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El eco de ella - Fictograma
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El eco de ella

Avatar de Ayumi

Ayumi

Publicado el 2025-08-03 01:10:58 | Vistas 184
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Capítulo 1 - Cuando la niebla no responde

La niebla lo cubría todo esa mañana, como si el mundo hubiese olvidado cómo despertar. El bosque, los tejados, incluso la carretera frente a la casa… todo envuelto en un gris espeso que se colaba por las rendijas del alma. Era un silencio raro. No ese de paz. No. Este era denso. Incómodo. Como si algo o alguien estuviera conteniendo el aliento.

Amelia no estaba.

Eso fue lo primero que pensó Julián cuando se levantó y encontró la cama fría. Las sábanas aún tenían el olor a lavanda de ella, pero ya no su forma. Ni su calor. Ni su rastro.

Pensó que estaría en la cocina. O afuera, como solía hacer cuando no podía dormir. Pero no. No estaba en ningún lugar donde debería estar.

Y entonces lo sintió. Ese pequeño pinchazo en la nuca. Ese que uno siente cuando algo no cuadra del todo, pero aún no se atreve a decirlo en voz alta.

Julián buscó sin pensar. Como en automático. Abrió puertas, dijo su nombre, miró debajo de camas aunque sabía que era estúpido. Incluso revisó el cobertizo, donde nadie iba desde hacía meses.

Nada.

Lo único que encontró fue el celular de Amelia sobre la encimera. Silencioso. Con la pantalla negra. Como un cadáver de sí mismo.

Ella nunca salía sin su celular. Era su talismán. Su escudo. Su única forma de estar “conectada” sin estar realmente disponible para nadie.

Y entonces entendió.

Algo no iba bien.
Nada estaba bien.

Los primeros en llegar fueron los patrulleros del pueblo. Jóvenes, nerviosos, demasiado lentos para el temblor que ya se había instalado en las manos de Julián.

- Señor Ortega, ¿cuándo fue la última vez que vio a su esposa? preguntó uno, con la voz tan monótona que casi parecía burla.

- Anoche. Se quedó dormida a mi lado. Tenía frío. Como si no pudiera calentarse.

- ¿Y discutieron?

- ¿Qué? No. Bueno, discutimos casi todos los días. Cosas normales. Ella… últimamente estaba distinta.

- ¿Distinta cómo?

Julián apretó los puños.

- Como si estuviera aquí, pero no. Como si ya se hubiese ido hace rato, pero su cuerpo seguía atrapado. ¿Tiene sentido?

El policía anotó sin levantar la vista.

Claro que no tenía sentido. Pero era la única forma de describirlo. Amelia no había desaparecido ese día. Se había ido en pedazos mucho antes. La risa primero. Luego el brillo en los ojos. Después, las palabras. Y por último, el sueño.

Cuando el FBI llegó, todo cambió.

No fue por el traje elegante ni por el aire de suficiencia. Fue por la mirada. La de él.
Agente Elias Rivas.
Pelo desordenado, ojeras de insomnio eterno, y una manera de escanear a la gente como si pudiese leer los pensamientos en desorden.

No saludó. No sonrió. No preguntó cosas suaves. Fue directo.

- ¿Quién era Amelia para usted, señor Ortega?

- ¿Qué? Era mi esposa.

- No pregunté eso. Le pregunté quién era. ¿Qué sabe de ella más allá de lo que vivieron juntos? ¿Cuántas versiones de Amelia conoció? ¿Cuántas ocultó?

Julián tragó saliva.

Y ahí lo tuvo claro: el agente no creía en desapariciones “casuales”. Él creía en secretos.

Y tenía razón.

Porque Amelia no era sólo su esposa.
Era madre. Amiga. Hermana. Pero también tenía un diario escondido que Julián había encontrado una vez y nunca se atrevió a leer.
Amelia escribía cuando no podía hablar. Y en los últimos meses, había estado escribiendo mucho.

La noticia voló como un murmullo en iglesia pequeña. De esos que empiezan en el fondo y se esparcen por las bancas hasta contaminar todo.

Amelia desapareció.
Y nadie, absolutamente nadie, se sorprendió.

La vecina del 12, Clara, juraba que la vio salir la noche anterior. Con un abrigo largo, mirando hacia la carretera.

- Parecía ida… como si estuviera siguiendo una voz que sólo ella escuchaba.

Otro vecino decía que la había visto en la gasolinera días atrás, comprando mapas.
¿Mapas?
¿Quién compra mapas en pleno siglo XXI?

Y luego estaba la señora Rosa, la dueña del vivero, que solía conversar con Amelia cuando iba por lavanda fresca. Ella decía que Amelia hablaba de voces, de recuerdos que no eran suyos, de lugares que sentía haber visitado en sueños.

Y entonces la versión “suicidio” tomó fuerza.

Pero no había carta. No había cuerpo. No había un puente cercano. Nada.

Esa noche, Julián entró al cuarto de las niñas. Estaban dormidas. Las dos, en la misma cama, abrazadas como si supieran en el alma que algo se había roto para siempre.

Una lágrima le resbaló por la mejilla.
No la limpió.
No tenía sentido.

Tomó el osito de peluche que Amelia había cosido a mano años atrás. En el cuello del oso, una etiqueta con el nombre: “Lía”.
Pero al tocarla, algo crujió.

Era una nota.
Oculta entre las costuras.

Con manos temblorosas, la abrió.

“Si alguna vez desaparezco, no busques en la superficie. Escucha lo que no se dice.
Lo inevitable no siempre es lo que parece.
- A.”

Julián sintió que el mundo se abría en dos.

Porque esa nota no parecía escrita por una mujer que huía.
Ni por alguien que se quitaba la vida.
Parecía un mensaje.
Un eco.

Uno que apenas estaba comenzando.


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Avatar de yamifernan
yamifernan 2025-08-03 09:08:03

Muy interesante. Me he quedado con la duda de qué pasó con Amelia. También tengo miedo de que seres de inframundo la hayan raptado. Muy bueno este capítulo.