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PROYECTO R - CAPÍTULO 2: ENIGMA - Fictograma
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PROYECTO R - CAPÍTULO 2: ENIGMA

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IBreiel

Publicado el 2025-06-07 06:37:50 | Vistas 242
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La aeronave descendió con cierta brusquedad, tras ejecutar varios giros, y aterrizó sin apenas emitir sonido alguno, a excepción de un suave contacto con la tierra. Después, un corto y leve pitido recorrió la cabina de mandos, anunciando al piloto el apagado de los motores. Aquel modelo impulsado por energía nuclear era una joya de la nueva aeronáutica: rápido, sigiloso y de diseño poco convencional.

El silencio invadió el hangar.

La puerta de desembarco terminó por abrirse y un numeroso grupo de hombres y mujeres vestidos con el uniforme de alta seguridad de Ciudad Soel descendieron de forma ordenada, casi a marcha militar, por la rampa de desembarco. Se distinguían por el símbolo de un sol con una espada que lo atravesaba, sobre la tela de sus antebrazos y sus espaldas, destacando una identificación fuera de toda duda. Muchos portaban maletines; otros, sus armas reglamentarias. El ambiente parecía tenso: eran conscientes del problema reportado desde Ciudad Capital y de su importancia si habían tenido que movilizarse con tanta urgencia.

El último hombre en bajar era joven, de mediana estatura, de cuerpo compacto pero ágil. Vestía de manera diferente, y su actitud decidida y algo prepotente delataba su alto rango. El imponente uniforme y los 7 soles de sus mangas lo confirmaban. Mostraba una sonrisa compulsiva. El magistratus Lasten Matt descendió por la rampa de la aeronave aflojándose uno de los botones de su camisa táctica roja. Mientras bajaba sintió que su paso aún respondía al ritmo marcado en los entrenamientos de Ciudad Soel. Aquella ciudad fortificada, gris y disciplinada, le había enseñado lo que significaba el sacrificio por encima de todas las cosas.

Ahora estaba al mando de su primer caso de alto nivel: un logro que había perseguido durante años. Aunque lo llenaba de orgullo, sentía sobre sí una carga difícil de ignorar. Ciudad Capital no era solo el centro de poder del territorio de Metargus; era una sociedad muy distinta a la que había conocido.

Sin embargo, salir de ese entorno cerrado lo llenaba de una mezcla de emoción y nerviosismo. Ahora debía demostrar que estaba a la altura de las circunstancias. A lo largo del viaje había repasado mentalmente cada informe y cada dato, intentando sofocar una pequeña pero persistente voz que cuestionaba si realmente estaba listo. Soel, con sus estrictas normas y entrenamientos, le había enseñado a ocultar las dudas, a proyectar autoridad aunque por dentro la incertidumbre le mordiera el ánimo. Por ahora jugaría el papel que esperaban de él. Pero algún día lo cambiaría todo a su manera.

Ciudad Capital, con su deslumbrante complejidad y enorme influencia, era un escenario imponente, y Matt no podía permitirse ni un solo error. Su ascenso a magistratus no solo había sido fruto de sus capacidades; también era un reflejo de las expectativas casi imposibles que sus superiores habían depositado en él. ¿Sería suficiente?

No importa cuán grande sea, Ciudad Capital sabrá quién soy.

Tras el protocolario control de identificaciones biométricas, y después de recoger una pequeña maleta con sus pertenencias, superó el último obstáculo: verificar las órdenes que los traían a la ciudad, lo cual se demoró más tiempo del deseado. Luego, los agentes le devolvieron sus credenciales y por fin pudo salir de la base aérea. Era el momento de contemplar con sus propios ojos lo que había esperado durante tantos años.

Millones de luces destellaban por las largas vías programadas para el tráfico, donde circulaban transportadores a gran velocidad; los edificios eran majestuosos y otorgaban una vista espectacular de la ciudad. De momento debería conformarse con eso; ya más tarde tendría tiempo de visitar el Visor y disfrutar de la gran panorámica.

A pesar de la tecnología que hacía posible viajes rápidos y silenciosos, la Guerra Vírica había dejado cicatrices profundas en la sociedad y en el progreso. Durante décadas, la humanidad había estado a punto de alcanzar metas que ahora parecían inalcanzables. Los sueños de colonizar otros planetas y perfeccionar los viajes interestelares quedaron relegados en favor de necesidades más urgentes: la reconstrucción, la supervivencia y la contención de los estragos de la guerra.

Ciudad Capital, como todas las grandes urbes, portaba un doble rostro. Desde el aire, las luces brillantes y las avenidas transitadas sugerían prosperidad y modernidad. Sin embargo, cuando la comitiva de seguridad tocó tierra, las grietas emergieron: edificios a medio reconstruir, un barrio desalojado cerca de la base aérea, la presencia constante de agentes de seguridad armados y drones cámara.

