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Re: Abyss - Fictograma
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Re: Abyss

Avatar de Dioniss

Dioniss

Publicado el 2025-08-01 21:26:47 | Vistas 142
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Capitulo 1: El "Maldito"


Las ramas entrelazadas impedían que el sol entrara al bosque, haciendo así que no hubiera ni una sola planta en el suelo.

Solo que en un lugar, por alguna razón si había flores, rodeando el cuerpo pálido de un joven adulto en el suelo.

Estas flores de color rojo eran como el vidrio; Transparentes, un signo de vida hermoso a la vista, ya que, pese a la oscuridad, esta parecia tener luz propia.

Esa misma luz con cada segundo que pasaba hizo que el joven se despertara, el cuerpo le dolía, le pesaba, era como si estuviera siendo aplastado por algo invisible.

Podía girar su cabeza y ver alrededor, sin embargo, esto no servía de nada, notó la lámpara y queriendo mover su mano sintió un dolor abrasador recorrer cada parte de su ser.

La fatiga, el dolor y un ardor en el cuerpo lo mantenían ahí. Aunque, realmente, no podía quedarse, si algo más venía por él, sin duda sería su fin.

A cuestas y con algunos espasmos, logró arrastrarse hasta tomar la lámpara, apoyándose en sus rodillas y junto a un árbol se levantó; cada movimiento, cada fibra de su cuerpo se tensaba de forma dolorosa mientras más se movía.

No lo había notado por el dolor, pero, su piel estaba rosa. Frotó sus dedos, como si soltara algo de polvo. Estaban suaves.

Con movimientos tan sutiles como si pudiera romperse la piel si no los hacía, se palpó con las yemas el brazo, también era suave, “como si fuera una nueva piel” pensó extrañado.

Y, mientras seguía perdido, para su pesar, escuchó un aullido, para que de manera repentina, una espesa niebla oscureciera sus alrededores.

Tomó la fuente de luz y empezó a caminar de forma tambaleante.

La linterna parecía brindar un círculo protector a su alrededor, haciendo así que la falta de visión no fuera un problema real, pues parecía tener la habilidad de alejar la niebla de su portador.

Cada paso que daba, intentando alejarse de donde escuchó el aullido, no hacía más sino acercarlo al peligro.

Sintiéndose cada vez más pesado, caminaba mientras intentaba mantener la luz firme frente a él, aunque no tardó mucho en toparse con una roca que lo entorpecio. Levantó la mirada, con la intención de dimensionarla, no esperando encontrarse con aquello que posaba en su punto álgido

Un lobo inmenso se posaba sobre aquella roca, su pelaje brillaba a la poca luz que había, sus ojos blancos sin atisbo de un alma miraban con furia a Joseph, abrió sus fauces y de las mismas un humo blanco emano, cubriendo aún más la zona.

Junto con un aullido ensordecedor y el zarpazo fugaz, el lugar en el que estaba posado se partió en 3 pedazos.

Esa inmensa roca ahora fragmentada era algo que hizo temblar a Joseph.

Seguido de un rugido que, más que ser atemorizante, sonaba como una risa burlesca.

El aire parecía cada vez más pesado, ¿o quizás él se sentía así?

Volteo de forma instantánea ante un ruido repentino, sin embargo, este no era más que el latir de su corazón, podría jurar que sentía como la sangre recorría cada parte de su cuerpo.

Se sentía mareado, mientras el peso de la linterna aumentaba entre sus manos.

Nuevamente el rugir del lobo hizo que su cuerpo se estremeciera y, en una reacción instintivamente, saliera corriendo hacia el lado opuesto.

SWING

Un filo letal rompió la linterna en tres pedazos y dejó que el aceite que contenía se regara por el suelo.

Joseph, aun con el mango de la linterna en mano se había echado hacia atrás del susto.

Aquel animal volvió a la penumbra mientras el joven seguía en shock.

