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La Última Copa Capitulo 2 - Fictograma
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La Última Copa Capitulo 2

Avatar de Lexis_AJ

Lexis_AJ

Publicado el 2025-08-26 22:20:26 | Vistas 95
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Capitulo 2 El Frasco

—¿Conocernos? Puede que sí, puede que no. Alguien que podría confirmar tus sospechas es tu mano derecha… Leo.

—¿Leo? ¿Cómo sabes su nombre?

Se puso de pie y caminó hasta el librero. Buscó con calma un libro en específico.

—Este libro de aquí, nadie lo mira dos veces. Pero si lo abres en las páginas del medio, encontrarás una fotografía.

Tomó la foto y la colocó sobre la mesa del salón.

—En esa imagen verás a tres: dos niños… y tu abuelo. Y respondiendo a tu pregunta… claro que nos conocemos. Bueno, yo te conozco a ti.

Me devolvió la mirada con una sonrisa enigmática.

¿Conocerme a mí? ¿Cómo, si jamás había escuchado de ella hasta hoy? ¿Y qué hacía mi abuelo en esa foto con esos niños? Había algo que no encajaba. Sentí una conexión extraña, un sentimiento difícil de describir.


—¿De dónde me conoces? ¿Quiénes son estos niños? ¿Y qué hace mi abuelo ahí?

—No te alteres. Conozco a tu abuelo por mi pasado. Y esos niños… somos Leo y yo.

—¿¡Qué?! ¿Cómo que conoces a mi abuelo? Él era un hombre de pocos amigos. No solía convivir con nadie, y mucho menos con niños.

—Él me crió de pequeña. Como sabes, se fue de la ciudad hace tiempo y luego te heredó el puesto. Hace tres años regresé, y aquí estoy. Soy parte de la antigua guardia de esta casa. Si no me crees, pregúntale a Leo.

Leo era mi mano derecha, mi amigo desde la infancia. Se había integrado a la familia y se había convertido en un pilar esencial. Además, tenía dos años más que yo. Si era verdad que ella pertenecía a la antigua guardia, Leo debía reconocerla.

—¡Leo!

—Dime, Alexis.

—Quiero que seas sincero conmigo. ¿Esta mujer era parte de la guardia? ¿La conoces desde niño?

Leo volteó a ver a Dayana. Su rostro cambió, como si el mundo se derrumbara frente a él. Contestó con la voz entrecortada:

—¡No! No lo es. No la conozco para nada.

—¿Cómo que no me conoces, Leo? ¿Acaso olvidaste lo nuestro?

—¡¿Lo nuestro?! —grité furioso—. ¡Explícate!

Leo soltó un suspiro y bajó la cabeza.

—Está bien. Sí la conozco. Era parte de la guardia cuando tu abuelo aún estaba en el poder… Y sí, tuvimos algo.

Me quedé helado.

—Entonces es cierto… ¿Y por qué nunca me lo contaste? Si es parte de la familia, llévala a una recámara y trátala bien. Pero no intenten recordar el pasado.

Leo se retiró con Dayana. Yo me quedé en el estudio, pensando. Busqué en un viejo álbum en el estante de mi padre. Entre las páginas encontré fotos de ella con mi padre y otras, más recientes, junto al abuelo. Jamás lo habría imaginado.

Mis dudas quedaron aclaradas. No tenía por qué martirizarme con ello. Decidí no darle más importancia; tenía que resolver asuntos antes de ir al viñedo. En ese momento, escuché un golpe en el piso de arriba. No lo tomé en cuenta.

El eco de las risas aún flotaba en el salón. Me quedé solo, recogiendo el desorden: copas manchadas de vino, platos con restos de comida, vasos olvidados en las esquinas. Una rutina extrañamente mundana para alguien como yo.

Entonces lo sentí.

Un aroma extraño, áspero, imposible de confundir con mis vinos. No era madera ni frutos; era hierro, amargura, muerte.

Dejé la bandeja a un lado y me incliné hacia el suelo. Entre los vidrios rotos y las manchas de vino brillaba un pequeño frasco, su tapón medio suelto. Lo levanté con cuidado. El olor me golpeó de lleno en la nariz. Veneno.

El pecho se me cerró. El frasco casi se me resbaló de las manos. Subí las escaleras de prisa; cada peldaño retumbaba como un disparo en la madera.

Empujé la puerta sin pensar. Allí estaba Dayana. Su cuerpo tendido sobre la cama, el rostro pálido, la respiración apenas un hilo. El veneno había hecho su trabajo.

—¡Leo! —grité desesperado.

