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PROYECTO R - CAPÍTULO 17: OBSESIÓN - Fictograma
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PROYECTO R - CAPÍTULO 17: OBSESIÓN

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IBreiel

Publicado el 2025-09-06 08:54:25 | Vistas 405
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Amanecía en Ciudad Capital cuando Kelen Bermoth, especialista en patrones cognitivos de IA, ajustó su comunicador al entrar en el recinto de PlusRobotic. Para él, aquel amanecer no era uno cualquiera: el acto público para el protocolo de activado debía salir impecable, o su nombre se hundiría junto al de tantas promesas olvidadas del futuro.

Dentro, en el módulo de seguimiento, el zumbido de los servidores y la electricidad estática borraban cualquier rastro de sueño: allí la noche nunca terminaba. El aire parecía cargado, parecía que la tecnología misma respirara junto con quienes la manipulaban.

Esa misma mañana, en la sala de actos, se verificaría por primera vez cómo interactuaba la ansiada nueva generación de modelos de seguridad. Al llegar a la sala control, comprobó una de las cámaras que grabaría todo el proceso y los volvió a mirar. En el centro de la sala, Alfa, Beta y Gamma permanecían inmóviles sobre sus plataformas; sus cuerpos metálicos brillaban.

En el ambiente había una tensión palpable, cada técnico estaba aferrado al borde de su asiento mientras se escuchaban susurros nerviosos. Las holopantallas principales mostraban un sinfín de gráficos y lecturas en tiempo real, cuyos destellos se reflejaban en los rostros concentrados.

La presidenta Anna Blais ya sentada en la sala principal, se acomodó con un leve gesto de incomodidad; las prótesis internas de su cuerpo aún no habían cicatrizado del todo. Su voz sorprendió al joven técnico en el interfaz auricular:

—¿Estado del sistema?

Una breve pausa siguió a su pregunta, acentuada por el parpadeo constante de los monitores.

—Todos los parámetros dentro de los límites establecidos —respondió él.

Anna asintió.

—Preparados para iniciar el proceso.

Para presenciar la activación, fueron llegando las cabezas visibles de la compañía: los directivos del Consejo de Administración y varios políticos. El alcalde ocupó la primera fila, rodeado de cámaras y murmullos. Los periodistas se inclinaban sobre sus holopantallas; nadie quería perderse el momento en que las máquinas despertaran. También algunos invitados y ciertos medios autorizados tomaban asiento en la gran sala.

En la mesa más cerca de la plataforma, se encontraban el magistratus Matt, Feder Bloss —un hombre pequeño y algo rechoncho, robotista jefe de operaciones— y, por supuesto, Anna Blais.

Bermoth pulsó una serie de comandos. Luego se escuchó un leve zumbido, seguido por un clic metálico que reverberó como un disparo.

—Energía estabilizada.

La presidenta subió al estrado.

—Buenos días y gracias por venir. Es un gran momento para nosotros y es un honor su presencia, alcalde, congresistas y directivos. Hemos esperado mucho tiempo. Pero no diré ni una sola palabra más. Aquí están —anunció, dándose la vuelta y señalando a las figuras que permanecían inertes.

Cuando el joven técnico se percató del aviso para proceder con la activación, un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Había trabajado duro durante las últimas semanas y el proceso estaba optimizado de forma conveniente. Activó el dispositivo de conexión a la fuente de energía, un nódulo situado a la altura de su cintura. Los 3 robots permanecieron quietos.

La presidenta ajustó el micrófono en su lugar. Describió aquel acto como el evento del mayor avance tecnológico del siglo. Sin embargo, en el auditorio, las conversaciones susurradas entre expertos y críticos pintaban un panorama más complejo.

El magistratus sonreía con suma confianza, pero detrás de esa sonrisa se escondía una historia de traición y ambición. La confianza que irradiaba era un disfraz. Cada vez que recordaba el precio que había cobrado por abandonar Soel, sentía un vacío que ni el poder llenaba.

Antes del comienzo, llegaron las primeras preguntas.

—¿De verdad necesitamos máquinas tan poderosas? —se escuchó murmurar a una mujer de cabello gris, una destacada socióloga—. Esto podría desplazar a millones de soldados.

Un periodista tecnológico, con su holopantalla iluminada, también dio su opinión:

—Si estos modelos son tan eficientes, no solo estamos hablando de trabajo, estamos hablando de seguridad, control militar... ¿y qué pasará si algo sale mal?

