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LOS NIÑOS DEL PSIQUIÁTRICO, Sujeto número tres, parte seis - Fictograma
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LOS NIÑOS DEL PSIQUIÁTRICO, Sujeto número tres, parte seis

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Zarcancel

Publicado el 2025-08-09 14:18:43 | Vistas 275
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Imposible, había vuelto a suceder. Como una broma macabra de un destino orquestado, otra vez se estaban dando pinceladas de realidad en historias que parecían fantásticas. Lo que estaba flotando en el bote de formol era un gran cráneo abultado y semicalcinado de un ser teratológico. Un humano tan deformado que parecía una rata gigante, tal cual mi abuelo describía en el informe.

Solo le quedaba un ojo intacto, cuya mirada vacía con su gran pupila helaba la sangre. Solo pude dejar de mirar ese horrendo hocico de rata cuando uno de sus incisivos golpeó suavemente el vidrio provocando un leve tintineo. El estómago se me encogió tanto que casi vomité ahí mismo.

Una parte de mí se resistía a creer que lo acontecido en los informes tuviera atisbos de realidad, pero la otra parte se centraba en las pruebas empíricas que experimenté contrastando los informes con los artículos recopilados por mi abuelo. Esta tensión interna provocó en mí una abulia sin precedentes. Me sentía tan vago, estúpido y nervioso a la vez que me quedé en casa acostado sin hacer nada, solo levantándome para comer algo directamente de la nevera y volver a tumbarme. Ni si quiera puse a cargar mi teléfono, que de vez en cuando sonaba desde mi mesilla hasta que se le agotó la batería.

Solo con el apoyo de mi familia pude salir hacia delante. Mi madre y mi novia irrumpieron en mi hogar para abrir las ventanas, regañarme por mi estado y luego animarme. A base de persuasión, Susana, mi pareja, consiguió sonsacarme la causa de mi depresión, y cuando me escuchó, se lo tomó con humor. De todas formas, prometió investigar los detalles desde los archivos policiales, ya que era una mujer policía. En cambio, mi madre me escuchó con mucha atención y sopesando cada una de mis palabras.

Cuando mi novia se fue de la casa, mi madre me dijo una frase que se me grabó a fuego:

“Damián, viniendo de mi padre, es cierto. Jamás documentaba nada que no fuera verídico.”

Solo tardé en espabilarme un día más, y en ese tiempo sopesé las palabras de mi madre con frialdad. Sin embargo, Susana me hizo una llamada extraña a la mañana siguiente. No recuerdo demasiado de la conversación, solo que ella estaba muy nerviosa y sugiriendo que en los datos de mi familia había evidentes irregularidades. No la hice excesivo caso, puesto que no me extrañaba en absoluto. Mi abuelo estuvo estrechamente relacionado con el régimen franquista mientras este duró, no era de extrañar que muchos de los datos estuvieran maquillados.

Mientras decidía si seguir leyendo el informe o no, Susana intentó contactar conmigo un par de veces más, pero sus llamadas siempre se cortaban de manera abrupta. Solo la entendí que tenía que volver a la granja familiar unos días para solucionar asuntos familiares y que seguramente no tendría cobertura. Para mí fue una especie de señal, tenía tiempo para terminar de leer los informes de mi abuelo.

Me costó unos minutos sostener en las manos el dossier, pero acabé armándome de valor. Solo me quedaba la parte final del mismo:

¿Cuál era el significado de esas palabras? Metarraím… En ese instante no caí, pero ya escuché aquel peculiar nombre, pronunciado en el óbito de aquella noble bestia deformada.

-Vaya… -Añadió Javiera- Creía que se iba a regenerar.

-Era imposible -dije mientras me incorporaba y preparaba la cámara fotográfica-. Su cuerpo estaba dañado en extremo. Dime una cosa Javiera, por favor.

-Adelante -dijo la aparente niña.

-¿Quieres matar al hematófago porque te sientes culpable de la muerte de Hammond? ¿Es una mera venganza?

De una manera fugaz, Javiera desapareció de mi campo visual. Amparada por las sombras, solo apreciaba algún sonido en distintas zonas del sotanillo, sin previo aviso, me embistió de frente con furia. Con el impacto, la cámara se disparó sola lanzando una fotografía al aire mientras caía de espaldas. En ese instante de iluminación total pude apreciar su cara, de pupilas verticales cual serpiente y finos colmillos en su boca abierta, dispuesta a atacar.

