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Crónica casi roja - Fictograma
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Crónica casi roja

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Barros

Publicado el 2025-09-18 08:29:54 | Vistas 249
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Un día cualquiera de un otoño, particularmente luminoso y frío, donde el cielo límpido y azul sorprendió al caminante, el Tuco Flores, agradeciendo a madre natura por donarle un día tan pletórico de serena y esplendorosa belleza.

Eran las últimas mañanas otoñales, quizás como la vida misma, donde se puede estar contentos con el extraordinario hecho de caminar, meditaba nuestro caminante de calles, antes de sumergirse en el bar de siempre, donde sus amigos jubilados disputaban una rumorosa partida de naipes.

El Tuco no era hombre de naipes y se concentró en su café y en la lectura del diario, mientras el humo de su millonésimo cigarro recorría el tibio camino de sus alveolos, dejando tras de sí catarro, tos rebelde, nicotina siempre más espesa y, últimamente en su espíritu, un vago pero creciente temor al cáncer, muy publicitado en la cajetilla de sus cigarros preferidos.

La lectura del diario lo llevó de inmediato a la sección policial. Le apasionaba la crónica policial, principalmente las noticias de los crímenes no resueltos, sobre todo los del pasado lejano. Crímenes de noches oscuras en calles solitarias, de amores terminados en tragedias griegas, y cosas así.

Sus criminales favoritos eran Jack el Destripador de Londres y Landrú, el gentil asesino de damas ricas en busca de afecto.

El Tuco Flores describía a sus amigos, con lujo de detalles, las crónicas rojas de infinidad de crímenes y vidas de criminales legendarios, como también las novedades más recientes adornadas por su imaginación de lector de literatura policial.

Le gustaba entrar en los particulares y señalar los detalles. En el caso de Landrú, se detenía en los interrogatorios y sus interrogadores, los cuales, decía, agotaron las más refinadas variantes de las torturas de la época, hasta convencerse de que el elegante criminal pertenecía a ese uno de cinco mil casos de personas que no hablarían jamás, ante cualquier tipo de interrogatorio-tortura. Eran casos documentados, como el del héroe de la Resistencia griega y poeta, Alekos Panagulis; pero esta es otra historia.

El Tuco Flores contaba que cuando los interrogadores de Landrú se convencieron de que este no hablaría jamás, decidieron jugarse la última carta y llamaron a un famoso investigador, capaz de hacer hablar hasta las piedras, ayudado tan solo por una aguja. Los interrogatorios duraron días enteros, pero Landrú no confesó, y el famoso investigador debió abandonar su macabra empresa, derrotado, junto con su aguja.

El diario de ese día traía una extraña noticia que Flores leyó a sus bochincheros camaradas de ocio, postpartida de naipes, y que todos analizaron y discutieron ampliamente.

La noticia era aséptica, seca, un artículo cincelado al hueso. Se comentaba por sí misma: una joven mujer africana masacró a golpes a su marido europeo, rompiéndole el tabique nasal, pateándole los testículos, arañándole el rostro...

El marido, 25 años mayor que ella, logró llamar a la policía, a la cual la mujer explicó que lo había agredido porque la actividad sexual del marido era muy escasa, dejándola completamente insatisfecha. Además, se sentía traicionada, porque su marido había hecho uso abundante de viagra, engañándola, para así convencerla a esposarlo.

La sensual morenaza creyó haber esposado un sátiro o una tigre, y se encontró con un fraile de gatillo mojado. Por este motivo liberó su furia de bestia selvática que dormía en su ardiente cuerpo.

Entonces, preguntó el Tuco Flores a sus amigotes del bar: —¿Dónde está el amor en esta historia o este es solo una patada en los huevos?

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