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La reconocerás por el rastro de sus muertos - Parte I - Fictograma
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La reconocerás por el rastro de sus muertos - Parte I

Avatar de Brook-Bolander

Brook-Bolander

Publicado el 2025-07-23 17:37:05 | Vistas 136
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El gánster tiene el arma apuntada hacia la frente de Rack. ¡Dios mío! El maldito gánster tiene el arma apuntada hacia la puta frente de su compañero Rack, y lo único que Rhye puede hacer es mirar y gritar mientras el gánster le sonríe y aprieta el gatillo, haciendo volar sus sesos perfectos entre las orejas.

Rhye ya tiene sus pistolas desenfundadas antes de que los otros bastardos de Ganímedes puedan siquiera pestañear, pero es demasiado tarde: el daño está hecho, y puede verlo esparcido en las paredes, el suelo y el techo. La sangre y el hueso sintéticos son casi idénticos a los reales. Dispara tres veces a la mierda de carne que ha disparado a su compañero (muerto, muerto, maldita sea, no, no, no, no) y después a sus compinches que se le echan encima como chacales humanos, los tres veces malditos que son, y la derriban. La habitación apesta a sangre, pólvora, sudor y miedo. Por primera vez en su vida, a Rhye esos olores le provocan arcadas. Sus oídos zumban —ya sea por los disparos o por quién sabe qué demonios— y siente como si el suelo se desvaneciera bajo sus botas de motera.

Sigue forcejeando contra aquellos dedos carnosos para alcanzar a Rack cuando el jefe de los matones le rompe la nariz con un puño cuadrado del tamaño de la luna en la que nació. Apenas siente que se le parte el hueso. Su compañero está muerto. Muerto, y el mundo se le ha tornado gris, porque el color se drena en un charco rojo que yace a sus pies.

“Intentaba descifrarlo, malditos. ¿Qué demonios les pasa? ¡Se salió del sistema e intentó hacerlo de nuevo; se ha tardado porque tuvo un pequeño tropiezo. ¡Jesús! Ahora cómo reviviremos a este maldito niño?” Le duele la garganta de tanto gritar. Se le acumula la sangre en los senos nasales, y casi la ahogan. No le importa. “Los mataré, los mataré a todos, malditos. Están muertos, hijos de puta, ¿me oyen? Suéltenme, déjenme ir, maldita sea…”

“Te contratamos a ti y a tu compañero para acabar con el trabajo. Nunca hablamos nada de fallar,” dice el hombre. Su voz tiene un fuerte acento y su aliento apesta a cebolla y vodka. “Si el chico bonito no ha podido sacar lo que necesitamos, el chico bonito es un inútil, como si se dijera lo mismo de unas tetas de toro, ¿lo entiendes?, o una inútil perra cyborg. Su conciencia puede quedarse dentro del dispositivo y pudrirse, por lo que a mí respecta. Pero…” —le clava un dedo romo en la frente a Rhye— “creo que a ti sí te importa. Creo que te importa mucho, ¿verdad? Sí, sí, ¿verdad?”

“Voy a matarte, maldito.” Lo dice lentamente, pronunciando cada palabra con una claridad mortal. “Voy a meterte mi pistola por el culo y abrir un agujero tan grande que ni la verga de una ballena lo podrá llenar.”

“No si quieres recuperar a tu compañero,” le responde, lanzándole un cable de conexión. “Conéctate y saca los datos. Trae al chico bonito también, si quieres. Pero, repito, si fallas, mueren juntos. Simple.”

Sí que le importa, le importa demasiado, demasiado, la puta madre, y la visión de Rack desplomado en la silla con un agujero redondo y chamuscado en la frente le aprieta el corazón que siempre jura no tener; Rhye escupe sangre y odio a la cara del que la ha contratado por encargo y enchufa el cable en el puerto en la base de su cráneo.

