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Un día de otoño - Fictograma
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Un día de otoño

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Barros

Publicado el 2025-08-31 20:14:25 | Vistas 178
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Hoy, caminando en compañía del otoño, disfruté de los colores con que este comienza a vestir las hojas del bosque. Esplendorosos colores: dorados, rojizos, verdes tenues de un adiós a la primavera; el amarillo triunfando en los ginkgos.

El arte del caminar lleva, entre otras cosas, a breves reflexiones. En mi caso, a pensar en por qué disfruto escribiendo y valorando lo útil en lo inútil; pero si escribo es porque necesito hacerlo, independiente del significado de esa necesidad que mi yo escribidor explorará con su personal arsenal de palabras e imaginación.

Escribir es colocar una palabra después de otra y vivir, si somos afortunados, que a veces ellas nacen por cuenta propia, regalándonos un asombro muy saludable.

Cuando uno camina duro, o trota, o corre o se droga de esfuerzo en un gimnasio, sabemos los que lo hemos experimentado que después de mucha fatiga, nos visitan las endorfinas y en el cuerpo se produce una sensación extraordinaria de bienestar, de auténtica felicidad. Nos drogamos de endorfinas y debemos volver a embriagarnos de esa maravillosa sensación; es como el alcohólico que regresa a su botella y el hippy a su marihuana. En la escritura nos sucede algo similar, pero en este caso las endorfinas son de naturaleza espiritual.

Si somos más afortunados aún, voces interiores silenciosas nos piden que las vistamos con un traje de palabras, desean salir a bailar sobre la página en blanco.

La escritura, creo, está lejos de ser una expresión mecánica de reglas del lenguaje escrito, necesarias sí, como andamios para sostener la estructura, pero no son suficientes. En la palabra escrita hay algo profundo e inaferrable en su esencia y que viene de un pasado muy lejano, quizás cuando nuestros antepasados se bajaron de las ramas y contemplaron como bípedos un atardecer o una luna llena, y sintieron una emoción desconocida.

Esta maravillosa tecnología biológica involucra todo el ser del escribiente, su personalidad, sus intereses, sus sentimientos, su cultura, sus penas y alegrías, como sus potencialidades que van aflorando lentamente en algunos, más rápidas en otros y precoces en los privilegiados.

La expresión en la palabra escrita se incuba, creo, antes que nada la esfera genética (por eso hay un solo Borges, un solo Joyce); sucesivamente, esa impronta inicial se va elaborando, esculpiendo y progresando, creciendo desde la esfera cultural, familiar, social y con las vivencias personales de la propia existencia. Cada uno y cada cual es un destino.

Con estas breves reflexiones seguí caminando el otoño y de pronto me visitó un verso maravilloso de Antonio Machado, que ignoraba que estuviera en mi memoria:

"Estos días azules y este sol de la infancia".

 


 

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Avatar de Valentino-Prádena
Valentino-Prádena 2025-09-01 10:24:34

Hermoso relato.