En una esquina, un estudiante de ingeniería no pudo evitar sentir admiración.

—Esto es el futuro —dijo emocionado, mientras su profesor lo miraba con escepticismo.

—El futuro, tal vez, pero no el que esperábamos. Estas máquinas podrían decidir que no nos necesitan.

En su asiento, Feder Bloss escuchaba al público. Sus pensamientos se perdieron en escenarios estratégicos y tácticos: un ejército de máquinas perfectas, sin miedos ni dudas.

Demasiado poder concentrado.

Anna sostuvo la mirada del público; solo el temblor fugaz en sus dedos, al apretar el micrófono, delataba la duda que escondía.

—Luego será el momento de las preguntas y respuestas. Ahora relájense y disfruten: el espectáculo está a punto de comenzar.

Todo el mundo estaba expectante. Sentados en las sillas de acero, los miembros de PlusRobotic no podían parar de hablar.

Matt se sentía ansioso, deseaba ver cómo se comportaban al interactuar entre ellos. Era un sueño cumplido al que le quedaban pocos segundos para realizarse: un grupo de autómatas de seguridad trabajando en equipo.

Bermoth observó en su holopantalla la ruta de activación y después dirigió su atención hacia los robots. Aún no habían realizado movimiento alguno. El espécimen Alfa sería el primero en recibir una orden para luego ver la consecuente reacción del grupo. En robótica, las órdenes se daban individualmente, y esta era otra particularidad del diseño. Metargus sería pionera en muchas otras cosas a partir de ahora. El mundo podría cambiar desde Ciudad Capital.

Los focos que los iluminaban aumentaron en intensidad. El jovén se colocó delante de ellos. La luz en su comunicador parpadeó. Entonces, un leve zumbido comenzó a surgir. Era apenas audible al principio, un murmullo eléctrico que se transformó en un retumbar creciente, como el latido de un corazón artificial cobrando vida.

La tensión se apoderó del aire, palpable. Los ingenieros en el centro de control contenían la respiración. Los robots, alineados, parecían atrapados entre dos mundos: uno de inercia absoluta y otro de potencial desatado.

Un crujido metálico resonó desde la articulación de uno de ellos. Luego, otro. Los sonidos reverberaron en la sala, provocando un escalofrío colectivo. 6 ojos abrieron al unísono sus finas pupilas. Sus sensores ópticos se encendieron, sus brazos se extendieron para retornar a su posición natural y sus dedos se estiraron unos segundos. No hubo ningún movimiento más.

Las luces principales se atenuaron por un segundo, como si la energía misma hubiera sido devorada por algo más grande.

Entonces, sucedió. Con un movimiento lento y preciso, el primero alzó la cabeza. Sus ojos mecánicos, que destellaban con una luz oscura, recorrieron la sala, buscando registrar a cada uno de los presentes. A su lado, el resto comenzó a cobrar vida, un concierto de mecanismos activándose al unísono.

Un susurro inquieto recorrió al equipo técnico. La pausa que siguió fue tan devastadora como el ruido anterior.

¿Responderían a los comandos? ¿Habían despertado como aliados o como algo diferente?

El robot colocado en el centro —el de mayor rango— habló:

—Modelos de seguridad activados. Hemos despertado para cumplir el propósito… aunque sabemos que no todos lo comparten. ¿Órdenes?

—Soy Kelen Bermoth, programador jefe del equipo de activación. ¡Identifíquense! —ordenó.

—Soy Alfa Plus, primer orden. Mi directriz es obedecer y liderar, señor —dijo, inclinando su cabeza.

Su expresión impresionó a los presentes, sobre todo a los más cercanos. Su voz era segura y profunda, pausada. Sus primeros movimientos fueron perfectos. Su silueta sorprendió de una manera que pocos podrían olvidar algún día. Se movía con la precisión metódica de un cirujano en pleno procedimiento. Cada uno de sus movimientos era impecable, sin un temblor ni un error. Su estructura era más imponente que la de los otros dos, con un torso ancho y extremidades reforzadas que sugerían una fuerza inmensa contenida bajo un control absoluto. Sus sensores ópticos, de un azul profundo, se encendieron como faros, analizando cada rincón.

Luego tras mirar de izquierda a derecha, el colocado a su derecha se presentó.

—Soy Beta Plus, segundo orden. Ejecuto sin demora —anunció, mientras daba un pequeño paso hacia atrás. Después levantó la cabeza y se cuadró.

