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EL SACAMANTECAS - Fictograma
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EL SACAMANTECAS

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Zarcancel

Publicado el 2025-09-05 12:12:01 | Vistas 317
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Madre e hija, iban paseando plácidamente por el campo. La mayor, cansada y desgastada por una larga vida de lucha por su familia, se sentó en una piedra y miró a un sembrado para ver atardecer.

-Madre -dijo su hija al lado suya mirando hacia el mismo sitio- ¿Usted cree que algún día el hombre podrá volar por el cielo tal cual lo hace un pájaro?

-Hija-respondió su madre con tiernas arrugas en la cara mientras miraba como un hombre hacía una zanja a lo lejos en el campo-. Hemos visto al hombre hacer fábricas a vapor. Lo hemos visto sustituir a los caballos por motores y hemos contemplado como poco a poco los telares iban moviéndose solos sin necesidad de tejedoras. No me extrañaría nada, hija mía, que una mañana veamos hombres propulsados por el cielo, felices por volar.

La madre volvió su mirada hacia el hombre que cavaba la tierra.

-Madre -volvió a decir la hija mientras dirigía su mirada hacia el hombre- ¿Qué está plantando aquel labriego? El agujero ya le llega por la cintura ¿Va a trasplantar un árbol?

La madre volvió a mirar a su hija con otra sonrisa, pero no de ternura, si no admirada por la inocencia de su hija.

-Hija ¿A caso ve algún árbol tumbado al lado del hombre con las raíces envueltas para que no se sequen?

La hija agudizó sus ojos para fijarse mejor.

-No, madre -respondió- Pero si veo un saco al lado de la zanja ¿A caso el hombre lleva grano en el saco?

-¿Qué cree usted, mi hija?

-No lo sé, madre. Cuando padre labraba el campo, no hacía agujeros tan grandes, salvo cuando quería plantar un árbol o…

-¿O qué, hija?

-O enterrar algún animal muerto de la granja que no pudimos comernos. Padre decía que así sus restos alimentarían la tierra, y que las plantas filtrarían la ponzoña que la muerte rezuma. Después podríamos comer las plantas sin peligro.

-Eso ha sido más acertado, mi hija.

-Entonces… -continuó hablando la pequeña- ¿Es un animal muerto lo que lleva el hombre en el saco?

-No creo, mi hija -respondió la madre con los ojos humedecidos-. Fíjese mejor.

La niña se levantó nuevamente para acercarse poco a poco mientras agudizaba aún más la vista. De pronto, aquel saco, del tamaño de un ternero, se movió abruptamente. La niña, asustada, volvió corriendo hacia las faldas de su madre, que estaba pelando una manzana con una navaja mientas miraba con odio hacia el hombre.

-Madre, el saco se mueve, el animal está vivo.

-Hija -dijo la madre secándose las lágrimas con su mandil de labradora-, no creo que lo que el saco contiene, sea un animal.

-¿Entonces? ¿Ese hombre es el Coco?- la niña abrió mucho los ojos mientras su envejecida madre terminó de comerse la manzana y se levantaba para caminar lentamente hacia el hombre que cavaba el hoyo.

-No, mi hija. El Coco es horrible, deforme… Vende los untos de los niños a los ricos para hacer cremas que les rejuvenezcan.

-Madre… Tengo mucho miedo…

-No se preocupe, mi hija. Acerquémonos a ver.

La hija se escondía detrás de la madre, cuyas largas canas eran llevadas por el viento. El viento se llevaba el recuerdo de lo difícil que le fue ser madre. La miseria del campo se llevaba a sus hijos, enfermedad tras enfermedad… Miseria tras miseria… Hambruna tras hambruna…

En la ciudad fue aún peor. La gente abandonó el campo en masa para buscar trabajo entre motores y máquinas de vapor. El sueldo era tan o más miserable que en el campo. Y allí había peligros aún mayores, el propio ser humano.

-Madre… -Dijo la hija muy sorprendida- ¡Creo que aquel hombre es padre!

La niña corrió riendo alegremente  hacia su padre con sus pequeños zapatitos y sus tirabuzones rubios, mientras el hombre veía con cara de odio cómo su mujer se acercaba, navaja en mano, arropada por la penumbra de la tarde. Cuando su pequeña hija le abrazó, aquel hombre solo pudo sentir un escalofrío y amargos recuerdos. No hizo nada, solo se quedó ahí de pie, azadón en mano, al lado de un gran hoyo en el suelo, y un viejo saco que se retorcía.

-Padre -volvió a decir la niña- ¿Qué pasa padre? ¿Porqué no me habla padre? ¿Porqué está tan viejo padre?

En el acto, el saco convulsionó. Estaba ensangrentado y la niña se volvió a asustar apartándose unos pasos.

-¿Qué pasa madre? ¿Padre…? ¿Qué es eso? -dijo la niña mientras se acercaba recelosa al saco.

La madre apretó los dientes y levantó el cuchillo con furia. Su hija se sobresaltó al ver como apuñalaba el saco por la parte superior, rajando la tela.

Dentro había algo que parecía un hombre, sin brazos ni piernas, con cuerdas apretando los muñones para que no se desangrara. La cara de ese ser mutilado era peluda y deforme, con dientes amarillentos separados unos de otros como si hubiera sido marinero, y el escorbuto le hubiera marcado.

La niña gritó mientras su padre sacaba aquel ser del saco que no paraba de suplicar…

-Por favor -decía entre sollozos el hombre mutilado-. No me maten, es mi naturaleza…

-¡SU NATURALEZA! -gritó la madre mientras le clavaba en las tripas la navaja- ¿Es su naturaleza destripar niños pequeños para sacarle los untos?  -la madre comenzó a rajar el abdomen del ya mutilado hombre y sus intestinos comenzaron a salir hinchados por los gases- ¿Es su naturaleza matar la única hija que me quedaba?

La niña se horrorizó.

-Madre… Estoy aquí madre… -La niña volvió a abrazar a su padre-. Padre, madre me está dando miedo… Por favor, dígale que estoy aquí… Padre…

Según las fuerzas del hombre mutilado se desvanecían, ante los ojos del padre se formaba una figura familiar, brillante y radiante como los primeros rayos del sol en las mañanas de verano. Era su hija, que pudo ver por última vez antes de que se desvaneciera cruzando al otro lado.

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Zarcancel 2025-09-06 08:48:30

Gracias Barros.

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Barros 2025-09-05 15:24:52

Mantienes el suspenso hasta la irrupción de lo sobrenatural. Bien contada la historia.