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La Última Copa Capitulo 3 - Fictograma
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La Última Copa Capitulo 3

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Lexis_AJ

Publicado el 2025-08-27 23:07:33 | Vistas 98
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Capítulo 3

“Lágrimas de un lirio”

La mañana llegó con un llamado suave en mi puerta.

—El desayuno está listo, señor —anunció una voz femenina.

Al abrir, descubrí a la dama de llaves. No era una simple servidora: su porte transmitía disciplina y autoridad. Su falda negra se ceñía con rigidez a la silueta, la blusa blanca de encaje dejaba descubiertos los hombros donde un lazo negro caía con solemnidad. Un collar de perlas descansaba en su cuello como si custodiara secretos, y en sus ojos había una firmeza que me hizo pensar que podía ordenar una casa… o un ejército.

En el comedor nos reunimos todos. El silencio era tan espeso como el aroma del café recién molido. Nadie hablaba; solo el repiqueteo metálico de las tazas contra la porcelana marcaba un ritmo casi fúnebre. La dama de llaves se adelantó y, sin sonreír, informó:

—El Trono no podrá acompañarlos esta mañana. Sin embargo, esta noche se celebrará un baile en el salón de los lirios.

El anuncio cayó como una campana, y cada uno regresó a su habitación, arrastrando su propio silencio.

Yo preferí caminar hasta el parqueo. Allí lo encontré: Rod, apoyado en la carrocería de su auto, el cigarro encendido en sus labios. El humo subía lento, mezclándose con el aroma metálico de la lluvia que aún impregnaba la mañana.

—¿Por qué estás celoso de Eliza? —pregunté con tono burlón—. ¿Aún la amas?

Su ceño se endureció.

—¿Celoso yo? No digas estupideces.

Reí con ironía.

—No lo disimules. Aún la deseas.

Rod me miró fijo, y sus ojos quemaban como brasas.

—No, Alexis. A ti te amo. Y lo sabes.

Aquellas palabras me devolvieron a un tiempo peligroso: flores dejadas en mi puerta, chocolates escondidos en servilletas, poemas escritos con tinta torpe pero ardiente. Había vivido para su aprobación, hasta que un día descubrí que todo era mentira: que él jugaba conmigo mientras juraba amor a otra. Me rompió, me dejó vacío, y aun así, por dos años, lo amé en silencio.

Sin embargo, cuando sus labios se encontraron con los míos, no fui capaz de apartarlo. El beso fue rabia, deseo, y una nostalgia que dolía. Sus manos me sujetaron con la misma posesión de antes, y yo, traicionando mi razón, lo correspondí.

Me aparté bruscamente, con el corazón golpeando en mi pecho.

—¡Basta! No podemos seguir así.

Rod sonrió con esa arrogancia que tanto odiaba y tanto amaba.

—Tú y yo sabemos que aún me deseas.

Me giré para marcharme. En el pasillo me encontré con Dayana. Su mirada, afilada como una daga, me atravesó.

—Veo que tienes algo con Rod.

—No… —balbuceé, aún agitado—. No fue nada, solo un impulso.

Ella no replicó. Solo extendió una caja.

—Leo pidió que te entregara esto.

Dentro había una máscara victoriana negra con bordes dorados, tan delicada como inquietante. La cerré con cuidado.

—¿Sabes bailar? —preguntó Dayana, alzando una ceja.

—Sí… ¿por qué?

—Curiosidad del Trono.

Su tono no admitía más preguntas.

La noche envolvió el viñedo, y con ella llegó el esplendor del salón de los lirios. Los candelabros de cristal bañaban las paredes doradas en reflejos temblorosos. Los invitados, envueltos en terciopelo y máscaras, se movían como espectros entre perfumes dulzones y el aroma persistente del vino añejo.

Me ajusté la máscara dorada y avancé con Dayana entre la multitud. Entonces, las luces se apagaron. Solo un haz iluminó la puerta principal.

El murmullo se apagó.

Y allí apareció Ella.

El Trono.

Vestía un rojo profundo, como sangre bajo la luna. Su hombro desnudo brillaba bajo la seda traslúcida, y la máscara blanca ocultaba su rostro, pero no la intensidad de su presencia. Un collar de perlas se deslizaba por su cuello hasta perderse en el escote. Caminaba despacio, con la certeza de que cada mirada le pertenecía.

Me acerqué a recibirla. Sus dedos, fríos y suaves, se posaron en mi mano. La conduje al centro del salón. El vals empezó a sonar.

Bailar con ella era desafiar al peligro mismo. Su cintura entre mis manos temblaba con un ritmo distinto, y su voz, apenas un susurro en mi oído, derramó fuego líquido:

Don’t be shy~.

Un estremecimiento me recorrió entero. El vals terminó con un giro; incliné su cuerpo hacia atrás, sintiendo el perfume de su cabello dorado rozando mi rostro. El salón estalló en aplausos.

Fui empujado lejos de ella, decidí ir por algo de beber cuando de repente miré a Emma con un muchacho, iban directo al jardín. Se veían muy enamorados, cuando escuche la voz de Dayana

—Busquen en todos lados no puede esconderse por mucho tiempo

Me gano la curiosidad me acerque

—Qué pasa? —pregunte

—ven hay algo que debes saber

Nos dirigimos a un balcón que daba al jardín

—Espero no asustarte, pero hay un asesino en la mansión, encontraron el cuerpo de una sirvienta degollada en las bodegas de vino—dijo preocupada

—Que?! un asesino en este viñedo?!

—Incluso a mí me sorprende debido a la seguridad, pero debió colarse con los invitados, no alteres el orden de la fiesta

De repente se escuchó un disparo, las personas de dentro no lo escucharon debido a la música, pero nosotros al estar en el balcón lo escuchamos perfectamente

—Que fue eso Alexis?!

—ve y llama a los guardias!

—Eso hare ten cuidado

Corrí hacia la fuente del jardín. El aire olía a pólvora y a hierro. El guardia yacía en el suelo, con el pecho abierto por la sangre. Con sus últimos alientos murmuró:

—Protege… a Emma…

Su vida se extinguió.

Desenfundé mis cuchillos y avancé entre los arbustos. Encontré a Emma arrodillada entre lirios ensangrentados. Sus lágrimas caían sobre los pétalos como si las flores lloraran con ella.

—¡Emma! ¿Estás bien?

—Dime… dime que lo salvaste… —sollozaba, con la ropa empapada en sangre.

Me arrodillé a su lado.

—Tú eres lo que importa ahora.

Dayana llegó con los guardias.

—¡Hay un asesino en el viñedo! —anunció con voz firme—. ¡Atrápenlo con vida!

Y entonces, entre las sombras del jardín, la figura del Trono emergió con paso sereno, aún enmascarada, como si todo lo ocurrido le divirtiera. Se acercó a mí, sus labios ocultos bajo la porcelana blanca.

—No pensé que estuvieras tan preparado para estas situaciones, Alexis.

Su voz era un veneno dulce.

—Eres más interesante de lo que imaginaba.

Sus palabras se clavaron como una flecha en mi pecho, dejándome sin aliento. Dio media vuelta y desapareció entre la multitud, como si la música la reclamara de nuevo.
Levanté la vista… y allí estaba el Zar, en el balcón. Sus ojos fríos, vacíos de emoción, habían presenciado todo. No había sorpresa ni indignación en su mirada, solo un silencio helado, como si aquel instante no mereciera importarle. Y, sin embargo, su quietud era más perturbadora que cualquier amenaza.

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