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Del Kleos al Fuego: Cap. 2 - Fictograma
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Del Kleos al Fuego: Cap. 2

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Hanz_Frizt1914

Publicado el 2025-08-08 05:31:23 | Vistas 89
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Y justo se abalanzó.
Entre las tejas se deslizó como sombra, y en un parpadeo ya estaba sobre la ventana. El felino —un viejo conocido— empezó a rasgar el marco con sus garras. A pesar de su debilidad, aún emitía un chillido agudo, insistente.

La ventana se abrió. Era Talya. No se sorprendió al verlo; ya conocía al pequeño visitante. Iba de ventana en ventana, mendigando algo de ayuda.
Vertió un poco de agua en un cuenco y se lo dejó con suavidad. El animal estaba delgado, los huesos se marcaban bajo el pelaje. No tenía nada más que ofrecerle.
Al menos esta noche —pensó— quizás consiga su cena. Y si hay suerte… un poco de carne. No importa de qué: aves, ratas o monstruos.

Sin más que darle al felino, Talya cerró la ventana, agotada, y se quedó mirando al animal lamiendo el cuenco.
Le recordó un poco a su pasado, cuando más gritaba por ayuda… y nadie acudía.
—Qué más da, solo es un poco de agua— murmuró Talya
Mañana será un día aún más agotador que hoy.
Tal vez me reubiquen.
No puedo permitirme irme sin despedirme.
Pero con la frontera como está… quién sabe cuándo me tocará partir.

Normalmente, los envíos se hacen en grupos de cinco. Cuando hay solicitudes específicas—magos, arqueros— los separan. Todo cambió.
Antes eso solo pasaba en casos extremos. Ahora es habitual
El mensaje llegó bañado en sangre, nadie sabe cuándo nos tocará.
Hora de ir al gremio.
Casi no eh dormido.

Me pregunto si West ya estará en el gremio, contando sacos como siempre.
Me pregunto si los demás siguen trabajando tan arduamente como siempre…
O si aún disfrutan de ese sueño que a mí me falta.

Mientras Talya se alistaba, el felino ya corría entre las calles. El aire olía a polvo y metal mientras las caravanas crujían bajo el peso de lo poco que nos queda.
Talya miraba desde la puerta y pensaba:

Es para nuestros hermanos, allá en la frontera.
Ojalá recibieran más apoyo…
Pero somos solo un muro. Y cada ladrillo que perdemos, nos debilita.

Oh, las calles.
Cuántos recuerdos le traen.
Llegó aquí cuando más perdida estaba.
Les tiene cariño, y una deuda que sabe que nunca podrá saldar.
Los muros fueron creados para protegerlos de los peligros del exterior, y, sin embargo, dentro de esa fortaleza, había un mundo tan pequeño, tan lleno de vida...
En eso, el felino de la mañana —todavía con el estómago vacío— pasa al lado de Talya.
Ella, centrada en sus problemas, lo ignora sin darse cuenta.
El ruido de las pisadas de los caballos y el salto de las ruedas no permite que se escuchen los maullidos del animal.
En eso un olor lo atrajo, y el felino se escabulló hasta colarse en una caravana.
En ella un grupo de soldados; ni siquiera notan su presencia.
La caravana avanza.
Es la última en partir.
Esta lista para ir a su destino.

Llega hasta la puerta y se detiene.
Antes de irse es revisada.
West, con su bolso maltrecho, revisaba los sacos de esta.
La misma rutina de siempre.
Solo que esta vez, no estaba solo.
El códice, escondido en su bolso, pesaba más que los sacos de grano.
Y no por el papel, sino por lo que prometía: respuestas
Desde anoche, la intriga lo carcomía.
Esperaba el momento indicado para escabullirse y empezar a leer sin control.
Aunque, primero planea terminar con su trabajo.

