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Exudación - Capítulo II - FUEGO SOBRE LODO. - Fictograma
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Exudación - Capítulo II - FUEGO SOBRE LODO.

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Doppel

Publicado el 2025-07-10 23:33:22 | Vistas 145
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Bienvenidos a todos nuevamente y gracias a quienes siguen leyendo esta historia. Cada página está escrita con pasión y detalle, y espero de corazón que estén disfrutando el viaje por este mundo oscuro y complejo. Su lectura y compañía son valiosas. Si les está gustando, me harían un favor increíble entrando al link que dejo siempre y dándome su apoyo en Wattpad, la red social donde estoy subiendo la historia.

Advertencia: esta obra contiene descripciones explícitas de violencia, brutalidad y situaciones emocionales intensas. Se recomienda discreción. Capítulo II - FUEGO SOBRE LODO - JAQ 776. El camino se transformaba en una trampa de lodo, y Jaq 776 lo percibía sin saber que lo hacía. No pensaba, pero sus sentidos registraban cada cambio como un eco de su encierro: la humedad pegajosa que se le adhería al cuello y la espalda, el aire denso que le costaba tragar, ese olor dulzón, a flores ahogadas y raíces podridas. El mundo parecía enfermar.

Sus ojos, aunque apagados, se fijaban en los charcos inmóviles que reflejaban los árboles retorcidos como si fueran espectros atrapados en el agua. Los insectos caminaban sobre la superficie como si tejieran hechizos, y algo en ellos le provocaba una molestia instintiva, un rechazo primario que no alcanzaba a formular.

El entorno, cada vez más opresivo, se volvía una imagen viscosa que se pegaba a su mente: los árboles delgados, cuyas ramas parecían brazos vencidos, se inclinaban sobre la caravana como si quisieran atraparla. Las piedras estaban cubiertas por un musgo húmedo que pulsaba bajo la fina llovizna, y en el aire flotaba el silencio absoluto de las aves. Ese silencio, especialmente, calaba hondo. No era ausencia de sonido, era la presencia de algo que obligaba a callar.

Las ruedas crujían. Cada metro que avanzaban era un quejido metálico, un tirón que retumbaba por los barrotes, por las cadenas, por los huesos. Jaq 776 no lo pensaba. Pero lo sentía todo.

—Ya casi llegamos al puto puesto de avanzada —gruñó uno de los soldados, rascándose el casco como si tuviera piojos de pantano—. Nos sacamos de encima esta mierda blanca y volvemos a un sitio con vino decente y culos tibios.

—Siempre dices lo mismo.

—Y siempre volvemos, ¿o no? Al menos los que no terminan con una lanza en el ojo.

Rieron, sin ganas. Uno escupió al costado, otro pateó la madera de la carreta.

Los albinos, encerrados entre barrotes oxidados, parecían parte del mismo paisaje enfermo que los rodeaba. Desde su rincón, Jaq 776 observaba con los ojos vacíos pero abiertos. El traqueteo de la carreta le llegaba a los huesos por las cadenas que lo ataban al banco de madera astillada. No podía moverse más allá de unos centímetros, pero tampoco lo intentaba. Lo único que cambiaba era el tiempo.

Eran siete. Siempre siete. En fila, hombro con hombro, apenas vestidos con harapos húmedos que no secaban nunca. Cada uno llevaba los glifos imperiales marcados a fuego en la nuca , cicatrices oscuras como blasfemias antiguas sobre la carne pálida. Algunos aún sangraban por heridas recientes: un cuello con la piel desgarrada, un costado con los huesos fuera de lugar. El olor del grupo era una mezcla rancia de sudor seco, sangre oxidada y barro.

Nadie se quejaba. Porque no eran personas: eran carga. Era como si hubieran sido vaciados por dentro.

Los soldados, a veces a pie, a veces montados, avanzaban al lado o delante. Iban sucios, malhumorados, pateando piedras o empujando los ejes cuando las ruedas se atascaban. Maldecían el lodo, maldecían la misión, maldecían a los albinos. Uno de ellos usaba la parte plana de su lanza para pinchar los barrotes, como si esperara un rugido o una reacción. Nunca la conseguía.

El día pasaba como un vómito lento. El cielo era gris y estaba siempre húmedo, sin sol ni sombra. Solo una luz parda que no servía ni para ver ni para olvidar. A veces lloviznaba; otras, solo caía una bruma que lo empapaba todo. El sonido constante era el de las ruedas resbalando en la tierra blanda, de los insectos vibrando en la maleza, y de las risas ocasionales de los soldados cuando hacían chistes entre sí, casi todos sobre el frío entre las piernas o las putas que esperaban en los burdeles de Kaer'Onyx.

