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Re: Abyss - Fictograma
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Re: Abyss

Avatar de Dioniss

Dioniss

Publicado el 2025-08-03 01:17:26 | Vistas 144
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Capítulo 2: Bajo los arboles de Nost


Entre más caminaba podía sentir el peso de sus brazos ya cansados, una marca similar a un ataúd apunto de abrirse, con una guadaña mostrandose mientras brillaba intensamente en el dorso de su palma por instantes quien lo viera juraría que la imagen se movía como si tuviera vida.

Todo estaba oscuro y silente, solo escuchaba su propia respiración y sus pasos pesados sobre la madera húmeda que en principio, no deberían de sonar. 

—Es solo negocios espero que comprenda que…

Su voz sonaba tan gentil, tan calmada que lo que se escondía entre la oscuridad iluminado con una pobre vela solo podía sentir escalofrío mientras rezaba por que no lo encuentren.

Mientras que aquel que lo buscaba ya había notado el rastro de sangre que dejó al intentar huir.

—Esto no es nada personal… —rompiendo un viejo mueble de madera observó al hombre que yacía en el suelo tembloroso y ensangrentado con 6 cortes brillantes en todo el cuerpo.

—Es solo un trabajo.

El hombre miraba a Turner quien con sus ojos brillando y sus brazos con líneas púrpura que generaban un tenue brillo solo se limitaba a dar un último corte con su cuchillo haciendo así que el ataúd en su mano se abriera por completo mostrando así a la parca misma con una sonrisa casi vacilante.

No hubo gritos, no hubo lamentos, solo el sonido húmedo del cuerpo desplomándose en las tablas del suelo y posterior traqueteo de los huesos colapsando como si se comprimieran

John salió de la casa en las afueras de Nost. Mientras limpiaba su arma con un trapo, movía los brazos con torpeza. Al terminar, sacó un pequeño cuaderno y, usando un trozo de carboncillo que guardaba en el bolsillo frontal del chaleco, tachó un nombre.

—Ahora, a volver —pensó, guardando el cuaderno y echando a andar hacia el pueblo.

El cuerpo le dolía. Había usado su habilidad sin permitirle el descanso adecuado. Podía soportarlo, claro, pero el malestar seguía ahí, latente.

No tuvo demasiado tiempo para quejarse: un dolor intenso en la frente le avisó que caería dormido pronto.

Un dolor agudo, punzante, como un clavo abriéndose paso por el cráneo. Las rodillas se le doblaron; algo se inyectó en su mente. Su visión se nubló mientras el resto del cuerpo tocaba el suelo.

En la neblina de su conciencia, solo distinguía a los lobos de Nost y sus propias manos ensangrentadas aferradas a la espada corta.

Nada más era claro. Lo demás era desconocido: vio una tela negra, objetos moviéndose frenéticamente, y luego... nada. Solo negrura. El dolor cesó y él yacía inconsciente.

Soñaba. Hacía meses que no lo hacía. Y aunque al despertar no recordara del todo lo que pasó por su mente, sabía que había sido un buen recuerdo: uno que al abrir los ojos le dejó una sonrisa en los labios.

Pasó un tiempo impreciso antes de que se levantara con cautela, sabiendo que si no lo hacía con cuidado, una migraña le martillaría la cabeza el resto del día.

A pesar del esfuerzo, sintió ese dolor punzante encima de las cejas. Suspiró, y el gesto, lejos de aliviarlo, lo agravó. Se incorporó del todo y retomó el camino hacia Nost.

Mientras avanzaba, no pensaba en otra cosa más que en cómo completaría el viaje de regreso al pueblo de Kendra. Cada pueblo tiene sus horrores.

Nost, a diferencia de muchos otros, es sencillo en criaturas. Solo hay que preocuparse por una bestia: los lobos de niebla.

Era conocido que estas criaturas tenían un patrón de ataques que buscaban rodear y confundir al cazador cazando en manada y con una especie de característica nata, podían rugir o ladrar en el lado opuesto al que están, además de claro, expulsar niebla del hocico que limitaba la visibilidad.