• • • •



Cuando conoció a Rack la primera vez, Rhye acababa de salir del ejército, y era como una de esas trituradoras de carne por las que los humanos pagan para que luchen por ellos. Sabía que, según los tiempos que corrían, aquellos que nacían de cables y circuitos nunca valdrían lo mismo que un humano de carne y hueso. Los agentes que la reclutaron la sacaron de las calles cuando tenía doce años y la enviaron a un campo de entrenamiento. Era buena con los idiomas, pero aún mejor matando, así que la mantuvieron en misiones hasta los veinticinco años; después la aventaron de vuelta a las calles como a esos escupitajos de semen de las actrices porno. Ahora tiene el cabello gris, rizado, corto, ojos grises y apagados, y unos callos endurecidos de tanto sostener empuñaduras de armas. Es pequeña y delgada, de regla subestimada, pero absolutamente fría, con un aire de no-me-jodas que la mayoría por instinto reconoce apartándose de su camino cuando la ven venir. Aquellos que no lo hacen reciben un destello de advertencia proveniente de sus dientes y fundas.

No hay nada más divertido que ver a un borracho de carne y hueso mojarse los pantalones cuando les pasa. En un minuto se atreven a tocarla del culo, creyéndola una prostituta sintética, y al otro tienen a la muerte mirándoles fijo a su propia cara; se orinan como si fueran un maldito bebé. Rhye solo se echa a reír de ellos.

Le gusta vagar por la ciudad en busca de algo que hacer, se mete en problemas en los distritos por donde pasa (con los polis están en términos de tú a tú; casi como en una comedia), para, finalmente, acabar peleando en combates a muerte contra miserables de su clase por unas cuantas monedas facilonas frente a un montón de gritones. No lo hace realmente por el dinero, aunque le sirven para comprarse unos cigarrillos, lo que no viene mal; Mata porque matar es lo único que sabe hacer bien; francamente, lo disfruta. Y sin remordimientos. Si los pobres idiotas a los que mata no quisieran estar muertos, no asistirían a la arena. Pero el mundo está embrutecido, todos lo están; solo el dolor de la pelea te hace sentir vivo.

Una noche en la arena, su pie resbala y una montaña de músculo y nanotecnología a la que está acribillando la alcanza y le rompe tres costillas y una muñeca. Aún así, logra derribarlo con una sola mano, pero se da cuenta de que el premio no alcanza para pagarse un médico. La arrojan al callejón detrás del recinto, como si fuera un juguete roto, y allí yace, empapada hasta los huesos de una lluvia aceitosa que nunca parece parar en esta maldita ciudad que luce como un cenicero gris.

Ahí es donde Rack la encuentra, ese hijo de puta de manos suaves y modales de gente de bien. Por qué demonios está ahí, en primer lugar, Rhye todavía no lo entiende. Lo único que sabe es que en un minuto está acurrucada sobre un charco, exhausta y dolorida, y al siguiente aparece una mano extendida en un par de ojos marrones y tristes que la observan (maldita expresión de perrito tierno; el chico estaba bien afeitado, con semblante pensativo, y, ¡por el amor de Dios!, llevaba corbata y maletín, ¿puedes imaginarte esa mierda de escena?) y no importa cuánto lo mirase con desprecio, él no se se va. Rhye le muestra las empuñaduras de sus pistolas, pero él se limita a mirarla, quedo. Eso la sorprende; no esperaba que el joven señor oficinista fuera terco.

“Vete a la mierda, niño de cuello blanco,” le dice ella. “¿Acaso te conozco?”

“No,” responde él, con exasperada paciencia, “pero sé cómo se ve alguien que necesita de una mano. Vamos. Protejámonos de la lluvia.”

Rhye ni siquiera se opone porque está muy herida. Él le pasa el brazo por debajo y juntos cojean hasta llegar a su apartamento; le ha manchado la bonita camisa con agua aceitosa y sangre.

Si este chico hubiese sido más listo, la habría dejado donde estaba. Maldito idiota. Estúpido y maldito idealista, niño noble de corazón blando.

• • • •



¡Conexión saliente detectada!

Inicializando transferencia de conexión a la interfaz interpretativa…

¡Transferencia completada!


(Oye, Rhye, ven aquí. Esto es para ti.)

