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EL BOSQUE MITOLÓGICO - Fictograma
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EL BOSQUE MITOLÓGICO

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Antropomaniaco

Publicado el 2025-08-08 11:40:13 | Vistas 217
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—La entrada al bosque cierra al anochecer… tenemos que entrar antes de esa hora y conseguir evitar a los vigilantes —explicó con lentitud Sara.
Todos asintieron.
—Solo así podremos pasar allí la noche… —sentenció.
Jayro no estaba muy conforme con pasar la noche en el bosque mitológico pero sus amigos lo habían logrado convencer para ello. Mas bien forzar, de forma sutil. El verano se haría muy largo sin amigos con los que pasar el rato y no podía permitirse quedarse atrás. Tenía que consolidar aquellas amistades, fuera como fuera.
El grupo de cinco amigos esperaba charlando animadamente a escasos 50 metros, esperando el momento adecuado para atravesar la verja que separaba el bosque del pueblo. Aun había bastante luz. Sara miró el reloj.
21:35
El tiempo apremiaba para adentrarse antes del cierre.
Unos minutos después el guarda se adentró para buscar a los turistas despistados que aún andaban perdidos en el bosque.
Sabían que ese era su momento.
Los cinco arrancaron con decisión: Sara en cabeza, seguida de Bosco, Diora y Jon. Jayro iba el último, rezagado algunos metros.
Al llegar a la puerta observaron alrededor en busca del guarda.
—Vía libre —dijo Bosco.
Todos se adentraron y se ocultaron tras los grandes árboles cercanos a la entrada. Allí esperaron.
Vieron como el guarda apremiaba a tres turistas del bosque para que salieran. Una vez conseguido, echó un último vistazo y cerró la puerta de la verja con llave, justo antes del anochecer.
—¡Sí! —exclamaron al unísono, susurrando, Diora, Bosco y Sara. Jayro y Jon permanecieron expectantes.
Aún quedaban unos minutos antes de que el sol desapareciera.
—Bueno… ¿Y ahora qué? —Preguntó Jayro con resignación.
Sara y Diora se miraron sonrientes.
—¡Vamos a dormir en el bosque mitológico!
—Hay muchas leyendas acerca de este bosque… vamos a comprobar si son ciertas o no —explicó Diora.
Jayro meneó la cabeza y se sentó sobre una gran raíz de un árbol que sobresalía de la tierra. —¿Te refieres a que las figuras de los seres cobran vida? —Preguntó Jon.
Ambas asintieron y sacaron de sus mochilas las linternas y las encendieron.
—¿Qué figuras? —preguntó Jayro, mientras sacaba su linterna de la mochila.
—Es que no has estado nunca en el bosque? —preguntó sorprendido Bosco.
Jayro negó con la cabeza.
Bosco tomó la iniciativa, mientras la luz dejaba de iluminar las copas de los árboles, abandonando el bosque. La penumbra comenzaba a imponerse.
—Durante el día es una atracción. Hay una senda, y por el camino, figuras de seres mitológicos. A la gente le gusta hacer la ruta, sacarse fotos.
—Hay figuras de seres mitológicos que están escondidas por todo el bosque. El reto es encontrarlas —Añadió Diora.
—Son 66 figuras escondidas por todo el bosque… si lo consigues, te dan una insignia. —Continuó Sara.
—No solo localizarlas, te dan un mapa y hay que señalarlas correctamente. Casi nadie lo consigue… están muy escondidas y al anochecer te obligan a salir —concluyó Jon.
—Pero… hay una leyenda —susurró Diara, que pasó a hablar mientras se iluminaba la cara con la linterna— Se dice que los guardias están obligados a sacar a todo el mundo del bosque antes del anochecer, porque... las figuras se despiertan. Caminan por el bosque, buscando a quienes no deberían estar allí…
Jayro atendía con gran interés mientras contenía la respiración.
—Bosco dice que no ocurre nada de eso —Apostilló Sara— Todos lo miraron. Permanecía sentado y con los brazos cruzados, haciendo que su linterna enfocara hacia atrás. Asintió con suficiencia— Muchos vecinos dicen haber oído pasos y voces de noche…
—Hoy por fin vamos a comprobarlo —Finalizó Diara visiblemente entusiasmada.
—Pero… ¿qué buscan? —Preguntó Jayro, aún absorto por la leyenda.
Sara y Diara se encogieron de hombros.
