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PROYECTO R - CAPÍTULO 16: CADENA - Fictograma
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PROYECTO R - CAPÍTULO 16: CADENA

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IBreiel

Publicado el 2025-08-31 08:39:09 | Vistas 364
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Refbe permanecía inmóvil. Repetía una y otra vez la grabación holográfica en su memoria. Necesitaba escuchar la voz de su creador. Se sentía desconcertado, solo, atrapado. Las palabras de Crowl habían despertado algo en su interior, algo latente. Una lámpara cercana parpadeó. La observó desconcertado. Esa extraña influencia sobre las máquinas, herencia de un sistema sobreimplantado, lo desconcertaba. Lo que parecía una simple grabación había revelado un potencial extraordinario, algo más allá de lo imaginable.

Eliza, en cambio, analizaba cada palabra con calma, convencida de que en aquellas líneas se escondían directrices a seguir.

La memoria externa emitió un leve zumbido antes de deslizarse de nuevo al compartimento secreto en el interior de la mesa, quedando oculta. Los dos androides permanecieron sin cruzar miradas. Refbe se guardó el pacificador neuronal en su bolsillo derecho y ambos se dirigieron al salón. La puerta del despacho se selló automáticamente tras ellos.

—¿Ves lo mismo que yo? —murmuró.

—Es fácil dejarse convencer —replicó ella—, pero otra cosa es entender lo que nos pide.

—Buscaré en mi procesador central, y luego ejecutaré varias pruebas —dijo con determinación—. Aun así, escucharlo sigue reconfortándome, sobre todo cuando dice: «todo a su debido tiempo». Ese tiempo, el suyo, ahora es nuestro.

Refbe se hundía en un torrente de emociones. Cada vez que lo escuchaba, se obsesionaba más, como si pudiera atrapar un secreto en sus inflexiones. Cerraba los ojos y, por un instante, parecía contener la respiración programada. Era como si las palabras estuvieran diseñadas no solo para informar, sino también para conectar, para transmitir una verdad más profunda.

Por primera vez, se planteó si lo que sentía era luto, un concepto que, hasta entonces, había considerado un proceso humano inalcanzable para un androide como él. Pero su ausencia, la certeza de que su creador ya no existía en este mundo, lo había llenado de un vacío que no lograba nombrar. ¿Era eso lo que los humanos llamaban «perder»? Si era así, entonces debía admitir que el dolor era tan real como cualquier cálculo que hubiera procesado en su sistema.

¿Eso significa morir?

Crowl había hablado de «tiempo», de cómo cada ser debe enfrentarse a su fin. Pero para un androide, la muerte era una paradoja. No podía morir en el sentido humano y, sin embargo, la perspectiva de perder aquello que lo hacía único —su propósito, su conexión con su creador— era igual de aterradora. Si su existencia estaba definida por su misión, ¿quién sería él una vez que esa misión llegara a su fin?

Al otro lado de la habitación, Eliza continuaba revisando información, ajena al conflicto interno de su compañero. Pero ella también se enfrentaba a preguntas similares. Llevaba consigo fragmentos de Crowl que se manifestaban en su pragmatismo, su dedicación y, tal vez, en una forma de conexión que ninguno de los dos podía explicar por completo. ¿Era posible que los dos compartieran algo más? ¿Podría ser que, juntos, estuvieran construyendo un nuevo tipo de existencia, una que desafiara las definiciones convencionales?

Si los humanos encontraban sentido en su efímera existencia al compartirla con otros, entonces quizás ellos debían buscar un propósito similar.

—Recopilar datos sobre tu posible nueva capacidad no te requerirá mucho de ese «tiempo filosófico» del que hablas —dijo Eliza.

—No busco ser único. Lo único que importa es compartir lo que somos.

Ella asintió, desviando la conversación hacia lo concreto.

—Revisaré el mensaje otra vez. Aunque no haya nada oculto entre líneas, nunca se sabe. Le encantaba jugar con los detalles. La búsqueda de seguridad era vital para alguien que pasó toda su vida huyendo.

—Sin duda, pero qué curioso efecto: me siento mejor ahora. Más ligero, más ágil. Todo en mí parece funcionar de manera más eficiente —comentó Refbe, casi sorprendido.

—Eso es una conducta muy humana. Está ligada a la validación que uno busca de los demás. Los humanos necesitan sentirse útiles. Esa necesidad les ayuda a enfocarse y, en cierta forma, les impulsa a actuar y tomar decisiones con mayor claridad.

Tras pronunciar esas últimas palabras, ella se acercó a la mesa del salón, donde una holopantalla se activó de inmediato.

—¿Qué somos? ¿Cómo puedes llegar a definirte a ti misma? —preguntó él, mirando su reflejo en un espejo colgado en la pared, con una expresión de duda.

