lo mismo por ti, ¿no? —dijo Serelith—. ¡Cómo me gusta esa esencia juvenil!
—No es eso —dijo Valerin, sintiendo que menospreciaban sus sentimientos—. A ver, quiero decir sí, pero no. Es que lo que siento... no sé si lo siento de verdad. No sé si ella lo siente de verdad. Y si solo somos dos heridos que buscan tiritas para sanarse el uno al otro…
Serelith lo miró sorprendida, como si hubiera visto a un conejo hablarle sobre las notas musicales.
—Y yo creyendo que eras un bruto —dijo mientras se rascaba la cabeza—. Chico, no sé cómo te sientes, eso solo lo sabes tú. Y eso mismo aplica para ella. Pero si no estás seguro si lo que sientes es algo real, date tiempo. Conócela. No fuerces. Espera a estar seguro.
Se creó un silencio entre ambos.
Entonces Serelith cayó en cuenta:
—Espera… ¿y ella?
—Ya te he dicho que no sé qué es lo que siente —dijo Valerin, mirándola.
—¡Eso no, bobo! ¡Que dónde está! —dijo mientras ponía una cara de preocupación.
—Ah… río abajo. Me ha pedido un tiempo sola —dijo Valerin, un poco avergonzado.
—¿Y eso hace cuánto tiempo? —dijo Serelith, ya yendo río abajo.
—Pues… —Valerin se dio cuenta: habían pasado casi dos horas. Ella debería haberse ido ya.
—¡Y tú hablando conmigo! Mira que por un momento he pensado que eras más que un bruto…
Ambos corren río abajo.
Lirawen ya no está.
Entonces vuelven al campamento y la encuentran allí, riéndose de una broma de Naelith.
Valerin y Lirawen se dedican una mirada cómplice y ella le sonríe.
Serelith le hace signos a Naelith para que venga y manda a Valerin con Lirawen.
Ambos se saludan, esta vez con más confianza.
Y antes de que Valerin pudiera preguntarle o decir algo, Lirawen lo para.
—No te preocupes, estoy bien. Ya lo tengo superado… creo. Y además, te agradezco que me hayas escuchado. Sé que eres buena persona.
Así que seguro que ahora quieres consolarme, pero no hace falta. Y sí, ya sé que somos amigos y que eso es lo que hacen los amigos, pero de verdad: no es necesario —dijo Lirawen, dedicándole una sonrisa.
—Vale, pues ya hablamos —dijo, dedicándole también una sonrisa.
Valerin vuelve con las hermanas.
Parece que Serelith no ha dicho nada a su hermana, que se marcha en cuanto él llega, con cara de no comprender nada.
—Bueno, ¿y? Ha sido rápido. ¿Ya le has dicho lo que sientes? Vamos, chico, no me dejes con la intriga.
—No le he dicho nada, pero creo que estoy mejor. Después de todo, somos amigos. Por cierto, gracias por escucharme —dice, muy contento.
Entonces Serelith lo toma de los hombros, lo mira directamente a los ojos y, a continuación, le golpea la cabeza.
—Tú definitivamente eres un bruto.
Valerin decide ignorar el comentario y vuelve con el grupo, donde charla normalmente.
Capitulo XXV: Volar
El cuervo ha terminado de construir, no ha construido una casa o lo que podríamos considerar normalmente una casa.
Ha construido un bosque casi parece natural pero no lo ha creado el cuervo con partes de otros bosques, con árboles convertidos en brote y de nuevo en árboles.
Entonces el cuervo escucha una voz es autoritaria y habla en un idioma inteligible para un simple humano, pero el cuervo ya no es humano.
El lo ve todo en todas partes en todas las épocas conoce todo lo que ha ocurrido, ocurre y ocurrirá.
Y aún así el no puede decir nada, sentir nada y no toma sus propias decisiones se mueve por instinto o más bien como si algo lo llevará a hacer lo que hacía.
El cuervo mira al cielo y cuando la voz ya no se oye el cuervo vuelve a volar, nadie sabe a dónde ni si quiera el mismo.