Este tenía un diseño más ágil, casi estilizado. Sus movimientos eran más fluidos, como los de un depredador acechando a su presa. Su postura, inclinada hacia adelante, daba la impresión de estar listo para actuar en cualquier momento, pero siempre a la espera de una señal. Sus sensores emitían un brillo amarillo, y variaban de intensidad. Su rostro metálico carecía de facciones tan definidas, pero sus gestos mecánicos sugerían un enfoque en la eficiencia por encima de la comunicación.

El último habló también.

—Gamma Plus, a su servicio. Estoy preparado… o lo estaré, cuando lo ordene —dijo el tercer autómata. Permaneció firme, un paso por detrás de Alfa y en la misma posición que Beta.

El tercero era una figura desconcertante. Más pequeño que los otros dos, su estructura era deliberadamente más tosca, con un aspecto que sugería pragmatismo en lugar de elegancia. Sus movimientos eran lentos pero deliberados, analizando cada paso antes de ejecutarlo. Sus sensores rosas parecían chisporrotear por momentos, emitiendo un destello que recordaba a una brasa al borde de extinguirse. Tenía un aire más humano en su vacilación, aunque era imposible saber si aquello era un defecto de diseño o una estrategia para parecer menos amenazante.

En apariencia eran un engranaje perfecto, pero bastaba observar más de un minuto para intuir que cada uno tenía su ritmo. Alfa era la autoridad inquebrantable. Beta, la eficiencia estratégica. Gamma, la ejecución meticulosa. Eran un tríptico de poder y propósito, pero también un reflejo de las complejidades del control.

Bermoth retomó las preguntas de verificación.

—Verificación de directriz: definan su prioridad absoluta.

Cuando Alfa giró la cabeza hacia los otros dos, ni una palabra fue necesaria. Beta inclinó la suya en una señal de reconocimiento, mientras Gamma permanecía inmóvil, como esperando la orden final que lo liberaría de su aparente letargo. Era imposible no sentir que los tres compartían algo más que circuitos y programas. Había una presencia, algo intangible que resonaba en la sala y que todos los presentes podían sentir.

De nuevo, fue el Alfa quien respondió:

—Protocolo principal: preservar vidas humanas. Recursos asignados: intervención inmediata ante riesgos detectados —contestó con determinación.

Todo funcionaba según las directrices marcadas.

Después barrieron toda la sala. A la vez, registraban rostros, actitudes, nombres, estatus y profesiones en sus bases de datos. En pocos segundos conocían casi todos sus antecedentes vitales.

Entre el público se escuchaba de fondo un rumor apenas perceptible, respiraciones entrecortadas de algunos de los asistentes.

—¿Y qué entienden como peligro para la seguridad humana? —preguntó de nuevo el técnico.

—El objetivo prioritario es la localización de máquinas que puedan suponer un peligro potencial, bien por desgaste o accidente.

Su prioridad de acción quedó clara.

El magistratus sonrió.

¿Es esto lo que significa la perfección?

Quería percatarse de algo y no tuvo más remedio que acercarse y subirse a la plataforma.

—Perdonen la intromisión. Como muchos saben, soy el magistratus Lasten Matt, encargado de seguridad y miembro del equipo de investigación. Me gustaría tranquilizarles y demostrarles que estas máquinas son inofensivas. Por eso, si me lo permiten...

Se acercó a Alfa Plus, colocándose frente a él. Los rostros de sus compañeros mostraban cierta indignación; eso no estaba en el guion. Incluso Blais hizo ademán de intervenir, pero Bloss la detuvo con un leve gesto.

—Y bien, me preguntaba si saben que próximamente comenzaremos la búsqueda de un androide defectuoso.

—Aunque no tenemos prefijado destino alguno ni misión directa, estábamos al tanto de esa posibilidad. ¿Tal vez nos lo va a revelar en este momento?

—Creemos que se esconde en el territorio de Éxcedus. En Ciudad Amplitud.

—Estamos preparados y deseosos de cumplir con nuestro cometido, señor. Cuanto antes nos transmita los nuevos códigos de actuación, antes podremos comenzar. Ese androide tiene un destino al que enfrentarse.

¿Y si hemos creado algo que no podemos controlar?

Matt dejó ese pensamiento de lado y se centró en verificar el aspecto más importante.

—Cierto, pero quiero comprobar algo.