—Al parecer están aquí encerrados, las verjas que rodean al bosque no les permiten salir y —Sara volvió a colocarse la linterna bajo la cara— necesitan carne para comer…
Jayro resbaló de la raíz y cayó de espaldas, asustado por las palabras de Sara.
Todos estallaron en carcajadas. Jayro se levantó rápidamente y sacudió su ropa, limpiándose nervioso, pero volvió a patinar. Jon paró de reír y le ayudó a incorporarse.
—Solo tratan de asustarte… —susurró mientras le ayudaba a volver a sentarse— yo supongo que, si están aquí encerrados, a lo mejor no les caemos muy bien —añadió, con una sonrisa pícara en la cara.
Jayro volvió a sentarse, todavía sacudiéndose la ropa. Intentaba sonreír, pero no le salía.
—¡Silencio! —interrumpió Bosco de repente— he oído algo…
Todos se congelaron. Un escalofrío recorrió su espalda.
El sonido de la brisa entre las ramas se hizo más presente al callarse. Ya no se oían pájaros. De pronto, un chasquido seco rompió el silencio.
Una rama. Después otro. Pasos. Lentos. Irregulares. Alguien o algo se acercaba. Sara y Diora enfocaron sus linternas hacia los árboles con manos temblorosas. Jayro, con los ojos desorbitados, le agarró el brazo a Jon.
—Hay… hay alguien ahí —susurró Diora.
De detrás de un tronco ancho, algo emergió. Una figura encorvada, con la cabeza baja. Las linternas temblaron.
—¡ARGH! —gruñó con fuerza.
Todos gritaron, menos Bosco. Jon incluso se cayó de culo. Y entonces…
Una carcajada. Primero una risita contenida… luego una risa incontrolable. Bosco no podía contener las carcajadas.
—¡JAJAJAJA! ¡Dios, vaya caras! ¡Parecíais unos muñecos de feria! ¡Os teníais que haber visto! —Exclamó entre carcajadas.
La figura se acercó a la luz de las linternas. Era Jeremy, el hermano mayor de Bosco. —Sois unos caguetas —murmuró con una sonrisa burlona, mientras chocaba la mano con su hermano.
Se sentó a su lado y los observó.
—Deberíais estar en silencio y con las linternas apagadas… aún están cerca los guardas. Sara le lanzó una piña seca con toda la dignidad que quedaba en el grupo. Le dio en el hombro. Jeremy se la sacudió con un gesto dramático y una sonrisa pícara, al tiempo que la guiñaba un ojo.
—No tienes gracia —gruñó Diora.
Jayro y Jon rieron, pero con esa risa nerviosa que solo sale para disimular.
Todos se sentaron de nuevo, recuperando el aliento. Apagaron las linternas una a una. La luz de la luna llena se filtraba con dificultad las hojas de los árboles, pero era suficiente. En cuestión de minutos, sus ojos se acostumbraron a la penumbra.
Permanecieron en silencio unos minutos. Solo se oían el ulular de un búho y, de vez en cuando, el leve crujido de alguna hoja movida por la brisa.
Un murmullo de ramas.
Un zumbido lejano. Nada más.
Todos se miraban nerviosos, excepto Bosco y Jeremy que chocaban sus hombros y codos para intentar echar al otro del sitio.
Pasaron varios minutos así, respirando, escuchando, mirando alrededor. Jeremy miró su reloj.
—Son las diez y cuarto —Hizo una pausa significativa—. Ya estamos a salvo.
—¿A salvo de qué? —murmuró Jon, sin mucha convicción.
—Los guardas ya se han ido seguro.
Jayro abrió su mochila. Sacó un enorme bocadillo envuelto en papel de aluminio y comenzó a desenvolverlo, ante la atenta mirada de todos.
—¿Qué? ¿Nadie trajo comida?
Negaron con la cabeza, con miradas casi culpables.
Jayro soltó un suspiro condescendiente y fue ofreciendo trozos de su bocadillo a cada uno. Todos lo aceptaron excepto Jeremy.
—Yo ya cené antes de venir. —Dijo mientras se estiraba, satisfecho y confiado— Por cierto, si vamos a pasar la noche aquí, habrá que moverse. Dormir bajo este árbol gigante está bien hasta que empiecen a caerte cosas encima… Conozco un par de sitios que están bastante bien. Jayro le miró con curiosidad.
—¿Ya has dormido aquí?
Jeremy sonrió con complicidad.
