SU MUNDO HECHO PEDAZOS, la tormenta mental

Herminia dispuso todo para realizar la operación que iba a ejecutar sobre ella misma. Gracias a sus conocimientos de medicina, pudo estudiar por su cuenta lo que consideraba necesario para una auto cirugía. Según los expertos, el fragmento metálico calcificado se hallaba a apenas unos centímetros de la parte frontal del cráneo. Dijeron que era inoperable porque para acceder a él, tendrían que seccionar el lóbulo frontal, lo que traería unas graves secuelas.

La joven estaba tan desesperada que no tenía nada que perder. La sensación era comparable a la de haber arrojado su vida por el retrete y ella misma haber tirado de la cadena. Con esos pensamientos en la cabeza, un alarde de genialidad la azotó como nunca lo había hecho. Ella sabía que los tejidos cerebrales tenían cierta plasticidad, un determinado margen de esponjosidad en los que se podían comprimir o desplazar sin riesgo alguno.

Si con un imán potente, era capaz de desplazar la esquirla hacia la parte central del cerebro, donde se juntan ambos hemisferios, la intervención podría ser menos dañina.

Herminia lo preparó todo en su habitación, y cuando llegó la noche se escapó de casa. Sin demasiado esfuerzo llegó a una clínica veterinaria a las afueras de la ciudad y se coló por la ventana. Era jugársela a un todo o nada. De aquel lugar que tenía todo lo necesario para la intervención, saldría viva o muerta, pero auto operada.

La joven eligió esa clínica porque era la única que poseía una máquina de resonancia magnética adaptada para animales. Estuvo varios días antes estudiando el modelo para analizar los campos magnéticos y saber en qué posición tenía que colocar la cabeza, y calcular la potencia con la que tenía que operar.

Unas modificaciones rápidas al tablero de control, dignas de un ingeniero, bastaron para situarlo al alcance de su mano. Sin prisa, pero sin pausa, Herminia colocó la cabeza en determinada posición, acorde con el compás que le iban a brindar los campos magnéticos de la máquina. Con sumo cuidado, la encendió y comenzó a incrementar la potencia poco a poco. Herminia, aunque enloquecida, no era estúpida. Configuró el ingenio para que después de un determinado tiempo de intervención humana, se detuviera automáticamente. Cuando la potencia alcanzó el 15% de su capacidad, una luz intensa comenzó a llenar el espectro visual de la joven.

Un flashazo bastó para que de repente recordara con precisión cosas tan estúpidas como lo que había comido una semana antes. Esa situación le recordaba a qué olían las cosas y en qué momento, cada una de las partículas de comida de cualquier complejo palto que hubiera degustado. Por unos segundos le pareció maravilloso, pero tenía que continuar. Según iba aumentando la potencia, los recuerdos eran cada vez más intensos, hasta el punto de acordarse a la perfección de cada una de las palabras de sus profesores dando clases, las conversaciones con sus padres… ¡Herminia lo estaba recordando todo!

El proceso era indoloro, y la muchacha estaba dispuesta a seguir aumentando el dial para amplificar la potencia siempre y cuando esa resplandeciente luz la dejara hacerlo, pero, sin previo aviso, la puerta de la sala se abrió de par en par.

Un joven veterinario, entró con un gato enjaulado y un perro gigantesco que no dudó en abalanzarse sobre Herminia.