Las piernas le temblaban, sin embargo, sabía que debía correr, y lo hizo al escuchar el gruñido del animal detrás suyo. No pudo hacer más que acelerar el paso, sin embargo, y en contra de toda su lógica, una vez más la bestia estaba enfrente suyo.

Lo tiró al suelo, aplastándolo, y acercó sus fauces al rostro de Joseph quien ante el miedo y con sus extremidades siendo aprisionadas no pudo reaccionar de otra manera sino apartando el rostro.

La criatura solo jugaba con él, exhaló más niebla y casi podía jurar que escuchó cómo se reía antes de volver a esconderse.

“¿Vale la pena levantarme?” pensó aun con el rostro pálido y el corazón desenfrenado. “En cualquier momento me matará independientemente si corro o no”.

Aunque la sensación le era desagradable y sus pensamientos no eran tan contradictorios, su cuerpo se levantó una vez más. “No quiero morir”, un pensamiento que le recorrió por completo el cuerpo.

Siguió una vez más.

Corría casi tropezando, sin mirar atrás, siendo cada zancada un acto de fe. El suelo se deshacía bajo sus pasos como si el bosque mismo quisiera devorarlo. Las sombras se estiraban entre los árboles, burlándose de él con formas imposibles. Joseph jadeaba, pero su cuerpo, movido por el puro terror, no se detenía. 

Quizás ya estaba alucinando, no lo sabía, sus instintos hicieron que solo siguiera impulsandose, hasta qué un rugido lo alteró.

A su izquierda, volteo… Sin embargo no tardó en sentir una fría sensación en su espalda y tras de ella un calor abrazador.

Poco después, sus rodillas tocaron el suelo al mismo tiempo que las patas del lobo se posaban firmes frente a él.

El ardor recorría su cuerpo desde el hombro hasta el coxis, una línea de fuego que latía bajo la piel. La sangre fluía en hilillos cálidos, goteando sobre la tierra húmeda.

Sus muñecas cedieron al peso y se hundieron en el fango. Un letargo denso comenzó a apoderarse de sus párpados, mientras un zumbido agudo llenaba sus oídos, robándole la orientación. Todo giraba.

En lo más profundo de sus sentidos, aún en medio del caos, supo que algo se acercaba. Lo olía. Lo escuchaba con apenas un murmullo en el umbral del oído. Una silueta borrosa comenzó a formarse frente a él…

Y entonces, sin transición ni aviso, todo se volvió negro.

Solo unos instantes bastaron antes de que una leve luz se hiciera presente, un eco del pasado.

La luz de la mañana le hizo despertar y el sonido de la alarma no provocó más que molestias mientras se limpiaba los ojos.

Al detener el sonido irritante se puso de pie y caminó a su armario con la finalidad de cambiarse para empezar el día.

Finalizó su rutina poniéndose una camiseta blanca y salió de su cuarto, bajó las escaleras y miró la cocina.

Mientras suspiraba de cansancio se acercó a la estufa con el objetivo de hacer el desayuno, no solo para él, también para su familia.

Desde afuera podrías decir que era alguien bastante diestro en el manejo del fuego, cada pocos minutos que pasaban era como si un plato nuevo apareciera en la mesa, cada paso que daba entre la cocina y el comedor era tan preciso que ni la mascota inexistente de la familia hubiera detectado su presencia.

Después de todo, lo que menos quería era levantar a sus hermanas antes de lo debido.

Con ello, y a pasos rápidos, terminó su tarea matutina.

El olor del café y los huevos revueltos llenaba la cocina, colándose por las escaleras como una invitación silenciosa. Joseph, en camiseta blanca y pants grises, movía con destreza la espátula mientras su mirada se perdía por la ventana. Aún no hacía calor, pero el sol ya tejía luces doradas sobre la encimera.

—¿Hiciste tocino? —dijo una voz suave, medio adormilada, desde la escalera.