Se siente como flotar en un campo de estática oscura; la presión se asienta como un gordo de sumo contra el cerebro, empujándolo hacia abajo. Desfilan líneas de código por el interior de sus ojos. La retahíla de datos que la atraviesan son enloquecedores, la puta madre. Duele. Se le enfanga el pensamiento, y siente como si cuchillos le cortaran el cerebro una y otra vez; solo piensa en cuánto odia esta mierda del ciberespacio. Pero eran cosas del idiota de Rack, no de ella. A Rhye le gusta lo material y concreto. Le gusta tener un cuerpo. Saber que existe el Norte, Sur, Este, Oeste. Saber que camina en una dirección y si dispara hacia algún hijo de puta, este cae muerto. Eso es real. Pero encontrar a Rack en este ciberespacio es como tratar de encontrar una semilla en el culo de un elefante, especialmente si está enredado en desbloquear el sistema de seguridad. Rack parecía asustado, hasta la mierda, por el comunicador antes de que ese desperdicio de semen de allá arriba le rompiera los sesos. Cuando Rhye recuerda lo sucedido, se le encoge el culo imaginario, porque no tiene uno real aunque haga el intento de apretarlo.

Piensa buscar a Rack, sacarlo de cualquier mierda en la que se haya metido, y, de alguna manera, liberar los datos que quieren los que la contrataron por encargo. Pan comido. Sin problemas. En cuanto descubra de lo qué va esto, para donde y hacia dónde avanzar, ¡carajo!, ahora se da cuenta de que no entiende una mierda. Debió haber prestado más atención en la escuela. Debió haber ido a la escuela.

(Parece un chip, un pequeño trozo de plástico y cables no más grande que un cartucho de calibre 0.22. Él lo deja caer en su palma, con la mirada felina de un gato que acaba de robarse un canario de la tienda contigua, pero a punta de pistola. Ella mira el objeto, después a él; tiene una sonrisa en las comisuras de los labios y algo de orgullo en sus ojos.)

(¿Qué demonios es esto?)


Estableciendo bucle parietal operculum… ¡ÉXITO!


Estableciendo bucle córtex parietal posterior… ¡ÉXITO!



Dentro de su cerebro ya conectado, algo en el guión le resulta familiar a Rhye. Un recuerdo medio nublado por el licor, el desinterés y la incertidumbre de estar tan avergonzada por algo que había obligado a su cerebro a olvidarlo por completo. Dios santo, ¿realmente se había sonrojado? ¿Como una maldita colegiala en un San Valentín?

Rhye nunca ha sido buena aceptando bondades. Ser amada no le sienta bien.

(Es arte. Es arte y es único en su clase y es todo tuyo. Es una interfaz, como la mía, pero eliminé todo el hardware de renderizado e instalé una ruta directa a las cortezas somatosensoriales de tu cerebro. Interpretas el estímulo de forma natural, como poesía o música, y… Rhye, no hay palabras para esto. Aquí, conéctate al equipo de prueba. Entra conmigo. Tienes que verlo por ti misma.)


(Solo explícame por qué está en maldito inglés, Rack, pequeña rata.)


(Desarrolla metáforas para entornos abstractos. Lo armé solo pa…)


(Oh. ah. Bueno, lo tengo. Eres un hijo de puta, listillo Rack. ¿Quieres un trago?)



Había guardado el chip en uno de los puertos debajo de su cabello para no sentirse demasiado sentimental en aquel encuentro ciberespacial (no es que le importara, claro), por lo que se giró para que el gangster no viera cómo se sonrojaba. Después, se emborrachó con un whisky barato guardado en el refrigerador hasta que se le borró la mente durante el resto de lo que quedaba de la noche. Que Rack la quisiera conectada era algo que no lo había pensado antes. Maldita sentimentalidad. Este tipo de mierdas es la que te acaba matando.