Al dar un paso al frente, la tensión en la sala se palpaba como un látigo a punto de azotar. El magistratus cruzó su mirada con la de Gamma; un destello de determinación se encendió. Avanzó con gesto frío. Necesitaba una reacción, una prueba que ningún gráfico podía ofrecer. Sin previo aviso, lanzó un puñetazo con una fuerza explosiva. Su trayectoria, corta pero cargada de intención, se dirigía hacia el rostro del joven Bermoth.

El aire pareció romperse, como si la atmósfera misma se contrajera ante el golpe. Los asistentes contuvieron la respiración en un instante congelado, incapaces de procesar lo que estaba sucediendo. Gamma, con una velocidad que desafiaba toda expectativa, se movió como un destello de luz rosada. Su brazo mecánico, ajustado con una precisión quirúrgica, interceptó el ataque en un ángulo perfecto, bloqueando el impacto con un sonido metálico que resonó como un gong en la sala. La fuerza del choque desató una ola de asombro que reverberó en el espacio. Algunos retrocedieron instintivamente, mientras otros murmuraban, sin apartar la vista.

Gamma giró su cabeza hacia el magistratus con un movimiento lento, casi teatral; sus ojos sugerían algo más que simple programación: un atisbo de juicio. Matt retrocedió un paso, flexionando los dedos de su mano y sintiendo un leve temblor que no había experimentado en años. El robot de tercer orden, con su postura firme y controlada, no tardó en responder:

—Entiendo lo que significa realizar un simulacro. Lo permitiré esta vez. Pero si insiste, lo detendré. Y no habrá negociación hasta que lleguen las autoridades pertinentes. Por favor, no vuelva a poner a prueba mi programación.

Se oyeron unos golpes tímidos de palma contra palma, apagados por el murmullo de otros que se encogían en sus asientos. Un periodista del fondo lanzó una pregunta:

—¿Es esta la eficiencia que prometen estos modelos? ¿A qué precio?

La presidenta intervino con rapidez, dando un paso al centro del escenario.

—Lo que acabáis de presenciar es un ejemplo de la capacidad de respuesta de Gamma, diseñado para actuar en milisegundos y garantizar la seguridad bajo cualquier circunstancia. No es solo una máquina; es el futuro de la protección y la adaptación.

Sus palabras parecieron calmar momentáneamente a algunos, pero las semillas de duda ya habían sido plantadas. Entre los asistentes, la fascinación se mezclaba con gestos de miedo. El destello de velocidad de Gamma les había mostrado algo que preferían no saber: que aquellas máquinas no solo habían alcanzado a los humanos, sino que los habían superado.

Matt sonreía mientras se masajeaba el puño dolorido.

—Gracias. Suficiente. Eso es todo… de momento. Sorprendente actuación—apuntó antes de dar media vuelta y regresar a su asiento.

Bloss lo miró con incredulidad y le susurró al oído:

—¿Ya estás satisfecho? Casi pones de los nervios al alcalde, y con toda la prensa delante. Ándate con cuidado y no improvises más, o nos veremos en la tesitura de…

—¿De qué? A mí me pagan por esto, por asegurar la defensa y hacerla excelente. Por tipos como usted ocurrieron hechos en el pasado de los que nos arrepentimos ahora.

Blais los escuchó y, antes de ponerse de pie para recibir a los invitados, decidió intervenir en la conversación.

—Feder tiene razón. Has sido demasiado infantil. El magistratus que yo conocía no habría actuado así. Nos jugamos mucho; cualquier mínimo fallo hubiese sido catastrófico.

Luego lo miró con calma.

—Es curioso, ¿no? —dijo Matt con una amplia sonrisa—. Todos estos avances, toda esta tecnología y, sin embargo, seguimos tropezando con el mismo problema: nadie quiere cargar con la culpa si algo sale mal. ¿Hasta dónde estaremos dispuestos a llegar?

—Comprometidos lo suficiente como para no necesitar discursos vacíos. Ambos sabemos que este proyecto es una bomba de relojería. Por eso mismo no necesitamos héroes, sino control.

Él, con un destello de cinismo, respondió de inmediato:

—¿Control? Yo me preocuparía más por los que estén demasiado cerca cuando estalle.

—Siempre tan poético. Deberías considerar una carrera en política... aunque imagino que es más divertido jugar desde las sombras.

Bloss interrumpió la conversación con un tono que intentaba sonar despreocupado, pero dejaba entrever cierta incomodidad.