Gabriela, la mayor, bajaba con su habitual energía desbordante. Vestía una sudadera tres tallas más grandes con un dibujo de un pato con lentes. Se sentó sin ceremonias en la mesa, tomando un trozo de pan sin esperar a nadie.

—¿Y el café? ¿Me lo sirves o también tengo que hacer eso yo, señor chef estrella? —bromeó, cruzándose de brazos exageradamente.

Joseph sonrió, sin molestarse. Sirvió dos tazas. Antes de que pudiera entregar la segunda, unos pasos suaves resonaron en la escalera.

—Buenos días... —susurró Victoria, abrazando un peluche, antes de dejarlo discretamente encima de la mesa.

Gabriela la saludó lanzándole una servilleta doblada con puntería experta, y Victoria protestó con una risita tímida antes de sentarse. El desayuno se desarrolló como una coreografía perfectamente improvisada: platos pasando de mano en mano, risas ahogadas en pan tostado, y miradas de complicidad entre bromas.

En medio de la charla, Gabriela comentaba algo sobre una tarea que no pensaba entregar; "si se esfuerzan tanto por hacernos odiar las matemáticas, al menos deberían pagar mi terapia", decía, mientras Victoria contaba cómo se le había olvidado bajar su mochila. "Cierto, después del desayuno nos vamos a la escuela" espetó y bajó de la silla, luego salió corriendo hacia su habitación.

Joseph solo sonreía. No decía mucho, pero escuchaba. Entre servir más jugo o recoger una miga traviesa, se notaba su presencia constante. Una mirada de Gabriela bastaba para que entendiera que tenía que bajar el volumen de la radio. Un gesto de Victoria y ya sabía que debía pasarle el azúcar. Sin que nadie lo dijera, era evidente que él sostenía más que el desayuno: sostenía el equilibrio del hogar.

Cuando terminaron, cada quien se dirigió a su rutina. Victoria salió primero con su mochila demasiado grande para su tamaño. Gabriela fue detrás, con unos audífonos colgando del cuello y sin prisa. Joseph, tras una pausa breve, apagó la estufa, se echó la mochila al hombro y salió.

La universidad bullía con murmullos lejanos. En un jardín central, Joseph se detuvo un momento. Entre los estudiantes, vio a Clementine. Su cabello parecía moverse al ritmo de un viento que él no sentía y, a su lado, un amigo hablaba animadamente. Pero sus rostros... estaban nublados. No era desenfoque, era como mirar a través de agua.

Él alzó la voz para llamarla, pero fue solapada por un relámpago lejano, siguió caminando para mínimamente permitir que se escuche su voz en el siguiente intento, pero en este último no salió su voz.

De pronto, otro trueno estalló, como si el cielo se hubiera rasgado. El ruido no solo llenó el aire: lo aplastó. Las sombras de los árboles se alargaron en segundos. Un temblor invisible recorrió el suelo.

Todo se volvió negro.

Unos parpadeos. Una brasa titilando.

Joseph abrió los ojos.

Frente a él, una fogata chispeaba con vida propia. El calor era real. Su aliento salía en nubes tenues. La tierra bajo sus manos estaba húmeda, pero no fría. El aroma del bosque —a madera vieja, a humedad y silencio— volvió a impregnarse en su piel como si nunca lo hubiera dejado.

Un sueño... o algo más.

Su corazón retumbaba de nuevo, como si acabara de sobrevivir a algo que aún no entendía.

Despierto y con una visión borrosa, los párpados se mantenían caídos y el cuerpo se sentía adolorido. El olor a carne cocida despertó su apetito, impulsandolo a levantarse para enfocar mejor su vista. Al hacerlo, se dio cuenta de que frente a él había un hombre.

Su cabello enmarañado caía en mechones desiguales sobre su frente, sus ojos hundidos, con pómulos hinchados por el insomnio, su rostro era grisáceo, no por que así fuera su piel si no por la cantidad de tierra y polvo que tenía en el. Reflejando la luz y brillando de forma tenue en un color avellana sus ojos mantenían la mirada fija en la fogata.