Pero después de tanto tiempo el cuervo vuelve a a recordar como si esa parte que una vez fue humana quisiera salir.
Capítulo XXVI– La Tormenta y el Rumbo
Han pasado dos semanas y Valerin ya es uno más de la troupe.
Se ríe con Varkai y sus provocaciones mutuas, ya ayuda a Vaeriac con las tareas y aprende de él cómo cuidar de los caballos. Las hermanas le enseñan cómo guiarse correctamente en un bosque y qué frutos y setas son comestibles y cuáles venenosas. Aunque no se mueve con esa naturalidad que brinda la experiencia, mejora poco a poco.
Con Lirien, su relación es un poco ambigua. Normalmente sus charlas son de lo más normales, pero desde hace una semana, y aunque se niega a responder a sus preguntas, le obliga a meditar mientras sostiene un objeto: a veces es una piedra, a veces tierra, pero siempre objetos sencillos. La verdad es que solo lo hace porque Lirawen le asegura que así aprenderá algo.
Y claro… Lirawen. La verdad es que su relación está muy tranquila. Aunque a veces se pone nervioso, son amistosos entre sí, y de vez en cuando ambos se miran, no dicen nada y se ríen, como si mantuvieran una conversación silenciosa.
Aquello se sentía bien para Valerin. Está en ese momento en el que, aunque no lo dice y apenas lo piensa, empieza a sentir que tiene un hogar.
Y entonces se da cuenta de algo: llevan yendo en la misma dirección desde que partieron, con pequeños parones para que los caballos descansen, pero no han pasado por un pueblo en dos semanas.
¿Es eso normal en una troupe?
Está seguro de que si se hubieran desviado un poco ya estarían en un pueblo, basándose en su ignorancia sobre los caminos. Entonces se da cuenta de algo más: nunca hablan de a dónde van.
¿Será que no lo saben?
¿O quizá es que lo saben tan bien que nadie lo menciona?
La verdad es que le parece un poco tonto dudar de estas cosas a estas alturas, pero bueno… intentará preguntar.
Y así, un día, mientras comen, Valerin decide hacer la pregunta. La dice de manera natural, como una brisa.
Pero después de ver la cara de todos, cómo las risas han parado y se transforman en expresiones de seriedad, cómo se miran entre sí…
Siente como si aquella brisa, por alguna extraña razón, se hubiera vuelto un gran tornado, y ahora se viera a sí mismo atrapado en el ojo de la tormenta que lo observa.
Entonces Vaeriac, con esa personalidad de aquellos que prefieren evitar el conflicto, hace una broma.
Una broma que no merece ni ser contada, pero con la clara intención de romper aquella tormenta.
Pero claro… una tormenta no es algo que puedas parar.
¿O quizá sí?
Por alguna extraña razón, todos se ríen de aquella broma.
Menos Valerin, claro.
Y continúan con otras bromas.
La tormenta ha parado por un momento.
Valerin siente alivio.
Pero entonces se pregunta cómo es siquiera posible que haya parado de forma tan antinatural.
Algo ocultaba la tormenta.
Algo que parece que no quieren Capítulo XXVII: El Ojo del Bosque
Valerin no podía dormir. La situación le daba vueltas en la cabeza. Todo era un caos.
Creía que había encontrado personas en quienes confiar, un hogar incluso. Pero ni siquiera le habían dicho a dónde iban. Cada vez que intentaba calmarse, algo dentro de él le empujaba a dudar.
Esa noche se sentía como una representación teatral de su mente: un rayo, su trueno, la lluvia estrellándose contra la tierra sin pausa, el viento sacudiendo los árboles como si intentara arrancarlos de su lugar.
Frente a tanto ruido—más interior que exterior—decidió sentarse contra la pared del carruaje. Respiraba con dificultad. Se preguntaba por qué la vida no le daba un respiro. Por qué no podía tener, aunque fuera una noche de calma verdadera.
Estaba resentido. Dudaba de sí mismo. De ellos. De aquellas sonrisas que tal vez ocultaban algo más.