Realmente estas criaturas eran problemáticas, pero, su máximo potencial radica en la facilidad que tienen de complementarse con cualquier otra criatura del abismo.

Aunque pensar en ello por ahora era irrelevante para Turner, había otras cosas que hacer y de momento lo que necesitaba era llegar a su lugar de estadía a recuperar algunas cosas que dejó a cargo de un viejo herrero que le debía un favor de hace años.

Mientras sus pies seguían un camino de tierra solo volteaba a ver de reojo al pueblo, la estética le era triste, aunque la realidad es que este era el lugar más próspero sin contar la capital, este pueblo tenía la suerte de aun contar con personas que parecían respirar y vivir de forma tranquila.

Sea como fuere solo estaba de visita e inmediatamente el recupera sus cosas se marchara del pueblo.

Aunque mientras pensaba en su plan algo le llamó la atención más adelante, era alguien que hasta ahora solo era un conocido. inconfundible su espalda tenía tres cicatrices en forma de líneas paralelas, aunque, más que líneas eran las garras de una criatura.

Recordaba haberlo visto con un abrigo aunque ahora no lo tenía. Mientras más se acercaba podía notar algo la plática no era para nada amistosa.

Quienes hablaban con él eran un grupo de cazadores, quizás nuevos, no recordaba haberlos visto con anterioridad. como sea no había rasgos distintos en su aspecto así que lo mejor era evitar el conflicto ya que, no sabía qué trucos tendrían bajo la manga.

Se acercaba más y más, empezando a escuchar la conversación.

—¡Me estás diciendo que ¿no tienes ningún conocimiento útil?! —mencionó con desprecio el hombre de aspecto enmarañado.

—No, no lo tengo, y eso a ti que te importa —afirmó Joseph sin quitarle la mirada a aquel hombre.

—Entonces, lo mejor es volver a intentar, este mundo no necesita a más inútiles —con una voz tan molesta e irritante como el sonido de un violín mal tocado este otro sujeto de menor estatura sacó una especie de arma hecha con un cristal y algo de tela.

—Si, así quizás alguien verdaderamente capaz toma tu lugar —Empuñando una maza con pinchos de metal.

Joseph pensaba cómo salir de la situación, ¿arrojar algo?, quizás si lograba golpearlos con la bolsa que tenía podría huir o quizás usar su habilidad, nunca era una mala opción es decir podía funcionar sin problemas.

Aunque mientras pensaba una sensación de pesadez le hizo quedarse congelado. Pero no fue el único, los tres cazadores que lo habían rodeado estaban igual, y no solo ellos, la gente a su alrededor se alejaba, apartaba la mirada o simplemente no movía ni un solo músculo.

No hubo palabras entre los cazadores, solo leves miradas que gritaban por piedad.

Y como no hacerlas era sabido entre los cazadores que existían habilidad mutativas que varían su aspecto según como se obtuvieron, y justo en ese instante, delante suyo estaba un hombre cuyos brazos brillaban con surcos púrpura que eran las cicatrices de lo que antes fueron finos pellejos de piel que se arrancó uno a uno soportando un dolor que, según se cuenta, es tan fuerte como para matar a un hombre.

—¿Q-quien es usted? —la voz le temblaba al más bajo de los tres.

—Eso es irrelevante, no merece la pena que alguien tan insignificante conozca mi nombre, ya que va a morir en cuestión de días allá afuera —comentó sin atisbo de dudas no sin antes tomar del hombro a Joseph con la finalidad de dejarlo detrás suyo y el mismo confrontar a quienes lo estaban “molestando”.

—Bu-bueno señor, nosotros ya nos íbamos.

—Antes de irse —Turner los detuvo —El joven detrás mío se está adaptando, una buena arma no le vendría mal.

Los tres sujetos se miraron, aunque descartando al más bajo entre ellos las opciones quedaron en solo dos…

Al cabo de un rato los sujetos se marcharon y Joseph con una maza entre las manos agradeció a Turner dando una leve sonrisa.

—No esperaba encontrarlo tan pronto, aunque, veo que fue para su bien, una vez más.