—Despertó... Empezaba a creer que fue un desperdicio tratar sus heridas.

Al oírlo, Joseph instintivamente llevó la mano a su espalda. Sintió los hilos deshilachados de su ropa y, finalmente —con un ardor punzante al tacto— localizó sus heridas, que aunque no podía verlas, sabía que ardían con un rojo oscuro e intenso.

—¿Quién es usted? —preguntó, intentando enderezarse, para luego fijar la mirada en su acompañante.

El hombre, aún mirando el fuego, que cocinaba una carne de aspecto extraño, notó que algunas brochetas ya estaban listas. Las tomó con cuidado y ofreció una a Joseph.

—Debería recuperar fuerzas. No es seguro andar desnutrido por estos lares.

Joseph tomó la brocheta, observándola detenidamente. El hombre se percató de su duda.

—Es el lobo que le atacó. Desconozco su pensar, sin embargo, sé que, en su mayoría, ustedes tienden a la venganza, que aproveche —con una leve sonrisa, que intentaba ser comprensiva, esperó a que Joseph diera un mordisco.

Aquello le resultaba profundamente extraño. Nada terminaba de encajar, y cada cosa que ese hombre decía le generaba aún más preguntas.

—¿Ustedes? —preguntó, aún dudando si llevarse la carne a la boca.

—Es... Complicado, ¿sabe? —el tono en la voz de Turner se apagó de repente, como si el solo pensar en ello fuera doloroso. —Primeramente, creo que en serio debería alimentarse, no se ve bien.

Ahora, con el incentivo dado por Turner, acercó la comida a su boca, aún temblorosa, y mordió con visible desagrado, intentando que la carne no tocará sus labios. Al masticar y tragar notó, muy levemente, que el único distintivo de la carne conocida era la rigidez.

Volvió a morder, esta vez con menos rechazo. Como le indicó Turner, necesitaba alimentarse; luego podría aclarar sus dudas.

—Antes de iniciar, usted preguntó por mi nombre. Soy Turner, Jonh Turner. ¿Cual es el suyo, joven?

—Joseph —fue lo único que logró articular entre mordiscos desesperados.

—Bueno, Joseph, déjeme decirle que usted tiene mala suerte, como muchos. Sea bienvenido al infierno... como un maldecido.

Joseph se quedó en silencio. Mientras apartaba la brocheta de su rostro, miró las llamas durante unos segundos, como si buscara palabras antes de dirigir su mirada hacia Turner.

—¿Infierno? —titubeó.

—Bueno, no siempre fue así… —se detuvo, sosteniendo una sonrisa amarga —Hace cuatro años, algo sucedió. De forma abrupta, un pueblo fue atacado por bestias incomprensibles.

Miró hacia el fuego, recordando en su mente como si volviera a ese pasado, antes de continuar.

—Cientos perecieron y, en ese momento, algo más surgió junto a las criaturas, hoy en día es conocido como “Cazador”, personas que poseen las mismas capacidades que las criaturas.

Joseph se acercó más, quería escuchar bien lo que decía y en ello el hombre de su abrigo sacó una pequeña botella de cristal con un líquido rojo.

—Para adquirir estas habilidades se tiene que ingerir la sangre de las bestias y, quizás, conseguirás poder del abismo —dejó la botella a su lado y alineó sus ojos con los de Joseph. —Dicen que los ojos son la ventana del alma, y con ello puedes saber si tienes el potencial de ser o no un cazador. Ustedes, viajeros de otras tierras, siempre tienen esa capacidad, sus ojos reflejan la luz del fuego.

El tronar de la madera, producto de la repentina brisa nocturna, hizo que Joseph perdiera la compostura.

—Nosotros los conocemos como “Malditos” —señalando a Joseph con su mano ocupada por otra botella, continuó explicando —Es decir, usted es un “Maldito”, he de admitir que carezco de suficiente conocimiento sobre ustedes, hasta dónde puede abarcar es que: Vienen de otros mundos, de diferentes épocas, tanto futuras como antiguas.