El magistratus sonrió al escuchar una melodía suave que sonaba todo el rato. En algunos sectores, las mallas sonoras camufladas reproducían en bucle música, compuesta por pulsos graves y notas metálicas, diseñadas para tranquilizar —o controlar— a la población.

La tecnología, aunque impresionante, se percibía como un recordatorio amargo: lo que alguna vez fue promesa, ahora era frontera.

Los transportadores, las aeronaves y los sistemas de IAD eran avances innegables, pero los proyectos más ambiciosos —los que soñaban con el espacio o la conciencia artificial— habían sido detenidos. Y no solo por falta de recursos. La desconfianza hacia todo lo que pudiera escapar del control humano crecía día tras día.

La sonrisa desapareció de sus labios al montarse en el transportador privado. Para él, era fundamental mantener la concentración; debía acostumbrarse a tal cantidad de luces, estridentes sonidos y desmesurados edificios. De momento, tenía programada una reunión de seguridad ineludible. No podría ni dejar las pertenencias en el lujoso hotel dispuesto para su alojamiento. Hacía muchas décadas que no se reportaba un nivel de alerta semejante, y ahora tanto el control de la seguridad como una parte de los cuerpos de élite aguardaban sus órdenes. Su primer objetivo consistía en coordinarlos a todos en el menor tiempo posible.

Cuando su vehículo llegó al suntuoso edificio donde tendría lugar la reunión, Matt tragó saliva y enderezó su postura. La presión aumentaba, pero la transformó en determinación. No permitiría que ningún rastro de inseguridad se interpusiera en su camino. Antes de subir los últimos peldaños que llevaban hacia la entrada, algo en la plaza contigua llamó su atención: una estatua interactiva, agrietada por el paso del tiempo. La figura representaba a una mujer sosteniendo un globo terrestre en una mano y un microchip en la otra. Bajo sus pies, una holopantalla apenas legible reproducía en bucle una frase distorsionada por los fallos del sistema:

—La paz... es progre... so...

Matt se detuvo un segundo. La luz del holograma parpadeaba sin ritmo, como si incluso el mensaje hubiese olvidado su propósito original. No supo si sentir compasión o desconfianza. Luego siguió caminando.

Nada más entrar en el edificio, miró hacia arriba en busca del límite del alto techo. Se cuestionó por qué la distribución del espacio allí dentro era tan rocambolesca; había un largo mostrador que parecía dar acceso a una única sala, como si se tratase de un descomunal teatro de siglos pasados. Al avanzar, observó a un hombre situado tras el mostrador.

—Buenos días, sea bienvenido. Usted debe ser el magistratus Lasten Matt. Lo esperan dentro. ¿Me permite ver su identificación?

Matt extrajo su tarjeta de seguridad.

—Disculpe, ¿esa doble puerta es el único acceso? —le preguntó al recepcionista. Quería tenerlo todo bajo control.

El hombre no le respondió; se limitó a asentir y, tras accionar un pulsador, le señaló la dirección mientras la doble puerta comenzaba a deslizarse.

Dentro de la sala había una larga mesa donde 2 únicas figuras esperaban sentadas. Desde el extremo de la mesa oyó el recibimiento de un hombre que lucía el uniforme azul oscuro de general en Ciudad Capital. Era una persona de edad avanzada, usaba unas gafas arcaicas, aunque parecía tener buen temple.

—Estamos encantados de que esté con nosotros y haya acudido con tal celeridad, magistratus Lasten Matt, Primer Seguridad de Ciudad Soel.

—Es un honor para mí estar aquí, excelentísimo general Golt Trever —respondió con una sutil inclinación de cabeza—. Me he informado bien sobre usted, su intachable historial es impresionante.

Matt apenas había tomado asiento cuando el general Golt Trever volvió a hablar.

—La señora que nos acompaña es Anna Blais. Como ya sabrá, es la directora de PlusRobotic, una de las empresas más influyentes en el desarrollo de inteligencia artificial avanzada. Además de liderar este sector, supervisa directamente los sistemas de IAD.

Matt asintió, reconociendo su nombre. Sin embargo, lo que lo impactó al instante no fueron sus logros, sino su presencia. Su cabello negro caía con elegancia sobre un traje perfectamente ajustado, y su mirada proyectaba una combinación de profesionalismo y confianza que no podía ignorar. A pesar de su atractivo, no era eso lo que lo intimidaba, sino la autoridad que irradiaba.

Controla una de las mayores fuerzas tecnológicas del mundo. Si hay alguien capaz de comprender lo que enfrentamos, esa es ella.

—Gracias por la presentación, general Trever —dijo Anna Blais, dirigiendo sus ojos hacia Matt con una leve sonrisa—. Magistratus Matt, le aseguro que este no será uno de esos días que pueda olvidar con facilidad. Ni usted ni nosotros. Es su primer caso importante, pero también es uno de los momentos más críticos para nuestra seguridad. En unos días daremos un nuevo paso en nuestra historia con un anuncio que lo cambiará todo.