Jaq, sin moverse, sin parpadear, sentía que la marcha no era hacia el frente, sino hacia el fondo de algo. Como si toda la caravana estuviera hundiéndose lentamente dentro de una boca enorme, callada y húmeda. Una boca que olía a muerte y no sabía hablar.

El día se consumió con una lentitud pegajosa, hasta que la luz enfermiza del cielo se tornó más pesada, más sucia, como si el pantano también tragara el sol. El aire se volvió más frío, y los insectos cambiaron su canto por un zumbido rasposo que parecía advertir que algo se acercaba. El cielo no se oscureció de golpe, pero sí perdió color, como una piel que empieza a morir.

Cuando la última claridad se diluyó entre los árboles, la caravana detuvo su avance. El barro parecía más espeso, y los soldados no querían arriesgar otra rueda rota en la noche. Encontraron un claro entre los sauces colgantes, donde la tierra estaba apenas menos traicionera. Allí, con resignación y cansancio acumulado, armaron el campamento rodeados de árboles que parecían llorar savia negra.

Encendieron una fogata entre maldiciones, escupitajos y troncos húmedos que apenas querían prender. Uno de los soldados rompió una caja de provisiones con la bota y repartió la carne salada con desgano, como si alimentara perros callejeros. El vino corría de mano en mano, en odres sucios que olían más a sudor viejo que a uva fermentada. Bebían con ansia, no para celebrar, sino para olvidar dónde estaban.

—A ver si este trago me quema el pantano de adentro —soltó uno, limpiándose la boca con la manga.

—Ojalá me quemara los recuerdos también.

Las risas eran ásperas, como gargajos. Uno se levantó tambaleando, cuchillo en mano, y se puso a tallar símbolos obscenos en la madera de la carreta. Genitales mal dibujados, frases contra los nobles, insultos a los rebeldes. Otro, sin decir palabra, caminó hasta los barrotes y orinó justo donde estaban las cadenas. El vapor subía con un silbido tibio.

—Mañana entregamos esta basura en el frente, nos dan el sello y volvemos a Kaer'Onyx a acostarnos con algo caliente —dijo uno, ya ebrio, mientras señalaba a los albinos como si fueran bultos de carne sin alma.

—¿Y si nos dan otra misión? —preguntó otro, con la voz arrastrada por el vino.

—Entonces me saco los huevos, los froto hasta que chispeen, y me los pongo en la nuca como bufanda —respondió entre carcajadas, sacudiéndose la entrepierna como si hiciera una demostración.

—¿Y qué importa? Igual nadie piensa que Vor'Morgareth aguante mucho más —dijo un tercero, masticando con la boca abierta.

—Dicen que los barones ya no salen ni a mear.

—Y que los del norte siguen votando mientras el pantano se hunde.

—Mejor para nosotros. Menos órdenes, más saqueo.

Las risas se multiplicaron, como si quisieran espantar el miedo que no se atrevían a nombrar. Risas vacías. Risas huecas. Risas que no llegaban a los ojos.

La niebla nocturna se espesaba entre los árboles, como si el pantano quisiera acercarse a escuchar sus tonterías.

Los albinos fueron encadenados al suelo, dos a dos. Ni siquiera se les permitió sentarse erguidos. Jaq 776 sintió cómo la cadena le cortaba el tobillo. No dijo nada.

Tampoco pensó.

Solo, por un instante, la cara de la mujer volvió a su mente. Borrosa. Sin ojos. Pero su mano... su mano temblaba, como si fuera real.

La noche avanzó.

Los soldados dormían diseminados en el barro. Solo dos montaban guardia, sentados junto a la fogata, bostezando entre tragos de vino aguado. Uno hablaba solo. El otro apenas mantenía los ojos abiertos.

Y entonces...

vino el silbido.

Una flecha silbó desde la oscuridad y perforó el cuello del primero, que cayó sin emitir sonido. El segundo se giró con un grito entrecortado, apenas levantó la lanza, y una sombra le desgarró el rostro con una hoja curva. El cuerpo cayó al fuego.

—¡ENEMIGOS! —gritó alguien del otro lado del campamento.

Demasiado tarde.

Las sombras llegaron. Doce, tal vez quince. No llevaban armaduras completas ni estandartes. Solo cuero, tela y furia. Lanzas astilladas, espadas viejas, cuchillos herrumbrosos. Uno iba descalzo. Otro llevaba el rostro cubierto de ceniza y barro.

—¡POR VOR'MORGARETH! —vociferó uno con voz rota, antes de lanzar una antorcha sobre las provisiones imperiales.