—Han estado sobreviviendo durante tantos años cazando a esas bestias y… ¿y me dices que ahora yo tengo que hacer lo mismo de manera tan abrupta? —sus ojos se movían entre el fuego y el bosque, como si vigilara que nada más fuese a atacarlo.

—Joseph, tranquilícese y respire profundo, es terrorífico, abrumador y doloroso, esas sensaciones no me son ajenas —dejo una cuarta y última botella en el suelo. —Pero debe mantener la compostura de no ser así, bueno… —apuntó la espalda de Joseph —Eso ya habla por sí solo.

—¡¿Y qué espera que haga?!—exclamó levantándose del suelo antes de volver a  encorvarse por el dolor —No puedo… No puedo luchar contra esas cosas… —lágrimas de dolor recorrieron sus mejillas mientras que un fino hilo carmesí recorría nuevamente su espalda.

Turner soltó una carcajada y entre risas solo atinó a decir: —No es por desestimar su sentir, Joseph, pero todos aquí, tanto nativos como “Malditos", hemos pensado lo mismo. Levante la cabeza, recuerde porque vive y siga adelante.

Joseph se quedó en silencio, dejando solo que su mente fuera acaparada por el sonar de las ramas y el chisporroteo del fuego, era como si por momentos estos sonidos no fueran producto de un bosque lúgubre, más como si escuchara a sus hermanas reír mientras él freía el tocino de la mañana, volvía a aquella cocina cálida.

El hombre notó que el joven se había dispersado, por lo que no pudo evitar sonreír al notar que, al menos a su pensar, Joseph ya había encontrado su razón de luchar y seguir respirando.

Tomó una de las botellas y, como si de agua se tratase, le dio fondo al pequeño recipiente. Aquel líquido se pegaba cual miel bajando lentamente hasta terminarlo.

“Sigo sin acostumbrarme” pensó tras tomar la segunda botella, con el fin de continuar, y, al llegar a la última botella justo antes de abrirla, suspiró, y nuevamente hasta el fondo.

Esperó… Pero, nada sucedió.

“Qué desdicha” susurró antes de tomar una brocheta y darle un mordisco a la carne.

Noto que Joseph se volvió a sentar con un rostro más sereno aunque aún con atisbos de incertidumbre.

—¿Qué son esas habilidades que menciono?

Turner dejó que la pregunta flotara unos segundos entre ellos, como si el bosque mismo necesitara tiempo para digerirla. Entonces, con una sonrisa que no terminaba de ser amable ni siniestra, terminó su comida, dejó la brocheta a un lado y exhaló con lentitud.

—Imaginé la hoja de un libro —dijo con voz pausada, como si estuviera recordando más que respondiendo —¿Cómo se ve? ¿Tiene algún diseño en particular?

Joseph frunció levemente el ceño.

—Ahora imagine la pasta del libro —continuó Turner, sin esperar respuestas —Piense en su interior, y mírelo en su subconsciente. Intente tomar el libro que usted imaginó… ¿lo tiene?

La escena se volvió extrañamente estática. El sonido de los insectos se desvaneció por un instante. Joseph sintió una presión en el pecho, como si su mente intentara abrirse en capas.

—Sí… —murmuró, sin entender del todo por qué lo decía, pero sintiendo que la imagen estaba ahí, tangible, en un rincón de su psique.

—Ahora abra los ojos, Joseph.

El joven pestañeó, confundido. Juraría que no los había cerrado, pero su entorno se sentía distinto. Como si aquel instante hubiera ocurrido en otro plano. El fuego crujía igual, pero el bosque… estaba más callado.

Observó sus manos y en ellas sostenía el mismo libro de pasta blanda, cocida con un hilo fino y de hojas cuadriculadas.

