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Un verano - Fictograma
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Un verano

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Barros

Publicado el 2025-09-21 13:01:11 | Vistas 168
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Resplandecía el cielo de un azul marino intenso y claro; la brisa del mar hablaba del tiempo del verano, de playas, de arena, de música, de chicas en bikini, de ardor juvenil.

Un grupo de jóvenes estudiantes liceanos disfruta del sol. Frente a ellos había una barca de pescadores anclada a una cierta distancia, difícil de calcular desde la playa, y su presencia se recorta en el horizonte, ocupando parte del paisaje visual del grupo.

Se trataba de un curso del Liceo que transcurría algunos días al mar, disfrutando de las vacaciones. La mayoría son chicos y pocas chicas, pero entre ellas, y casi rodeándola, hay una de excepcional belleza, una hija de los antiguos emigrados alemanes, Odette. Cuerpo mórbido, curvas bien marcadas, de un blanco suave, ya dorándose por los besos del sol. Cabellera rubia, ojos muy azules. Figura que contrastaba con las estampas criollas y morenas de la mayoría de sus compañeros de clase.

La llamaban Miss Piernas, porque ganó un concurso en su liceo, con este singular nombre.

Otro grupo de muchachos coetáneos, sin muchachas, porque estudian en esos liceos desafortunados no coeducacionales y, por lo tanto, sin la posibilidad de enamorarse de sus compañeras de clase, estaba cerca del grupo de la chica.

La observaban a cada instante con miradas de lobos sin manada. Recorrían con deseo esa piel y todos los secretos que regalaban a las manos del sol y al abrazo de la arena.

En los días anteriores, algunos de entre ambos grupos habían hecho amistad, se habían emborrachado juntos, se habían enfrentado en pruebas de fuerza, de resistencia al alcohol y goliardadas de este tipo.

En el grupo de la miss se destacaba uno, Juvenal, más bien bajo, fuerte, musculoso. Un tipo simpático, algo fanfarrón, pero querido y respetado por sus amigos y amigas, que ríen y disfrutan de sus bromas. Estaba bastante borracho.

En el grupo de los lobos esteparios, el jefe es un chico algo desgarbado, pero también fuerte. Fuertemente enamorado de la rubia aria, pero sin haber logrado ni siquiera bailar con ella durante las noches bailables de la playa.

Entonces, el jefe del grupo donde estaba Odette, dice mirando el horizonte y lanzando la idea al grupo:

—Quiero nadar hasta esa barca anclada al horizonte, ¿alguien me acompaña?

Como nadie aceptó la invitación, Leonel pensó que era el momento de impresionar a su enamorada platónica. A menos que lo mirara.

—Vamos —dijo— y se alzó tambaleándose por la borrachera nocturna y las cervezas mañaneras.

Se dirigieron al mar sin tener idea de la distancia a la que se encontraba la barca.

Hay que decir que en esos años de goliárdica juventud, de verano, mar y playa, se bebía como vikingos, quizás por haber descubierto recién la arrolladora libertad del espíritu del vino.

Comenzaron a nadar; el mar ondulaba apenas las olas. Era un día calmo. Nadaban sin prisa, pero la barca la veían siempre a la misma distancia y a ratos alejarse cuando empezaba a rasguñar un aviso de fatiga.

A Leonel comenzaba a rondarle un creciente girar de cabeza en cada brazada siempre más lentas, y un latigazo de miedo cruzó por su mente. Pensó en decirle a Juvenal que regresaran a la playa. No lo hizo esperando que fuera su compañero en proponerlo. No debía aparecer derrotado ante Odette; además, veía que este estaba nadando más lentamente que él.

A ratos flotaban boca arriba para tomar aire y alejar algún sospechoso calambre abdominal. Desde la playa cundía el pánico; los veían casi inmóviles, aún lejos de la barca y con demasiado tiempo en el agua.

Finalmente, llegaron, de alguna manera, al borde de la barca, donde comprobaron que este se encontraba bastante alto. La desesperación fue superada por el instinto de sobrevivencia. Juvenal por ratos se sumergía, pero tuvo la fuerza de decirle a Juvenal que pisara sobre su espalda y saltara hacia el borde.

Así lo hizo Leonel, pisando espalda y cabeza de su amigo, logrando aferrarse del borde, pero sus brazos eran rígidos y pesados; no le obedecía en la flexión. Juvenal con sus últimas fuerzas lo empujaba de los pies. Finalmente, su compañero logró subir, cayendo al piso de la barca como un saco de papas. Se alzó de inmediato y ayudó a Juvenal a subir, y ambos quedaron estirados sobre el piso, sin hablar y botando agua salada por la boca.

Confesarían que habían visto rondar la muerte, pero desde la desesperación total, sacaron fuerzas que no se sabe de dónde y salvaron sus jóvenes vidas. Leonel era imbatible en hacer flexiones de brazos en la barra fija, y esto los salvó en ese último y final esfuerzo.

Los jóvenes se quedaron dormidos en la barca cuando fueron despertados por las voces de unos pescadores que venían en un bote a buscarlos. Uno de ellos les dice:

—Casi se ahogan los huevones. ¡Súbanse al bote, mierda!

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Valentino-Prádena 2025-09-21 18:57:04

Se salvaron de milagro.