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PROYECTO R - CAPÍTULO 10: FUTURO - Fictograma
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PROYECTO R - CAPÍTULO 10: FUTURO

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IBreiel

Publicado el 2025-07-31 15:13:00 | Vistas 209
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En la sala de control, el magistratus Matt revisaba el holograma del «general Trever». No se sorprendió al notar una ligera distorsión en su voz. Luego el general levantaba una ceja, un gesto inusual en él, en una fracción de segundo demasiado tarde para coincidir con su diálogo.

No es posible que no lo hayamos visto.

Se dirigió a la gran ventana de la sala, observando el horizonte de Ciudad Capital. A lo lejos, las luces de los vehículos se movían como un enjambre de luciérnagas mecánicas. Había fallado. Golpeó el marco de la ventana con el puño.

¿Cómo me he dejado engañar?

Su mente repasaba los detalles de la reciente fuga: las cámaras de seguridad inutilizadas, los guardias y, sobre todo, el momento en que el falso general Trever aparecía y se llevaba al detenido.

—Soy mejor que esto —murmuró, casi como un mantra.

Pero sus propias palabras le sabían a cenizas.

Encendió el comunicador y revisó una vez más el informe. Sabía que había subestimado a Christian Crowl, ese anciano que, a pesar de su edad y recursos limitados, seguía siendo una amenaza constante. Pero el verdadero problema era él mismo. Su orgullo, su obsesión por retener al androide lo habían cegado.

La reflexión fue interrumpida por el tono agudo de una llamada entrante. Era PlusRobotic. Frunció el ceño y aceptó la comunicación. En la pantalla holográfica apareció Anna Blais; su expresión era grave.

—Estamos perdiendo la paciencia —dijo Anna—. El detenido ha escapado. El general Trever está furioso. Esto no solo pone en riesgo nuestra posición, sino que cuestiona nuestra alianza. Necesitamos resultados inmediatos.

Apretó los dientes.

—Estoy trabajando en ello. Los drones han rastreado su señal de localización. Lo atraparemos.

Anna no pareció impresionada.

—Eso no será suficiente. Tenemos una propuesta que podría acelerar el proceso.

—Exprésate sin reservas.

—Hay un prototipo de rastreador en desarrollo en nuestra división de seguridad. Es invasivo, pero efectivo. Necesitaríamos autorización para desplegarlo en todo el territorio.

Sintió una punzada de desagrado. Sabía lo que significaba: una vigilancia masiva, intrusiva, que pondría en jaque no solo la privacidad de los ciudadanos, sino también la ética que juró defender.

—No puedo aprobar algo así sin más, Anna. Esto podría desatar una crisis.

—La crisis ya está aquí.

La llamada se cortó antes de que pudiera responder. Permaneció en silencio, mirando la pantalla vacía, mientras una oleada de frustración y duda lo invadía.

¿Hasta dónde estoy dispuesto a llegar?

Sabía que su reputación estaba en juego, pero también sabía que cruzar ciertas líneas podría convertirlo en algo que siempre había despreciado. Miró de nuevo hacia la ventana. Esta vez, en lugar de abatimiento, sintió un fuego renovado. Si PlusRobotic quería imponerle su visión, la aceptaría, pero tendrían que enfrentarse a un hombre dispuesto a todo para salir victorioso.

Mientras tanto, Crowl y Refbe avanzaban a gran velocidad fuera de las vías programadas. En el asiento del copiloto, Refbe permanecía alerta; sus ojos escaneaban las lecturas en la holopantalla y los alrededores. Crowl, al volante, mantenía la calma, pero el leve temblor de sus manos traicionaba su nerviosismo.

—Estamos casi fuera del límite de la ciudad —comentó Crowl.

Antes de que el androide pudiera responder, un destello de luz roja iluminó desde atrás. Los drones habían detectado su movimiento y activado el protocolo de persecución.

—¡Tenemos compañía! —alertó Refbe y se giró para ver el primer dron, que aceleraba hacia ellos con un zumbido amenazante.

Crowl presionó una sección del panel táctil, activando el escudo protector temporal para accidentes.

—Esto nos dará unos segundos, pero no podemos quedarnos aquí, ¿ideas?