Había visto ese libro antes, pero en ese momento estaba más cuidado, sin embargo, y por ser no más que vestigios, no llegaba a recordar dónde es que lo había visto.

—Dele una ojeada, si encuentra alguna página llena es porque esa es una de sus habilidades, es como… una lista, son sesenta hojas en total pero aún a día de hoy nadie ha tenido más de cuatro o cinco rellenas y eso es decir demasiado, yo por ejemplo solo cuento con dos habilidades.

Joseph pasó de hoja en hoja hasta que finalmente vio tinta en una de ellas.

—Ilusionista… ¿Gas naranja?, Señor, ¿todas las habilidades son tan… tan…?

—¿Grotescas? Si, usted tuvo suerte, la suya es de las pocas que no alteran el físico exterior, muchos otros no corremos con esa suerte —levantó su manga mostrando líneas de brillo púrpura que recorrían desde sus dedos hasta su antebrazo, estaban hundidas, como surcos, donde podrias poner el dedo y deslizarlo hasta llegar a la palma. —Son dolorosas, muchos han muerto en el proceso de obtención de alguna, me es impactante que lograra sobrevivir a una, supongo que ustedes los “Malditos” están hechos de una madera distinta.

—¿Y aun conociendo los riesgos ustedes siguen intentando conseguir más? —el tono de incredulidad desbordaba tanto con su voz como en sus manos, simplemente no lo comprendía.

—Aquí la muerte no es más que una forma de ser libres de este infierno, claro que existen personas que se niegan a intentar luchar, pero por ello viven menos que alguien normal, esta es una maldición Joseph, y la única forma de superarla y vivir, es cazar y rezar por una muerte más rápida de la que te daría el simplemente no hacer nada —sus ojos yacen perdidos entre el fuego casi como si hubiera tenido que repetir esto incontables veces.

No hubo más preguntas, no hubo más momentos de desesperación. Ambos se quedaron en silencio mientras el fuego seguía consumiéndose, tal como sus esperanzas.

Dejaron que el tiempo transcurra con cada quien en su mente sin interrumpirse, hasta que la mañana se hizo presente con un bosque más luminoso y sin neblina.


Turner ya se encontraba levantando su poco equipaje, cabía perfectamente en un pequeño bolso que colgaba desde su hombro, cruzando su pecho y aplastando su ropa arrugada.

Joseph se estiraba, pareciera que el tiempo pasado no fuera más que una ilusión, una que le había causado una fatiga y dolor aberrante.

—Nost no se encuentra muy lejos, es un pequeño poblado que colinda con el bosque, no suele tener muchas personas ya que realmente estos lobos son ineficaces para alguien que ya tiene experiencia al cazar, podría decir que es la parte sencilla de este mundo.

—¿No me podría guiar un poco?

—Solo a la entrada, después por caminos separados. Tengo que atender unos asuntos, así que tendrá que arreglárselas por su cuenta.

—Entendido, señor.

Turner asintió y sin más palabras empezó a caminar. Joseph solo podía mirar la figura de la persona que tenía delante, al menos confiaba en que, si lo seguía, podría solucionar sus problemas un poco.

Mientras el bosque se mecía con el viento, la gabardina café de Turner parecía cubrir la figura de Joseph, quien a paso lento, caminaba observando cada rincón entre los árboles por el pavor de lo que entre ellos mora.

Entre vaivén al joven le surgió una duda:

—Señor, dijo que usted no sabía mucho de las personas que pasaron por mi situación, pero a comparación, yo no sé nada ¿Podría explicarme?

Turner medito unos segundos y volteando a su lado espero ver a Joseph sin embargo él estaba mas atras. Este último al notar que tenía que ir a la par para una mejor platica aceleró el paso.