Seguro que ahora parece venirle de perlas este pequeño regalo. La estática tiembla y parpadea y las cosas empiezan a tomar forma. Vuelve a tener cuerpo de nuevo, con sus pistolas en la cintura, y agradece a su cerebro porque preferiría saltar de aquí con muñones y ganchos antes que aparecer en él sin sus armas. Otro giro en el gran vacío y hay tierra bajo sus botas, un cielo gris arriba y un río adelante, y…

¡Homúnculos motores/sensoriales locales mejorados detectados, descargando tareas de renderizado… completado!


Llenando el búfer de entrada… 60%… 85%… 100%!


Renderizando contenido del búfer…



Árboles muertos, hierba muerta, y un barquero esquelético en un bote, encapuchado , la espera...


• • • •



Asociarse con Rack no representó ninguna merma en su estilo de vida, al principio. Hacía el papel de matona a sueldo si aparecía una oferta de trabajo ofrecida por él —no se engañen, ya que Rack, bajo esa serena fachada de boy scout, tenía una mente de mercenario que lo hacía muy cotizado en el bajo mundo del crimen—, pero Rhye sufría de la manía de reclamar su tiempo libre, su maldito tiempo, y si quería pasarselo emborrachándose hasta perder el conocimiento o peleando en combates a muerte hasta tan tarde que se hacía la hora en que los barrenderos salían a limpiar los meados de los pordioseros, era asunto de ella y de nadie más. Con todo, Rack la apreciaba, y hacía como que no le importaba su mierda de actitud. La metía en la cama cuando llegaba tambaleándose, apestando a bourbon y sudor, le cosía los cortes y le limpiaba las heridas, y la miraba. Siempre quedo a su lado con esa maldita manía suya de mirarle.

Con el tiempo Rhye se había vuelto más atrevida en los combates. Añadiría que imprudente, o descuidada. Como sea, el resultado iba a ser mismo: un día entró al ring con sus dos ojos buenos, peleó contra un hijo de puta experto en lanzar cuchillos, y cuando terminó le faltaba un ojo; parecía un cíclope, con sangre y aceite regurgitando por la herida. Nunca había podido recordar cómo demonios llegó al apartamento. Es una “escena perdida” de su memoria, pero sí recuerda que después se encontró sentada en el mostrador del baño mientras Rack le limpiaba con suavidad el corte, con los labios apretados, esforzándose por ocultar su preocupación.

Ninguno se había hablado por un largo rato. Pero una pregunta le carcomía la mente a Rhye; estaba tan borracha, y mareada por haber perdido tanta sangre, que no halló otra cosa que hacer más que preguntarle por qué la mimaba.

“Oye. Rack.”

Éste escurría un pedazo de tela; la sangre se arremolinaba en el desagüe.

“¿Sí?”

“¿Por qué carajos te importa mi vida? Di lo que sea.”

Sacudió la cabeza. Agua y sangre, más antiséptico, salpicaban las paredes.

“¿Sabes lo que dicen los humanos de nosotros? Qué somos una pila de basura para ellos. Qué Dios creó a sus ancestros, pero a los nuestros un tal Tom, Dick y el maldito Turing. Qué no tenemos almas y pueden usarnos y tirarnos —Rhye había chasqueado los dedos en un bang— así. Qué estamos diseñados para evitar que se le arruinen las manos a una persona real en las fábricas. Esa niña cibernética en la línea de ensamblaje, es solo un maldito pedazo de basura sintética, no sueña con salir de los barrios bajos en busca de algo mejor. Dime, ¿para qué dar lo mejor de ti si el Mundo te ve como una basura?”

Un latido se asomó.

“¿Les crees todo lo que dicen?”

“Mierda, claro que no. Para empezar, su maldito Dios no existe. Eso es pura mierda. En lo único que puedes confiar en esta vida son en estas bellezas.” Acaricia sus pistolas, sólidas y seguras, bien puestas en sus respectivas fundas. “Pero tienen razón en una cosa: nuestras vidas valen una mierda, y la mía menos que todas. En ese sentido, quiero preguntarte de nuevo: ¿Por qué te importo? ¿Qué ganas con eso? ¿Crees que vas a enderezarme o algo por el estilo?”