El androide analizó la situación en milisegundos. Evaluó las posibles rutas de escape, calculando probabilidades de éxito.

—Gira en la próxima intersección a la izquierda. Hay un desvío que conecta con el sistema de túneles.

—¿Los túneles de las Montañas Rocosas? —dijo Crowl con incredulidad.

—Es nuestra mejor opción. Confía en mí.

Sin discutir obedeció. El vehículo hizo un viraje en seco, entrando en un pasadizo estrecho, mientras el dron disparaba un pulso electromagnético que apenas rozó el escudo.

—No aguantaremos otro impacto —informó Refbe mientras se inclinaba hacia la consola y manipulaba los controles.

El segundo dron apareció en su radar, acercándose desde una dirección distinta. Refbe, sin dudar, accionó la compuerta lateral y saltó del transportador en movimiento hacia su objetivo. Fue más difícil de lo previsto. Una de sus manos resbaló. Pero no dudó. Con rapidez agarró el dron con la otra, subiéndose encima.

—¿Qué estás haciendo? —gritó Crowl, mirando por el retrovisor.

—Solo conduce. Yo me encargo del resto —respondió Refbe, al tiempo que hundía la otra mano en el dron y lo desactivaba.

Un destello de chispas iluminó el túnel cuando el aparato se desplomó al suelo. En un intento desesperado por esquivar el humo y el fuego, el segundo dron se precipitó contra la pared lateral y explotó.

Refbe, a gran velocidad, saltó de vuelta justo a tiempo para que el transportador atravesara la salida del primer túnel y se adentrara en el siguiente.

—Algún día me enseñarás a hacer eso —dijo Crowl sonriendo, sin apartar la vista del camino.

Refbe miró los desperfectos que tenía en la piel de su mano derecha, luego ajustó el asiento. Utilizó sus sensores avanzados para localizar el rastreador incrustado cerca de su núcleo de energía y generó una señal opuesta para neutralizarlo. Con precisión quirúrgica, empleó sus herramientas internas para modificar el dispositivo sin dañar los sistemas críticos. Antes de destruirlo, envió un pulso codificado que simuló actividad normal, asegurando así tiempo suficiente para evitar a sus perseguidores.

Mientras lo observaba recalibrar su núcleo tras extraer el rastreador, Crowl no pudo evitar una oleada de pensamientos contradictorios.