—A inicios del segundo ciclo, alguien se presentó en las puertas del castillo del rey, decía insensateces según se cuenta, era alguien loco que más tarde simplemente murió, no sin antes salir de la ciudad entre gritos, exclamando: “¡Soy el elegido, ya lo verán, soy el elegido de otro mundo!”. Más tarde alguien más apareció, no en el palacio en un pueblo aledaños, Einsmich, esta persona se dice que era más… cuerda, también terminó muerto, pero ayudó con una guía que se reparte entre cada puesto del reino. Los que vinieron después ya fueron reconocidos como “Malditos”, esto por algunas historias que se contaban de ellos. Eso es todo lo que sé. Ningún “Maldito” ha llegado a sobrevivir demasiado y ninguno ha aparecido tan cerca de la capital como usted hasta donde se.

—¿Qué más sucedió en este mundo, señor?

—A mediados del segundo ciclo surgió un héroe y…

Mientras Turner hablaba, Joseph seguía su paso en silencio, escuchando todo atentamente, esta extensa historia hizo que el trayecto fuera más ligero para ambos.

—...Y aunque realmente no sabemos que hay allá abajo, es la única forma que conocemos para acabar con todo esto.

—Usted no planea bajar… ¿o si?

—No, aún no… no tengo la confianza de sobrevivir —tomándose un respiro después de tantas palabras se detuvo a la entrada del pueblo y, mirando a Joseph, sonrió un poco. —Sea bienvenido a Nost, no es un pueblo muy grande como notará en seguida, sin embargo, los lugareños son bastante amigables. Yo, por otra parte, me tengo que ir, fue un gusto joven, espero que nuestros caminos se vuelvan a cruzar.

—Fue un gusto señor Turner, nos vemos luego —Joseph quien se quedó solo frente al pueblo vio marchar a aquel cazador que lo había ayudado enorme, y con una respiración profunda dio el primer paso.

Aquel pueblo no era silencioso per se, las personas que rondaban entre los caminos de piedras mantenían un ánimo bastante calmado en consideración a lo que habría esperado así que no podía evitar sentirse ligeramente incómodo.

Mientras más avanzaba y escuchaba las típicas charlas que esperarías de un pueblo, más notaba la relativa paz y calma que sintió al entrar. Muy a pesar de lo que le contó Turner.

Aunque en un primer momento caminó con total confianza, a los pocos minutos se dio cuenta de una verdad inalterable. Estaba perdido.

Se quedó parado en una esquina para intentar ubicarse, aunque de poco le sirvió, pues todos los pobladores estaban sumergidos en sus propios asuntos.

Trató de pensar en alguna manera de llegar a su destino, entonces recordó un comentario casual de su hermana.

“Es muy cliché que los gremios siempre sean el edificio más grande del pueblo”.

Una leve sonrisa se formó en su rostro. Por un segundo juraría haberla escuchado, sin embargo esta misma se borro al instante después de ver con claridad su entorno, a lo que solo se resignó a suspirar intentando calmar su mente.

Y con cada paso que daba no dejaba de buscar con la mirada algún edificio de grandes dimensiones, en ese transcurso podía escuchar, no con claridad, cada conversación.

Una madre y su hijo de compras entre puestos, un viejo chantajista con el truco del movimiento de manos que solo engañaría a un zonzo. Y aquel típico zonzo que caía quedándose sin dinero suficiente para alguna otra compra.

En cada calle que pasaba algo nuevo llamaba su atención, ya sean los puestos con lo que parecían ser frutas o verduras distintas o el cómo vendían insectos con una especie de cubierta brillante.

“Cazadores…” Sabía que lo eran, aunque no transmitían la misma aura de paz que el señor Turner podía sentir esa tenue atmósfera de muerte a su alrededor y sobre todo la veía, veía sus heridas, veía sus cicatrices, no veía las extremidades que no tenían.

Era un espectáculo de fenómenos grotescos, podría jurar que logró divisar a alguien con unas pequeñas alas creciendo en su espalda; a alguien que no tenía ojos y en su lugar solo había una especie de panal en su rostro. Podría estar horas detallando en su mente todo lo que vio en ese momento.

