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Cuarto Preámbulo, La vieja corona - Fictograma
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Cuarto Preámbulo, La vieja corona

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Zdvorpal

Publicado el 2025-06-23 08:48:37 | Vistas 98
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Cuarto preámbulo : La vieja corona.

Miraba ausente las llamas que devoraban férreas la madera, desgarrando y consumiendo las astillas como el viejo desgranaba sus recuerdos. Alimentando su garganta con el combustible al que solo conocen los poetas o los soñadores, con la soltura de un gato caminando entre tejados y manteniendo el respeto por el silencio callado en su propio eco.
Sus manos, arrugadas y encalladas en el tiempo, se aferran al atizador de hierro, dando vueltas entre sus dedos, dibujando con las puntas curvas, y oscurecidas dando el servicio.
Puede que simplemente usara esos efímeros instantes entre historia e historia para dar más alas a sus ideas, para buscar las palabras como lo hace un novio arrepentido para disculparse. También puede que necesitara aliento para la parte en la que se adentraba en la historia, cada vez más perversa, y retorcida.
La leyendas que antes se cantaban en tabernas, ahora se cincelan sobre rocas para que los que mandan no dejen de recordar los caminos pedregosos que se deben recorrer.

—Lo cierto. —se arrancó de la garganta, con la cabeza inclinada a un lado dejando ver su agotamiento. —es que por mucho que quiera adornar la historia no encontraría la justa medida entre manipulación barata, ironía o veneno. Como llevo repitiendo toda la noche, espero que entiendas que esto es una historia sobre los errores, no de buenos contra malos. Por mucho que gusten los blancos y oscuros, no existen. Los buenos a veces, hacen cosas malas y los villanos, a veces, hacen cosas buenas.—

Mientras el anciano, marcaba sobre los muslos, con la palma de sus manos un sencillo ritmo para desperezarse y ponerse en pie, en cierto modo enérgico, tomó otro tronco y lo lanzó sobre las brasas incandescentes de la hoguera.

Las chispas ascendendieron por el humo, al igual que escala una araña sobre la pedregosa pared, iluminando su cara con sombras doradas y destellos rubíes que agudizaron sus arrugas.

—El Oso se adentraba cada noche un poco más en las cuerdas, discierne con su conocimiento rozando lo divino, aprendía a diferenciar dentro de ellas, redescubriendo nuevas formas de comprender su verdad, tanto del universo en su forma más pequeña o su forma más grandiosa. Una de las sorpresas que se llevó consigo fue respirar la magnitud de las cuerdas, verlas, acariciar su canto con la yema de los dedos. Sentir la inmensidad de la resonancia dentro del Bruk, la envergadura real del mundo visto desde lo más pequeño. Toda esa belleza, reservada solo para las mentes más brillantes, los maestros más despiertos y ahora, desde el instante cero, a sus “Resonantes” dispuestos a vibrar en su canto.—

Conforme el anciano se adentraba más en su historia, el ambiente en la arboleda se volvía más denso, como cemento, extendiendo sus tentáculos alrededor de todo lo que la luz de la hoguera destacaba.

—A pesar de que las coronas se retorcían como una anguila recién pescada, la Madre continuó cuidando de todas las almas que se acercaban a ella. Ambos lo hacían, ajenos a la tormenta que se cocinaba al oeste, dispuesta a arrasar con todo por tal de mantener su absurdo equilibrio. Otras voces se unieron al rumor, hablaban de un lugar en el continente donde los “Resonantes” conviven con aquellos a los que la Madre sanó, una especie de tierra prometida.