¿Qué significa ser su creador? Le he dado un propósito, pero ¿puedo enseñarle algo más? Tal vez no deba intentarlo... Tal vez mi papel sea observar cómo supera incluso las limitaciones que le impuse. Pero, ¿y si falla? ¿Y si el mundo no lo entiende y lo destruye?
La mezcla de temor y orgullo lo invadía, una emoción inesperada que lo hacía sentir más vivo y más humano, precisamente al enfrentar el futuro de algo que trascendía lo humano.
Durante el trayecto, Crowl señaló un viejo túnel que se extendía sobre un cañón inmenso.
—Mira eso. Es un testamento de nuestra capacidad para superar la naturaleza.
Refbe analizó el paisaje con su peculiar precisión.
—Y también un recordatorio de lo efímero de vuestras construcciones. Según mis cálculos, el material que usaron ha perdido el 30 % de su resistencia. En unos 8 años, este lugar será intransitable.
Crowl se sorprendió por la percepción de su creación.
—Nunca lo había visto desde esa perspectiva. A veces olvido que, aunque yo te haya construido, también tienes algo único que enseñarme.
—Eso es lo que define el progreso, ¿no? Crear algo que también pueda guiarte.
Crowl configuró el piloto automático, lo modificaba a medida que avanzaban y se encontraban con bifurcaciones. Su plan no concretaba el destino exacto, pero tenía una lista de buenas posibilidades.
Refbe, por su parte, buscó información en su extensa memoria, sección "Evasión ciudades proximales". Lejos quedaba ya Ciudad Capital. No era solo distancia lo que atravesaban. Era el fin de un mundo... y el atisbo de otro.
Ambos se miraron.
—Estoy orgulloso de ti. Lo sabes, ¿no? —murmuró Crowl.
—Fue fácil... hasta que pensé en ti. Entonces todo se volvió importante.
—Las relaciones interpersonales suponen más avances en sí mismas que la acumulación de datos en la memoria. Ese desarrollo te ayudará a identificar patrones e incluso a formular predicciones, quién sabe. Ahora debemos encontrar un lugar nuevo para llevar a cabo esto.
—Te acabo de enviar ciudades seleccionables —comentó Refbe.
Por primera vez en mucho tiempo, Crowl se relajó. El asiento era cómodo y podía configurarse a cualquier posición deseada. Activó su holopantalla. Eran ciudades especializadas, como casi todas en el mundo actual. Las elegidas se centraban más en los aspectos culturales y científicos que en los económicos.
—Estas ciudades que analizaste, ¿por qué no están las más populares?
—Demasiado visibles. Necesitamos un lugar que piense, no que vigile —respondió el androide.
Crowl dejó vagar su vista por la negrura de las paredes del largo y profundo túnel que atravesaban desde hacía bastantes minutos. Cuando salieran de él, habrían dejado atrás las Montañas Rocosas y buena parte de sus problemas; ahora tendrían que centrarse en la consolidación evolutiva de Refbe. Un posible futuro donde humanos y sistemas artificiales autónomos trabajasen juntos se vislumbraba. Juntos deberían ser capaces de solucionar los terribles problemas del mundo actual: los desequilibrios económicos, las hambrunas permanentes, la depresión tras la devastadora guerra. Algo que los humanos aislados no habían podido corregir por sí solos.
Cada vez estaba más convencido de la necesidad de formar esta otra especie, libre y en igualdad de condiciones. Sería difícil. Los humanos, al principio, no la admitiría de ninguna manera, pero transcurrirían las generaciones y la educación daría resultados. Esa sería la solución. Debía serlo. Si no, estarían abocados al fracaso.
Recordó entonces una posible vía de escape alternativa, más compleja pero más segura. Quizás la única factible.
—Necesitamos un lugar análogo a Ciudad Capital, donde la tecnología sea el motor. Quizás deberíamos salir del territorio, salir de Metargus —propuso.
—Es una gran nación, pero es cierto que aquí podrán encontrarnos con mayor rapidez —apuntó Refbe.
—Realiza una nueva búsqueda, a nivel mundial esta vez. El filtro quedará restringido a territorios con una gran evolución científica y, dentro de esos territorios, seleccionaremos ciudades específicas, enfocadas en las ciencias robóticas y el desarrollo avanzado de la inteligencia artificial.
—Enseguida te envío la lista. Si debemos volar, entonces podríamos ir a Ciudad Aérea. Son increíbles las aeronaves que fabrican; tienen, además, el aeropuerto con mayor infraestructura de todo Metargus.
Crowl configuró la nueva ruta sin mirar a Refbe. Era su forma de asumir que no volverían jamás.
Ciudad Aérea era la escala, no el destino. Solo necesitaban permanecer lo justo para coger el vuelo. La búsqueda de posibles destinos apareció en una holopantalla compartida. Ambos observaron con pausa. Murallas. Fronteras cerradas. Todo tenía el eco de la Guerra Vírica. La Tierra había padecido una Tercera Guerra Mundial, más perniciosa esta vez, más inhumana, más biológica.
