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SU MUNDO HECHO PEDAZOS, la flor de la memoria - Fictograma
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SU MUNDO HECHO PEDAZOS, la flor de la memoria

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Zarcancel

Publicado el 2025-09-12 13:56:44 | Vistas 347
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Herminia no era mayor que una niña de seis o siete años. Estaba correteando feliz por el monte, con sus nuevas zapatillas y pantalones de chándal. Sus padres la estaban llamando para que no se alejara, pero la niña Herminia corría para llegar la primera a cualquier sitio. Detrás de ella la seguía su hermano mellizo Damián, quería ganarle de una vez por todas, llevaba la delantera. La pequeña corría y corría, su hermano le pisaba los talones. Sin darse cuenta, la niña se tropezó, haciendo que su hermano también cayera. Ambos rodaron fuertemente cuesta abajo.

Los lametones de Herodes despertaron a la Herminia actual. La había babeado por completo. Sorprendida, la joven se incorporó. Estaba tumbada en una camilla de operaciones para grandes animales de la clínica donde se había colado, y estaba custodiada por el enorme mastín, que no la permitía moverse del sitio. A pesar de solo emitir gruñidos de advertencia, su gran tamaño imponía. En cuanto comprobó que el animal no la iba a atacar si no se desplazaba, algo cuadró de golpe en la mente de la muchacha.

-¡Tenía un hermano!-gritó Herminia sorprendida.

Unos segundos después, Simón entró en la sala.

-Vaya, ya te has despertado -dijo el veterinario limpiándose las manos-. Si no llego a venir de urgencias por el gato, seguramente hubieras muerto en esa especie de ataque que te dio.

-Lo siento mucho…-Asintió titubeante la joven.

-Pues más vale que te expliques, si no, llamaré a la policía. Has destrozado la máquina de resonancia magnética.

Pacientemente, Herminia explicó a Simón paso por paso todo lo que había acontecido desde que le dio el primer ataque al encender el resonador del hospital. El atento veterinario estaba lidiando con la increíble historia de la muchacha, intentando no mirarla demasiado a los ojos porque su mirada le distraía. No podía dejar de escucharla. La joven habló hasta que el sol comenzó a salir. El pobre Herodes estaba tan aburrido que empezó

 a roncar, tumbado al lado de su dueño, el cual estaba decidiendo si creerla o no.

Herminia daba muchos detalles, y de repente podía recordar con precisión casi toda su vida desde hacía casi diez años hasta la fecha.

-Bueno-dijo Simón sentado con las piernas cruzadas y cara de pensador-. No sé que decir Herminia. Parece algo fantástico. Yo no soy médico, pero el intentar operarte tú misma para sacarte el fragmento sí que es de locos.

-El gato -dijo de repente la joven.

-¿Perdona?-Contestó extrañado Simón.

-El gato con el que entraste. Estaba tumbado de lado, cuando todos los gatos que he visto estos últimos años en un transportín, estaban tumbados con el vientre hacia abajo y las patas recogidas, me imagino que para mantener el equilibrio mientras son desplazados. El que traías, sin embargo, estaba tumbado de lado. Sus pupilas no estaban dilatadas, así que no estaba intoxicado. Debía tener alguna afección interna, creo que intestinal por la postura.

-…Si… Bueno -dijo Simón extrañado-. Tenía una hernia. Lo he operado de urgencia…

-Simón. Eres cirujano de animales. Ayúdame por favor.

-Herminia. No estoy cualificado para operar personas. Y mucho menos hacer intervenciones cerebrales. Creo que debería de llamar a las autoridades.

-No sé qué me está pasando Simón. Pero solo sé que debería confiar en ti exclusivamente. Algo en mi interior me lo dice, y no entiendo el porqué. Yo no creo en el destino, pero ya son demasiadas casualidades a estas alturas. Por favor Simón… No estoy loca, sé que no lo estoy. Ayúdame.

-No lo sé Herminia. También siento que debería echarte un cable, pero estas no son formas. Vete a casa, descansa.

Ambos se intercambiaron el número de teléfono y Herminia volvió a su casa. No esperaba volver tan pronto, y menos después de la locura que estuvo a punto de cometer. De aquella clínica había salido con la capacidad de recordar cualquier cosa, no sabía qué le estaba pasando. Ella creía que tenía que ver con ese fragmento. Además, el sueño que tuvo fue muy vívido, tenía un hermano, pero ¿Porqué no se acordaba de él?.

Envuelta en esos pensamientos abrió la puerta de su casa. En el salón estaban sus padres muy preocupados, acompañados por un doctor mayor y dos celadores enormes vestidos de blanco. Un momento, en la furgoneta que había aparcada a las puertas ponía “Clínica las Encinas”. Tener una memoria tan prodigiosa era una maldición, porque Herminia recordaba que la clínica era de psiquiatría.

La joven no supo que decir cuando los celadores se le acercaron lentamente como si fuera peligrosa.

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