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Pluma y neurosis - Fictograma
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Pluma y neurosis

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Barros

Publicado el 2025-08-30 13:49:54 | Vistas 220
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Llegado a un punto de su camino vital, Tulio Marzulio se detuvo un instante a intentar interrogarse, en forma vaga, pero obstinada, si debía seguir o no seguir por el camino de la escritura, donde había acumulado con tesón y alegría una significativa cantidad de obras inéditas, cuyos manuscritos había enviado a diversas casas editoriales, desde las cuales le llegaba casi siempre un sordo silencio.

Tulio Marzulio adoraba las palabras, considerándolas los átomos del lenguaje, capaces de combinarse hasta el infinito, abarcando hasta el universo todo; las saboreaba y respiraba tanto las largas como las breves; se regocijaba en la multiplicidad de sus sonidos y modulaciones.

En la búsqueda e investigación de un estilo propio, Tulio Marzulio sabía huir, con mesura y discreción, de la extensa estructura de los adverbios que retardaban el fluir hacia las cláusulas y transmitían desgano y flojera al estilo; prefería un uso feliz y mesurado de los adjetivos llenos, sonoros, fluidos y rotundos.

En su creciente e irrefrenable desprecio por la especie humana y la humanidad en general y en particular, llegó a la conclusión de que el mundo estaba constituido, en su totalidad, por canallas, cretinos redomados e idiotas irrecuperables, y esto lo sumergió en la desesperanza de no poder encontrar otras personas que pudieran compartir sus mismas aspiraciones, sus mismos odios y frustraciones.

En el fondo de su atormentado espíritu sabía que una sola pasión podría salvarlo de las arenas movedizas que lo iban irremediablemente sofocando. Esa tabla de salvación, concluyó, debía ser la pasión por las mujeres, que le permitiría aceptar el disgusto por todas las cosas que lo rodeaban. Comprobó, con angustia y desdén, que esa pasión ya estaba agotada y devastada en sus múltiples historias pasionales.

En sus tiempos de oro, gloriosos tiempos, había recurrido, sin ahorrarse, a las peligrosas caricias de mujeres virtuosas en el inagotable arte del erotismo, tanto así que su salud se resintió. Las consecuencias las fue pagando, con intereses, su irritable sistema nervioso. Debió interrumpir la desmesurada práctica del placer que le estaba rapiñando sus fuerzas físicas, como las morales y, sobre todo, una gran desilusión en su palabra escrita.

Permaneció tranquilo por algún breve periodo, aunque pronto se despertó el dragón y el ardor de la carne lo llamó de nuevo a las armas, y los años le fueron robando la vida. Su inagotable virilidad de antaño entró definitivamente en letargo y el camino hacia la impotencia fue irreversible, como la rueda de la historia que nunca vuelve atrás.

Se retiró a sus cuarteles de invierno. Poseía una casa amarilla, donde florecían jazmines con vista al mar. Contemplaba el vuelo de las gaviotas, los barcos que se perdían tras el horizonte, el enrojecer de la tarde en arreboles de fuego.

En este su refugio marino podía aplacar su desprecio por la humanidad disfrutando de la lectura de algunos esmaltados versos de Lucano, donde descubría incrustaciones de piedras preciosas, las sonoridades de timbres y relámpagos de metales, que no lograban cubrir el vacío de pensamiento.

Entonces abandonaba la lectura, miraba las rutas de las gaviotas, sumergido con molicie en su diván oscuro, llenaba un vaso de genuino whisky de Irlanda que despertaba, con su aroma de avenas y cebadas,  su espíritu vibrante y algunos recuerdos cancelados por los años: complicadas pesadillas, visiones gélidas, histerias de falsa erudición y algún destello opaco de imaginados éxtasis refinados.

A veces pensaba en alguna mujer, que algún perfume la hizo regresar a su memoria; no había amargura ni resentimientos, tampoco nuevos deseos, solo recuerdos desteñidos y lánguidos de sus antiguas disolutezas y, al mismo tiempo, de una dulzura infinita y momentánea.

Abandonado a sí mismo, cuando los días eran luminosos, vagaba por los campos y, cuando eran lluviosos, buscaba algún inédito tesoro entre las páginas de sus innumerables libros.

Ya no se deliciaba imaginando alcanzar la embriaguez de la magia y el colorido de un estilo personal; descubrir el epíteto preciso y raro capaz de abrirse hacia las infinitas comarcas de la fantasía. Entonces, decidió abandonar la escritura y sumergir sus sueños literarios en las cloacas del tiempo, olvidando estilos e ideas flacas.

Su nuevo proyecto era dedicar su vejez al estudio, no desdeñando la literatura, la pintura, las lenguas antiguas ni la armonía de la música clásica. Contaba con pocos años por delante, pero cada día es la vida misma, se dijo.

Su lema era “apúrate lentamente”; su filosofía: huir de su existencia monótona y vulgar donde solo persiguió el artificio, la búsqueda obsesiva de la extravagancia y del objeto raro en el desprecio de la observación serena de la realidad, sin la exigencia de la huida.

A veces leía libros que lo saturaban de un tedio continuo e insoportable, libros insignificantes y banales. Estos libros eran de una tal estupidez, escritos en una lengua tan extraordinariamente banal, que temió pudieran alcanzar la originalidad de un objeto raro. Se alejó horrorizado de esta literatura incolora y logorréica, temiendo un contagio de peste negra en su espíritu.

Estados de ansia y terrores sordos privados de causas aparentes lo asaltaban de improviso. Se dedicó al cultivo de flores silvestres, temeroso de que algunos impulsos irresistibles como desconocidos a su voluntad pudieran ser hijos del demonio de la perversidad y pudieran dominarlo. Auténticas patologías cerebrales, venenos morales, disturbios que pasan del ansia, mutan en angustia, explotan en terrores e inhiben la volición, pero su inteligencia no se rendía y aún luchaba contra el descontrol.

Admiraba sin reservas el inimitable estilo de Flaubert, lengua de magnificencia atronadora, penetrante, mórbida, nerviosa y hábil en aferrar una época singularmente compleja.

Como todas las personas golpeadas por la neurosis, lo sofocaba el calor y la anemia. El frío lo tranquilizaba y retomaba la ruta con su cuerpo ya duramente puesto a prueba por el constante sudar en los días de calor.

Alma en ruinas, torturada del presente, asqueada del pasado, desesperanzada del futuro. Lo reconfortaba la lectura de Baudelaire y su vigorosa poética, su extraña expresividad capaz de dar vida a lo esencial de los estados más ocultos, oscilantes y fugitivos de las almas tristes.

Terminó por despreciar en forma total y absoluta el mundo y su vida. Buscó venderle su alma al diablo, pero este no se interesó en el asunto. La neurosis de Tulio Marzulio había tocado el final.

 

 

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Avatar de Valentino-Prádena
Valentino-Prádena 2025-08-30 14:15:18

Estupendo cuento. Al leer a Flaubert en tu texto, pronto volvió a mí el recuerdo de su maravillosa pluma y su grandiosa Madame Bovary. Qué tiempos esos. La leí siendo joven.