Salió bajo la lluvia y caminó sin rumbo. Nunca le había gustado la tormenta, sabía que era peligrosa, pero esa noche… ese caos lo aliviaba. Porque era un reflejo del que llevaba dentro.
Tras un largo rato, volvió al campamento. Subió con torpeza al carruaje. Al entrar, vio algo: la piedra con la que Lirien lo había hecho meditar durante casi dos horas esa mañana. Por alguna razón, la tomó.
Se sentó y empezó a meditar. Esta vez era diferente. No sentía solo el peso de la piedra en sus manos: sentía su historia, como si se estuvieran reconociendo mutuamente. Algo antiguo. Algo vivo.
Entonces, un rayo cayó cerca. Y un grito desgarrador rompió el aire.
El cuerpo de Valerin se tensó. Conocía esa voz.
Era Lirawen.
Corrió. El barro le salpicaba las piernas, el cabello mojado se le pegaba al rostro. La ropa empapada no era más que un peso muerto sobre su cuerpo. Pero ni por un segundo dudó. Ni siquiera pensó. En ese instante, hacerlo le habría parecido una estupidez.
El cariño que sentía por ellos era real. Ellos lo habían sostenido cuando más lo necesitó. ¿Qué importaba hacia dónde iban, si estaban con él?
Cuando por fin llegó a donde creía haber oído los gritos, vio una figura femenina. Corrió hacia ella, aliviado. Pero entonces, el relámpago iluminó el cielo… y supo que no era Lirawen.
La figura tenía forma de mujer, sí, pero no era humana. Emitía un aura oscura, primitiva, algo que helaría la sangre del más valiente héroe de cuento.
Entonces sonrió. O algo parecido. Y se lanzó sobre él.
Valerin cayó al suelo. Sintió las garras desgarrando su piel, un ardor cálido en las heridas. Se resistía. Forcejeaba. No pensaba, solo sobrevivía.
Metió la mano en el bolsillo y encontró la piedra.
Golpeó.
La criatura retrocedió.
Él se abalanzó sobre ella, y con cada golpe gritaba, como si quisiera silenciar su propio miedo.
Ella respondió con un zarpazo. El dolor en el rostro fue instantáneo y brutal. Uno de sus ojos… no podía abrirlo. Pero no paró.
Golpeó.
Golpeó.
Golpeó.
Hasta que la criatura dejó de moverse.
Su cuerpo ya no respondía. Apenas podía ver. Cayó de rodillas. Pensó que iba a morir allí, solo, en el barro.
Y se desmayó.
Capítulo XXVIII: El Despertar
Se despertó confuso. Aturdido. Se incorporó por instinto, pero un dolor profundo le atravesó el pecho y lo dejó inmóvil.
Le dolía respirar.
Tenía vendajes. Lo notó al instante. Pero también notó otra cosa.
Algo no encajaba. La visión de un lado… no existía.
Llevó la mano al vendaje que le cubría el rostro y entendió.
Donde antes había un ojo… ahora no había nada.
—No… —murmuró en voz alta.
Abrió y cerró el otro ojo. Deseando despertar. Deseando que fuera un mal sueño.
Pero no lo era.
Giró la cabeza. Junto a él estaba Lirawen. Dormida, agotada, pero sentada a su lado.
Entonces la abuela entró con un plato de comida. Al verle despierto, pareció sorprendida por un instante, pero enseguida recuperó su serenidad.
Le ayudó a incorporarse y comenzó a darle de comer con una cuchara.
—¿Por qué no estoy muerto? —preguntó Valerin, tocándose el vendaje con cuidado, sin mirarla.
—Sinceramente, no lo sé. Cualquiera moriría contra una Kaelith —dijo, tranquila.
—No me refiero a eso… Pensé que moriría en el bosque.
—Ah. Eso. Lirien te encontró rápido. Te ayudó… aunque el idiota casi muere también.
Valerin calló.
—Lirawen lleva aquí tres días. Apenas ha dormido. Te ha cuidado todo el tiempo. Si estás vivo… es gracias a ella.