—He pasado varias noches aquí, y no precisamente durmiendo, y nunca ha ocurrido nada… No te habrías creído esas historias de miedo, ¿no?
Soltó una gran carcajada.
—Ya os dije que esas historias son un negocio redondo para el pueblo. Las visitas guiadas, los mapas con las figuras, el concurso de los 66... Todo para mantener esto lleno los fines de semana —agregó Bosco confiado.
Diora guiñó un ojo, sutilmente, a Sara antes de intervenir.
—¿También en luna llena?
Jeremy volteó los ojos y apretó los labios. Unos segundos después se encogió de hombros.
—La verdad que no lo recuerdo…
—¡Oh! A lo mejor en luna llena las cosas cambian… ya se sabe —añadió con misterio. Todos se miraron con desconfianza.
—Una cosa… —intervino Jayro, aún masticando— Si no hay peligro, entonces ¿por qué lo cierran de noche?
Todos se observaron, esperando la respuesta de alguno. Jeremy lo miró con una sonrisa torcida y se encogió de hombros.
—Supongo que quieren evitar que roben las figuras… por eso mismo hay guardas durante el día —Sugirió Jon.
Todos asintieron con ligereza.
—Seguidme, os enseñaré donde vamos a pasar la noche.
Jeremy se levantó y todos los demás le siguieron, sin dejar de comer el bocadillo.
En fila india, avanzaban bajo los árboles, iluminando el sendero con sus linternas, apenas unos pasos por delante. Sus propias sombras oscurecían el camino de forma danzarina.
Diora se detuvo en seco, iluminó a su derecha y escudriño con interés, ladeando la cabeza. Jayro y Jon la adelantaron, pero se detuvieron poco después al notar que no los seguía. La miraron retroceder con la vista clavada en un hueco entre los arbustos.
—Juraría que ahí detrás solía haber una figura de un gnomo… —susurró extrañada.
Los demás también se detuvieron.
—¿Dónde? —preguntó Jon.
—Ahí, tras esos arbustos… Uno con gorro amarillo y un martillo en la mano. Siempre me fijo en él porque es el único con gorro amarillo…
Jeremy volvió sobre sus pasos.
—¿Qué os pasa ahora? —vociferó Jeremy, mientras regresaba con el gesto torcido.
—Diora dice que aquí había una figura —Explicó Sara.
Jeremy examinó la zona.
—No, ahí no había nada. Te estas liando…
—¡Estoy segura! ¡Ahí había una maldita figura! —Gruñó Diora, con la voz temblorosa.
Diora trataó de salirse de la senda para comprobarlo más de cerca, pero Sara la agarró y la detuvo.
—Diora —Intervino Jon—, puede que la hayan cogido para arreglarla… mi tío trabaja restaurando figuras y habitualmente las retiran de la senda.
Diora se relajó ligeramente y se frotó los brazos.
—¿En serio?
Jon asintió.
—Claro… y así es cómo evitan que los turistas encuentren todas las figuras —Dijo Jeremy chasqueando los dedos.
Jon lo miró con desdén.
—Juraría haberla visto ayer mismo… —murmuró Diora sacudiendo la cabeza.
Jeremy y Bosco no esperaron más y retomaron el camino. Los demás los siguieron. Diora lanzó una última mirada fugaz al hueco entre los arbustos.
Allí estaba. El gnomo de gorro amarillo. Quieto. Visible.
Se sobrecogió y se miró de nuevo rápidamente. Ya no estaba.
Tragó saliva. Parpadeó. Definitivamente no estaba.
Ha sido mi imaginación, pensó. Tiene que haber sido mi imaginación. Pensativa, aceleró el paso para coger al grupo.
Caminaron por la senda despacio, observando las figuras mitológicas. Todas inmóviles. Poco a poco fueron tranquilizándose.
—Mira Jayro, ese es un Roblón… un personaje mitológico de la zona —explicó Jon. Jayro iluminó a la figura, observando un pequeño tronco retorcido con rasgos humanoides y un rostro que parecía gritar.
—¡Mira! Allá hay dos Anjanas unidas por las manos… Parecen estar congeladas en pleno forcejeo… como si alguien les hubiera dicho que se quedaran quietas justo antes de acabar —Añadió con sorna Bosco.
Jayro contempló a aquellas hadas de aspecto bondadoso.
No cesaban en su caminar, apremiados por Jeremy.
—Ahí hay dos gnomos más y detrás de aquel árbol debería estar el Ojáncano —Explicó Sara, señalando con su linterna.