“No, Rhye. No pienso eso.”

“Entonces, ¿por qué? ¿Por qué me ayudas, pedazo de mierda?”

Se había encogido de hombros, lanzándole una de esas pequeñas sonrisas cargadas de ironía.

“Oye,” le ha respondido, por fin. “Todos necesitamos de un pasatiempo, ¿no es verdad?”

Fue la última vez en que Rhye volvió a participar en una de esas peleas a muerte. Ocultoó su ojo tuerto con un parche; por suerte, apuntaba tan bien que parecía que tenía los dos.

• • • •



En el ciberespacio, Rhye le paga con casquillos gastados, de esos que se te acumulan en los bolsillos después de pasar el día en el campo de tiro o en una noche convirtiendo a la gente en carne roja y cruda, aunque ningún siega vidas que viva en el cerebro de Rhye se atrevería pedírselos. El barquero le extiende su mano huesuda y los casquillos caen en ella como latas de cerveza que rebotan contra el pavimento, ting ting ting. Guíame, hijo de puta, llévame. Por el río y a través del bosque, y si el Gran Lobo Feroz salta, le metes un tampón de plomo en el culo antes de que pueda decir hola, nena, ¿qué tal?

Se parece a todos los ríos y canales que ha conocido, llenos de vetustos carritos de supermercado, condones usados y cerotes espumados de un marrón-amarillo. Es el Estigia de la Ciudad, un río apestoso, lento, aceitoso, lleno de mierda y cuerpos, una buena metáfora de la vida como no la puedes encontrar en otro lugar. La única diferencia aquí es que todos los rostros que flotan debajo del agua son de personas que Rhye ha matado. No se siente culpable —la mayoría se lo merecía— pero sigue siendo una puta mierda. La miran con ojos acusadores y mordisqueados por peces. Algunos arañan el fondo del bote. Se anima a dispararles de nuevo pero piensa que es una tontería. así que se ahorra las balas y, en cambio, enciende un cigarrillo. El humo es cálido y reconfortante dentro de su pecho, y se siente como inhalar a un osito de peluche que produce cáncer.

“¿Salen a la superficie muchos de esos idiotas?” le pregunta al Reaper (Siega Vidas). Siente que se lo preguntó hasta con educación, la puta madre. No debe ser un problema. Pero el Señor Calavera ni siquiera le devuelve la mirada, ni siquiera cuando ella le ofrece un cigarrillo (solo porque tiene la curiosidad de ver cómo diablos se vería el humo a través de un espantajo sin pulmones), por lo que no le queda más que echar la vista hacia el otro lado del río, con la boca callada con un clavo de ataúd y la barbilla entre las manos. Para entretenerse, empieza por identificar a cada persona muerta que ve.

Hay soldados rasos y agentes extranjeros, matones de bajo nivel y piratas e incluso uno o dos policías. También cazar recompensas. Jefes de cárteles. El chico que no debía tener más de quince años que intentó asaltarla , sin que supiera quién era Rhye. Sí, incluso estaba allí su primer muerto, aquel agente de adopciones que tenía una risa de gusano con cara de guapo. Nadie sospechó de él. Mientras sean guapos, nadie cree que puedan ser unos pervertidos. ¿A quién demonios iban a creerle, a la rata callejera sintética con antecedentes criminales a sus nueve años? Era la palabra de un hombre rubio y ojos azules contra la de una mierda como ella.

Ya no se veía tan guapo con toda esa sangre saliéndole de la boca, ni ahora con esa media barbilla podrida. Si es real o no, a Rhye le da cierta satisfacción verlo ahogado como una rata en medio de los restos de un naufragio. Se inclina, evitando sus manos, que intentan alcanzarla. Su cigarrillo sisea y chisporrotea cuando lo aplasta contra su frente hinchada. Él se hunde de nuevo en el agua como uno de esos pobres androides de parque de diversiones, apostados sobre un riel y una viga metida por el culo.