 

West revisó la caravana y le dio los documentos a un guardia para que se los lleve al capitán.
Justo cuando estaba por irse, nota la cabeza del felino asomándose, parecía que estaba intentando meterse dentro del saco de comida.
—Joder— Pensó, mientras se apresuraba a detener aquel transporte.
—¡Esperen! — gritó mientras corría enérgicamente.
En eso se subió sin pensarlo.
—Aquí estás— Gruño West mientras miraba al felino.
Lo atrapó y lo soltó.
Al menos no había arruinado las provisiones.

Pero los soldados lo miraron fríos.
Para ellos eso solo podía significar mala suerte.

Su labor ya estaba hecha. Era dedicado cuando se trataba de su trabajo.
Ahora tendría que bajar y “arreglar” un poco las cuentas.
En eso la puerta se cerró.

No le quedaba tiempo —Espera, ¿Qué crees que haces? — escuchó mientras volteaba a ver a los despistados soldados.

No tuvo tiempo ni de excusarse, todo intento de hablar fue detenido en seco.

—Vendrás con nosotros— Esas palabras le helaron la sangre, ¿Como era posible esto?

Su cara lo decía todo. Estaba confundido.
West, que sabía más de letras que de lanzas, nunca pensó acabar entre soldados.
No fue hecho para ser un soldado... pero la guerra no se gana solo con peones.
El tiempo era valioso.
Cada segundo que pasaba lo alejaba un poco más de la ciudad... y de todo lo que conocía.

Intentó explicarse, mas una voz firme lo interrumpió:

—Un mal augurio—

Allí lo entendió, en este mundo las supersticiones mandan.
Abandonar ahora mismo la caravana, después de un mal augurio, podría ser castigado.
El terror lo inundo y recorrió todo su cuerpo.

Sin más opciones, no le quedó de otra más que quedarse… y aceptar que ahora estaba condenado.
Si mal no recuerda, esa caravana se dirige al otro lado del río.
Y si pasa aquel puente estará condenado a servir como soldado en primera línea.

—Maldito gato, me condenó— pensó furioso, aunque, intentando mantener la calma.

Mirando el lado bueno al menos llevaba su bolso.
Al menos tenía al códice acompañándolo.
Su tarde no sería aburrida; solo debía esperar hasta que todos se durmieran.

Un largo camino le esperaba.
Sabía muy bien a dónde iba a parar.
—Río Vístula —pensó, con el rostro cansado.
El tiempo seguía su curso, indiferente. Ellos no se detenían.
West miraba en silencio.
Admiraba el paisaje: grandes llanuras de pasto verde y campos de grano dominaban el horizonte.

Su destino no parecía llegar.
Las otras caravanas se detenían, pero la suya… no.
Ya habían pasado varios poblados, y el sol seguía su ascenso.
Cada vez más alto, más brillante.
El mediodía se acercaba.

Los hombres ya se habían dormido.
Los soldados dormían, el conductor mascaba una hoja. Era el momento.
La última parte le carcomía la mente, y la ansiedad por leer no lo dejaba en paz.

Finalmente, la señal llegó.
El sonido de un cuerno retumbó a lo lejos: habían llegado a su destino.
Los hombres se despertaron de golpe.
Al oír el cuerno, el miedo de perder el códice lo impulsó.
En un movimiento tan rápido como una mentira, se lanzó contra los sacos, el bolso pegado a su pecho.
Se hizo un ovillo, fingiendo que el golpe lo había dejado sin aliento.
Una mentira sobre otra, solo para proteger una verdad que no podía compartir.

Los soldados no tardaron en burlarse.
Las risas se apoderaron del ambiente.
Y entre todo el desorden, se acercó una figura.
Su armadura —y sobre todo su espada— eran símbolo de estatus.
Lo diferenciaban del soldado común, ese que apenas podía costearse una lanza.

Se escuchó un grito.
Era aquel hombre.
Los soldados se pusieron en fila
y se prepararon para bajar las provisiones.
Alcé la cabeza y lo vi.

