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El dia que nuestra existencia fue devorada (capitulo 1) - Fictograma
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El dia que nuestra existencia fue devorada (capitulo 1)

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Admon_Remon

Publicado el 2025-09-28 03:47:47 | Vistas 4
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—Bienvenida a Nevada, justamente a Nore, el pueblo fantasma. Este pueblo, debido a que muchas de sus zonas están abandonadas, ha visto cómo gran parte de los habitantes han decidido marcharse —quién sabe por qué—, siendo yo y Taro dos de las 1134 personas aún viviendo aquí —explicaba una joven a una gaviota parada frente a su ventana mientras se encontraba batiendo unos huevos—.
La joven, de pelo largo y castaño, con ojos amarillos resplandecientes ante la luz de la mañana, vestía un abrigo fino. A su alrededor había una cocina que, con la suciedad y una que otra cucaracha andando por ahí, se veía claramente como un cuchitril, pero eso no evitaba que lo que cocinaba la joven fuera asqueroso.

—Realmente a mí tampoco me gusta estar aquí —hablaría la joven—, de hecho, las personas acá me causan algo de miedito… pero bueno, todo sea para conseguir graduarse.

En ese preciso momento, se escucharía rechinar una puerta tras la joven. Al voltear ligeramente la cabeza mientras aún batía los huevos con la misma intensidad, vería ante sus ojos a un muchacho de pelo rubio ceniza portando una camiseta sin mangas con una X roja que abarcaba toda la camisa.

La joven, con una sonrisa amplia, diría:
—Buenas, Taro. ¿Cómo amaneciste esta mañana?
—Hola, Revólver —regresa el saludo el muchacho llamado Taro, con algo de desánimo y cansancio en su voz, además de ser un poco ronca—. He tenido mañanas peores, pero mis ojos están intentando decir lo contrario.
—Eso te pasa por estar comiéndote todo el café en polvo.
—Tú no entenderías lo maravilloso que es comer eso; es como si comieras algo tan amargo que te hiciera pensar que es dulce —afirmaría Taro, lamiéndose los labios mientras sonreía sutilmente.

Taro se pondría cómodo en una de las sillas del comedor, empezando otra vez con su extraño hábito de frotar con los dedos de una mano la argolla que abre el agujero de la otra mano, haciendo que el metal carraspeara con la uña, y viceversa con su otra mano.

—¿Sabes qué ocurrirá mañana? —pregunta Taro sin levantar la vista de sus dos perforaciones.
—¿Quién no? Además de que mañana toca comprar otro pote de café en polvo, también tengo que investigar qué es ese extraño olor que sale del sótano —contestaría Revólver.
—¿Qué tan segura estás de que no estás olvidando algo muy importante?
—Estoy un muchillón por ciento segura —Revólver, extrañada por las palabras de Taro, empezaría a servir en platos los huevos revueltos.
—Mañana es tu cumpleaños.

Revólver, terminando de servir los huevos, voltearía la cabeza ligeramente hacia atrás, dejando ver una mirada de intriga e indiferencia.
—¿Y eso pa' qué o qué?
—Esa respuesta te la daré yo, tu queridísimo amigo Taro —Taro se levantaría de golpe hacia Revólver y se apuntaría a sí mismo con los pulgares mientras intentaba dar su mejor cara—: voy a irte a comprar lo que más desee tu corazón.
—Momento —Revólver giraría con los ojos brillando como dos monedas de oro y con una cara de felicidad avariciosa, acercándose a Taro—. ¿Me vas a comprar…?
—Sí, te compraré ese kit de taxidermia que tanto me has pedido.
—¡Qué bien!
—Y empezaremos con esa gaviota que se está llevando mi desayuno.

Revólver, extrañada, giraría hacia los desayunos y vería cómo la gaviota con la que estaba “hablando” intentaba llevarse los platos en los que había servido los huevos. Revólver y Taro empezarían a correr a por el animal, pero este ya estaba emprendiendo vuelo. La gaviota, creyendo que había logrado escapar, sentiría un tirón en su pata y, al empezar a aletear más fuerte, se daría cuenta de que los dos muchachos la habían tomado por la pata.

La gaviota movería sus alas con más desesperación mientras Revólver y Taro intentaban jalarla al interior de la cocina, pero en el forcejeo la gaviota saldría disparada, pensando que por fin había logrado escapar del dúo. Sin embargo, al ver su pata, notaría que esta se había desprendido de su cuerpo.

Mientras tanto, Taro y Revólver, ambos en el piso de la cocina, con esta última sosteniendo aún la pata de la gaviota, mostraban una cara neutral… hasta que Taro agarraría un bocado de aire y gritaría:
—¡MALPARIDA GAVIOTA DEL DEMONIO!

Su grito fue tan fuerte que hizo temblar la casa un poco.

Media hora después del incidente con la gaviota, Revólver y Taro salieron de su hogar, ambos con maletines cafés. Caminaban tambaleándose de un lado a otro por la acera, mientras el sol estaba aún tan abajo que incluso las farolas continuaban encendidas.

Revólver, al ver a Taro, notaría cómo este masticaba algo en su boca. Por el sonido podía deducir que era algo crujiente, aunque no había algo lo suficientemente insalubre y tóxico como para que Taro decidiera comerlo con tanta naturalidad, así que podría ser…
—Oye, Taro —diría Revólver, mientras este la miraba de reojo—, ¿qué te estás comiendo?
—¿Qué?
—Qué te estás comiendo.
—¿Te acuerdas de la pata que le arrancamos a la gaviota?
—Sí —Revólver ataría cabos en su mente para luego abrir tanto los ojos que pareciera que se le iban a salir—. Momento… eso significa que te la tragaste.
—Hasta la pregunta me ofende, obviamente no me la comí… la estoy masticando.
—En serio, me sorprende que no te hayas muerto aún y sigas vivo, más pensando en todo lo que te has comido hasta el momento.