Jayro se detuvo y se acercó para ver al Ojáncano. Había oído hablar de él, pero nunca había visto la imagen de uno. Tras girar el árbol iluminó la figura y se asustó. Se trataba de una figura de mayor tamaño que las anteriores. Era un cíclope peludo de larga barba. En sus manos había innumerables dedos. Trató de contarlos, pero se perdió en el número. No cuadraba con ninguna mano que hubiera visto en su vida
Jon se detuvo a esperarlo. Jayro observó durante unos segundos y se giró, caminando deprisa para unirse de nuevo al grupo.
—Allí detrás hay tres duendes, trentis como le dicen por aquí, y esa… es mi figura favorita —susurró Jon— se trata de la guajona, similar a un vampiro, pero con aspecto de anciana. Jayro enfocó y contempló una figura inquietante: una anciana de larga nariz, con capa y un bastón. Tenía la boca abierta mostrando un gran colmillo, en postura amenazante. El temblor de la linterna en su mano hacía parecer que la vieja se movía.
Jayro sacudió la cabeza y apartó la vista. Sospechaba que esas figuras eran menos terroríficas a la luz del día, pero ahora mismo le helaban la sangre.
—Son muchas… imagínate 66. Hay musgosos, nuberos, hombres-lobo,…
Jayro asintió y sonrió más por cortesía hacia Jon, que hacía las veces de acompañante, que por interés. Ambos caminaron con energía para unirse al grupo.
Continuaron caminando unos minutos más, avanzando por el bosque. Llegaron a una zona donde la pendiente aumentaba. Subieron la cuesta, con dificultad, utilizando los árboles como ayuda, pues la pendiente era elevada. Arriba encontraron una zona más despejada. Jeremy señaló:
—Allí.
Todos observaron, inspeccionando con sus linternas. El lugar que señalaba estaba a unos 200 metros, cobijado bajo un enorme sauce llorón cuyas ramas formaban un techo natural que los protegía del relente. El viento apenas movía sus hojas.
Allí prepararon su campamento y charlaron animadamente, mientras bebían cerveza y comían pipas y patatas fritas. Finalmente, Bosco sentenció mirando a Sara y Diora:
—Bueno… ya habéis visto que aquí no hay seres mitológicos que cobran vida… ¿no?
Ambas asintieron sonrientes.
—Yo, sinceramente, me alegro bastante de que así sea… —musitó Diora.
—Yo también —se apresuró a decir Jayro.
Todos se rieron.
Jeremy bostezó.
—Creo que es buen momento para dormir. Mañana habrá que salir del bosque antes de que lleguen los guardas… a las 6 de la mañana…
Todos murmuraron para expresar su disconformidad. Sin demorarse más, se metieron en sus sacos y se dispusieron a dormir.
**
Un ruido despertó a Jayro. Abrió los ojos despacio. Se incorporó y cogió la linterna, iluminó a su alrededor.
No había nada.
Apagó y justo cuando se tumbaba de nuevo vio algo raro. El saco de Diora parecía vacío. Enfocó con la linterna de nuevo. Efectivamente estaba vacío.
—Jon… Jon… despierta.
Jon gruñó antes de abrir los ojos.
—¿Qué pasa? —murmuró aún adormilado.
—Diora no está…
—¡Habrá ido a mear! —Respondió ya con los ojos cerrados nuevamente.
Jayro se tumbó pensativo bocarriba vislumbrando la luna llena entre las hojas del sauce. El aire estaba frio. Exhaló y una nube salió de su boca para desaparecer rápidamente.

**
Poco a poco, lejanas voces se introdujeron en el sueño de Jayro, trayéndolo de nuevo al reino de la vigilia. Cuando tomó consciencia escuchó como Jeremy y Sara intercambiaban frases inconexas visiblemente alterados.
—¿Y dónde coño está si no?
—Tiene que estar dando un paseo…
—¿¡Tú crees que se iba a ir sola, por el bosque, a dar un paseo, de noche!? —escupió Sara, perdiendo el control.
Se sentó y se sujetó la cabeza con ambas manos.
—No lo sé… —respondió Jeremy con los ojos enrojecidos. Al momento se dio media vuelta y caminando sin parar.
Llegó al tronco del sauce y se apoyó, mirando al suelo. Trataba de ocultar su desesperación, pero finalmente apoyó la rodilla en el suelo.