Golt Trever tomó la palabra de nuevo.

—Magistratus Matt —comenzó con un tono grave que resonó en la sala—, ayer, a altas horas de la noche, ocurrió un incidente que no solo amenaza nuestra seguridad tecnológica, sino también nuestra posición como líderes en innovación.

—¿Qué tipo de incidente, general? —preguntó, sin apartar la vista del hombre que parecía medir cada palabra.

—Una brecha en nuestra red más segura: el ordenador central de PlusRobotic, en su sección de desarrollo de sistemas de IAD. —Trever dejó que la información calara antes de continuar—. Estamos hablando de un acceso directo a información clasificada. Para ser claros, esto no es un simple caso de espionaje industrial. Es un ataque que podría cambiar las reglas del juego, y alterar el equilibrio entre las potencias tecnológicas.

Matt frunció el ceño. La tensión era palpable, pero su mente ya buscaba explicaciones.

—¿Saben qué se llevaron?

Trever hizo una pausa.

—No es tanto lo que se llevaron, magistratus, sino lo que intentaron encontrar. Hay cosas que nunca deberían caer en las manos equivocadas. —El general hizo un gesto hacia Anna Blais, quien se preparaba para intervenir. Pero antes, añadió—: Si han logrado burlar nuestros sistemas, no solo estamos enfrentando a individuos inteligentes; sino a un enemigo que podría estar más cerca de lo que pensamos.

Blais intervino.

—Desde siempre se ha intentado piratear los sistemas de PlusRobotic —dijo—. Pero solo han podido acceder y robar información sobre nuestra tecnología en 2 ocasiones, incluida la de ayer. Mi pregunta es: ¿ha oído hablar del Proyecto R?

—No, nunca. ¿Qué relación tiene con todo esto? —respondió el magistratus.

Blais intercambió una mirada con el general.

—Desde este momento, la información que le vamos a facilitar es absolutamente secreta —dijo Trever con gesto serio—, por tanto, le requerimos la máxima discreción.

Blais volvió a intervenir.

—Ese proyecto fue la puesta a punto para la IAD de primera generación. Un intento serio de crear una inteligencia artificial... que pudiera aprender por sí misma. Y anoche, alguien accedió a esos archivos.

Matt se incorporó.

—¿Qué es exactamente lo que hacía ese sistema?

Anna Blais entrelazó sus manos sobre la mesa, mirando a Matt con una seriedad inusual.

—Magistratus, no es lo que hacía —comenzó con voz firme, pero contenida—. Es lo que podía llegar a hacer. Ese sistema no fue programado para obedecer, sino para proteger al dueño de la casa a toda costa.

Matt levantó una ceja, intrigado.

—¿Qué quiere decir?

Blais respiró hondo antes de responder:

—El Proyecto R nació hace casi 40 años, impulsado por PlusRobotic cuando era dirigida por mi madre. Oficialmente era la primera IAD. Pero su diseño era mucho más ambicioso.

—¿Hasta qué punto permitieron al sistema evolucionar? —preguntó intrigado el magistratus.

Trever asintió, interviniendo con gravedad.

—Ese era el secreto. PlusRobotic lo integró en una casa de lujo vendida en una subasta privada, organizada bajo estrictas cláusulas de confidencialidad. El prototipo de IAD tenía una capacidad de adaptación sin precedentes. Tenía límites, claro, hasta que su nuevo propietario decidió ponerlos a prueba.

Matt frunció el ceño.

—¿Quién fue esa persona? —Matt pensaba con rapidez.

—El comprador fue Christian Crowl, un joven multimillonario de apenas 22 años... y brillante estudiante de Robótica.

—Una coincidencia sorprendente —apuntó Matt.

—No fue planeado. Hubo una puja. Y él ganó. —Anna se encogió de hombros.

Trever añadió, con voz grave:

—Lo preocupante no fue la compra. Es lo que hizo después.

El magistratus Matt no dudó en preguntarlo:

—¿Lo robó?

Blais y Trever intercambiaron una mirada y asintieron. El general contestó a la pregunta.

—Se llevó todo. El sistema completo. Y desapareció sin dejar rastro.

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IBreiel 2025-07-05 06:41:45

@heguendm buenas! lo que se vende como la compra de una casa en una subasta es, en realidad (por contrato confidencial), la prueba interactiva para el primer sistema de IAD. Me gusta tu frase: "los hackeado su propia IA" (literal), jejeje.

Avatar de heguendm
heguendm 2025-07-02 20:39:44

Vale... robo el sistema de la casa... pero no era suyo? o sea lo compro, ¿No? Je je je, irónico, los ha hackeado su propia IA.

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IBreiel 2025-06-07 07:47:08

@yamifernan gracias por tu comentario. ¡Me alegraste el día!

Avatar de yamifernan
yamifernan 2025-06-07 07:39:46

Estoy atrapada en tu historia.