La no-escritura

Este es un título extraño que nació de improviso y no sé si tiene mucho sentido o no. El hecho es que quise decir que hace días que deseo escribir, es un deseo de escribir que termina en sí mismo. Es decir, no hay, detrás de este impulso, algo como una idea, como un saber hacia qué lado se desea ir, no hay nada, salvo la necesidad de escribir.

Entonces me dije: esto debe ser una no escritura, y así voy llenando esta página, o parte de ella, como un simple calentamiento de la pluma o de las teclas. Seguramente detrás de esta angustiosa —palabra excesiva— necesidad de escribir sin saber de qué cosa, está el deseo inconsciente de algo que brota desde las zonas profundas donde se anida la palabra escrita, pienso yo. Ahí donde está el escribidor que aún no soy, y que tal vez sea este el que manda, a la página no escrita, sus pálidos impulsos, sus vagas señales aún larvales de algo que desea ver la luz y ponerse a caminar, saltar o simplemente recorrer los senderos de la escritura, vestido con un ropaje, al menos decente, de palabras no muy manoseadas por los propios lugares comunes. Quizás.

Creo que, a un cierto punto de la vida, en algunos seres algo desplumados, como este servidor, nace algo como una ilusión, un vago deseo, una sensación más bien, que no es certeza ni convicción, de emplumar sus alas como un águila y volar por espacios siderales, valles y altas montañas, para respirar alturas y aires nuevos, por lugares antes no osados ni imaginados.

Una gran bella ilusión, aunque después del aterrizaje en el duro suelo de la realidad, sin creatividad, escriba en compañía de la no-escritura.