Jayro se incorporó y se sentó agarrándose a sus rodillas. Tardó unos segundos en ubicar la situación: Jon y Bosco permanecían sentados en sus sacos y el sitio de Diora estaba tal y como lo había visto antes de volver a dormirse. Sara sentada en el suelo y Jeremy a unos metros de distancia. Miró su reloj:
Las 00:57.
—Quizá fue a mear y cayó por la cuesta… —dijo con la voz temblorosa.
Nadie hizo aprecio a su comentario.
—Vamos —Intervino Jon levantándose— Vamos a buscarla, ¡todos juntos!
Con decisión cogió su linterna y la encendió. Todos, dubitativos, lo imitaron.
Se pusieron en marcha siguiendo la ruta que habían realizado para llegar al sauce, encabezados por Jon y con Jeremy cerrando el grupo.
Caminaban despacio, iluminando con sus linternas y gritando “¡Diora!” a cada pocos pasos. Poco importaba ya ser descubiertos. Habría sido casi un alivio.
Descendieron la cuesta, penetrando en la zona más espesa del bosque, sintiendo cómo la luz de la luna era menos intensa. El descenso fue tortuoso, la cuesta estaba resbaladiza. Varios cayeron.
Al llegar abajo, reanudaron su búsqueda. No había ni un ruido, ni siquiera búhos o grillos. Solo sus pisadas rompían la quietud de la noche.
Bosco se detuvo bruscamente.
—No puede ser… no, no, no…
—¿Qué? —Preguntó Jon.
—La figura de la Guajona… —dijo Bosco con la voz rota, apenas un murmullo— ¡No está!
El haz de luz revelaba un claro vacío, la tierra levemente hundida, como si algo se hubiese levantado de allí dejando huella.
—Ves… ahí, donde nos la enseñaste antes, no hay nada ¡Mira! —explicó mientras enfocaba con su linterna.
Jon se acercó despacio. Respiró profundamente. Su linterna temblaba. Observó el hueco con temor, cómo si esperara que la figura pudiera aparecerse.
Analizó el lugar, escudriñando cada milímetro, mientras los demás lo observaban en la lejanía, sin parpadear. La desesperación comenzó a crece en Jon, que indagaba por cada hueco y tras cada matorral moviendo sus ramas con brusquedad, buscando a su figura “favorita”.
—Maldita sea… no puede ser. Estaba aquí antes —Balbuceó —¿Era aquí?
Jayro y Sara se encogieron de hombros. Bosco asintió con terquedad.
—¡Ahí estaba! Díselo, Jeremy… ¿Te fijaste antes? ¡Jeremy! ¿Jeremy?
Jon y Bosco se giraron sobre sí mismos.
—¿Jeremy? ¿¡Jeremy!?
Nadie respondió. Ni un crujido, ni una rama rota.
Jon enfocó al grupo buscando al mayor de todos. Los demás miraron a su alrededor sorprendidos. El chico no estaba junto a ellos.
—Pero… cuando… si estaba aquí —Tartamudeó Bosco mientras iluminaba a su alrededor.
—¡JEREMY! —gritó Jayro mirando hacia la negrura del bosque.
Sara se abalanzó sobre Bosco y le golpeó el pecho.
—Cómo esto sea otra de vuestras bromas… ¡Os juro que os acordáis! ¡Imbéciles!
Bosco negaba sin poder zafarse de Sara, que de repente cayó de rodillas y se puso a llorar.
—¡Esto no puede estar pasando…! —gimoteó Sara mientras se dejaba caer de rodillas— Quiero irme de aquí… ¡vámonos de aquí! Por favor…
Nadie supo qué hacer. Porque todos empezaban a pensar lo mismo: ahora no era una broma.
—A mi esto no me pareció una buena idea en ningún momento —susurró Jayro rascándose con nerviosismo.
Fue ignorado por todos, que seguían mirando alrededor extraños.
—Vamos a buscar ayuda… llamemos a los guardas —dijo Jon agarrando a Sara por las axilas para levantarla.
Sara seguía gimiendo.
—¿Qué dices?
—Bosco, hay que buscar ayuda… no sé qué está pasando, pero es mejor buscar ayuda.
Bosco miró hacia la negrura y volvió a mirar hacia Jon que hacia un gesto con la mano.
—Vamos a por ayuda. Ellos encontrarán a tu hermano.
Bosco se quedó en silencio unos segundos, negando.
—Yo no me voy sin mi hermano… —retó Bosco apretando dientes y puños.