La anciana dejó el plato a un lado y se marchó en silencio.
Poco después, se oyeron voces y pasos.
Llegaron Vaeriac, Varkai y Serelith. Vaeriac estuvo a punto de lanzarse a abrazarlo, pero Serelith lo detuvo con un golpe rápido. Le temblaban las manos. Se tapó la boca, intentando contener las lágrimas.
Y entonces llegó Lirien, caminando con dificultad, apoyado en Naelith.
Lo sentaron frente a Valerin. Lirien hizo un gesto para que se marcharan.
Varkai se acercó para llevarse a Lirawen, pero Lirien lo detuvo. Su presencia se volvió más densa. Más sólida. Una figura de autoridad incuestionable.
—Necesita descansar. Déjala.
Capítulo XXIX: El Susurro Bajo la Montaña
El Cuervo aterriza en la cima de una montaña, en una cueva inaccesible para cualquier humano. Entra en su interior, silencioso, y se agacha, acercando el oído al suelo.
Escucha durante un momento. Asiente con la cabeza. Susurra algo ininteligible.
El suelo se retuerce bajo él y forma un asiento. El Cuervo se sienta, en calma, y observa la puesta de sol.
Los tonos anaranjados inundan la cueva, tiñen el cielo de fuego, pero no parecen afectarlo. Su figura sigue siendo una sombra, ajena a la luz, como si esta evitara tocarlo.
Allí, como si ese paisaje fuera irrelevante, cierra los ojos. Entra en trance.
Entonces se halla en otro lugar. Oscuro. El suelo, o lo que pisa, parece líquido: cada paso crea ondas lentas que se propagan en la nada. Frente a él hay un libro.
Pero no ha venido por ese libro. Podría leerlo cuando quisiera.
En vez de acercarse, se arrodilla sobre una rodilla y baja la cabeza en señal de reverencia.
Una voz le habla.
No es una voz humana, ni de este mundo. El Cuervo le responde. Hablan en un idioma imposible, antiguo, que no pertenece a ningún ser vivo.
Conversan largo tiempo.
Después, se levanta. Regresa a la cueva. Abre los ojos.
Aquella voz no era suya. Él ya no tiene voz propia. La perdió. Ahora solo habla en nombre de otro. De alguien más grande que cualquier otro.
Y lo sirve. Le cuenta todo lo que ve. Lo que aprende.
Sabe muy bien las consecuencias de ocultar algo a esa voz. Y sin embargo… lo ha hecho.
Le ha mentido.
Ha ocultado algo que no debe ser revelado. No si desea seguir viviendo. Y aunque la muerte solía importarle poco… últimamente, le preocupa.
Suspira. Se recuesta otra vez en el asiento. Esta vez no entra en trance. Solo respira. Escucha el aire. La montaña. El mundo.
Y entonces, recuerda.
Capítulo XXX: Arcastructura
Aquel momento, justo antes de esa conversación, fue el peor de la vida de Valerin.
En ese instante, Valerin sintió que el mundo lo odiaba. Que nada era justo. Que la tragedia lo seguía a cada paso. Era un pobre desgraciado: sin familia, sin hogar, sin un ojo y, lo más importante, sin esperanza.
Pero aquella conversación fue un punto de inflexión.
Valerin lo recuerda como si lo estuviera viviendo otra vez. Recuerda el dolor que sentía en el cuerpo. El sonido seco de la madera del carruaje cada vez que intentaba moverse para aliviarse.
Recuerda a Lirawen, allí dormida, su pelo moviéndose con el viento, lo delicada que se veía.
Recuerda el susurro del viento entre los árboles, el movimiento de las hojas.
Recuerda cada instante.
Y por último, recuerda a Lirien.
Su pelo blanco alborotado, su barba igual. Se le veía cansado. Muy cansado.
Y entre todo eso, recuerda con claridad absoluta las primeras palabras que le dijo:
—¿Ansías el conocimiento, el poder… y deseas fuerza? —preguntó Lirien, mientras dibujaba algo con el dedo en el suelo.
Valerin le clavó la mirada y asintió.