“He desperdiciado un maldito cigarrillo,” dice, y enciende otro. En realidad, se siente bien después de aquella acción, hasta que de pronto alcanza a ver la cara de Rack hundido también en aquel río. El humo se cuaja en los pulmones, atascándose como una de esas mugres que obstruyen el cañón de la pistola.

No puede ser real. Eso lo sabe con certeza. Pero no puede apartar la mirada de esos ojos tristes cuyos agujeros redondos gotea sangre negra y agua de río. Observa el rostro mientras se aleja, hasta que la distancia entre ellos se extiende y se transforma en otro rostro entre la multitud que su mente ha creado

• • • •



El río sigue su curso, como lo hacen todos los ríos, y luego, de la nada, como cucarachas que rodean la última lata de comida para gatos antes de un día de pago, los suburbios comienzan a aparecer en las orillas. La miran desde los acantilados con sus ojos de ventanas rotas, jardines llenos de maleza, mierda de perro y correas de pintura vieja. ¿Quién hubiera pensado que en el Infierno hubieses flamencos rosas?

El barquero deja a Rhye en una orilla hecha de huesos astillados y casquillos gastados. Para qué demonios necesitaba de esa mierda de viaje si podía haber caminado por las dunas que estaban a su alcance. Rhye no lo sabe. Se dirige hacia las casas sin echar la mirada atrás. Volverán a encontrarse, supone. No hay necesidad de apretones de manos cuando sabe que volverá cuando su vida útil llegue a los cuarenta.

Sigue moviéndote. Sigue buscando. Vadea pilas de hojas muertas y envoltorios de dulces; echa un vistazo a las entradas de más arriba y más adentro, con una inquietud creciente ante la señal de tránsito de “VAYA DESPACIO, HAY NIÑOS JUGANDO”. Va pasando y viendo en cada camioneta destartalada y neumáticos podridos. Hay óxido, polvo, yeso, espuma de poliestireno. Casas de ladrillo de dos pisos inclinadas en ángulos locos, con sus garajes para varios autos abiertos como vagabundos boquiabiertos en un bar donde bailan striptease. Hay sombras por todas partes: bajo los parabrisas sucios, en los callejones, también las hay apiladas detrás de unas rotas persianas venecianas. Rhye ha estado en zonas de combate mucho más amigables, donde había visto al menos a algún buitre o un gato que se escurre en la noche.

Siente que alguien la sigue. Pero no se sorprende. Es una buena señal. Puede que sea el sistema de seguridad que sale de debajo de as rocas para marcar territorio y la considera una persona de interés. Ha de soportar este espionaje durante un par de manzanas más, pero de pronto se detiene en seco.

“Bueno, ¿Me vas a invitar a un baile o vas a ver qué traigo bajo las faldas?”

Ninguna respuesta. No habla mucho su acosador.

“Mira, tienes que saber que eres un cobarde como para no invitarme a bailar. Tendré que ir con el capitán del equipo de fútbol, ese hijo de puta está tan bueno como en un sueño, y he escuchado que se carga una verga tan monstruosa que parece salida de un maldito experimento científico.”

Ninguna respuesta, solo sombras sobre los árboles, hasta que alcanza el final de la manzana. Todavía hay mucho silencio, después, a tres o cuatro casas de distancia, una figura sale a la calle. Se queda allí en la acera, observando en silencio; su silueta hace contraste con el cielo ceniciento. El olor agudo y familiar de un cigarrillo encendido atraviesa el aire viciado.

“¿Rhye? ¿Eres tú?”

Pero no es la figura quien le habla. Esta voz viene de atrás, una que ha deseado escuchar desde que se conectó. Su aliento se engancha como en un alambre de púas. Se gira a medias para mirar por encima del hombro, esperando que su juicio no la traicione.

“¡Por una mierda, Rack! ¿En dónde carajos estás, hombre? ¡Te he estado buscando por todos lados! ¿Estás…?”

“No, mira, Rhye, tienes que huir de aquí. Ahora mismo. He cometido un error enorme: subestimé el protocolo de seguridad, y ella vendrá por ti también si no te vas. No te preocupes por mí. ¿Rhye?”