Pero hacerlo solo le provocaba ganas de vomitar, así que fijó sus ojos en el suelo mientras caminaba, levantando la mirada solo para ver hacia dónde va noto que muchos cazadores salían de una especie de carpa gigante. No pudo evitar pensar en las similitudes que tenía este lugar con un circo.

A cada paso que daba más se rodeaba de estas personas como si se estuviera adentrando a una inmensa masa de agua cada paso que daba le costaba más que el anterior.

Finalmente entró a la estructura y decir que era un lugar deplorable era poco, no había más de unas pocas docenas de personas las cuales eran pobremente tratadas con hierbas y ungüentos improvisados, en el centro del lugar había una pequeña caseta con un cartel clavado en el suelo que decía: “Informes y Recursos”.

Miro hacia arriba y el techo curvo estaba tan alejado que le provocaba una sensación de mareo a lo que Joseph solo trago en seco mientras se abrazaba con incomodidad.

Por un momento creyó oír el tintinear de una cuchara contra una taza de cerámica, pero era solo el chasquido de un cuchillo afilado en el fondo del refugio y caminando al mostrador en su mente solo podía repetía una y otra vez unas cuantas palabras básicas con las que saludar aunque, para su pesar, él no fue el primero en hablar.

—Escuche rumores, pero veo ahora que son ciertos, un Maldito llegó al pueblo —aquel hombre tras el mostrador estaba tan exaltado que, de no ser por la madera que los separaba, Joseph hubiera jurado que el tipo lo habría tomado como si fuera una pieza de colección para observar con una lupa. —¿Dígame, señor, que se le ofrece? —retiró sus lentes con el fin de limpiarlos, aunque el joven hubiera preferido que se quedaran sucios.

El ojo izquierdo del recepcionista tenía dos iris: una morada y otra, al igual que su ojo bueno, café oscuro. Joseph no aguantó más y su rostro se estremeció con desagrado.

—Sé que no es lindo de ver, créame que tampoco fue lindo cuando lo obtuve —mencionó el recepcionista tras colocarse los lentes. —Permítame le doy el kit obligatorio —bajó un momento, buscando dentro del mueble hasta que tras un eufórico “Aqui esta” volvió a subir con una mochila pequeña en sus manos la abrió y fue saca las cosas conforme las nombraba. —Un cuchillo con una especie de surco, un libro guía con toda la información recopilada hasta hace 5 meses incluyendo mapas y bestias y por supuesto el bolso de cuero con el que llevar las cosas.

Joseph miró las pocas cosas que le daba; el cuchillo se veía idéntico al de Turner, el libro no era nada excepcional pasta dura de color azul marino, el bolso solo tenia espacio para el libro y un objeto pequeño mas.

Tomó las cosas y las volvió a guardar todo tras ponerse la bolsa.

—¿Sabe de algún lugar donde quedarme?

—Aquí es un buen lugar, ¡bastante espacio y una explanada perfecta!

La “gran explanada” no era más que un terreno de tierra infértil circular de 100 metros cuadrados.

Los labios de Joseph se retorcieron en amargura y con un simple “De acuerdo” dio media vuelta y salió de la carpa tras ver de reojo a los cazadores que se encontraban dentro, ya sea durmiendo o preparando sus armas, aunque era aparentemente normal para ellos, no podía evitar sentirse incómodo, quizás idealizó mucho las cosas en su mente tras conocer a Turner.

Se quedó quieto con el rostro hacia sus pies y mirando de reojo a su alrededor, una sensación de temor recorrió sus brazos buscando algún lugar que conociera pero… no había nada.


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Avatar de Valentino-Prádena
Valentino-Prádena 2025-08-02 11:27:36

Me gusta esta novela porque, en parte, por el tono y la estructura, me recuerda a aquella serie llamada "From", en el aspecto de que los personajes aparecen de la nada en otro mundo o dimensión. Muy buena. Te sigo leyendo.