El campamento se volvió un círculo de fuego y barro.

Jaq lo vio todo. No como alguien que comprende, sino como alguien que registra. Desde la cadena que le ataba el tobillo, sus ojos siguieron con lentitud antinatural el caos desatado: los soldados imperiales despertaban a los gritos, tropezaban con sus propias armas, algunos aún con los pantalones bajados, cubiertos de barro hasta las pestañas. Vio cómo uno intentaba alzar una espada y era atravesado por una lanza astillada que salió por su espalda como una rama podrida. Vio a otro correr en círculos, ardiendo, con el cuerpo en llamas y el rostro convertido en una mueca de carne derretida.

Las carretas crujían, estallaban, y el humo llenaba sus narices con un sabor a grasa humana, cuero chamuscado y vino derramado. El fuego hacía temblar las sombras sobre los árboles, y en ese parpadeo infernal, Jaq distinguía figuras, armas, rostros desencajados, dientes apretados, ojos de odio y miedo.

El mundo ya no tenía sentido, pero eso no importaba. Jaq no pensaba. Solo absorbía, como una esponja sucia: el calor, los gritos, el olor a mierda. Era como si su cuerpo recordara cosas que su mente no alcanzaba. Como si cada chispa en el aire quemara también una parte suya que aún no había muerto.

—¡TOMA LAS LLAVES! —gritó un soldado, sangrando por el brazo—. ¡LIBERA A LOS ALBINOS, MALDITA SEA!

Uno de los guardias logró alcanzarlos, liberó apenas a uno —el más cercano, el más visible— antes de recibir un tajo brutal en el cuello que lo derribó de espaldas. Jaq sintió una punzada aguda en la nuca, como si le hubieran metido un clavo caliente en el glifo. Algo en su cuerpo vibró, y supo —sin saber cómo— que una de las llaves internas de glifo había sido activada. No comprendía qué significaba, pero era como si una compuerta se hubiera abierto de golpe dentro de su carne, liberando algo dormido.

El resto de los albinos permanecieron encadenados. Nadie más tuvo tiempo de llegar a ellos.

Entonces vio a Vel 408 lanzarse como una furia. No corrió: se abalanzó con la violencia de una criatura sin mente, con los ojos desbordados de sangre y vacío.

El primero en cruzarse con él fue un guerrillero joven, que apenas alcanzó a levantar su lanza. Vel 408 le tomó el brazo y lo arrancó del cuerpo con un tirón seco, luego lo usó como garrote para golpear a otro en la cara hasta destrozarle el cráneo. A un tercero lo embistió con el hombro, lo arrojó contra el suelo, le montó encima y lo destrozó a puñetazos hasta que el rostro se volvió pulpa.

Un cuarto hombre trató de huir. Vel le lanzó una piedra del tamaño de un cráneo y le partió la columna. Luego lo alcanzó y le pisó la garganta con tanta fuerza que la tráquea se hundió con un crujido húmedo.


Los guerrilleros retrocedieron. Algunos vacilaron. Otros atacaron juntos.

Una lanza se clavó en su costado, otra en su pierna. Vel rugió y giró sobre sí mismo, arrancándolas con la mano, usando una como estaca para atravesar a un enemigo por el estómago. Pero ya sangraba mucho. El glifo de su pecho latía, como si su cuerpo entero estuviera en llamas internas.

Una espada lo alcanzó en la espalda. Otra en la clavícula. Cayeron sobre él como lobos: lo acuchillaron, lo empalaron, lo apuñalaron por la espalda y el cuello. Aún de rodillas, Vel intentó levantarse una última vez. Su mirada era puro odio, su respiración un estertor. Las venas oscuras que recorrían su cuerpo, habitualmente opacas, brillaban con un matiz violáceo intenso, como si la apariencia de enfermedad que siempre lo cubría se hubiera exacerbado hasta lo grotesco. Era como ver a un cadáver en combustión interna, una criatura cuya carne ya no obedecía las leyes del mundo.

El glifo brilló intensamente, como si fuera a estallar, arrojando un pulso fugaz de luz rojiza que pareció congelar el aire por un instante. Luego... se apagó. Como un corazón que deja de latir. Como una furia que se consume sola.

Vel 408 se desplomó sobre un charco de sangre y barro, irreconocible. Su cuerpo seguía temblando, como si incluso muerto, el odio no lo soltara. El vapor de su sangre caliente se mezclaba con la niebla del pantano, formando una bruma espesa que parecía reptar hacia Jaq 776.

