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El eco de ella - Fictograma
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El eco de ella

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Ayumi

Publicado el 2025-08-07 01:46:34 | Vistas 186
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Capítulo 3 - Ecos en la Sangre

Julián no sabía cuánto tiempo se quedó mirando aquella hoja. La tinta corrida, el círculo, la espiral, el rostro sin ojos. Todo parecía salido de una pesadilla tejida con hilos invisibles, como si la realidad se deshilachara en sus manos.

Pero lo peor no era el dibujo.

Lo peor era reconocerlo.

—Esto lo dibujó Lía… —susurró para sí, sintiendo que algo se comprimía en su pecho.

Era el mismo símbolo que había encontrado meses atrás, garabateado en la última página del cuaderno de su hija. En aquel momento pensó que era sólo un dibujo infantil, uno de tantos mundos imaginarios que Lía inventaba. Pero ahora, la coincidencia tenía sabor a presagio. A advertencia.

—¿Se lo mostraste a alguien? —preguntó Rivas al ver el dibujo al día siguiente.

—No —respondió Julián—. No quiero involucrar a mis hijas más de lo necesario.

Rivas lo observó en silencio, como si estuviera tomando nota sin papel.

—Ese símbolo... —dijo mientras giraba la hoja entre sus dedos—. Lo he visto antes.

—¿Dónde?

—En un expediente antiguo. Un caso archivado, de hace más de diez años. Una desaparición sin resolver. La víctima también dejó dibujos como este… y notas parecidas. Había muchas teorías: esquizofrenia, delirio místico, sectas. Pero nada concreto. Solo… silencio.

—¿Y qué tiene que ver con Amelia?

—Eso es lo que estoy intentando averiguar.

Aquella tarde, Julián volvió a la habitación de Amelia. Todo seguía igual: su perfume flotando en el aire, la ventana medio abierta, los libros aún desordenados sobre la mesa. Pero había algo distinto.

El silencio pesaba más.

Era como si la casa entera supiera que faltaba alguien. Como si cada objeto la esperara. O peor: como si la casa guardara un secreto.

Buscó en los cajones, debajo de la cama, detrás de los cuadros. Nada.

Hasta que encontró una caja.

Era de madera, pequeña, tallada con símbolos extraños. No estaba cerrada con llave, pero parecía haber estado escondida por mucho tiempo. Dentro, había cartas.

Cartas sin destinatario.

Algunas estaban dirigidas a nadie. Otras, a un tal “Él”. Ninguna tenía fecha. Pero todas compartían algo: una desesperación contenida, como si Amelia escribiera desde un lugar donde el tiempo se deshacía.

“Hay noches en las que escucho voces que no me pertenecen.”

“No sé si estoy perdiéndome o encontrándome.”

“El eco no siempre es de algo que fue. A veces, es de algo que aún no ha pasado.”


Julián sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

Una de las cartas estaba incompleta. Y tenía una palabra subrayada tantas veces que la tinta había traspasado el papel.

“Ravencroft.”

Esa noche, Lía despertó gritando.

—¡No quiere que la encuentren! ¡Papá, no quiere que la encuentren!

Julián corrió a su cuarto. La niña estaba sentada en la cama, con los ojos abiertos de par en par, empapada en sudor. Temblaba. Murmuraba cosas sin sentido. Hasta que lo miró.

Y por un instante, Julián sintió que no era su hija quien lo miraba.

Era otra cosa. Algo más antiguo. Más triste. Como si a través de los ojos de Lía, alguien más lo observara desde muy lejos.

—¿Qué dijiste, mi amor?

—Ella dijo que no es el lugar… Es el eco —susurró la niña, antes de volver a dormirse sin más.

A la mañana siguiente, Julián llevó a Lía a la escuela. Pero su mente no estaba allí.

Todo lo que había ignorado durante años comenzaba a tomar forma: los silencios de Amelia, sus insomnios, las notas cifradas, las miradas ausentes. No eran síntomas. Eran mensajes. Advertencias.

Y todos apuntaban a un solo lugar.

Clínica Ravencroft.

Rivas lo estaba esperando en su auto, a media cuadra. Como si supiera que Julián iría a buscarlo.

—¿Qué encontraste?

—Cartas. Muchas. Y un nombre que se repite. Ravencroft.

—Entonces vamos.

—¿Ahora?

—Si Amelia estaba investigando algo, alguien más podría saberlo. O… haberla silenciado.

El motor rugió como un presagio.

Tres horas después, el auto se detuvo frente a la reja principal. La clínica era más lúgubre a la luz del día. Como si cada ladrillo estuviera impregnado de historias que no querían ser contadas.

Una enfermera los recibió con la misma sonrisa falsa de antes. Pero esta vez, al ver a Julián, parpadeó.

—¿Usted… es el esposo?

—Lo soy —dijo con firmeza.

—Ella… hablaba mucho de usted.

Rivas y Julián se miraron.

—¿Qué decía?

La mujer bajó la voz.

—Que tenía miedo de que la olvidara. Que si algo le pasaba, usted tendría que seguir las pistas. Decía que “la verdad no está en las palabras, sino en lo que no se dice”.

—¿Dejó algo aquí?

La enfermera vaciló. Luego, asintió.

—Un cuaderno. Está guardado en la oficina del Dr. Strauss.

Rivas frunció el ceño.

—Vamos por él.

Pero al llegar… la oficina estaba vacía.

Y sobre el escritorio, solo una nota.

> “Las respuestas no siempre esperan en el mismo lugar donde nacen las preguntas.

Si vas a buscar, hazlo con cuidado.

La verdad sangra.”

No tenía firma.

Pero Julián lo supo en el acto.

Era la letra de Amelia.

Y esta vez, la tinta no era azul.

Era roja.


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Avatar de yamifernan
yamifernan 2025-08-07 10:18:20

Qué buen capitulo. Cada día me deja con más dudas sobre el destino de Amelia.