En ese momento no ansiaba otra cosa.
Quería conocimiento para no volver a ser engañado.
Quería poder para vencer a sus enemigos.
Y quería fuerza, fuerza para protegerse a sí mismo y a todo lo que ama.
Entonces Lirien sacó de su bolsillo la piedra con la que Valerin había meditado. La misma que luego usó para defenderse.
Valerin lo observó.
Lirien acercó el oído a la piedra y le susurró algo.
Entonces ocurrió.
La piedra se afiló, se alargó, y tomó la forma de una pica.
—Esto es Arcastructura.
Y es el sistema que usamos los conocedores de la Palabra.
Capitulo XXXI: Principios
Valerin estuvo a punto de hablar, pero Lirien lo calló antes siquiera de que pudiera articular palabra.
—Verás —dijo Lirien—, gente como yo poseemos la capacidad de alterar la estructura de las cosas.
Todos —tanto seres vivos como objetos— tenemos una historia. Y esa historia es la que nos forma, la que define lo que somos. Esa historia nos da estructura.
Pues bien, los conocedores de la Palabra somos capaces, mediante el poder arcano, de conocer y alterar esa estructura.
Hizo una pausa breve, como si pesara sus palabras.
—Este poder arcano es inherente. Nace de uno mismo. Pero no se limita a nosotros, los humanos.
Existen criaturas, como la que viste aquella noche, capaces de usar el arcano de formas que nosotros apenas podríamos imaginar.
Claramente, todo tiene un precio. Para acceder al arcano, debes sacrificar una parte de tus recuerdos.
Y cuanto más pesado sea el recuerdo, más fuerte será tu capital arcano. Y, por tanto, tu capacidad de alterar la estructura de las cosas.
Lirien lo miró con seriedad.
—Eso sería, en líneas generales, lo básico.
Lo demás lo irás aprendiendo con el tiempo… aunque no ahora.
Y no seré yo quien te lo enseñe.
Sin más, se levantó y salió del carruaje, dejando a Valerin sumido en la confusión.
No le quedaba otra que reflexionar sobre lo que acababa de oír.
La Arcastructura le prometía la verdad. Pero conocerla exigía un precio.
Y ahora debía elegir cuál estaba dispuesto a pagar.
Valerin cerró los ojos e intentó meditar cuál sería su siguiente paso.
Entonces, sintió de pronto cómo alguien se abalanzaba sobre él y lo abrazaba con fuerza, haciéndole soltar un leve gruñido de dolor.
La figura se apartó enseguida, alarmada.
Era Lirawen.
Estaba un poco sonrojada, pero con una gran sonrisa y disculpándose con Valerin.
A Valerin no se le ocurrió nada mejor que soltar una broma.
Lirawen se rio sonoramente y le dio un golpecito. Por un momento a Valerin le invadió una sensación refrescante al oírla reírse como si tuviese cualidades sanadoras.
Pero su expresión cambió. Se volvió más seria.
Con suavidad, acercó la mano al vendaje del rostro de Valerin. Sus dedos eran delgados, su piel blanca. Olía a flores.
—Lo siento. Realmente… no es algo que podamos solucionar —dijo, afectada.
—Está bien, ya me acostumbraré —respondió Valerin, intentando calmarla.
Le sostuvo la mano, esa misma que había rozado su rostro, y le dedicó una sonrisa, sin dientes, pero sincera.
—Creo que… lo mejor será que te deje descansar —murmuró Lirawen, ruborizada, después de mirar cómo él aún sostenía su mano.
Se marchó con pasos suaves, dejándolo de nuevo solo.
Solo con sus pensamientos.
Solo con su mente.

5.0 (1)
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Teresa 2025-06-09 22:29:52

Me han encantado todos los capítulos, especialmente la historia de trágica de Elarin y Lirawen. Solo una observación, ya has dicho que utilizas chatgpt para las correcciones ortográficas, solo asegúrate de remover esas referencias en la narración. Dale también el formato adecuado a tu novela, que es muy amena, y ponle rostro, es decir, imagen.