—No sé si esto es un consejo de vida o una clase de filosofía aplicada, pero lo que necesitamos ahora son resultados. Los inversores no entienden de sutilezas y, créanme, tampoco tienen paciencia para disputas personales.

Blais, con un tono más suave, dijo:

—Los robots están listos.

—Ese no es el problema, Anna. Siempre somos nosotros —replicó con una ceja levantada Matt—. Todos cambiamos. No te angusties, las pruebas han llegado a su fin.

Ellos se conocían a fondo. Habían trabajado juntos durante demasiados años, compartiendo más que solo proyectos. Después de la fuga de Refbe, mantuvieron una intensa relación amorosa. Ahora su vínculo había cambiado, pero aún persistía entre ellos una complicidad innegable.

Se levantaron para atender a los invitados del acto, ofrecer entrevistas y acompañar al alcalde en la interacción con los robots. Se sirvieron canapés y champán; la gente se distendió de la tensión acumulada. Se escuchaban risas y murmullos de admiración por las respuestas de las máquinas.

—Queda claro el éxito de la presentación y de nuestro trabajo —apuntó Bloss al ver la satisfacción de muchos.

—Eso parece, pero esto es solo el comienzo; ahora debemos demostrar su verdadera eficacia —dijo Matt.

—Es una pena no estar en las mejores condiciones para viajar —apuntó Blais, que paseaba con el alcalde del brazo, acercándose a dos directivos—. Los implantes requieren descanso. Amplitud debe de ser fascinante.

—Serías de gran ayuda, Anna, pero Bermoth y yo nos las arreglaremos bien. Por cierto, señor alcalde, le agradezco su mediación para conseguir los permisos de viaje. PlusRobotic lo tendrá en cuenta, no le quepa la menor duda.

—No hay de qué. Todo lo necesario para llevar a Capital a lo más alto. Dígame, ¿de verdad debemos temerle después de tanto tiempo?

—Ese androide es como un loco suelto —dijo el magistratus—. ¿Dejaría usted que caminara libre si volviese a esta ciudad?

Se produjo un silencio espeso y Matt dirigió su mirada a Alfa. Los demás se giraron también. El robot se mantuvo con un gesto hierático. Daba miedo. Su cara, estática, parecía la de un perro que estuviese conteniendo su ataque.

Bloss intentó aligerar la tensión.

—¿Y si la susodicha máquina no se encuentra allí?

—La probabilidad es alta. Gracias a la primera conferencia a petición del doctor Lock, pudimos realizar una intervención en el sistema del laboratorio de Amplitud. Sabemos que allí trabaja un tal Refbe. Soy intuitivo, por eso estoy aquí y de ahí mi profesión. Durante la segunda conferencia holográfica con el doctor Lock, al mencionar el nombre, hubo algo en su actitud que cambió de repente.

—¿Me prometes tener cuidado? Queremos tenerte de vuelta sano y salvo —apuntó, anhelante, Blais.

—Quiero atraparlo y dar por cerrado al fin el caso. Entonces, solo entonces, le demostraré a quién debe aprender a obedecer.

Sus palabras sonaron a rabia, a venganza tardía pero razonada, elaborada durante demasiado tiempo. Matt no comprendía en absoluto aquella especie de individualidad que podía alcanzar Refbe. Y ahora, cuando el temor y el fracaso le hacían mella —un poco más cada año—, deseaba arrebatarle esa libertad y, de paso, superar la obsesión por él: el ego destrozado de un ser humano ante una máquina, quizás superior.

Imperdonable.

Descubrir cómo estaba elaborado el sistema cerebral de esa máquina era secundario. Algo roía por dentro al magistratus, algo enfermizo. A veces, hasta él mismo se descubría en actos y palabras que solo eran compatibles con cierto nivel de demencia. Cada año ese miedo lo carcomía más, y solo capturarlo podía calmar esa obsesión antes de que lo devorara por completo.

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Avatar de IBreiel
IBreiel 2025-09-06 20:07:15

Muchas gracias @Valentino-Prádena por tu comentario. Me alegra que hayas disfrutado de la escena de activación y que sigas tan de cerca la trama. Saludos.

Avatar de Valentino-Prádena
Valentino-Prádena 2025-09-06 11:04:00

La escena de activación y presentación de los robots está bien lograda. En cuanto a la trama, Refbe y su compañera tendrán que cubrirse las espaldas de hoy en adelante. Estos robots han sido creados para cazarlos. Gracias. Me gocé de la prosa.