Al mismo tiempo que Revólver decía esas palabras, recordaba la vez en que Taro metió a la olla exprés toda la lejía y vinagre que tenían en la casa para luego tomarse toda la mezcla aún burbujeando de un solo trago. Después de eso, Taro terminó internado en el hospital una semana, y unos días después recuperó sus papilas gustativas.

—Ja —exclamaba Taro—, yo soy lo más duro del universo.

Mientras caminaba el dúo, más adelante, donde terminaban las casas y empezaban los bosques, entre los grandes robles y arbustos había un extenso camino de tierra. Ambos chicos comenzaron a pasar despreocupadamente, sin prestarle atención a este cambio, pero no fue sino hasta que dieron unos pasos que escucharon un click detrás de sus espaldas.

Revólver y Taro giraron la cabeza lentamente con una cara entre la indiferencia y la curiosidad. Detrás de ellos había un muchacho de complexión escuálida; sus ojos, con forma de engranaje enmarcados en unas profundas ojeras, los observaban con la misma neutralidad con la que ellos lo miraban a él, y en sus manos tenía un par de esposas.

—¿Saben? —diría el chico con una voz cansada—, ya me estoy cansando de decirles que no entren a la propiedad escolar sin excusa o sin ser parte del comité de reformación. Tarde o temprano me meterán en problemas con mi hermana Luna.
—Oh, vamos —Taro se daría media vuelta hacia Nathan mientras entrelazaba sus dedos en forma de oración—, Nathan, ten más paciencia; aún no nos adaptamos al horario de esta parte del mundo.
—Taro tiene razón —diría Revólver, también dándose la vuelta.
—Ustedes ya casi cumplen el año y medio en esta escuela —explicaría Nathan sin cambiar su expresión neutral.
—Nosotros somos de adaptamiento lento.
—Creo que están confundiendo los términos de “adaptabilidad lenta” con “estar fastidiándome la mañana cada día entre semana” —argumenta Nathan—, además de que ya no tienen opción, mientras discutían ya les puse las esposas.

Revólver y Taro, al ver sus manos, notaron que efectivamente estaban esposados.
—Bien —Nathan empezaría a caminar hacia ellos, guardando sus manos en los bolsillos—. Solo síganme, que hoy sí se me quedó la llave en el cuarto de cámaras.

Nathan, al terminar de decir eso, rebasaría a los dos, y aunque sus pasos eran cortos, era realmente rápido, tanto que hacía que el gran jalador de su cremallera, que usaba como un tipo de cinturón, se agitara de un lado a otro como si fuera la cola de un animal. Sin tener la libertad de escoger otra opción, el dúo seguiría a Nathan.

—Oye, Nathan —diría Taro con un tono burlón—, te ves más ojeroso que de costumbre. ¿Qué pasó, acaso te mantuvieron toda la noche despierto?
—Eres un degenerado, ¿sabes? —contestaría Nathan sin voltear la cabeza hacia atrás.
—Ya sé, pero suelta la sopa.
—Hace poco estuve vigilando a algunos estudiantes, pero… mientras regresaba a mi oficina, vi a un hombre con una cruz en una mejilla y un círculo en la otra.
—Espera, ¿quién se haría esas cosas en la cara? —diría Taro con algo de incredulidad en su tono de voz y con una ceja levantada—. Si estuviera en una carrera de imbéciles, ese pendejo cruzaría medio continente en un segundo.
—Espera, pero si dijiste eso mismo de los que usaban piercings y agujeros que se abren en la cara, y al mes ya te habías perforado las dos manos —exclamó Revólver, mirando a Taro con unos ojos curiosos, intentando buscar claridad ante la declaración de su querido amigo.
—Si eres tan buena para recordar esas cosas, ¿por qué no recuerdas llevarte las llaves antes de salir de casa o no abrirle la puerta a extraños o a raritos?
—No she.
—Como estaba diciendo —diría Nathan con un tono más elevado, llamando la atención de los dos—, ahí estaba ese sujeto intentando meterse al reforzamiento. Al intentar perseguirlo, literalmente se desvaneció, se esfumó, y después me dormí. Creo que el cansancio me había agotado demasiado.
—Eso me suena más a que compraste uno de los tamales o huevos que venden por ahí en el reformatorio.
—O que tanta pantalla te hizo daño —complementó Revólver.

Al dejar de prestar atención a la historia de Nathan, se darían cuenta de que delante suyo se encontraba un complejo de edificios, no más de ocho, además de estar cercado por una reja metálica que, justamente donde acababa el camino de tierra, tenía el portón por el que se entraba al complejo. A un lado de este se encontraba un nombre: “Institute Great Days”.

—Bueno, ya llegamos —Nathan sacaría unas llaves de su bolsillo—. Hora de desatarlos.
—¿Tenías todo este tiempo las llaves? —preguntaría Revólver.
—Sí, quería contarle ese sueño a alguien, y cuando los vi a ustedes, aproveché —contestaría Nathan, terminando de desarrestar a Taro y Revólver—. Bueno, tengo muchas cosas que hacer hoy, así que los dejaré libres. No causen alguna desgracia.

Al ser liberados, Revólver y Taro continuaron su camino en dirección al complejo de edificios, mientras tanto Nathan se quedaba mirándolos, pensando:
—Ojalá eso haya sido un sueño, porque donde esos tatuajes llegaran a ser reales, probablemente varias vidas se pierdan.

Dos miserables caminan en direcciones opuestas, pero ambas llegando a una existencia sin méritos y sin gracia.

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Admon_Remon 2025-09-28 03:48:27

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