Era más que obvio que los humanos no lo iban a dejar pasar, de ese modo, el octavo de los Median, mostrando una inteligencia que no se veía en esos perros desde demasiadas generaciones, forjó una tregua con los Orientales. De aquel matrimonio, nacerá la primera generación de los Pry, del mismo modo que los Median-Pry se aliaron con los barones Corsos. Piratas y reyes sentados a una mesa, buscando la solución para lo que ellos supusieron ser un problema. Este concilio entre humanos duró una luna entera, oculto entre las fiestas por la paz entre humanos, la dicha —enfatizó con un gesto. —de los reyes y el pueblo. El alcohol inundando las gargantas de todo el continente, excepto, en un lugar, donde se mantuvieron ajenos. Mientras, el Oso imparte su escuela, a los humanos les enseñaba, otra vez las leyes del universo que se esforzaron en olvidar para adorar el oro escondido en las coronas de sus codiciosos reyes, a los “Resonantes” que ahora, liberados, se comprometían con las cuerdas, con su canto, con su energía, con sus nuevos dones.
La Madre luchaba para cerrar heridas tan profundas que se arraigaron en el alma de aquellos que tuvieron un yugo sobre los hombros. Al mismo tiempo que más núcleos desataron el caos por la península. Bajo la bandera de la chispa de la rebelión.
La Dama del rayo castigaba todo el levante de la península hasta adentrarse en los desfiladeros del continente. Fulgora cosechaba todo el odio, resentimiento y dolor que los humanos sembraron durante décadas y lo transformaba en una envenenada libertad, en una coartada esperanza en la que sus “Resonantes” depositaban toda su fe, arrasaban con fiereza todo a su paso, dejando a unos pocos humanos con su último aliento para que contarán en lo que se estaba convirtiendo en su leyenda.

Las lunas pasaban, dando paso a los inviernos. Ese invierno en particular se tiñó de azul. Encuentro bastante irónico. –reconoció el viejo. –que la cuna de la civilización fuera la tumba de la misma, la primera explosión que inició el desastre ocurrió en tierra de leones, por supuesto ya no quedaba nada de aquella época, las lluvias y los años se encargaron de eso. Lo que una vez se llamó África, pasó a ser llamado por los continentales como el cráter, por los Orientales como sarcófago y por los corsarios mantuvieron los viejos nombres, vivos en sus historias.

Otro nombre pomposo para ser más grandilocuente.

De esta tierra, —continuó a la vez que tomaba aire. —casi siempre cubierta por las tormentas amarillas, se abrió paso una flor. Sus pétalos celestes eran tan eléctricos como los impulsos de Fulgora, cientos de generaciones, curtidas bajo la garra de nuestra estrella, regalaron a esta flor una piel de caoba, tersa y dura como el acero con el que se forjan el alma de los héroes. Como a su continente, le dieron infinitos nombres pero cuando llegó al sur de la península, a través del estrecho que separaba el continente y el “Cráter”, trajo consigo la tormenta con la fuerza del mismo estallido que un tsunami. Se bautizó a golpe de remo como la Dama del agua, señora y reina de la tormenta. Ella solo portaba una sola promesa como bandera, la erradicación, el exterminio y la aniquilación de aquellos que osaron abrazar la esclavitud como forma de vida.
Nero era el nombre por el que la conocían los que la acompañaron, siendo ellos el veneno y ella la mamba negra, propagándose sin freno entre las venas de la península, abarrotada ya de leyendas, todas, tan grandes como las otras, todas, bien formadas sobre las espaldas de los alguna vez clavaron sus rodillas en el suelo y no tuvieron la oportunidad de volar en libertad.
Y todas ellas permitidas por los humanos.
La alianza de reyes mantuvo un relativo silencio, se dejaba llevar por la marea, siguiendo el cauce de cada rumor, para poder pintar sobre un mapa que les condujo  al lecho de una montaña, lo que para ellos fue una pequeña aldea a la que no prestar atención, ahora, era el cobijo de centenas de “Cambiaojos” a los que devolverles los grilletes que osaban rechazar en pro de su patética e irrelevante vida.
Con el paso de la sexta luna, era más que claro que la cuna de los “Resonantes” necesitaba ser fortificada y usando la falda de la montaña, en la meseta de la península, formaron una gran muralla que rodeó un bosque, el cual daba alimento, agua y leña para el invierno. comenzaron a construir y urbanizar, con la ayuda de sus habilidades, la aldea humana evolucionó hasta ser un poblado, eran autosuficientes, una utopía en nombre de la libertad, cobijada por la muralla y las montañas, una utopía que  la nueva alianza humana no iba a tolerar.

Mientras Nero avanzaba por el sur, Fulgora sacudía el levante, extendiendo sus raíces hasta el sur del continente, la Madre y el Oso, seguían en el cerro de la montaña cuidando de su pueblo, de su gente y descubriendo nuevos caminos entre las cuerdas, lamentablemente la hora del dolor estaba próxima por llegar..


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