—Bosco, vamos a por ayuda y venimos ahora mismo —añadió con tono conciliador Jayro, tocando el brazo de Bosco.
Bosco apartó la mano con brusquedad, alejándose de todos ellos.
—¡Dejadme! Lo buscaré yo solo… —espetó. Y se giró en redondo, dirigiendose de nuevo a la cuesta.
Jayro dio un paso para seguirlo, pero Jon lo sujetó del hombro con fuerza.
—Vamos, hay que buscar ayuda. Volveremos por ellos.
Jayro suspiró y Jon tiró de su brazo con fuerza. Entre los dos agarraron a Sara para ayudarla a caminar. A lo lejos se oían los gritos de Bosco llamando a su hermano.
Siguieron avanzando por la senda, lentamente. Sara parecía haber perdido sus fuerzas y prácticamente se dejaba arrastrar, mientras que Jon y Jayro trataban de avanzar mientras iluminaban el camino.
—Jon —susurró para no llamar la atención de Sara mientras señalaba con la cabeza hacia el bosque —No era ahí donde…
Jon asintió con el rostro rígido y la mandíbula apretada.
—Sí, las Anjanas…. Ya no están… —respondió con la voz ahogada.
Sara no dijo nada. Tenía la mirada perdida, los ojos rojos y la barbilla colgando. Sollozaba en silencio.

Intentaron acelerar el paso, pero el camino se hacía difícil. Avanzaban tropezando con raíces. Cayeron al suelo varias veces. El cansancio comenzaba a hacer mella en ellos. Su respiración era muy sonora, que contrastaba con el estado seminsconsciente de Sara. Cada crujido en la maleza hacía que se giraran, sin saber muy bien que podrían encontrar.
De pronto, iluminaron el lateral en un giro y allí vieron una figura: El gnomo de gorro amarillo.
Sin embargo, parecía diferente. Había algo raro había en él: su gesto no parecía el de siempre, pero estaba donde tenía que estar. Jon y Jayro se miraron extrañados. Al hacer el giro, vieron una sombra inmóvil frente a ellos. Jayro soltó la linterna y al intentar atraparla, Sara cayó al suelo arrastrando a Jon.
En cuanto se repuso, enfocó a la figura con la luz, mostrando a Diora. Quietísima. En medio del sendero. Sin linterna. Sin gesto.
—¿Diora? —preguntó extrañado.
Ella se giró con lentitud hasta mirarlo de frente. Sara levantó la vista, iluminándosele su mirada.
—Hola.
—¿Qué haces? ¿Dónde estabas?
Diora parpadeó una vez.
—¡Diora! —Gritó Sara, recobrando la energía inesperadamente.
Se levantó y corrió hacia ella.
La abrazó con fuerza, pero fue correspondido con una actitud distante.
—¿Diora? —murmuró Sara, soltándola, como si algo estuviera mal.
La figura la miró fijamente. Luego asintió, una vez. Mecánicamente.
—Estoy bien. Estaba dando un paseo…
Sara la soltó y la miró a los ojos con incredulidad.
—¿Qué?
Diora asintió.
Jayro y Jon se acercaron y acariciaron a Diora, que los sonrió con frialdad.
—¿Qué hacéis?
—Vamos en busca de ayuda, vamos a llamar a los guardas.
—No podéis salir hasta el amanecer…
Los tres se miraron incrédulos.
—Jeremy ha desaparecido y Bosco ha ido a buscarlo. Necesitamos ayuda.
Diora negó y los empujó, separándose de ellos.
—No se puede salir del bosque hasta el amanecer.
Jayro se alejó lentamente caminando hacia atrás y Jon le siguió con disimulo. Sara, paralizada, miraba a Diora con incredulidad.
—¿Qué estás diciendo Diora? Aquí pasa algo… tenemos que conseguir ayuda.
Diora negó nuevamente. No dijo nada más. El silencio era aún más inquietante que sus palabras. Sara retrocedió un paso con temor. Diora la recorrió de arriba a abajo con la mirada.
—Diora… —musitó con la voz quebrada mientras los ojos se la enrojecían.
Jayro y Jon ya estaban varios pasos atrás, contemplando la escena sin saber qué hacer.
Y entonces algo tocó a Jayro por la espalda. Se giró y lo vio: el gran colmillo de la Guajona a un palmo de su cara. El colmillo reluciente. Los ojos hundidos. La nariz aguileña. La boca se abrió con lentitud, no había garganta.