—Gracias de nuevo por ayudarme señor Turner —Intentando aparentar tranquilidad posó la maza sobre su hombro, sin embargo, una expresión de dolor se apoderó de su rostro que aun intentaba mantener una sonrisa —Sigo intentando adaptarme.

Soltó una sonrisa junto a una carcajada entre el habla —Eso veo joven.

Recordando algo importante bajo un momento la maza, levantó su mano libre como si pidiera su atención y hablo —Oh por cierto señor Turner, ¿usted no conocerá un lugar donde pueda quedarme?

Cruzándose de brazos con la finalidad de estar más cómodo se quedó reflexionando unos segundos las palabras tan (a su parecer) extrañas de Joseph —¿Habla de Alojamiento?, justo antes estaba en camino a una posada bastante tranquila, su dueño me debe algunos favores así que creo poder conseguirle un buen lugar también.

—Gracias, señor Turner. Le debo bastante, y me aseguraré de pagarle.  

No sabía si debía hacer una reverencia—la etiqueta de esas personas le era desconocida—pero Turner alzó una mano, deteniendo sus pensamientos. Luego, con unas palabras que solo levantaron más sus ánimos, Joseph sonrió.  

—Solo sobreviva, joven. Es lo único que puedo pedirle.

Con esas palabras, ambos comenzaron a caminar. Los pasos eran lentos, guiados por Turner, que quería que el chico viera lo suficiente y, sobre todo, que no se apresurara. La prisa insensata era una condena de muerte en aquel mundo.

Aunque el hombre no lo notara, Joseph sí observaba sus alrededores, no con miedo, sino con incertidumbre. Todo le resultaba tan familiar y a la vez tan ajeno.

Los puestos de mercaderes, construidos con telas de colores y mesas improvisadas de madera, ofrecían lo esencial: comida, ropa, objetos de defensa personal. Algunos, más decorativos, exhibían sus mercancías sobre telas extendidas en el suelo para evitar el contacto con la tierra.  

Las casas eran de una sola planta, variadas en materiales: madera, roca, adobe. Los techos alternaban entre paja y tejas.  

Al fondo, como telón de fondo natural, se alzaban los altos árboles del bosque que rodeaba el pueblo. El frío era casi palpable, y Joseph lo notaba más intensamente desde que había entregado su sudadera a cambio de una información sobre alojamiento que, al final, resultó inútil.  

Las ramas entrelazadas de los árboles limitaban la entrada de luz, y no era extraño ver a gente con lámparas en mano, o a los veladores encendiendo las velas de los postes desde temprano en la tarde.

Joseph contempló a las personas. Ya no se veían tantos cazadores, quizás porque se habían alejado de la zona de la carpa.  

Quedaban los pueblerinos que vivían a pesar de todo: niños que corrían y reían, madres que hacían las compras y charlaban entre sí, hombres que acarreaban materiales o cargaban suministros.  

Todo irradiaba una sensación de paz.

La hipnosis del ambiente se rompió apenas Turner habló.

—Ya llegamos. Sea bienvenido a la taberna Cola de Gato.

El edificio tenía dos plantas, cubierto casi por completo por enredaderas que trepaban por la fachada. Un cartel sobresalía: la silueta plana de un gato negro, sentado.

—Que el nombre no lo engañe. La mujer que dirige este lugar es... —se detuvo, buscando una palabra que no sonara peyorativa— interesante —dijo al fin.

Al entrar, el olor a licor se hizo evidente. Joseph, por reflejo, se cubrió la nariz con la camiseta. Turner, en cambio, simplemente contuvo la respiración mientras caminaba; el licor ya no era de su agrado en lo más mínimo.

Los presentes no les prestaron la menor atención. Cada uno lidiaba con sus propios demonios, y ver entrar a alguien más solo significaba que otro buscaba un poco de paz. Una paz silenciosa, tan densa que los pasos de Turner resonaban en cada rincón del establecimiento.

Al llegar al mostrador, Turner colocó su cuchillo sobre la superficie. En el pomo del mango había un sello. La mujer tras el mostrador sacó una libreta, tomó el cuchillo y estampó el sello en uno de los recuadros de horarios.

—Joven, su cuchillo.

Joseph, al escuchar eso, sacó el suyo y se lo entregó a Turner.

