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La peregrinación - Fictograma
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La peregrinación

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Samjkl

Publicado el 2025-07-03 05:31:57 | Vistas 146
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Hoy es el día en que puedo pedir mi mayor deseo. Me han dicho que el Señor de Malpa es el único capaz de lograrlo. Él ha hecho milagros: curó a mi prima Sofi de su asma, ayudó a mi abuelito a levantarse de un derrame cerebral, hizo que mi hermano pasara su examen de la universidad y que mi primo Iván apareciera al día siguiente de perderse.


 Dicen que lo único necesario es caminar, cada 25 de abril, desde mi pueblo hasta Malpa. Según mi abuelito, son sesenta kilómetros. Suena lejos, pero no importa: todo sea por pedir mi deseo. 

 Primero hay que ir a misa en la noche. Después, desde la iglesia, comienza la caminata. Debes seguir todo al pie de la letra para que el Señor de Malpa te cumpla el milagro. Van muchísimas personas. Incluso reconocí a varios amigos de la primaria, aunque algunos no viven aquí.


 Yo pude venir por insistirle mucho a mi papá y a mi hermano. No sé cuáles sean sus deseos, pero está bien. Por cierto, hay una regla: por ningún motivo debes contar tu deseo. Si lo haces, no se cumple.

 

 Ya caminando empezó a llover. Siempre llueve ese día. Yo pienso que es una especie de penitencia que pone el Señor de Malpa. Pasamos por varios pueblos donde la gente sale a vernos y a desearnos suerte. Luego llegó una de las pruebas más difíciles: subir el cerro de las Cruces. Ese cerro impone tanto respeto que todos comienzan a cantar alabanzas. Dicen que ahí viven brujas que te hablan o te susurran para desviarte del camino. 

 

 Mientras subía, con la respiración cada vez más rápida, le pregunté a mi hermano cómo se pedía el deseo cuando por fin estás frente a él.

 —Es muy simple —me contestó—. Sólo vas, le besas los pies, pides tu deseo y al final te persignas. 

—Vaya que es cansado subir esto —dije, jadeando.

 —Ánimo. Ya casi llegamos a la cima. Cuando veas una capilla, ahí se para uno a tomar café y pan. 

 

 Por fin llegamos a la capilla. Una señora nos sirvió café. En cuanto la vi, sentí que era una bruja, porque nos dijo: 

—¿Quieren más café o pan? —acercando la jarra con una mano. 

—No, muchas gracias, señora. Es que quedé con mi hermana de vernos en Malpa a las once —le contestó mi papá.

 —O quédense un ratito más. Luego alcanzan a los demás. Atrás vienen otros que les harán compañía. 

—No, señora, de verdad gracias. 



 Mientras insistía, apareció un señor, alto, con el rostro alargado, bigotón, vestido con un impermeable. Se acercó riendo: 

—¡No le hagan caso! ¡Es una bruja! ¡JAJAJAJA! —Se reía tan fuerte que tiró un poco de café. 

—¡Qué bruja ni qué nada, culero! ¡JAJAJAJA! — le dijo la señora un poco apenada.



 Después de eso seguimos bajando el cerro hasta llegar a un pueblo escondido. Me dio curiosidad y pregunté: 

—¿Cómo se llama este pueblo? 

—San Gerardo.  Aquí me gusta porque, cuando vamos de salida, nos regalan tacos de barbacoa— contestó mi hermano.



 Al salir de San Gerardo empezó a salir el sol con mucha fuerza. Pasamos a lo más complicado. Mi hermano decía que era peor que el cerro: el llano de Doña Juana. Caminas y caminas hasta el hartazgo. Parece que nunca se va a acabar. 

 Fue allí donde ocurrió una tragedia. Aprieto el lápiz mientras escribo esto. Me rasguñe un dedo del pie porque no me habían cortado bien las uñas. Aunque iba cojeando, logré cruzar el llano. Al salir había un gran ahuehuete donde nace agua. Allí metí los pies para calmar el dolor. Esa era la última parada antes de llegar a Malpa. 



 Seguimos caminando. De pronto me empezó a sangrar la nariz. La cabeza me dolía. Mi hermano me puso un tapón de papel. Yo seguí, aunque todo se volvió borroso. Lo último que recuerdo es que le pregunté:

 —Oye… ¿ya vamos a llegar? 

No escuché su respuesta, porque me desmayé. 



 Desperté en la camioneta de mi tía, de regreso a casa. Yo iba acostado en el asiento trasero. Mi mamá me untaba alcohol por todo el cuerpo. No dije nada. Estaba devastado. No pude pedir mi deseo. Seguro mi papá y mi hermano estarían enojados conmigo. 



 Cuando llegamos, mi papá me cargó hasta mi cama, me tapó y, en cuanto se fue, empecé a llorar. Me sentí un fracasado. No aguanté caminar los sesenta kilómetros. Mis amigos se burlarían de mí por no llegar. Y lo peor de todo: nunca se cumpliría mi deseo. Dios sabe que lo intenté, incluso cojeando, apoyado en mi hermano. 



 Ese deseo tenía que pedirlo este año. No podía esperar hasta el otro. Ahora sólo me queda el arrepentimiento. 



 Han pasado dos meses. Estoy en el funeral de mi abuelita. Todos lloran. Mi mamá me abraza, aunque si supiera la verdad, tal vez no lo haría. 

A mi mente llegan recuerdos: cuando ella me preparaba mi atole, cuando me daba dinero en mi cumpleaños, cuando me hacía mole. Yo pude salvarla. Si tan solo hubiera llegado, le habría pedido al Señor de Malpa que te quitara ese maldito cáncer. 



 Perdóname, abuelita.

 

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Valentino-Prádena 2025-07-03 08:56:14

Muy buen relato, correctamente ejecutado.