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Tía Paz - Fictograma
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Tía Paz

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Samjkl

Publicado el 2025-08-04 04:36:11 | Vistas 167
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Me levanté con una flojera poco habitual a las 7:30 de la mañana. No era por el horario —suelo madrugar—, sino por un encargo especial: tenía que llevar a mi abuela a visitar a su hermana.

Fui por ella. Apenas se subió al coche, empezó a hablar como siempre: “Antes todo era mejor”, “aquí era pura milpa”. Mientras manejaba, pasamos junto a una casita de adobe, antigua, desentonando entre las demás.

—¿Y esa casa? —le pregunté—. Parece atrapada en el tiempo.

Mi abuela soltó un suspiro.

—Era de mi tía Paz.

—¿Ya no vive nadie ahí?

—No, mijo. Era una viejita que vivía sola. Se casó, pero su esposo murió en la guerra cristera. Nunca tuvo hijos… Ya que lleguemos con tu tía Rosita, te contamos bien.

Al llegar, saludamos a mi tía, que vivía con su hija divorciada y el esposo de ésta. Nos sentamos en la cocina, con café y pan de por medio. En medio de las risas y anécdotas, mi abuela se acordó de la casa:

—Hermana, cuéntale al niño lo de la tía Paz, ¿por qué quedó sola?

—Uy, la tía Paz —dijo mi tía—. Era muy buena gente. Siempre visitaba a mi mamá. Vivía sola, pero se las ingeniaba. Hacía limpias, vendía servilletas, chambres… y nos enseñó a coser.

 

—Nos decía: “Aprendan algo de provecho, para que no dependan de nadie” —agregó mi abuela, con una sonrisa melancólica—. Aunque ya estaba grande, metía el hilo a la aguja como si nada. Comía puntual, como reloj, a las dos. Y esa salsa en molcajete… inolvidable.

—Pero ¿qué le pasó? —interrumpí.

—Yo te digo —dijo mi abuela, bajando la voz—. Era el cumpleaños de mi mamá, tu bisabuela. Me mandó a traer a la tía Paz. Ella contestó apresurada: “Ahorita voy, mija, tengo que hacer una limpia a la hija de doña Julieta, que se le sube el muerto”. Yo le rogué que no fuera. Nunca creí en esas cosas.

—Ni yo —añadió mi tía.

—Al final fue. Llegó, hizo el ritual: sentó a la niña, la sobó con el huevo, le untó alcohol, le escupió… Ya sabes. La tía siempre traía su alcohol en un garrafón, igualito al de agua. Doña Julieta le pidió que calentara agua para café. Ella puso la olla al fuego… y vertió el alcohol.

—¿Y no se dio cuenta?

—No, hijo. El hijo de doña Julieta, bien travieso, había cambiado los garrafones. En cuanto el fuego tocó el líquido, ¡zas! Una llamarada. Se prendió toda.

 

—Dios santo…

—Nadie podía apagarla. Ella sola se lanzó a la pileta. Su esposo la sacó y la llevaron al hospital. Mi mamá fue a verla y nos llevó. ¿Con quién nos dejaba, si mi papá siempre andaba fuera?

 

—No nos dejaban entrar —intervino mi tía—. Pero cuando el policía se distrajo, corrimos. Doña Julieta nos dijo que estaba en el tercer piso. Nos perdimos entre tantas habitaciones… hasta que la encontré. Grité: “¡Aquí está!”

—Al verla —continuó mi abuela—, mi mamá gritó: “¡No, no es ella!”. Pero la tía respondió con voz débil: “Sí soy yo, Juanita. Pásate”. Tenía la cara desfigurada, sin labio inferior, la piel pegada al hueso, los senos en carne viva. Le preguntamos cómo estaba.

—“Mal, hijas. Ya me voy a morir. No paso de esta noche. Cuídense y cuiden a sus niñas. Son bien trabajadoras”, nos dijo. Antes de escucharlas, vi a mi marido en la puerta —recordó mi tía, con la voz quebrada.

Un enfermero nos sacó.

—Esa madrugada —dijo mi abuela, limpiándose una lágrima—, doña Julieta fue a contarnos lo que no queríamos oír: la tía Paz no sobrevivió.

Miré en todas direcciones. También mi tía lloraba. Ahora, cada vez que pase frente a esa vieja casa de adobe, recordaré el rostro valiente de la tía Paz, y su historia, tan viva como su fuego.

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yamifernan 2025-08-04 17:39:31

Pobre tía Paz, tuvo una muerte cruel.