Me parecía familiar.
Cabello rubio, como los granos de trigo.
Ojos oscuros, como si la noche los hubiera parido.
La barba, signo de masculinidad y sabiduría.
Una red de arrugas se extendía desde sus ojos, pero se movía con la agilidad de un hombre que apenas rozaba los cuarenta.

Me miró fijamente, como si buscara devorar mi alma.
Entonces, sus ojos cambiaron.
Allí, en ese instante, también me di cuenta.
Era Dublin.
Un viejo conocido del capitán de Rozmarynie.

Me reconoció.
Su cara parecía confundida.
No es de extrañarse que estuviera así, ¿qué haría un simple contador aquí?
Sus palabras me dejaron perplejo.

—Qué extraño, no esperaba verte tan pronto.
El pánico me atenazó el estómago. La única palabra que se formó en mi mente fue: Mierda.
—¿Cómo que no esperabas verme tan pronto? —respondí, intentando pensar que se refería a que quizás extrañaba un poco la ciudad y sus habitantes.
—El Capitán me informó que te mandaba aquí para empezar tu entrenamiento.
Ahora todas mis dudas estaban confirmadas.
Estaba furioso por dentro.
Sin embargo, debía esperar.
No perdía la fe de que esto fuera un error.
—¿Por qué la cara larga? Alégrate: muy pocos reciben el honor de entrar a la Escuela de Oficiales del Imperio.
—¿Qué? —dejé escapar, sin poder hacer nada para contenerlo.
Oh Dios, esto era peor de lo que pensé.
No solo me sentía desechado, sino que me sentía como si me hubieran vendido al diablo
Podría ser una buena oportunidad, pero NO AHORA.

Solo me quedó intentar mantener la compostura y poner una cara más “linda”.
Me preparé para darle mi explicación, consciente de que él era una de las pocas personas sensatas que notarían este fallo.
Vaya optimista que resulté ser.

Simplemente se echó a reír.
Con una fuerte risa burlona.
Mi optimismo se desvaneció como un espejismo en el desierto.
Mis hombros cayeron…
No podría haber sido peor.
Poco a poco parecía calmarse.
Tragó un poco de saliva y exclamó:

—Tal parece que el Oder te espera —dijo, mientras su risa burlona aún vibraba en el aire.
—Oh, el Oder… —no pude evitar contestar con desánimo.
Después de todo, ese es el final de la zona fronteriza.
Donde las razas chocaban en una batalla que parecía eterna.

Tras el suceso, la tensión del viaje dio paso a la burocracia.
Nos sentamos a discutir mi situación.
El destino inicial de la caravana era el río Vístula, donde se reportó actividad de monstruos.
Sin embargo, con el puente principal destruido, no tuvieron más opción que desviarse hacia un puesto de avanzada.
Estaban juntando a las tropas allí y luego se prepararían para marchar.

Caminamos por el sendero improvisado de tierra.
Atravesamos la puerta de las empalizadas y nos dirigimos a la torre central.
Justo al lado, había un pequeño puesto destinado a la administración.
Allí nos sentamos a discutir mi situación.

Era claro: no podía partir a la misión.
Tenía otros deberes que cumplir, aunque eso no aseguraba mi regreso.
Por ahora, solo me quedaba esperar a que algunas caravanas regresaran por el sendero… y, si tenía suerte, me llevarían de vuelta.

Dublin se encargó personalmente de todo.
Envió una carta a Rozmarynie.
En ella explicaba todo el suceso y me permitía volver sin ser ejecutado en la puerta por deserción.
Respiraba más aliviado, hasta que…

Me avisó que todos los puestos de administración estaban llenos.
Y que, si quería quedarme, debía servir como vigía.
No tenía problema: el fuerte no estaba tan cerca de la acción.
Aun así, no quería tentar mi suerte.
Lamentablemente, no había nada más que hacer por mí.