El nuevo Sistema de Contención Fronteriza Intengral (SCFI) que se impuso tras la muerte de más de 20 millones de seres humanos durante la guerra, debía llevar a la nueva humanidad a solventar sus problemas de supervivencia, beligerancia y contaminación medioambiental. Ese era su objetivo. Ahora cada territorio tenía su propio propósito, pero existía uno universal para todos, uno que siempre prevalecía: el lenguaje de la ciencia.
Mientras se aproximaban a Ciudad Aérea, Crowl activó la base de datos visual. En la pantalla apareció un holograma de la Gran Lanzadera, su núcleo tecnológico.
—¿Sabías que esta ciudad comenzó como un proyecto militar? —comentó.
—Explícame —pidió el androide, ajustando la calibración de su procesador a la altitud.
—Hace un siglo, Ciudad Aérea era solo un complejo de hangares y pistas secretas. Pero más tarde aquí se inventó el primer vuelo autónomo. ¿Te imaginas? De los restos de la guerra nació algo nuevo.
El transportador de última generación, parecía anticiparse a todo. Estaba programado para reaccionar a cambios de presión, viento o tráfico. Las paredes internas se adaptaban para mostrar imágenes relajantes del paisaje, incluso en túneles oscuros, proyectando un cielo artificial. Refbe aprovechó una de sus funciones menos conocidas, el análisis molecular del aire exterior, para identificar rutas óptimas que minimizaran el gasto energético. Crowl observó el panel holográfico con cierta fascinación.
—Este modelo de transporte es más eficiente de lo que imaginaba. Quizá sea más previsor que algunos humanos.
Cuando la ciudad comenzó a alzarse imponente en el horizonte, Crowl sintió un nudo en el estómago. Sabía que estar tan cerca de un centro neurálgico como Ciudad Aérea era un riesgo, pero también su única oportunidad.
—Detecto un aumento en tus constantes vitales —señaló Refbe.
—Es solo que esta ciudad simboliza mucho más que aeronaves o tecnología.
Procesó la declaración.
—¿Temes que nos descubran?
—Lo que más temo es fallarte a ti. Que este proyecto, nuestro viaje, no logre cambiar nada.
El silencio llenó el espacio entre ambos, roto solo por el zumbido del transportador al integrarse a la nueva vía programada.
Ciudad Aérea, situada sobre una explanada inmensa, se distinguía de Ciudad Capital porque, en su mismo centro, se levantaba una montaña cónica enorme. Era una ciudad a todas luces artificial, de estructura metálica y varios kilómetros de altura. En su cima, una especie de niebla de vehículos voladores en continuo movimiento explicaba la agitación y la vitalidad de la urbe. Eso, si mirabas hacia arriba, a su verdadero centro. Desde la base, el enorme tráfico aéreo de aquella multitud de máquinas chisporroteaba. Era otra de las divisas de la ciudad: el sonido, el ensordecedor ruido.
Mientras ascendían, los procesadores del vehículo se adaptaron a los cambios de presión que los ralentizaban. Incluso el androide tuvo que compensar sus leves desequilibrios internos causados por el tremendo incremento de altura. La vía automática por donde circulaban llegó a alzarse completamente vertical.
—Es espectacular, pero no sé si funcional. Los aeropuertos son más operativos en lugares llanos. Por cierto, ¿tu sistema nota algo aquí arriba?
—No. Pero tú pareces más nervioso. Deberíamos quedarnos algún día más de lo obligado por la situación. Me gustaría tener un registro sobre esta sorprendente ciudad.
—¿No estarás pensando en piratear nada no? —dijo Crowl con ironía.
Decidieron quedarse esa noche en el hotel Light Plane, el más cercano a la Gran Lanzadera.
Ya en la habitación, Crowl deslizó un pequeño terminal desde el interior de su abrigo. Las pantallas holográficas se iluminaron con números y gráficos: cuentas bancarias falsas distribuidas en territorios donde aún no se rastreaban sus movimientos. Frunció el ceño al ver que una de ellas había sido comprometida hace poco. Su respiración se aceleró mientras intentaba calcular si tendría suficientes recursos para sobornos y suministros una vez que llegaran a su nuevo destino.
Minimizó la holopantalla cuando sintió que Refbe se giraba hacia él. Por un instante, pensó en lo frustrante que resultaba tener que esconder algo de su propia creación, como si un padre temiera el juicio de su hijo.
—¿Estás bien? —preguntó Refbe con un tono que parecía más humano de lo habitual.
Asintió.
—Solo reviso los preparativos. No podemos cometer el más mínimo error.
—Crowl...
Levantó la mirada.
—¿Qué ocurre?