Juntos la llevamos a la enfermería. Apenas despertó, intentó decir algo, pero no comprendí. A lo lejos alcancé a oír:

—Mi bol…so…

Abrí su bolso. Dentro había otro frasco. Le di el líquido a la fuerza. Dayana lo tragó, respiró con dificultad y, tras unos minutos, se incorporó en la camilla.

—Gracias, Alexis…

Leo me miró con seriedad.

—Era un veneno fuerte. Y por obvias razones… fue intencional.

—¿Cómo es que llevabas un antídoto, Dayana? —pregunté.

—Antes de venir traje algunos. En el viñedo nos los entregan por precaución. Pero dime, Alexis… ¿hay alguien que no esté contento con mi llegada?

—No recuerdo a nadie.

—Entonces no es necesario preocuparse. Ve y prepárate.

Ese suceso me dejó inquieto. No sabía qué pensar. Antes de ir a descansar, pasé por el estudio y encontré una nota en el escritorio. Decía: “No vayas.”

¿Quién pudo dejarla ahí? Nadie había entrado después de la reunión. ¿Por qué no debía ir?

Pero debía hacerlo. Necesitaba descubrir quién era el Trono.

Al día siguiente dejé a Leo a cargo y conduje hacia el viñedo con Dayana. Sin escoltas, sin nada que llamara la atención. La noche estaba lluviosa, con una luna enorme y brillante. El camino bordeado de racimos de uva mojados por la lluvia era tan hermoso como inquietante.

Llegamos a un redondel con una estatua de mármol: una balanza en una mano y una corona en la otra. Un mayordomo nos guió hasta el parqueo donde dejaríamos los autos por los seis días.

Al bajar, Dayana me dijo:

—No estés nervioso. Este lugar es agradable, y el vino es excelente.

—No es eso. Me preocupa lo que pasó hace dos días… y lo que pueda ocurrir ahora.

—Tranquilo. Todo estará bien, créeme.

Quizá tenía razón. Entramos a la mansión de la que tanto había escuchado. El recibidor estaba lleno de flores y adornos elegantes. Allí estaban los siete reunidos.

Entonces apareció un joven de nuestra edad. Muy extravagante, con una cadena y un reloj de oro. En su mano brillaba un anillo de diamantes. Sonrió con arrogancia.

—Vaya, vaya. Miren quiénes están aquí. Los siete soberanos… es un gusto, damas y caballeros. Soy Tavo, de la familia Aurus. Espero que nos llevemos bien. En especial con usted, señorita Eliza.

Ella se sonrojó de inmediato. Volteé a ver a Rod: su mirada era fría, molesta, su semblante distinto al de siempre.

—Espero lo mismo, Tavo. Es un honor que seas uno de los soberanos —respondió Eliza.

Rod intervino con voz seca:

—Espero nos llevemos bien, Tavo.

El recién llegado sonrió levemente. ¿Rod… celoso? Pensé que ya no la amaba. Pero no era asunto mío, y pelear con él era lo último que quería.

Sonreí y guardé silencio. Una sirvienta nos llevó a nuestras recámaras. Este lugar me daba mala espina… o quizá solo eran los nervios.

Cuando iba hacia mi habitación, un mayordomo me golpeó por accidente y dejó caer una nota. Corrió enseguida. La recogí y la abrí:

" Ten cuidado."


Nota del autor:

Si quieres ver perspectivas de personajes secundarios ve a X y descubre el misterio tras La Última copa...

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Avatar de yamifernan
yamifernan 2025-08-27 10:58:09

Este escrito está mucho mejor y más organizado que el primer capítulo. Solamente hace falta como tú mismo has dejado al descubierto, trabajar un poco en los "personajes secundarios", dar un detalle más sobre esta casa, esta mafia en la que se va desarrollando la historia, es decir, un contexto sólido desde donde el lector pueda arrancar con sus suposiciones. Para hacerla interesante, hubiese sido bueno que en ella haya habido un suceso extraordinario que haya hecho "click" y haya echado a andar toda la maquinaria novelística (bueno, de hecho veo que sí existe: la foto en el libro y la revelación de Dayana, la Patrona, como familiar de Alexis) , haciendo más coherente el contexto para el lector que va descubriendo lo que sucede. Cuida un poco las transiciones entre las escenas dramáticas y las triviales, para que la transferencia entre escenas no sea brusca ni cambie de un modo a otro sin sentido. Trabaja un poco en la prosa, trata de embellecer literariamente con palabras sutiles y evocadoras. Vas por buen camino. Saludos.