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El eco de ella - Fictograma
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El eco de ella

Avatar de Ayumi

Ayumi

Publicado el 2025-08-04 00:36:12 | Vistas 163
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Capítulo 2 - Las cosas que no se dicen

El papel crujía entre sus dedos como si llevara siglos esperando ser leído. Era delgado, amarillento, doblado con tanto cuidado que parecía más un susurro que una advertencia.

Julián volvió a leer la nota, una, dos, tres veces. Cada palabra, cada espacio en blanco, le parecía un acertijo:

“Si alguna vez desaparezco, no busques en la superficie. Escucha lo que no se dice.
Lo inevitable no siempre es lo que parece.
- A.”

Se sentó en el borde de la cama, con el peluche entre las manos, mientras sus hijas respiraban lento, ajenas al abismo que se había abierto en casa. Una parte de él quería despertar a Lía y preguntarle si sabía algo, si había escuchado algo extraño. Pero otra la más racional, la más rota, sabía que no tenía derecho. No aún.

Porque si Amelia había dejado esa nota, entonces sabía que algo iba a pasar. O peor: había hecho algo para que pasara.

Y eso lo cambiaba todo.

- ¿Encontró algo más desde anoche? preguntó el agente Rivas al día siguiente, al volver sin previo aviso, sin permiso, sin amabilidad.

Julián le mostró la nota sin decir palabra.

Rivas la leyó en silencio. Luego volvió a leerla. Al final, esbozó algo que parecía una mueca. Ni sonrisa ni disgusto. Algo intermedio. Como un reconocimiento.

- ¿La letra es de ella?

- Sí. Respondió Julián, seguro. Lo sé porque solía dejarme notas en los libros. Pequeñas frases, dibujos, garabatos. Esa es su caligrafía.

- ¿Por qué esconder algo así en un peluche? preguntó Rivas.

Julián lo miró de frente.

- Porque no confiaba en nadie. Ni en mí.

Silencio.

Y luego, como si el aire se hubiera cargado de electricidad estática, Rivas dejó la nota sobre la mesa y sacó una pequeña grabadora de su bolsillo.

- Vamos a jugar un juego, señor Ortega. Usted me dice lo que recuerda. Todo. Incluso lo que parece insignificante. Y yo le digo si me suena a verdad.

- ¿Un detector humano de mentiras?

- Más bien un coleccionista de contradicciones.

Julián cerró los ojos.

- Hace semanas que Amelia estaba rara. Más callada. Se despertaba en mitad de la noche y se quedaba mirando por la ventana. Una noche me dijo que “alguien la llamaba”. Yo pensé que hablaba de su madre. Murió hace tres años. Pero no, no era eso.

- ¿Qué más?

- Empezó a escribir. Mucho. Llenaba cuadernos, hojas sueltas, incluso servilletas. Pero no me dejaba ver nada. Decía que “era demasiado temprano”. Como si todo lo que ponía ahí aún no estuviera listo para ser leído.

- ¿Y usted nunca leyó nada?

- Lo intenté. Una noche, tomé uno de los cuadernos mientras ella dormía. Pero estaba lleno de frases sueltas, símbolos, palabras en otro idioma, como un diario codificado. Me dio miedo.

- ¿Miedo de qué?

Julián tragó saliva.

- De que no reconocía a la mujer que escribió eso.

Rivas apretó pausa en su grabadora. Lo miró con esa expresión suya, la que dolía más que cualquier palabra.

- ¿Dónde está ese cuaderno?

- Desapareció el mismo día que ella.

El día siguiente trajo más niebla. Como si el clima supiera lo que estaba por venir.

La policía del condado encontró algo.

Un abrigo. El de Amelia.

Estaba colgado cuidadosamente sobre la rama de un árbol en las afueras del bosque. No tirado. No manchado. No arrancado.

Colgado. Doblado. Como si alguien lo hubiese dejado ahí para que lo encontraran.

Y dentro del bolsillo, una tarjeta.

No era de crédito. Ni de presentación.

Era una ficha médica.

Amelia Ortega.
Fecha: 17 de julio.
Lugar: Clínica Ravencroft.
Motivo: Evaluación de conducta.
Diagnóstico: Observación adicional requerida.

Julián sintió cómo se le helaba la sangre.

- ¿Clínica Ravencroft? preguntó, confundido. ¿Dónde queda eso?

- A tres horas de aquí. Respondió Rivas, revisando su teléfono. Psiquiátrica privada. Muy privada.

- Yo no sabía nada de eso.

- Quizá no estabas destinado a saberlo.

Rivas fue solo.

La clínica parecía sacada de otro siglo. Paredes grises, personal frío, pasillos que olían a desinfectante y pasado. En la recepción, una mujer de sonrisa postiza lo miró sin parpadear.

- ¿Amelia Ortega?

- Sí.

- Lo siento, pero no tenemos pacientes con ese nombre actualmente.

- No dije que fuera paciente. Dije que estuvo aquí. Hace poco. Para una evaluación.

La mujer dudó. Luego desapareció por una puerta sin decir nada. Minutos después volvió, acompañada de un hombre mayor, con bata blanca y ojos de zorro.

- Doctor Strauss, se presentó. ¿Agente…?

- Rivas. FBI.

- Entiendo que busca a la señora Ortega. Y sí… estuvo aquí. Pero no como paciente. Dijo que venía por curiosidad. Quería ver las instalaciones. Habló con algunos internos. Tomó notas.

- ¿Notas?

- Sí. Dijo que estaba escribiendo un libro. O una especie de investigación personal. Mencionó algo sobre “memorias heredadas” y “ecos que viajan en la sangre”.

Rivas frunció el ceño.

- ¿Y nadie consideró que necesitaba ayuda?

- Al contrario. Nadie aquí olvidará a Amelia Ortega. Porque cuando habló, todos la escuchamos como si estuviéramos bajo un hechizo.

Esa noche, Julián recibió un paquete.

No tenía remitente. Ni sello postal. Solo su nombre escrito con una letra que conocía demasiado bien.

Dentro, una hoja arrancada de un cuaderno. En ella, una frase escrita con tinta corrida:

“A veces, para encontrarte, hay que perderse primero”.

Y abajo… un dibujo.

Era un círculo. Dentro, una espiral. Y en el centro… una figura.

Un rostro sin ojos.

Julián dejó caer el papel.

Porque esa figura… también la había dibujado su hija.

Lía.

💫Gracias por darle play a esta historia que, te confieso, es distinta a todo lo que he escrito antes. Un poco más oscura, más cruda… más real, tal vez.

Si algo te hizo temblar, dudar o sentir aunque sea un poquito, ya valió la pena.
Y si te gustó, ¡me alegro muchisimo!💫

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Con cariño,
Ayumi 🖤




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Avatar de yamifernan
yamifernan 2025-08-04 17:38:10

Esta historia me tiene intrigada. Realmente no tengo idea de lo que va a pasar después. Otras veces puedo intuir algo, pero hoy no.