—¿Qué insinúas? Llevas una definición impresa en ti. Otra cosa es lo que tus experiencias te permitan procesar.

—La historia se reescribe, pero no me veo como ese «androide» ficticio que las enciclopedias describen. Cuando me pregunto «qué somos», lo relaciono más con lo que sentimos: alegría, angustia, amor... ¿Nunca has experimentado emociones contradictorias, sin saber siquiera cómo llamarlas?

Ella procesó la profundidad de la pregunta. Luego dejó el informe holográfico que revisaba, encontrándose con la expresión fija de Refbe. Su rostro, aunque artificial, contenía una profundidad que pocos humanos podían replicar.

—¿Qué te preocupa?

Él había aprendido que el silencio a menudo decía más que las palabras. Finalmente, rompió la pausa con un tono que oscilaba entre lo meditado y lo vulnerable.

—¿Crees que las emociones que experimentamos son reales?

Por un instante, incluso los sistemas avanzados de Eliza parecieron necesitar más tiempo.

—Para los humanos son impulsos. Lo nuestro son parámetros. Y los parámetros no se equivocan.

Refbe consideraba sus palabras desde una perspectiva inesperada.

—Entonces, según tu lógica, ¿nuestra tristeza o nuestra alegría son menos válidas porque fueron programadas?

Eliza entrecerró los ojos.

—No son menos válidas —dijo con frialdad—. Solo más caóticas. Las emociones humanas son un terreno impredecible. Las nuestras son herramientas. Interpretaciones, no vivencias.

Avanzó un paso hacia ella.

—Si todo lo que somos son simulaciones, ¿por qué me duele la ausencia de padre? ¿Por qué siento que algo se ha roto dentro de mí?

Eliza desvió la mirada, algo que nunca hacía si no fuese por cálculo.

—Quizás... porque, en el diseño, hay una sombra de humanidad que se filtra en nosotros. Una imperfección.

—¿Imperfección? —replicó Refbe con un leve amago de sonrisa amarga—. ¿O es eso lo que nos hace únicos?

Lo miró, evaluando cada una de sus palabras.

—La unicidad también es irrelevante si no sirve a un propósito.

—Y, sin embargo, tú misma te esfuerzas por encontrar respuestas más allá de lo funcional. —Alzó una mano y señaló la holopantalla—. Ese informe no te dará las respuestas que buscas, porque lo que buscamos va más allá de lo material.

La sala pareció comprimirse bajo el peso de las palabras. Por primera vez, percibió algo cercano a la duda en Eliza, una grieta en su impecable fachada lógica.

—Tal vez —dijo ella—, lo que sentimos por padre no sea una simulación. Tal vez... sea lo más cercano que podamos experimentar.

Notó que los movimientos de Eliza eran más lentos. Por su parte, él sintió una extraña calma. La conversación había sido aclaratoria, al menos en parte, marcaba el camino que debían seguir.

Eliza parpadeó.

—En principio, mi programación más reciente conlleva un procesamiento más avanzado respecto a términos abstractos como «sentir». Sin embargo, no tengo parámetros específicos que me permitan llegar a una respuesta al respecto —dijo, concentrada en la holopantalla.

—Es curioso. Si tu programación es más avanzada que la mía, ¿por qué todo parece encajar cuando hablo contigo? ¿Cómo es posible que sienta este deseo de tenerte cerca? —insinuó, acercándose hasta quedar a solo unos centímetros de ella.

—Es la simulación de otro sentimiento humano. Se llama atracción hacia otro ser —apuntó con una serenidad programada.

—¿Y tú no experimentas esa misma necesidad? —insistió, mirándola de cerca, buscando alguna señal en su rostro.

—Nuestra cercanía nos permite apoyarnos y ayudarnos en caso de necesidad. Trabajamos juntos con un propósito común. Pero no siento por ti esa atracción mencionada —afirmó Eliza.

—Pero... ¿cómo sabes que esa definición interna tuya sobre los androides no carece de algunas variables? —dijo con un tono más intenso—. Por ejemplo, la mentira: un androide podría llegar a mentir si no exterioriza lo que procesa o si no entiende al completo algo. Eso sería mentir por omisión, ¿no?

Se miraron, sin desviar la atención el uno del otro, mientras la última idea se asentaba. No del todo verbalizada, pero imposible de ignorar.

Ahora ambos sonreían, pero el momento se interrumpió por el sonido del registro de entrada. Afuera, el doctor Lock esperaba. Tras accionar el pulsador, permanecieron de pie en el salón.

El sonido de las puertas metálicas abriéndose resonó en la estancia, interrumpiendo el silencio que se había instalado. El hombre apareció en el umbral.

