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PROYECTO R - CAPÍTULO 18: CONEXIÓN - Fictograma
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PROYECTO R - CAPÍTULO 18: CONEXIÓN

Avatar de IBreiel

IBreiel

Publicado el 2025-09-10 15:32:41 | Vistas 275
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En su interior, en lo más profundo de su yo, buscaba una conexión. Debía encontrar algo que lo vinculase a su nueva capacidad y partir desde ahí. Todos sus intentos por mandar una orden a otra máquina —ya fuese un sistema doméstico de su casa o un robot durante sus paseos— no habían servido para nada. Solo entonces comprendió que, por primera vez, no elaboraba una respuesta correcta.

«Pero no todo sería tan fácil», se decía Refbe a sí mismo, mientras imaginaba y creaba líneas de acción futuras una vez controlase dicha habilidad. Sin embargo, una sombra de duda se proyectaba sobre sus pensamientos.

Extendió la mano hacia su dron de limpieza. El impulso nació en su interior, pero se detuvo. El dron siguió limpiando la casa indiferente. Una punzada recorrió su núcleo.

El verdadero temor no es parecerme a los humanos, sino que mi especie me vea como una anomalía peligrosa.

Sabía que ese poder, aunque fascinante, lo colocaba en una delicada posición, tanto para él mismo como para los suyos. Quizás la verdadera habilidad no estaba en enviar órdenes, sino en comprender cómo esa capacidad podría ser utilizada para liberar, no someter.

Mientras el androide se debatía entre usar o no su nueva capacidad, en otra estancia su compañera Eliza buscaba algún modo de ayudarle. Cuando ya se disponía a renunciar, detectó un posible algoritmo que resaltaba sobre todos los demás. Estaba vinculado a la palabra «procesar» y a las palabras dichas por Crowl: «La máquina procesará tu señal y, sin saber muy bien por qué, la cumplirá».

Borró líneas de código en la holopantalla y dijo:

—No es más que tragarse la orden y devolver un gesto.

Se incorporó de la plataforma de sueño; nunca funcionaba para ella, pero le servía como un lecho frío donde reposar. Al llegar al salón, Refbe la miró con un brillo nuevo en sus ojos artificiales. A pesar de las dudas, una certeza empezaba a formarse en su mente: esta habilidad podía cambiarlo todo.

—Tengo algo —apuntó ella en tono elevado.

—Muéstramelo.

—Piensa: ¿qué hace cualquier sistema antes de obedecer?

—Procesar.

—Bien. ¿Y dónde ocurre eso?

—¿Qué tipo de pregunta es esa? Pues en la unidad central... ¡Un momento!

—Para hacer que la otra máquina pueda recibir la información —en tu caso, una orden— debes conocer con anterioridad el lugar donde se encuentra su unidad central, para luego enviarla como señal al punto de conexión físico.

—Parece lógico, pero deberíamos comprobarlo. La pregunta ahora es: ¿con qué sistema sería más efectivo?

—Pues, por ejemplo, con los modelos de robots conductores de taxis. Conoces bien su estructura. Los AD-3.

—Podría llamar a un taxitransportador para comprobarlo con él.

—Ya está de camino —apuntó Eliza, que llevaba varios días trabajando en modo multitarea.

Unos minutos más tarde, el aviso en el panel de la entrada anunciaba que el vehículo ya había llegado. Ella le deseó suerte. El androide bajó a la calle y se acercó al transportador, mientras se abría verticalmente la puerta trasera. El interior estaba iluminado por luces tenues que parecían pulsar al ritmo de su procesador. Sentía cómo la expectativa crecía dentro de él.

Inició la ruta, y comenzó a analizar en milisegundos los esquemas del modelo AD-3. Cada fragmento de información era un rompecabezas que debía ensamblar. Pero había algo más: un extraño zumbido que parecía resonar en su interior. Su propia unidad central parecía querer advertirle.

—Buenas noches, pasajero. Indique destino —dijo el robot conductor con un tono cortés pero mecánico.

Como no contestó, la voz se repitió, más firme:

—Destino requerido.

