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El eco de ella - Fictograma
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El eco de ella

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Ayumi

Publicado el 2025-08-08 15:46:15 | Vistas 152
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Capítulo 4- Las Voces que No se Callan

El silencio de la oficina era denso, casi pegajoso. Julián sostuvo la nota con dedos temblorosos, mientras sus ojos recorrían cada palabra como si buscaran algo más allá de lo visible.

“La verdad sangra.”

La tinta roja aún estaba fresca.

—¿Crees que es sangre? —preguntó Rivas, bajando la voz.

Julián no respondió. No podía. Su garganta estaba cerrada, su mente en otra parte. Aquella caligrafía delicada, cada trazo curvado con precisión… era de Amelia. Lo sabía. No había duda.

—¿Dónde está el Dr. Strauss? —preguntó Rivas, ya irritado.

Una enfermera que pasaba por el pasillo se detuvo al oír su tono.

—El doctor… no vino hoy.

—¿Por qué?

—Dijo que no se sentía bien. No dio más detalles.

Rivas cruzó los brazos, desconfiado.

—¿Y el cuaderno que guardaba de la señora Amelia? ¿También está “indispuesto”?

La enfermera dudó.

—Yo… no tengo autorización para entregar nada sin su consentimiento. Lo siento.

Rivas se acercó. No alzó la voz, pero su mirada se volvió filosa.

—Se trata de una persona desaparecida. Y cada minuto cuenta. O me entrega el cuaderno ahora, o volveré con una orden judicial… y preguntas mucho más incómodas.

La mujer tragó saliva. Asintió.

El cuaderno tenía una tapa negra, sin nombre. Las hojas, sin numerar, estaban llenas de garabatos, palabras sueltas, frases repetidas como mantras rotos. Parecía más un diario críptico que un registro médico.

Y sin embargo, Julián sintió que cada palabra le hablaba directamente.

“No me escuchan cuando hablo.”

“No creen que lo que veo es real.”

“El eco se acerca.”

“Ravencroft no cura. Ravencroft es la enfermedad.”



Había dibujos también. Ojos tachados. Laberintos sin salida. Figuras con bocas abiertas, pero sin lengua.

Y al final, una sola frase subrayada en negro:

“Si desaparezco, no busques en la superficie. Escucha lo que no se dice.”

La misma frase de la nota en casa. La misma advertencia.

—¿Crees que Amelia estaba siendo vigilada? —preguntó Julián mientras caminaban por el estacionamiento.

Rivas no respondió de inmediato. Sacó un cigarrillo, lo encendió con parsimonia, y soltó el humo hacia el cielo plomizo.

—Creo que Amelia sabía más de lo que aparentaba. Y creo que alguien no quería que hablara.

—¿Alguien de la clínica?

—Tal vez. Tal vez no. Pero si ella tenía razón, si esto no es solo un colapso nervioso, sino algo más… entonces estamos entrando en terreno muy, muy jodido.

Julián se frotó el rostro. Estaba exhausto, pero no podía detenerse. Ya no era solo su esposa. Era la sensación persistente de que todo estaba conectado: las cartas, los sueños de Lía, los símbolos.

Y esa palabra: Eco.

Esa noche, Julián soñó.

Estaba en un bosque.

Todo era gris, ceniza, como si el mundo hubiese perdido su color. Los árboles eran altos y retorcidos, y el viento susurraba su nombre entre las ramas.

—Julián…

—¿Amelia?

La voz venía de todas partes y de ninguna. Avanzó entre la maleza, hasta llegar a un lago.

El agua estaba inmóvil, como un espejo.

Y allí, en la superficie, vio su reflejo.

Pero no era él.

Era Amelia.

Con los labios cosidos.

Y lágrimas negras bajándole por las mejillas.

Despertó empapado en sudor, con la garganta ardiendo.

A la mañana siguiente, recibió una llamada desconocida.

—¿Julián Martín?

—Sí. ¿Quién habla?

Silencio.

Luego, una voz distorsionada, como de radio mal sintonizada:

—Ella sigue viva. Pero no como crees.

—¿Quién eres?

—Buscá el sótano del ala este. Hay una puerta que no figura en los planos. Allí… ella dejó algo para ti.

Y la llamada se cortó.

Rivas casi se atraganta con el café cuando Julián le contó.

—¿Y pensás hacerle caso a un psicópata anónimo?

—Si hay una mínima posibilidad de que Amelia esté viva…

—Julián, eso puede ser una trampa.

—O puede ser la única pista real que tenemos.

El silencio cayó entre ellos.

Finalmente, Rivas suspiró.

—Está bien. Pero no iremos solos.

Esa tarde, entraron nuevamente a Ravencroft, fingiendo una inspección de rutina. La enfermera del turno de noche no pareció sospechar. Nadie vigilaba el ala este.

Todo estaba en penumbras.

Pasaron por corredores abandonados, habitaciones tapiadas, archivos olvidados. El olor a humedad y desinfectante era casi insoportable.

Y entonces, Julián la vio.

Una grieta en la pared. Apenas visible.

—Aquí.

Tocó los bordes, presionó… y la pared cedió. Se abrió una puerta estrecha, oculta entre las sombras.

Un pasadizo.

Rivas encendió la linterna.

—Por todos los demonios…

Las paredes estaban cubiertas de papeles clavados. Fotografías, informes médicos, recortes de periódico. Todos conectados con hilos rojos.

Y en el centro, una sola palabra escrita con letras grandes:

“EXPERIMENTO.”

Debajo, una foto de Amelia.

Con una etiqueta clínica pegada al pecho.

Paciente 08 - Proyecto E.C.H.O.

Julián se quedó sin aire.

Amelia no había desaparecido.

La habían borrado.


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Avatar de yamifernan
yamifernan 2025-08-08 18:07:40

Siempre me dejas intrigada... Buen capítulo. ¿¿Es el doctor un científico loco?? ¿Qué le ha pasado a Amelia?