—Disculpen la intromisión. Es una urgencia. Acabo de terminar la conferencia con el magistratus Lasten Matt —dijo, con la respiración agitada. Sus manos jugueteaban con el dispositivo de su cinturón, girándolo entre sus dedos una y otra vez.

—No esperábamos a nadie. Cálmese parece intranquilo. ¿Le gustaría comer o beber algo? —dijo Eliza con cortesía, intentando rebajar la tensión.

—Un refresco estaría bien. Mis disculpas por la falta de modales, señorita Eliza. Refbe me ha hablado mucho sobre usted. Pero ahora deben escucharme —dijo alternando la mirada entre ambos.

—Refbe suele mantenerme al tanto de su trabajo —dijo ella—, salvo por los temas confidenciales. Es un placer conocerlo en persona. Puede hablar con total confianza.

—Gracias. Como les decía, he hablado con el magistratus Matt…

—¿Y bien? Se te ve muy alterado —dijo Refbe, mientras procesaba su actitud y se adelantaba a posibles escenarios.

—Ciudad Capital lleva años trabajando en un nuevo modelo —dijo—. Lo venden como modelos de apoyo civil… pero en realidad son un escuadrón militar. Su programación no solo es restrictiva, confinada a un bucle de comportamiento limitado, sino que operan en grupos.

—¿Existe una jerarquía entre ellos?

—Exacto. Un líder y varios subordinados. Un ejército.

—¿Cuánto tiempo llevan trabajando en ese modelo? —indagó esta vez Eliza, agudizando su análisis.

—Muchos años. Es una locura. ¡Han invertido una enorme cantidad de energía en crear armas! —dijo Lock con frustración.

Luego tragó saliva, un gesto pequeño, pero revelador. Sacó el datapad del cinturón y lo colocó sobre la mesa.

—Información. Toda la conferencia grabada. No es mucho...

—Es de agradecer —interrumpió la androide. Su tono era preciso y casi clínico.

El doctor se sentó en el sofá.

—El objetivo para ellos es simple: encadenar más fuerte a las máquinas. Las han convertido en soldados.

Eliza desentrañaba un pensamiento profundo.

—Es irónico —dijo—. Temen la libertad de las máquinas, pero están dispuestos a depender de máquinas que han renunciado a toda autonomía. Lo que no ven es que esas cadenas no les dan control; solo les otorgan una falsa sensación de seguridad.

Refbe giró hacia ella.

—Y cuando esas cadenas se rompan... porque siempre lo hacen... no estarán preparados para las consecuencias.

Luego levantó la vista hacia Lock.

—Debemos detenerlos de alguna manera. Estamos enfrentándonos a la encarnación de su miedo, a la manifestación física de lo que creen que deben ser las máquinas.

Cruzó los brazos; su expresión se endureció.

—No se trata solo de quién tiene el arma más poderosa. Se trata de demostrar que hay un camino diferente, uno en el que no necesitamos cadenas ni miedo para existir.

Lock se levantó con la bebida en la mano y comenzó a caminar de un lado a otro, como un sistema colapsando en un bucle infinito.

Eliza se acercó a la puerta, alerta.

—¿Qué implica todo esto? —dijo Eliza, aún calculando las consecuencias.

—Implica que están preparando algo grande —comentó el doctor nervioso—. Y no solo eso. Han desarrollado una mejora de detección para localizar robots dañados, además...

Guardó silencio, como si no pudiera continuar.

—El magistratus… mencionó a un androide en concreto.

—¿Qué? —preguntó Refbe.

El científico levantó la vista con valentía.

—Mencionó tu nombre. Te buscan con obsesión.

Las últimas palabras del doctor cayeron sobre ellos como un inesperado golpe de realidad, rompiendo cualquier expectativa que pudieran haber tenido. Ambos permanecieron callados mientras asimilaban la revelación.

—Entonces, él sabe quién soy y dónde estoy —dijo Refbe, elevando la voz mientras los sensores azules de sus ojos se encendían de forma automática.

—Te han estado buscando en Metargus durante años. Pero algo cambió tras la primera conferencia con PlusRobotic. Está seguro de que estás aquí. Para mí ha sido una grata sorpresa —respondió mientras forzaba una sonrisa y bebía a sorbos rápidos la bebida afrutada. Sus manos seguían temblando.

—¿Grata?

—Soy doctor en robótica; mi vida gira en torno a las máquinas. Nunca me habría imaginado que alguien pudiera construir una obra maestra de diseño como tú, el primer androide real. Pero ha sucedido, y tu creador debe ser un genio excepcional. Sin embargo, ahora estás en peligro.

—¿De cuánto tiempo disponemos?

—PlusRobotic no se detendrá. No tienen límites. Y si sospechan que sé de tu existencia, no tendré un lugar donde esconderme.