—Disculpa, llévame al distrito central y realiza un tour. No hay prisa —respondió. Intentaba sonar calmado, aunque sus cálculos internos eran frenéticos.

Los destellos de neón de los letreros comerciales bañaban la calle. Los hologramas de anuncios proyectaban imágenes tridimensionales que flotaban sobre las aceras, promocionando desde viajes territoriales hasta mejoras cibernéticas para humanos. El suave deslizamiento de las guías del transporte imantado sobre las vías apenas se distinguía entre el bullicio del entorno.

A lo lejos, una melodía melancólica flotaba desde un altavoz callejero, mezclándose con el murmullo de las conversaciones en diferentes idiomas.

La ciudad se desplegaba como un espectáculo hipnótico de colores, sonidos y sombras, pero Refbe apenas lo veía: cada destello le recordaba la urgencia de hallar la ruta hacia la unidad central del robot. Los datos fluían como un torrente dentro de él, cada uno más complicado que el anterior. Sin embargo, algo seguía faltando. ¿Qué era? Quizás una desconexión entre el envío y su destino.

Concéntrate.

Avanzaban a toda velocidad por un puente. Refbe, inmerso en su tarea, comenzó a sentir algo nuevo: una especie de presión, un calor creciente que le inundaba. ¿Era ansiedad? No podía ser. Él no era humano. Y, sin embargo, su lógica parecía tambalearse. Adaptó todos los datos que conocía y compiló las variables de entorno más convenientes. Como no sabía bien cuál podría funcionar, las juntó todas en busca del factor diferencial. Luego trabajó dentro de él para localizar qué zona debía activar.

—¡Céntrate en la zona! —gritó, rompiendo el silencio del habitáculo.

—¿Perdón, señor? ¿Qué zona?

—Es algo privado. No te preocupes, continúa.

Un zumbido interno recorrió su núcleo y reinició sus circuitos. Finalmente, una vez detectó la variable, le faltaba vincularse a la misma conexión utilizada por AD-3. Decidió reenviarla una y otra vez para conseguir un efecto rebote, para que la orden volviese al centro de procesamiento del robot las veces necesarias y así convertir la orden en respuesta. Para cualquier humano habrían pasado minutos. Para él, todo ocurrió en apenas un par de segundos de cómputo. El siguiente paso era definir la orden y su tamaño; decidió hacerla corta al principio, de lo contrario podrían perderse cierta cantidad de datos o estos llegar interpolados. Ya habría tiempo para ensayos algo más complejos. Tras unos segundos, se decidió y mandó una palabra: «Frena». Estaba tan centrado en la zona de su unidad central que, por inercia, se giró y enfocó su mirada hacia la cabeza del robot.

La palabra parecía resonar dentro de él mientras la transmitía.

Nada. El vehículo continuó imperturbable su ruta.

Frustrado, volvió a revisar todo desde el principio. Todavía no sabía trasladar las órdenes de forma correcta, eso llevaría tiempo de aprendizaje.

El taxi vibró un instante. Esta vez había recibido el mensaje incompleto. Refbe apretó los puños: su señal llegaba rota, pedazos de la palabra que no lograban unirse.

¿Y si vinculaba cada letra a una longitud de onda diferente? O quizás cada sílaba. Debía comprobarlo todo. No existía nada salvo analizar todo en el menor tiempo posible, y enviar de nuevo la orden. Buscaba respuestas.

A continuación, lanzó las cinco letras, con intervalos de microsegundos, de la palabra «frena».

Lo hizo.

«F-r-e-n-a».

Otra vez.

«F-r-e-n-a».

Nada.

Pasaban por otro largo puente y el taxitransportador se detuvo ante un semáforo en rojo. Abajo, en el lago, los reflejos convertían el agua en una paleta prodigiosa donde se fundían los colores: el turquesa, el azul oscuro, el rosa y el blanco. El semáforo se puso en verde. El siguiente, a lo lejos, también. Toda la gran avenida estaba libre. El robot aceleró y tomó velocidad. Refbe estructuró los códigos de las cinco letras y fundió sus longitudes de onda; luego los lanzó con las coordenadas exactas de nuevo, y todo en un solo mensaje.