A pesar de los riesgos, no podía desperdiciar mi única oportunidad de volver.
Fui llevado con el teniente a cargo.
Dublin se despidió; el descanso había terminado.
Tenía que partir a pie hacia el río junto con una fuerza numerosa.
Aunque eran tan pocos que no llegaban ni a una milésima parte de un ejército antiguo.

Había gente de distintos reinos.
Podía observar cómo subían todo tipo de equipo militar a las carretas.
Lo que más me llamó la atención fueron unas cajas selladas con magia.
Llevaban el emblema imperial: un sello mágico brillante, difícil de falsificar.
En ese momento, no pude evitar pensar que los imperiales estaban detrás de todo esto.

Lastimosamente, no tenía tiempo para pensar.
Fui llevado a los barracones.
Allí, el teniente me puso al día de la situación y me asignó un grupo.
Se me dio el equipamiento básico.

Ya estaba instruido en el manejo de lanza y escudo, así que, con eso en mente, llegó mi primera tarea:
acompañar al grupo en la patrulla de las zonas aledañas.

Rápidamente pensé que esta era una estrategia para evitar que me fuera lo más pronto posible.
No podía quejarme.
Era eso, o pasar hambre por el resto del día.

La marcha comenzó.
Junto con los demás hombres, formábamos un grupo de diez,
organizados en filas de dos.

Detrás nos seguía otro grupo, y así sucesivamente hasta llegar a cincuenta personas.
El recorrido era simple: patrullar zonas con importancia estratégica.
Después de todo, estábamos rodeados por un pequeño río que funcionaba como barrera natural.

Aún quedaban árboles alrededor, aunque la mayoría ya habían sido cortados.
Fueron usados para construir las empalizadas.
Nuestra tarea: terminar de sacar algunos tocones que estorbaban.

El ánimo, al principio, era alto, pero el cansancio no tardó en ser evidente.
 Los hombres ya no podían más.
No habían comido.
Y el malestar comenzó a propagarse entre las filas.

Finalmente, llegó.
El sonido de los cuernos.

El ambiente se volvió claro para mí.

Por fin iba a descansar, y sobre todo, a comer.
Ya faltaba poco para el ocaso.
Esperaba que las caravanas estuvieran por llegar.
No podía esperar para volver a casa.

Todo fue una ilusión, hasta que…
Se escuchó un sonido distinto.
Uno bajo, luego uno fuerte.
Era una señal de auxilio.

Rápidamente entendimos.
La orden era volver inmediatamente al fuerte.
No hubo tiempo para organizarnos.
Corrimos desesperadamente, algunos olvidando sus armas, otros sus escudos. No importaba, la seguridad de la empalizada era más valiosa que cualquier acero.

Al llegar, la tensión era evidente.
A lo lejos, se decía que habían avistado monstruos acercándose.
Por lo asustado que estaba el vigía, era obvio que se trataba de un grupo grande.

Se dio la orden: era hora de alistar las defensas.
No tuve tiempo de moverme.
Fui empujado de golpe por los soldados que estaban detrás de mí.
Intenté levantarme, pero era inútil.
Me quedé paralizado por el miedo.

Tenía que pararme. Y rápido.
Si alguien lo notaba, mis acciones podrían considerarse un acto de cobardía.
No dudarían en ejecutarme allí mismo.

Tomé las pocas fuerzas que me quedaban y me apoyé en mi escudo.
Levanté mi lanza.
Me apresuré a ayudar.

Rápidamente la luz del día comenzó a desvanecerse.
El ocaso era evidente.
Prendimos las antorchas.
Hoy nos tocaba pelear en la oscuridad.

Nos ordenaron romper los sellos de las cajas.
A mí me asignaron transportar una hasta la cima de la torre.
Me advirtieron que tuviera cuidado...
O podría morir antes siquiera de entrar en combate.

No hice preguntas. Solo obedecí.

El olor de la caja era horrible.
Como el de un cuerpo descomponiéndose.
Al comenzar a subir los escalones, lo sentí.