Tardó más de lo usual en responder, como si buscara las palabras adecuadas.
—Cuando hablas de escapar... de dejar este territorio... proceso algo. Algo parecido a lo que describiste como angustia. Es como si... —Hizo una pausa, buscando una metáfora accesible—. Como si me faltara una pieza esencial para comprenderlo por completo.
Crowl entrecerró los ojos, intrigado.
—¿Angustia? Pero no tienes emociones programadas de esa forma.
—Lo sé. Pero no puedo ignorar que esta sensación persiste. Es como si mi sistema estuviera luchando contra algo que no está diseñado para procesar.
Inclinó la cabeza, observando al androide como si fuera un enigma más complejo que sus propias cuentas falsas.
—Tal vez... eso significa ser más humano de lo que crees. La incertidumbre, el miedo... son señales de que tomamos decisiones que importan.
Ambos reflexionaban en sus propios mundos: uno sobre su misión, el otro sobre su propio destino.
Crowl eligió ese momento para sorprender a Refbe.
—Nuestro proyecto avanza. A mí me esperan aún al menos 30 años de vida. Es lo que me queda para dejarte.
—Pero, ¿a qué viene ese pesimismo ahora?
—A nada. Solo es un hecho: no estaré siempre a tu lado. Además de libre, también debes ser independiente —argumentó Crowl.
Entonces puso un dedo sobre su holopantalla, y un pequeño aviso llegó a la de Refbe.
—¿Qué te parece este territorio?
—Es posible… —respondió Refbe.
—¿Crees que no sabía cuál iba a ser tu elección, yo que lo planeo todo? ¡Nunca infravalores a los humanos!
—Tenías este plan programado desde el principio, ¿verdad?
—Desde antes de saber que lo necesitaríamos.
—Acabo de seleccionar una frase del magistratus Matt. Dijo que, con la ayuda necesaria, no me consideraba un peligro inminente para la sociedad.
—Recordar de manera consciente para profundizar en un recuerdo es un acto muy humano. Sin embargo, ese magistratus no cree en la evolución de la inteligencia artificial.
—Cierto, tiene la mente demasiado programada. ¿Es entonces esta nuestra mejor opción?
—Aunque en cualquier lugar seguirías creciendo y perfeccionándote, necesitamos un entorno con el nivel tecnológico adecuado, donde la robótica sea lo más importante. Antes te he comentado que, en algún momento, ya no estaré, y no puedes quedarte solo. Alguien tiene que permanecer contigo, acompañarte, realizar tu mantenimiento, repararte incluso cuando tú no puedas hacerlo.
Refbe parecía sorprendido.
—Todo se hará a su debido tiempo, Refbe. Trabajaremos en ello.
Crowl lo observaba procesar la nueva idea y añadió:
—Pero no te olvides de lo importante. Debemos ponernos de acuerdo y buscar un objetivo común dentro de nuestras prioridades. Por lo pronto, nos estableceremos e intentaremos colaborar y conectarnos con la gente. Así podremos entender más sobre otros estilos de vida y culturas. También nos relacionaremos con sus científicos; tendrás que asistir a sus universidades para conocer todo lo investigado. Según parece, desarrollan varios programas propios.
—¿Qué esperas que aprendamos allí?
—Primero a convivir sin tener que ocultarnos.
A la mañana siguiente tomarían la aeronave. Y el territorio de Metargus quedaría atrás. Christian Crowl, antes de dormir, giró la vista hacia la silueta del androide, recostado sobre su plataforma en sombra.
Todavía no estoy muerto, Refbe, y es posible que llegue a ver algunas maravillas casi inconcebibles, propiciadas por ti. Luego tú seguirás aquí. Libre. Creciendo, resguardándote de la ambición, protegiéndote de quienes busquen someterte, perseverando. Lo sé. Lo que más envidio, lo que me apasiona y me destroza a la vez, es no prever ni en sueños lo que ocurrirá cuando ya no esté a tu lado.

Luego cerró sus cansados ojos.

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IBreiel 2025-07-31 20:49:50

@Valentino-Prádena, muchas gracias por tu comentario. Lo mejor de recibir opiniones es que te permiten ver tus escritos desde perspectivas que, por ti mismo, quizás no alcanzarías. En este caso, tu observación me ha hecho notar que, en el capítulo 10, la idea de que Ciudad Aérea es solo un punto de tránsito en la historia —utilizado para escapar del territorio— queda diluida entre otros elementos. Añadiré alguna frase directa para reforzar esa intención y dejarlo totalmente claro para el lector. De nuevo, muchas gracias. ¡Un saludo!

Avatar de Valentino-Prádena
Valentino-Prádena 2025-07-31 19:17:46

Se le complica la cuestión al magistrado Matt, quien se ve también sometido a juicios morales. Crawl y Refbe, por otro lado, escapan de manera espectacular y Refbe ha decido Ciudad Aérea para esconderse porque es una ciudad amigables para los androides y humanos. Excelente capítulo.