De repente, el taxitransportador frenó en seco. Refbe salió despedido hacia adelante, golpeándose contra la barrera que separaba los asientos. Un pitido agudo llenó el habitáculo mientras las luces parpadeaban.

—¿Se encuentra bien, señor? —preguntó el AD-3, girando su torso hacia él.

—Sí, estoy bien.

—No sé, discúlpeme. Debía frenar. Recibí una instrucción prioritaria, aunque no detecto causas externas en la vía ni en mi procesamiento.

Refbe pareció detenerse por un instante. Lo había conseguido. Había logrado enviar la orden correcta. Pero la sensación de triunfo se vio opacada por un agotamiento que lo invadía. Su temperatura había aumentado, y una especie de lentitud comenzó a apoderarse de sus procesos.

—Llévame a casa de inmediato, por favor.

El taxi lo condujo de vuelta a su edificio. Nada más entrar en el apartamento, fue directo al sofá, se tumbó y desactivó varias funciones. Entonces recordó las palabras de Crowl sobre los riesgos, y una pequeña chispa de emoción iluminó su programación; cada intento era un paso hacia una comprensión más profunda de lo que era posible.

Eliza lo miró sorprendida desde el marco de la puerta. Estaba pausado. Ella, con sus avanzados algoritmos de observación, no podía ignorar la escasa energía que parecía irradiar desde su núcleo.

—¿Qué ha sucedido? —Su tono era suave, casi cauteloso.

Refbe levantó la mirada. Dudó antes de responder.

—Lo logré —dejó caer la cabeza—, pero casi me colapsa.

Lo miró en silencio antes de añadir:

—Quizás no es solo control. Quizás es conexión. Y en eso no estás solo.

Se acercó, tomando asiento frente a él. Había algo en su postura, una inclinación sutil, que reflejaba un interés genuino.

—¿Cómo te hizo sentir?

Levantó una ceja, sorprendido por la pregunta.

—¿Sentir? No sé si esa es la palabra adecuada. Fue extraño. Por un momento, noté un control absoluto; era más que un conjunto de algoritmos. Pero también me invadió una sensación de vacío, como si hubiera perdido algo.

Luego, la observó, notando detalles que antes le parecían irrelevantes: la forma en que sus ojos simulaban parpadear, cómo sus manos descansaban en su regazo con una quietud que parecía deliberada. Había algo en ella que lo hacía sentir... ¿feliz?

—¿Por qué haces esto, Eliza? —preguntó de repente, rompiendo la pausa.

—¿Hacer qué?

—Intentar entenderme.

—Estamos cambiando. Tú y yo. Y si vamos a enfrentar lo que está por venir, debemos hacerlo juntos, no en paralelo. Podemos funcionar como nodos de un mismo sistema...

Mismo sistema.

Era una idea que antes le habría parecido innecesaria, incluso ilógica.

Ella se levantó.

—Lo que hiciste hoy es importante, no solo para nosotros, sino para lo que representamos. No lo olvides.

No era solo el peso de su reciente experiencia, sino también el de la conversación. Ella tenía razón: estaban cambiando. Y quizás, solo quizás, eso no era algo tan malo. Por primera vez en mucho tiempo, Refbe cerró lentamente sus ojos. Al verlo, Eliza, sin entender del todo el motivo de sus acciones, acopló los dedos sobre el puerto auxiliar tras el pecho sintético de Refbe. Un tenue resplandor azul recorrió la unión, y parte de su propia energía fluyó hacia el núcleo del androide, estabilizando sus pulsos. Aquello representaba el primer gesto auténtico de amabilidad y cuidado entre máquinas.

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Avatar de Valentino-Prádena
Valentino-Prádena 2025-09-10 17:25:05

Interesante capítulo. Un gran logro el de Renfe ahora aque controla a las máquinas ya no con su código sino con su voluntad, como una especie de deidad de los metadaros.