Un líquido, casi como aceite, vibraba dentro.
Su aura mágica golpeaba mi pecho.
Entonces los hilos se unieron… y mi mente se nubló.

—Fuego griego —pensé

Imaginé barcos ardiendo en mitad de la noche.
Hombres corriendo envueltos en llamas que ni el mar podía apagar.
Una fuerza imparable.
Que no se detenía hasta consumirlo todo.

Me detuve por un instante.
Las manos me sudaban.
Por suerte, los guantes de cuero impedían que se resbalara.

Finalmente, llegué a la cima.
Dejé la caja con el mayor de los cuidados.
Y me preparé para ir a las empalizadas.

No había la menor duda: iban a lanzar flechas con esa creación devastadora.
—Bendita sea tu magia, señor— susurró uno de los guardias.
Claramente no entendían que aquello era solo el resultado del arte del ser humano…
Creado para destruir todo lo que toca.

Tras cruzar los puentes, llegué por fin a mi puesto, junto a las puertas. Me apoyé en el filo de las empalizadas y el estómago se me revolvió hasta obligarme a vomitar; la presión no me dio tregua.

Entonces, comenzó.

En el horizonte, recortadas contra el ocaso, las siluetas de nuestros enemigos se volvían más nítidas con cada segundo. La tierra, bajo mis pies, empezó a vibrar.

El humo ascendía en espirales oscuras, extendiéndose como un presagio. Los suspiros y las respiraciones agitadas se mezclaban en el aire; el miedo se derramaba sobre todos nosotros como una neblina espesa.

No quedaba tiempo para dudar.

Los cuernos rugieron. Los arcos se tensaron. Y todos aguardamos la orden.

—¡Fuego!— se escuchó como un eco que atravesó la muralla.
El silbido fino de las flechas entumeció mis oídos.
A lo lejos, los enemigos intentaban cruzar,
pero una lluvia oscura los detuvo a mitad del avance.

La primera tanda fue efectiva.
Ahora, es momento de…

Un crujido seco.
La puerta principal salió disparada como un animal herido.
El aire me golpeó el rostro.
La luz se quebró en mil destellos.

No escuchaba.
No veía.
Solo el peso de la tierra temblando bajo mis pies.

Y supe, sin poder pensarlo,
Que lo bueno estaba por comenzar.

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yamifernan 2025-08-08 23:38:30

Ya has hecho un gran avance con eliminar las disgresiones que desviaban la atención del lector de la historia misma. Ahora debes corregir lo de las frases sueltas. Para corregirlo, debes agrupar las frases sueltas en párrafos. Te explico porqué no se debe usar mucho las frases sueltas: 1) Una frase suelta después de un párrafo o antes de un diálogo, sirve para señalar algo importante o dar énfasis. Por.lo tanto, no queremos dar énfasis a todas las frases porque pierde sentido e importancia. Solo se debe usar frases o sentencias sueltas cuando quieres dar verdadero énfasis a una acción. 2) Estéticamente es preferible el uso de párrafos y que estos sean simétricos, de 4 a 8 lines si es un cuento o novela corta, para no cansar al lector y no perder ritmo. Ya en novela grande se hace párrafos más largos. En ambos casos debe mantenerse una simetría visual. Cómo lo tienes actualmente con frases sueltas, se ve como "random", como "hachazos". Agrupa las líneas sueltas en párrafos. Saludos.

Avatar de Hanz_Frizt1914
Hanz_Frizt1914 2025-08-08 05:36:47

Buenas, soy nuevo en esto de la escritura, si alguien lee esto que sepa que mi primer capitulo al igual que este son pequeños borradores, aunque a este lo pulí mas. Acá intente pulirlo un poco mas pero teniendo en cuenta las criticas, que opino fueron muy buenas, no me había dado cuenta de mis errores hasta ese momento. Si encuentras algún error o algo, me seria de gran ayuda. Gracias por leer.