—Quisiera hablar con la señorita Teressa.

La mujer sonrió para sí misma al oír ese nombre. Conteniendo la respiración, caminó hacia la bodega trasera. Pasaron unos minutos antes de que el rechinar de la puerta anunciara su regreso.

—Mister Lockdown —dijo con voz suave y seductora, cargada de burla. Fumó de su boquilla con elegancia—. Empezaba a creer que no requeriría nada de mí.

Joseph notó de inmediato lo obvio: la recepcionista era la famosa señorita Teressa.

—Así que, ¿qué requiere la mayor fortaleza de todo Frontera? —apoyó su cuerpo en el mostrador, enfrentando a Turner con una sonrisa burlona.

—Necesito que le des un sello al joven detrás de mí —dijo Turner, sosteniendo el cuchillo por el filo y apuntando el mango hacia ella.

Teressa miró a Joseph, quien aún se cubría la nariz con la camiseta y saludaba con la maza en mano.

—Oh, así que tú guiaste al “Maldito” hasta aquí. Supongo que no se crió entre el fango, joven —dijo con frialdad, saboreando un amargor en la boca.

—Es un favor que te pido.

Teressa volvió la vista a Turner y suavizó su mirada.

—Si quedas con una deuda, con gusto recibo al “Maldito”. Pero esta te la cobraré, incluso si mueres. ¿Entiendes, Lockdown?

—Todos ustedes son unas bestias carroñeras —respondió con una sonrisa fingida, entregando el cuchillo.

Ella lo tomó y, con el humo flotando en el aire, se dirigió nuevamente a la bodega.

Al regresar, con el cabello recogido y el mismo silencio de antes, entregó el cuchillo con marcas nuevas en el mango y arañazos extra.

—Gracias por su servicio —dijo con una reverencia al devolver ambas armas.

Turner asintió e indicó a Joseph que salieran.

El aire afuera era nuevamente respirable. Joseph pudo, por fin, tomar una bocanada profunda.

—Como pudo notar, no es una mujer que aprecie a quienes crecieron bajo un techo de oro. No digo que usted haya vivido así, pero así lo sintió ella —le entregó el cuchillo.

—Tampoco está tan equivocada. Se podría decir que sí, viví de forma cómoda.

No queriendo abrir heridas Turner continuó con otro tema —Bien, joven. Déjeme explicarle: en cada pueblo y en la capital existe una taberna Cola de Gato. Al entrar, entregue su cuchillo y la tabernera lo sellará en su libreta. Así, al salir, podrá acceder a las recámaras del segundo piso por la parte trasera. De lo contrario, podrían cortarle el cuello.

Joseph se quedó estupefacto y solo atinó a reír con nerviosismo.

Turner se rió ante su reacción.

—Tranquilo, solo bromeo. Lo peor que podría pasarle es que lo saquen a golpes.

Aunque eso no lo tranquilizó del todo, Joseph no dijo nada más.

Caminaron hacia la parte trasera del edificio. Al ver una puerta, Joseph supuso que por ahí debían pasar. Y no estaba equivocado. Turner la abrió sin ceremonias y entró.

Dentro, esperó a que Joseph pasara. Al cerrar la puerta, alguien encendió una antorcha. El pasillo se iluminó, revelando escaleras de piedra que llevaban al piso superior. Había cinco habitaciones privadas, cada una con un cartel de madera colgando. Solo una tenía el cartel volteado en rojo; las demás, en verde.

—Elija un cuarto disponible y voltee el cartel. Detrás encontrará una llave. Recuerde devolverla cuando ya no ocupe la habitación.

Joseph asintió, volteó el cartel del cuarto contiguo al de Turner, tomó la llave y abrió la puerta. Era un espacio modesto: una cama, una cómoda y un espejo.

Cualquier cosa era mejor que dormir a la intemperie, pensó.

—Descanse, joven. Mañana será un nuevo amanecer.

Turner estaba por entrar a su habitación cuando Joseph lo detuvo, con nerviosismo en la voz pero determinación en los ojos.

—¿Puede entrenarme? Solo lo básico.

Turner sonrió para sí mismo.