La figura sombría camina hacia ella. Rhye está bastante segura de que no llega para ofrecerle galletas ni para predicarle la Palabra del Señor. “Eso asumiendo que sé cómo carajos salir de aquí sin ti, hombre,” dice. Ya tiene las manos puestas en sus pistolas. “¿Qué demonios quieres decir con ‘ella’?”

El paso decidido de la figura se ha convertido en un trote de esos de lobo. La luz no es buena, pero puede ver que es una chica. Tiene su misma altura, su misma complexión, mismo color de cabello, misma forma de moverse…

Espera. Espera un maldito minuto.

“¿Rack? Ese tal programa de seguridad.. Si solo estoy yo, lo que veo que viene es algo así como mi subconsciente o una de esas mierdas, ¿verdad? ¿Verdad?” La otra mujer ha empezado a correr. “Mira, si has hecho lo que creo que hiciste…”

“Yo, eh…”

Hijo de puta.

“… Puede que sí haya copiado algo del material existente a mi alrededor...”

La mujer que corre viene sonriendo. Todavía tiene ambos ojos sanos. ¿Sucedió hace cuatro años, quizás? Era una copia de ella, pero en su momento más duro y reventado, cuando pasaba sedienta de sangre y no le importaba la de quién.

“Tendré que hacerlo,” se dice Rhye, suspirando, sin más tiempo para hablar.

• • • •



El chico sintético es adoptado por uno de esos peces gordos de la mafia de Ganímedes. No se destaca por su brillantez ni tampoco porque sea guapo, pero Don Quiensabe tiene un problemilla: su reloj biológico hace tic-tac-tic-tac como esos relojes que colocan en los bloques de C4, con la salvedad de que éste está amarrado a uno de sus huevos. El viejo pedorro necesita un heredero. Todos esos años empujando carritos de bebés en medio del tráfico no le cuentan para nada si no tiene un heredero que recoja el relevo, principalmente cuando sus válvulas cardíacas dejen de moverse en aquella panza llena con extra grasa. Con tirar algo de dinero lo resuelve, que es como ha resuelto todos los problemas de su abombada vida , y voilà, ahí tienes a tu hijo de manera instantánea. El chico es más estúpido que un saco de ardillas descerebradas, pero eso encaja con todos los mocosos de la mafia que vinieron de sus huevos y malas decisiones.

Las cosas siguen su curso como siempre. El pequeño Johnny Electronuts acostumbra a meterse en problemas, pero Papá siempre aparece para salvarle el culo del fuego, sacando a relucir las manos o las vergas de sus matones que las ensartan en la ingle de alguien puesto de rodillas. El otro día, al pequeño se le ocurre que es un maldito hacker. Tiene diecinueve años y está más protegido que la santa Virgen María; tiene un chip en el hombro con el que se conecta a los equipos de computación, y una erección en sus calzoncillos con forma de nave espacial que pide a gritos follarse lo que sea. Se le ocurre irrumpir en la caja fuerte de una familia rival para poder alardear con sus amigos idiotas que codifica los mejores scripts. Es lo que se conoce en el negocio como un Error De Puta Madre, porque el sistema de seguridad de la familia hija de puta ha sido configurado por otro hijo de puta llamado Rack, y Rack es un maldito genio en este tipo de cosas. Lo detecta casi tan pronto se conecta y le cierra la puerta, y para cuando la caballería del Don llega para salvarle el culo, cae atrapada en directamente en la trampa. La conciencia del Johny queda encerrada y guardada en la trampa como un lingote de oro dentro del cofre del tesoro. Ellos tienen la caja, el dispositivo, pero nadie sabe cómo entrar en ella.

Nadie más que el hijo de puta que diseñó el sistema, en primer lugar. Le ofrecen dinero. Le ofrecen mucho dinero. Y Rack acepta no tanto por el dinero, sino por el desafío; muerde el anzuelo.

Ahí es donde se joden las cosas.




Continuará en Parte II...




FUENTE: https://www.lightspeedmagazine.com/fiction/shall-know-trail-dead/

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