Jayro cayó de espaldas con un grito seco y animal, que retumbó en todo el bosque:
—¡AAAAH!
Jon se giró asustado y su garganta ahogó el grito al ver como la Guajona extendía la mano huesuda para agarrar a Jayro. Quedó paralizado presenciando la escena.
Sara también se giró al escuchar el grito. Sus ojos parecieron salirse de las cuencas y chilló, un chillido irracional. Comenzó a alejarse caminando hacia atrás de forma inconsciente. Tropezó y cayó de espaldas. Diora la observaba, impasible.
Intentó levantarse a tientas y notó que algo se movía junto a ella. Giró la cabeza y vio un tronco de roble moverse hacia ella, agitando las ramas como si fueran sus brazos. Parecía deslizarse por el suelo.
Pataleó con fuerza para tratar de levantarse, pero se escurrió, cayendo de nuevo en el húmedo suelo. Abrió la boca pero, atenazada por el miedo, no fue capaz de gritar. Solo pudo contemplar como el Roblón se abalanzaba lentamente sobre ella con las ramas extendidas como garras. Ajeno a ello, Jayro lanzó una patada de forma desesperada que golpeó a la Guajona de lleno, haciéndola caer.
Jayro se levantó como pudo, tambaleante y a trompicones, jadeando. No dijo nada. Solo corrió. Sin linterna. Sin mirar atrás. Sin pensar en los demás.
—¡Espera! —Suplicó Jon— ¡Espérame!
Pero Jayro no escuchaba; corría a ciegas, apartando ramas con las manos, esquivando rocas, tropezando, cayendo, levantándose a trompicones. El bosque se le cerraba encima. Oía el crujir de sus pisadas y sentía su respiración, agitada. Se secaba el sudor de la frente. Solo pensaba en huir de aquel odioso lugar.
Oyó un grito desgarrador que se apagó lentamente. Sin duda había sido Jon. Se detuvo un segundo. Sus ojos se movían incesantes. Los cerró con fuerza y volvió a correr, con más energía aún.
Cuando creía haberse alejado lo suficiente miró hacia atrás para comprobar si lo seguían. Entonces no vio lo que tenía delante. Al volver la vista al frente se encontró con algo grande que no pudo esquivar y con lo que se golpeó. Era algo enorme, duro y peludo. Cayó al suelo con un golpe sordo. Desde allí, con los ojos desorbitados, pudo ver como dos manos monstruosas, peludas, repletas de dedos con largas uñas se cernían sobre él hasta agarrarlo por la garganta. Intentó gritar, pero no pudo. No podía ni respirar. Solo patalear. Sintió como lo levantaban en el aire y entonces vio la cara: un ciclope peludo con la boca abierta de forma amenazante. Era el Ojáncano.
No emitió ningún ruido. Tan solo acercó su cara a la de Jayro, que trataba de zafarse y lo miró fijamente.
Jayro trató de evitar la mirada, pero el Ojáncano le sujetó con fuerza obligándole a fijar su vista en su ojo. Se rindió ante la fuerza del gigante.
Una extraña sensación lo invadió, notaba como su mente penetraba en aquel ser, adentrándose en su mundo, lentamente. Poco a poco cedió en su forcejeo y se relajó.
Allí dentro, navegando por la mente, descubrió que era algún tipo de persona cuya alma estaba atrapada en esa figura.
No sabía cómo, pero entendió que cobraban vida cuando alguien permanecía dentro de las verjas en las noches de luna llena. Esa era su única oportunidad para escapar de aquel confinamiento. Lentamente notó rigidez en todo su cuerpo. Su mente quedó vagando por pensamientos repetitivos hasta que sus ojos pudieron reconocer el paisaje: observaba la senda desde algún lugar apartado de esta. No podía moverse, Rígido, petrificado. Tan solo podía explorar con la mirada. Miró todo lo que le permitía su campo de visión, hasta que entendió pasaba:
«Me he convertido en una figura mitológica del bosque», pensó.
Parecía ser el Ojáncano, pero no podía verse a sí mismo. Tan sólo entendía que estaba colocado en el lugar donde había visto al Ojáncano en el paseo.
El terror invadió su mente, atrapada en aquel cuerpo inerte. No pudo moverse, no pudo gritar, no pudo hacer nada más que contemplar una parte de la senda turística.
