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Cuento surrealista: Mi viaje tropical para lograr ver el busto de Picasso - Fictograma
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Cuento surrealista: Mi viaje tropical para lograr ver el busto de Picasso

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Valentino-Prádena

Publicado el 2025-06-12 08:03:38 | Vistas 132
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Un viaje raro pero me recuerda que cuando nací en medio de palmeras de coco maíz huracanes e inundaciones los cíclopes extremos que habían sido dominados por una sabiduría ajena —convertidos en aluxes enanos y caníbales— comenzaron a devorarse una vez liberados tras cinco siglos del desembarco de los dioses de armaduras doradas que flotando a palos velas cruces chamarilería trajeron el agua bendita con la que me bautizó un padrecito de ojos revueltos brincados cráneo de milano calvo narigudo alas negras blanquecinas que surfeaba atado de un ancla una ábside una navaja de barbero labrada con el nombre de Picasso afilado como una lanza de picador quijotesco en la que Salvador Dalí cuelga patas arribas sus bigotes infames tan grandes más allá de la perspectiva su boca anchurosa burbujeando a gritos «¡Cosmogonía cosmogonía ¿Sabe usted qué es la cosmogonía! ¡Avida Dollars Avida Dollars! ¡Sexo dios dominación mi perro ¿Para usted qué es el arte? La torga de mis cojones azules ¡Quién es este niño que se come las caras de la gente? Vete ya chaval» y me abandona en los pechos viscosos de mi madre su piel acanelada que se ha dejado montar mil veces por la ignorancia y el miedo de su aliento fuerte como el de un Cadejo la gállara de mimos espectrales de una Llorona quejumbrosa «Otro más que va para la guardería de la abuela lo siento que soy una tarada que nunca logra entender nada ay ay ay mis hijos» y ve cómo escapo de sus brazos abriéndome paso entre junquillos regueras y árboles de pino vegetación agreste calles arremolinadas polvo basura bestias moradas hundidas azotado por los gritos de hombres mujeres y bisoños que sentados en una acera tienen la mollera explotada de cuajo —la masa encefálica— junto a un rótulo solitario y lleno de esqueletos de gatos «Por cada muerto del Cártel habrán al menos diez reventados como anticipo» y corro sin detenerme a la vez que sorteo un ejército de muertos harapientos torpes que bebiendo afanados de sus propios jugos gástricos se arrancan piernas y brazos «¿Está rico verdad compadre? La corrupción es mi placer tenga mi papeleta de voto y mi apoyo mi General mi Licenciado mi Ingeniero por favor cuando llegue a la Silla conspire en contra de nuestros intereses métala bien duro sin piedad y no deje a ninguno vivo porque tenemos lo que nos merecemos» y ahí estoy suspendido en un cuadro de la malla del espacio-tiempo como un gramófono de gran embudo al que salto arrebatado tal si fuera un toro cogido por los cuernos imbuido y transformado en el culo de la copa como una mano gigante que nada debajo de océanos vacíos —olas crestas luminosas— entre montañas fustigadas por cazadores que cazan sin hambre a rostros unicejos mirada de títere cachos de venado rodeados por pirómanos que por una siembra de dólares queman ciudades y culpan a los residentes «La culpa es del otro no ve usted que ya no se puede hacer nada por tanta regulación y no dejan que uno envenene a la gente cómo Dios manda ni dejan secar el río y eso le duele a la Virgen porque no la sacan a pasear sí sí todo es por culpa de estos vagos sí sí todo es por culpa de estos extranjeros sí sí todo es por culpa de estos paguitas mantenidos a los que no hay darle ni pan ni vino principalmente si son niños y ancianos ¡Libertad libertad oh Santa Patria Mía!» y más allá de los océanos vacíos y sus luciérnagas bailarinas un gran buitre blanco me recoge y me avienta a un pueblo lleno de nidos castillos gente vieja como fotocopias parecidas a los monjes ciegos e invisibles de Humberto Eco dándole de patadas en el culo a un dogmático que se rasca la nariz fría frente a la muralla de un río serpenteado —cerros rocosos coníferas dentadas— mientras camino por la avenida Constitución y el padrecito de ojos briñones me coge de la mano transformado en un busto de bronce mullido que se fusiona inequívoco y grave conmigo.


***



—Papá —dice la niña—. ¿Por qué la cabezota brillante de ese señor se parece a la del abuelo?

—Porque cuando los hombres se hacen viejos, sus cocorotas se transforman en las de unos buitres calvos, ojos de botones y boca sin dientes. Pero míralo, está alegre. Tómame una foto.

—Es un viejito adorable —contesta la niña de cabellos negros y cola de caballo, echando a correr.

—Ven, cariño. Qué puedes romper algo del museo del señor Arias.




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