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El Vigía - Fictograma
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El Vigía

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A_Aubague

Publicado el 2025-07-24 19:53:42 | Vistas 143
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La mano de un guerrero que no podía dar batalla, aquella mano que a cientos de hombres había acabado, hoy se encontraba arrugada y destrozada.
Él era el último en su puesto, todos lo habían dejado, pero él no podía, él no podía dejar de ser quien era. Aun si su cuerpo, si su mente, si sus recuerdos le pedían a gritos lo contrario.

Ahí, en esa vieja torre, montado en su puesto de vigilante, Gus esperaba su muerte. Sabía que eventualmente llegarían los enemigos y que con ellos su destino. Y él no podía hacer más que esperarlo. No quería hacer nada más que esperarlo.

En la mirada de Gus, él no estaba en esa torre. Gus se encontraba en el campo de entrenamiento con su padre, su mano vieja repetía los movimientos de aquella vez, cómo se sintió empuñar una espada por primera vez, cómo por un momento logró ver por primera y última vez la sonrisa de su padre.

Gus y sus latidos no estaban ahí, estos recordaban y corrían de la misma forma que lo hacían con ella. Su corazón no entendía que era el final, él estaba en aquella taberna con aquella mujer. Con la única mujer que pudo amar, con la única mujer a la que amó tanto como para poder soltar.

Sus lágrimas acompañaban el recuerdo, el recuerdo del nacimiento de un hijo, sus brazos levantados y extendidos como la primera vez que lo cargó. Sus labios se movían repitiendo las palabras pronunciadas en ese momento: “Yo nunca seré como mi padre”, le susurraba al oído del bebé lo que era una promesa jurada. Un juramento increíblemente personal e inquebrantable.

Sus nudillos y garganta le quemaban, le quemaban como el día en el que perdió a su hijo, como el grito que soltó cuando cargaba su cuerpo sin vida, los nudillos rojos de la sangre, rojos de la sangre de distintos hombres, con distintos hijos, con distintos gritos.

Gus no estaba ahí. Hace mucho que no se encontraba presente, ni siquiera estaba seguro de estar con vida. Él estaba herido. No en batalla y no de espada, pero su herida estaba abierta. Su herida sangraba y lo drenaba cada momento. Era algo que no podía ser sanado. Gus se encontraba ahí, sentado, esperando. Esperando el momento en el que alguien vendría a rescatarlo. Gus quería un final, quería paz y sabía, sabía lo que tenía que pasar. Sabía cuál era su única manera de descansar.


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Avatar de Valentino-Prádena
Valentino-Prádena 2025-07-24 21:34:10

Un relato que conmueve por su tono poético y que captura la tragedia de un hombre atrapado entre su pasado y su deseo de redención. Muy bueno. Saludos.