Entonces una lanza cayó a un metro de él, clavándose con violencia. Un guerrillero emergió de la confusión, corriendo hacia él con los ojos abiertos como platos. Quería matarlo. O tal vez solo terminar con algo que no comprendía. Pero Jaq 776, encadenado, tiró hacia adelante con un rugido sordo, usando las cadenas como extensión de su cuerpo. Golpeó con fuerza la pierna del enemigo, lo hizo tambalear, y cuando cayó, sin pensar —sin comprender— le arrancó la garganta con los dientes. El sabor fue caliente, metálico, salado. Como morder un alambre vivo.

Sangre. Calor. Gritos. Y el aliento de algo antiguo, agazapado en el pecho.

El rebelde murió sin hacer ruido. Jaq lo sintió convulsionarse bajo él, como si el cuerpo no aceptara todavía que ya estaba muerto.

Entonces un cuchillo le atravesó el costado. La quemazón fue inmediata, un rayo que le cruzó el torso. No vio de dónde vino. Solo supo que algo lo había herido.

Intentó levantarse. La pierna no respondió. La sangre empapaba su ropa, se le pegaba a la piel como una segunda carne. Escuchaba gritos: cerca, lejos, dentro. El dolor no era físico. Era algo más profundo. Como si algo hubiera despertado dentro del pecho y quisiera salir a rasgar.

Y alrededor, el fuego: crepitando, devorando, riendo. El campamento ardía. Como si todo estuviera ardiendo con él. Los cuerpos eran manchas borrosas en el barro iluminado por las llamas. El humo sabía a carne rota y miedo caliente.

Desde su sitio, Jaq observaba cómo todos los del convoy caían, uno tras otro. No importaba cuán rápido corrían o cuán alto gritaban: eran cortados, empalados, pisoteados. Los caballos huían o se desplomaban, enloquecidos por el caos. Las carretas ardían como templos profanados. Y en medio de esa locura, lo que más lo marcó fue ver cómo el resto de los albinos —aún encadenados, aún sentados como estatuas muertas— eran asesinados sin resistencia.

Uno recibió una flecha en la frente y cayó hacia atrás, sin emitir sonido. A otro lo acuchillaron entre dos rebeldes, que le rajaron la garganta con cuchillos herrumbrosos mientras lo escupían. Nadie intentó defenderse. Nadie gritó. Murieron como habían vivido: en silencio, atados, mirando hacia adelante sin ver.

Pasos. Voces. Juramentos.

Uno de los guerrilleros, escupió sobre el cadáver de un soldado imperial.

—Malditos Marcados de mierda... —gruñó—. ¿Cuántos más van a mandar esos hijos de perra? ¿No les basta con matarnos? ¿Ahora nos sueltan a estas bestias sin alma?

—Estos no luchan. Mastican, rompen, revientan —escupió otro, más joven, mientras se bajaba los pantalones y meaba sobre el pecho abierto de un albino muerto—. Yo vi cómo uno le sacó los ojos a un primo mío con los dedos.

—¡Y a este le ven las venas como gusanos bajo la piel! —dijo un tercero, dando una patada al cuerpo de Vel 408—. ¡Esto no es humano! Esto es hechicería imperial, mierda pura.

—¡Eh! ¡Este se mueve! —gritó uno, revisando los cadaveres—. ¡Este respira todavía!

—Y hay otro más, aquí. Está vivo también... pero hecho mierda —dijo otro, escupiendo con asco al costado.

—Carguen a los que respiran. Pero con sogas al cuello, y bien apretadas. Si se mueven raro, los degollamos en el camino —ordenó una con voz ronca, mientras pasaba la mano por la cara con gesto cansado, como si el solo hecho de verlos la envejeciera.

—¿Y por qué no los matamos aquí mismo?

—Porque el barón quiere verlos. Y si el barón quiere verlos, se los lleva aunque sea arrastrando por el culo.

—Pues yo no duermo cerca de ellos. Si uno de estos abre los ojos y me respira, le clavo la lanza por la nariz.

—O por la verga, si tiene. Aunque lo dudo. Seguro se la cortan en esa isla de mierda para que no piensen con nada.

Los dos albinos supervivientes fueron cargados como fardos de carne muerta, arrastrados hasta una carreta que había quedado medio entera. Nunca llegaron a ser liberados: las cadenas seguían en sus muñecas y tobillos, empapadas en sangre seca y óxido.

En la confusión, algunas de las llaves glíficas de control —activadas a medias, pulsando con una tenue luz enfermiza— quedaron tiradas entre el barro y la madera rota. Nadie reparó en ellas. Brillaban apenas, como pequeños insectos moribundos, hundiéndose poco a poco en el fango. Piezas sagradas y letales, olvidadas como si no valieran nada. Como si fueran parte del lodo mismo.