—Le hablaré más tarde. Como le comenté, soy un cazador nocturno. Descanse, joven. Necesitará energía si quiere entrenamiento.

Finalmente entró a su habitación. Colgó su saco en un perchero cercano a la puerta.

—Ja —bufó con alegría—. No soy un pedagogo. A saber cómo le enseñaré al joven.

Suspiró con cansancio. Pensaría en ello luego. Tal vez dormir un poco le ayudaría a aclarar sus ideas.

Se recostó, se quitó las botas, dejó la espada a un lado y el cuchillo en la mano. Analizó el entorno con la mirada, y por fin pudo relajarse y bostezar. Al cerrar los ojos, a punto de soñar…

KNOCK KNOCK KNOCK

La puerta fue golpeada. Turner, por instinto, apretó el cuchillo en su mano y abrió los ojos como un búho.

—¿Puedo pasar~? —la voz terminó en una risilla leve. Era la recepcionista.

Desde el otro lado, la mujer escuchó los pasos acercándose. Tras una breve espera, la puerta se abrió, revelando al hombre de cabello castaño y rostro cansado que ella esperaba ver.

—Mr. Lockdown, no tuvimos la oportunidad de hablar correctamente —su tono pasivo y reservado había desaparecido. Caminó con soltura hacia la cama y se sentó con naturalidad—. ¿Fui inoportuna? Jiji~ —su risilla sutil y burlona no alteró a Turner en lo más mínimo.

Él la observaba con mirada fría, analizando cada gesto.

—Oh, vamos, relájate —comentó, notando aquella mirada que parecía apuñalarla una y otra vez. No le molestaba, pero tampoco estaba acostumbrada a ella.

—¿Qué quiere de mí? —preguntó Turner al fin, con voz áspera y contenida, sin soltar ni la espada ni la daga.

—Solo una duda —cruzó las piernas, acomodándose—. ¿Qué ves en ese maldito? Ninguno ha demostrado nada. Lo sabes, ¿no? Después de todo, tú mataste a algunos por encargos.

Aunque no era un secreto, a Turner le sorprendió que ella lo supiera. Bajó lentamente ambas armas.

—Son negocios. Tú mejor que nadie lo sabes, Teressa —ella frunció el ceño—. No soy un cazador de humanos.

—¿No? Es difícil mantener esa línea, ¿no crees? Hay humanos locos, y por eso existen cazadores enfermos de poder —dijo, como si quisiera desenvolver un secreto—. En fin, eso no es de mi incumbencia —se cruzó de brazos, alzando los hombros con indiferencia.

No queriendo seguir esa platica cambio el tema abruptamente —Respondiendo a tu primera pregunta: Joseph es joven y está perdido. Necesita un guía. Los otros no tuvieron esa oportunidad, y por eso terminaron bajo tierra —Turner relajó la postura y guardó ambas armas, cruzando los brazos.

—¿Lo ves como un igual? Por favor —bufó con desprecio—. Él no sufrió nada de lo que pasó hace cuatro años. Tú y yo sí. Sabemos cuál es el verdadero infierno en tierra. ¿Por qué habrías de ayudarlo?

—A nosotros nos lo quitaron todo de golpe. Y lo poco que quedó, nos lo fueron arrebatando poco a poco. A él se lo quitaron todo en un instante —Turner se acercó a ella.

Teressa intentó contener una risa.

—Como sea, no vine solo por eso. Necesito que entregues esto —sacó un sobre beige de su delantal y se lo dio a Turner—. Llévalo a Kendra, al bar. Entrégalo al recepcionista. Él te dará la paga.

Turner tomó el sobre y lo guardó sin más. Luego extendió la mano hacia ella.

—Un placer hacer negocios. Sin embargo, es mi hora de guardar reposo. Si tuviera la amabilidad de retirarse...

Teressa sonrió ante el cambio de actitud. Tomó su mano para levantarse y habló:

—Le deseo una pronta recuperación. Nos vemos en otro momento, Mister Lockdown —dijo mientras se retiraba cerrando la puerta.