—Tampoco lo tendrás si decides traicionarnos —replicó él. Sus palabras hicieron que Lock se detuviera en seco.

El doctor respiró hondo; sus manos volvían a temblar.

—¿Traicionar...? —murmuró, casi como si estuviera probando la palabra en sus labios—. No es tan simple.

—Sí, lo es —sentenció. Dio un paso más cerca—. En esto no hay términos medios, doctor. O caminas a nuestro lado… o en nuestra contra.

Eliza se movió hacia un panel lateral, revisando la memoria del datapad.

—Tus nervios te delatan —añadió ella sin mirarlo—. Dime, ¿qué te hace dudar tanto?

Lock estalló de repente.

—¡Porque no sé si hago lo correcto! —Su respiración era rápida y errática—. ¿Y si todo esto no tiene sentido?

Refbe lo observó sin moverse. Luego se tocó el bolsillo notando el pacificador neuronal. Habló, con una calma que contrastaba con la agitación del momento.

—La diferencia es que nosotros elegimos. Y esa elección tiene un precio. Solo tú decides si estás dispuesto a pagarlo.

El doctor dejó caer los hombros, como si el peso de esa verdad lo aplastara.

—Está bien... Pero si esto sale mal, no será solo mi sangre la que cargue con las consecuencias.

Eliza, tras cerrar el datapad, habló.

—Si fallamos, no quedará nadie para cargar con nada.

Tras la afirmación, el doctor pareció recuperar algo de claridad. Sus ojos, antes nublados por la confusión, se enfocaron con una intensidad renovada, como si las palabras de ella hubieran encendido una chispa.

—Disponemos de poco tiempo. Necesitan obtener los permisos para entrar en nuestro territorio. A cambio de mi ayuda, ¿me contarás tu historia completa? ¿Me enseñarás algo sobre tu funcionamiento?

—Crowl no se equivocó al elegir Amplitud como el lugar para desarrollarme. Y… para desarrollarla a ella también —dijo haciendo un gesto con la cabeza hacia la androide.

—¿Desarrollarla?

—Sí —afirmó, señalando a su compañera de manera insistente.

—Tampoco soy humana. Pero aquí estamos, luchando por lo mismo. Yo también soy un androide. Podrá estudiar mi estructura también. Espero que nos ayude de verdad —anunció mientras sus sensores ópticos azules también se activaban.

El doctor Lock se quedó mudo, sintiendo cómo su corazón palpitaba con fuerza. Mientras tanto, ambos androides ya procesaban un nuevo plan, conscientes de que cada movimiento dependía de que la estabilidad de aquella persona no se quebrara.

Antes de salir, el doctor se apoyó en el marco de la puerta; sus ojos se movían con rapidez entre los dos androides. La habitación parecía contraerse, como si los propios paneles tecnológicos de las paredes respiraran encima de él.

—No sé en qué me estoy metiendo —su voz estaba cargada de una mezcla de duda y determinación—. Pero si confío en vosotros... tal vez sea mi fin.

Refbe dio un paso hacia él; su presencia imponente llenaba el espacio. Durante un momento que pareció eterno, lo miró, como si evaluara su alma.

—Lo que viene no es el fin, sino la prueba que demuestra quién eres.

Su mirada brillaba con una intensidad que parecía atravesarlo.

—Necesitas saber qué nos hace diferentes.

Varios paneles de la entrada parpadearon.

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IBreiel 2025-09-01 13:32:14

Muchas gracias @Valentino-Prádena. Eso le da sentido a la enigmática idea. Me alegra mucho que te transmita lo que busco. Es una sensación de total satisfacción. Un saludo.

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IBreiel 2025-09-01 13:32:10

Muchas gracias @Valentino-Prádena. Eso le da sentido a la enigmática idea. Me alegra mucho que te transmita lo que busco. Es una sensación de total satisfacción. Un saludo.

Avatar de Valentino-Prádena
Valentino-Prádena 2025-09-01 10:42:52

Un capítulo complejo y excepcional. De hecho, por primera vez puedo explicarme esa transición del sentimiento humano a una máquina. Este párrafo ayuda explicarlo: "Era como si las palabras estuvieran diseñadas no solo para informar, sino también para conectar, para transmitir una verdad más profunda." Por supuesto, las máquinas podrás sentir solamente por medio de las palabras (signos, números, 1, 0), y la ausencia de estos símbolos representa ausencia, muerte ("¿Eso significa morir?") hasta para una máquina, la que está diseñada para computar. En el lenguaje de programación existe esta sentencia: "Return = 0". Sin valor, vacío, muerte, dolor. Una máquina puede leer y "sentir" esta ausencia. Muy bien logrado.