Así permaneció. El tiempo pasaba a ritmo de piedra. Inmóvil, sin respirar, sin pestañear, atrapado en una quietud angustiante. Sin embargo, cuando todo parecía igual, algo cambió. Alguien pasó delante, caminando por la ruta. Jayro lo reconoció, era Bosco. Seguía buscando a su hermano, al que llamaba ya con debilidad y desesperación.
—Jeremy… ¿Dónde estás?
Huye Bosco, ¡Huye!, pensaba. No había forma de avisarlo.
Detrás de él, dos figuras emergieron del bosque: las Anjanas. Sigilosas y elegantes; unidas irremediablemente. Su apariencia bondadosa contrastaba con su mirada vacía, como la muerte, y su actitud amenazante. Bosco no era consciente de su presencia. Caminaba y ellas se acercaban, como un cazador, acechando a su presa.
Súbitamente se abalanzaron sobre su espalda y lo inmovilizaron.
Gritó con fuerza, con todas sus fuerzas. Nadie respondió a su llamada, nadie le oía, ni siquiera Jayro, que podía ver cómo abría su boca y su garganta se tensaba, mientras forcejeaba por escapar. Bosco luchó, pero lo inmovilizaron.
Pareció sacudirse de sus captoras, ya que ambas pugnaban entre ellas a la vez que con Bosco. Sintió una leve esperanza de huir, pero pronto fue dominado de nuevo.
Lo inmovilizaron en el suelo y ellas sobre él. Intentaban fijar su mirada, pero Bosco se resistía. Finalmente lo consiguieron y al fijar sus ojos en ellas, gritó de terror. En ese momento, Jayro comprobó como la resistencia menguaba a cada segundo, hasta sucumbir al embrujo para parecer un muñeco de trapo en sus manos.
Lentamente, el cuerpo de Bosco volvió a ganar tono muscular y fuerza, mientras que las Anjanas quedaban petrificadas, sobre él, hasta convertirse, de nuevo, en figuras inertes.
Bosco, ahora distinto, se liberó del agarre de las Anjanas y se incorporó. Miró sus manos, como si fueran nuevas; sus piernas; todo su cuerpo, curioso, como quien acaba de despertarse de un largo sueño y no sabe dónde está. Sus movimientos eran pausados y torpes.
Cogió a la figura de las dos Anjanas pugnando entre ellas, ahora en una postura ligeramente diferente, y las cargó hasta el lugar donde reposaban anteriormente. Él se quedó frente a ellas contemplándolas unos segundos hasta que apareció alguien, de entre las sombras.
Eran Jeremy y Jon, que entraron en la escena. Sus movimientos eran también lentos, tranquilos. Sus miradas eran inexpresivas, ajenas. Los ojos se veían vacíos.
Los tres se reunieron. Dijeron algo entre ellos y se marcharon, caminando en dirección a la salida. Jayro vio cómo se alejaban sin poder hacer nada; nada más que gritar en silencio.
Horas eternas mirando sin poder parpadear, sin poder hablar, sin poder gritar. Quiso llorar, pero no tenía lágrimas.
Finalmente, sintió una luminosidad que bañaba las copas. La luz del amanecer. Pronto el sol empezar a filtrarse entre las ramas hasta inundar todo el bosque y la senda.
Sintió una profunda somnolencia, su vista se nubló y el mundo se apagó… dejándolo solo con sus pensamientos, atrapado en la corteza de un monstruo.
**
Una madre y su hijo paseaban por el bosque, admirando la naturaleza y la senda mitológica. La luz del día entraba a ráfagas entre las copas altas, salpicando las figuras con brillos y sombras.
—Mira, cariño —dijo ella con entusiasmo impostado—, ese es el Ojáncano.
El niño miró, asombrado, sin soltar la mano de su madre.
—¿Y qué hace? —preguntó.
—¡Oh! Es un ser maléfico, ¡temible! el terror del bosque —explicó, exagerando los gestos y con voz grave.
El niño se soltó de su mano y se acercó con pasos cortos. Se quedó frente a la estatua. La observó un rato.
—Mamá… este gigante está asustado.
La madre rio con sinceridad. Se acercó a él y le revolvió el pelo con ternura.
—Anda, anda… ¡vamos!
Y cogió su mano para seguir caminando por el bosque mitológico. Arrastró al niño, que seguía con la mirada fijada en la figura mitológica.

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Avatar de yamifernan
yamifernan 2025-08-08 13:28:02

Qué buen cuento. No le hace falta nada. Saludos.