Turner suspiro y tras sacar su libro de notas con el objeto de colocar el sobre entre las páginas solo pudo volver a dejar todo en el sitio que estaba antes de que la mujer llegara volviendo así a recostarse.

Finalmente no volvió a haber interrupciones, sin embargo y como las demás ocasiones no soñó con nada.

La luna pese a no tener visión del pueblo era notoria por el frío que reinaba.

Turner estaba despierto, tenía un aspecto más energético si se le pudiera decir así.

Estaba delante de la puerta de Joseph y tras tomar algo de aire para concentrarse tocó la puerta.

No tardó hubo demasiada espera, tal parece que Joseph tenía un sueño ligero.

—¿Si? —pregunto aun sin abrir los ojos aunque al hacerlo inmediatamente se limpio las lagañas —Señor Turner, buenas, hola.

—Buenas noches joven, veo que no termina de despertar, puedo esperar un poco si lo necesita.

—No, no es necesario, estoy bien —intentó componer su postura mientras hablaba.

Turner solo negó con la cabeza —Realmente hoy no se realizará nada, solo le enseñaré lo básico no necesitará estar atento.

Joseph solo atino a asentir y responder con un rápido: “Si” antes de tomar su maza y salir de la habitación.

Ambos hombres salieron del edificio y tras el mayor notar que el joven no podía con el frío abrumador chasqueo los dedos como si una vela se encendiera en su cabeza.

—Necesitará un abrigo, ¿sabe? En Nost reside la mejor costurera de todo Frontera. Será mejor que resolvamos ese asunto antes de movernos a ningún lado.

Joseph no podía estar más de acuerdo. Asintió con la cabeza, abrazándose con manos temblorosas, y siguió una vez más a Turner.

Cada paso que daba era como si una gelatina intentara caminar: su cuerpo se sacudía con irregularidad, y el traqueteo constante de sus dientes sonaba como maracas en una tormenta.

Por suerte, Turner se detuvo frente a un edificio de paredes blancas y techo de teja gris.

—“El Cordel de Remi”. Adelante, joven.

Joseph no lo dudó. Al abrir la puerta, una campana anunció su llegada con un tintineo agudo.

El interior era cálido, sin duda. Un lujo escaso en los pueblos y capital que apareció antes del surgimiento del abismo: tuberías de cobre recorrían el perímetro, liberando vapor que templaba el ambiente. La luz de una bombilla alimentada por el mismo sistema iluminaba cada rincón, cada prenda, cada escaparate.

El calor era tal que Turner se quitó el saco, quedando solo con el chaleco.

—¿Mmm? —Una mujer de no más de cincuenta años, cabello marrón sujeto en un moño grande, giró hacia la entrada. Llevaba un trozo de tela entre los labios y sus manos seguían trabajando sobre un vestido de seda azul.

—Buenas noches, Miss Atler. Cuánto tiempo sin verla.

Ella retiró el parche de tela de sus labios y clavó la aguja en el maniquí.

—Jonathan, qué gusto verte, querido. No sabía que estabas por aquí —caminó tan rápido como su falda se lo permitió y lo abrazó con calidez casi maternal—. ¿Qué te trae por aquí? ¿Volviste a romper tu saco?

—No esta vez, Miss Atler. Es el joven detrás de mí. Necesita un abrigo.

La mujer se giró y por fin notó a Joseph, quien permanecía inmóvil, disfrutando del calor como si fuera un bálsamo.

—Oh, así que un “maldito” —se acercó con rapidez. Joseph se sobresaltó ante su repentina aparición. La diferencia de estatura era evidente: ella no pasaba del metro sesenta, él rozaba el uno ochenta.

—Necesita un abrigo. Usted sabe que el frío en Nost no perdona —comentó Turner.

—Su ropa es curiosa, joven, aunque... oh, vaya —observó la espalda de Joseph. La cicatriz del zarpazo se había ennegrecido, y la piel circundante mostraba signos de inflamación—. Veo que tuvo un encuentro con los lobos de Nost. Una situación complicada.

—Lo rescaté a tiempo. Un lobo estaba por arrancarle la cabeza. Usé algo de medicina para curarlo lo mejor que pude.