Jaq, herido y medio inconsciente, sentía la vibración latente del glifo en su nuca. Como un tic persistente. Como un recuerdo incrustado que no se podía rascar. La sangre le seguía corriendo por el costado, caliente y espesa, pero su cuerpo no cedía. El otro albino no se movía. Solo respiraba, lento, como si el aire le costara recordar el camino.

Las carcajadas fueron secas, nerviosas. Algunos pateaban restos, otros rebuscaban entre las mochilas quemadas, pero el humo del vino y la rabia pronto se mezcló con un silencio incómodo. Alguien dejó de reír. Otro bajó la lanza.

La realidad cayó sobre ellos como un trapo húmedo: habían perdido a muchos. Demasiados. Amigos. Primos. Hermanos. Uno de los más jóvenes se acercó a un cuerpo que reconoció, y se quedó quieto, con los labios apretados, sin decir palabra. Otro, con la mirada perdida, se llevó una mano al pecho y escupió con rabia, sin saber a quién.

—No hay tiempo para enterrarlos... —murmuró uno, con la voz quebrada—. Ni palas tenemos. Ni fuerzas.


—Que el pantano los trague. Mejor que nosotros.

El pantano tragaba a todos. Pero no a él. No todavía.

Hasta aquí el capítulo de esta semana, espero haya sido de su agrado, continuaremos la semana que viene... se acercan nuevos personajes.


5.0 (2)
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Bienvenidos, Gracias por acompañarme nuevamente, ahora con el capítulo I de mi obra "Exudación" ahora, nuevamente cualquier feedback es agradecido...

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Avatar de Doppel
Doppel 2025-07-12 00:59:44

Gracias Valentino, con lo poco que he podido leer de tu trabajo puedo decir que me gusta mucho también, espero hayas disfrutado el capitulo. como siempre, un gusto tenerte por aquí.

Avatar de Valentino-Prádena
Valentino-Prádena 2025-07-11 16:05:54

Yo lo que envidio de Doppel es su prosa. Es magnífica.

Avatar de Doppel
Doppel 2025-07-11 14:38:57

Tienes razón con George, justamente eso, es mas una inspiración primigenia que impulsa a crear un mundo complejo, en mi obra al menos, pocas veces se trata el sexo, aunque para ser honesto, considero un poco debe haber si se quiere plasmar un mundo "genuino". Jeff Vandermeer escribe sci- fi , pero las descripciones, crudas y desoladoras. A mi forma de ver, son impresionantes. si te gustan mis descripciones, te lo recomiendo ampliamente.

Avatar de Doppel
Doppel 2025-07-11 14:36:38

Tienes razón con George, justamente eso, es mas una inspiración primigenia que impulsa a crear un mundo complejo, en mi obra al menos, pocas veces se trata el sexo, aunque para ser honesto, considero un poco debe haber si se quiere plasmar un mundo "genuino". Jeff Vandermeer escribe sci- fi , pero las descripciones, crudas y desoladoras. A mi forma de ver, son impresionantes. si te gustan mis descripciones, te lo recomiendo ampliamente.

Avatar de heguendm
heguendm 2025-07-11 13:59:12

George Martin es muy bueno en la "creación de mundos", sus tramas son demasiado sucias para mi gusto, no porque sea yo un santo, simplemente me parece mete demasiada "sexualidad" innecesaria. Jeff Vandermeer, lo he oído mencionar, pero admito nunca lo he leído. No tengo mucho tiempo para leer desde que empecé a estudiar en 2002 hasta ahora. Como sea, espero tu obra tenga éxito, parece tienes una buena pluma y para ser sincero envidio tus descripciones.

Avatar de Doppel
Doppel 2025-07-11 13:35:31

Gracias Heguendm. me alegra que esperes lo que viene, te prometo que es interesante. mi mayor influencia, no tanto en la forma de escribir sino como inspiracion pura, es, George R.R. Martin, el grandioso George. Sin duda es artifice menester para que una historia así se asome de entre las profundides, por otro lado. me gusta tambien, ahora si un poco mas relativo a esto que me preguntas, el gran Jeff VanderMeer, Saludos estimado y espero seguir viendote por aquí.

Avatar de heguendm
heguendm 2025-07-11 13:08:53

Bien contado como siempre... El estilo se me hace conocido, pero no caigo quien es tu modelo... ¿Qué autor te influencio en tu forma de describir? se me hace conocido, pero no caigo. Imagino ahora viene la parte en la que algo/alguien ayuda a Jak a desconectarse un poco del control de las runas de esclavitud. Veremos en el futuro.