—Entonces necesita un abrigo de verdad. Tiene suerte: no suelo atender a cualquiera, pero usted no es cualquiera. Un amigo de Jonathan es un amigo mío. ¿Me da su nombre para dirigirme a usted?

—Joseph, Miss Atler —respondió con calma.

Ella sonrió ampliamente. Tomó una cinta de su delantal y, sin vacilar, comenzó a medirlo.

Joseph, rígido, intentaba cooperar lo mejor posible.

—Relájese. Está en buenas manos. Yo misma confeccioné las prendas del Rey.

Turner, mientras tanto, recorría el local con la mirada. Las prendas, costosas, acumulaban polvo. Le sorprendía que Atler siguiera en el oficio. Quizás, pensó, le traía algo de paz.

Entre los escaparates, una prenda llamó su atención: un saco gris claro con bordados dorados y medallas militares en el pecho y los hombros. No era ostentoso, pero destacaba por dos colas transparentes que brillaban bajo la luz.

—¿Ropa militar? —preguntó con curiosidad.

Miss Atler apenas desvió la mirada mientras anotaba medidas.

—Un encargo. Aún no está terminado. Me falta el cuello y las mangas, pero ya sabes que trabajo rápido.

Terminó sus apuntes, buscó con la mirada un abrigo adecuado y lo midió.

—Este servirá como base —asintió para sí misma—. Bien, señores, necesito que me ayuden con los materiales. Lo haremos entre los tres. ¿Qué les parece?

Sin esperar respuesta, aplaudió dos veces y comenzó a dar órdenes.

“Tijeras.” Turner se las entregó.

“Tela dorada.” Joseph la pasó. Atler tomó el lápiz de su oreja, dibujó un escudo rápido, lo sostuvo entre los labios y cortó la tela con precisión.

“Hilo.” Joseph lo ofreció.

“Aguja.” Turner la buscó entre los maniquíes y se la dio.

Así continuó, como una danza bien ensayada. Atler pedía, y los hombres respondían, moviéndose por el local mientras ella cosía, cortaba, ajustaba.

Tras horas de trabajo, cuando Joseph apenas podía mover las piernas, Atler dejó de pedir. Ahora bordaba la etiqueta del abrigo con hilo fino.

Unas últimas puntadas, un nudo, un corte. Listo.

—Uff, hacía tiempo que no movía tanto las manos —secó el sudor de su frente. Con el saco en manos, se acercó a Joseph y, sin decir palabra, lo ayudó a ponérselo.

—¿Qué tal? Mire su reflejo —Turner señaló uno de los espejos.

Joseph se acercó. Al ver su reflejo, sonrió. Le quedaba perfecto. El escudo bordado y las cicatrices en su espalda no desentonaban. Aunque su camiseta estaba rasgada, la tela interior del saco no le incomodaba. El movimiento era amplio, cómodo.

Miss Atler se acercó y, mirando el espejo, comentó:

—Tiene un futuro interesante Joseph pero se que al final este será feliz, sin embargo todo dependerá de sus acciones futuras, piense bien qué es lo que hará.

Eso lo tenía claro, mientras más miraba su reflejo sentía que aquel saco le quedaba algo más grande pese a que realmente ya había notado que le quedaba perfecto.

La mujer le dio un par de golpecitos juguetones en los hombros.

—Bien, eso es todo. Espero volver a verlo, Joseph.

Turner se despidió de la mujer sin mucho más aunque ella insistió en mínimamente limpiar algo de la ropa del mismo quien no pudo negarse quedándose algo más de tiempo antes de salir volviendo a sentir aquel frío de muerte que ahora a Joseph le era soportable.

Finalmente, se sentía cómodo…
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Avatar de yamifernan
yamifernan 2025-08-03 11:14:51

Me ha gustado este capítulo cuando a Turner le brilla la marca del ataúd y desencadena la imagen de la parca al matar al hombre que huye de él. Pero creo que en ese párrafo inicial de la marca, necesita un poco de claridad narrativa. Tuve que leerlo varias veces para entenderlo. Sin embargo, el capítulo es ameno e interesante. Me gustó lo de los lobos que escupen niebla. Gran trabajo. Un abrazo.