-Recuerda que para mí sigues siendo un maldito y molesto insecto -dijo Javiera a escasos centímetros de mi cuello-. No tengo porqué explicarte mis motivaciones…

Antes de morderme con violencia la yugular, dijo una serie de palabras en un idioma tan incomprensible que fui incapaz de memorizar o transcribir. El mordisco me dolía mucho, pero a pesar de su cuerpo menudo, me apretaba con fuerza rodeándome con sus extremidades, soltándome en pequeños apretones cada vez que sentía la necesidad de respirar y volviendo a aprisionarme. A la tercera vez que hizo ese pequeño espasmo me di cuenta de que era una técnica para aumentar mi presión sanguínea aprovechando mi respiración y tensión muscular. No duró más de unos segundos en desengancharse y pasar su lengua de una aspereza inaudita por mi cuello. Sentí como mis heridas se cerraban. Antes de si quiera poderme recuperar del mareo, Javiera dijo.

-Algo va mal, la energía que siento es demasiada…

En ese instante caí en que aún estaba sufriendo en mi organismo los efectos de la metanfetamina, pero no me dio tiempo de avisarla. De la nada salió el producto de Hammond capturando a Javiera y corriendo hacia la oscuridad. En seguida mi candelabro se puso de color azulado… Esa cosa estaba produciendo gas adormecedor nuevamente.

Esta vez estaba prevenido. Me levanté en el sotanillo comprobando que a la altura de mi cara la llama se tornaba con su color normal anaranjado. A lo lejos escuché: “¡Serafín, la cámara!”

Sin perder tiempo, fui siguiendo los ruidos de fondo. Eran golpes, impactos y algún chirrido escalofriante que me condujeron a un pasillo de barriles bastante grande. El olor a gas se mezclaba con los alcoholes que emanaban de los barriles rotos. El suelo se inundó rápidamente con cogñac casero, obligándome a colocar en altura el candelabro para evitar un incendio.

Aún estando mareado, cambié la bombilla de la cámara y eché una fotografía hacia las figuras del oscuro fondo. En cuanto el flash saltó, noté como el ser hematófago se retorcía en el suelo, situación que Javiera aprovechó para atacar. Al ver lo efectivo que era, lancé varias fotos más dejándome llevar por la fragancia del éter mezclado con licor.

Estando casi a punto de desmayarme, el sonido cesó. En la penumbra vi como algo se acercaba lentamente hacia mí. Me dio la sensación que iba a morir, pero me reconforté al ver a Javiera avanzar con la cabeza de aquella cosa sujeta bajo el brazo. La aparente niña me arrastró por la pechera a varios metros fuera de la galería. Estaba empapada por el cogñac, y yo me estaba durmiendo. Muy suavemente me dijo al oído:

-Ya está hecho, ahora doctor, usted tiene que morir. Sabe demasiado.

Javiera se volvió a alimentar de mí en mi estado de indefensión. Pese a estar tan debilitado, noté como las lágrimas resbalaban por mis mejillas y mi corazón se ralentizaba ¿Me iba a desangrar sin más?... No, para colmo, en cuanto sació su sed, pude ver perfectamente como sus heridas comenzaban a sanar de manera similar a un lagarto mudando la piel. Encima de mi cara alzó su pie y pude ver por segunda vez expresión en su rostro. Una sonrisa diabólica enseñando los colmillos mientras acumulaba inercia para darme una patada que seguro me aplastaría la cabeza.

De pronto, la voz de un ser celestial me bendijo los oídos con dulzura. Aquella voz dijo:

“Apártate de él, mala pécora”

Un destello brillante de reconfortante calidez impactó sobre Javiera, que estalló en llamas. No me lo podía creer, Dios envió un ángel para salvarme… Más que un ángel, una Mª Ángeles que nos encontró y lanzó su candelabro hacia la aparente niña para salvarme la vida.

Solo alcancé a ver como Javiera corría y se revolcaba en el suelo intentando apagar las llamas, pero en su forcejeo llegó a la galería inundada de cogñac haciendo que aquello ardiera como el infierno.

A base de tortazos, Mª Ángeles me espabiló, y con su ayuda nos alejamos de las llamas buscando una salida.

Al llegar a la superficie, la luz del sol nos recibió triunfantes, acompañada por celadores y enfermeras que estaban llevando cubos de agua apresuradamente para apagar el incendio de la parte más antigua del palacete.

Estuve de baja varios días. Tenía fracturado un brazo y la cara amoratada, pero no me había dado cuenta por el efecto anestesiante de la metanfetamina, que en cuanto pasó, el dolor me dejó fuera de juego.

Las autoridades no dieron demasiada publicidad al asunto. Llegué a escuchar que un grupo peculiar sobornó a los medios de comunicación y a algún terrateniente. La versión oficial fue que la niña Javiera y el medico habían sucumbido a las llamas, y, sin embargo, el doctor que Javiera mató por accidente ajustando la dosis de estimulante, no se calcinó.

Si no hubiera sido por Mª Ángeles, mi actual mujer, habría perdido la cabeza con el suceso. Por primera vez en mi vida, tenía pruebas de que lo paranormal existe.

No estamos solos en este mundo, hay fuerzas que operan desde todas partes y lugares, tan ocultos en las sombras como iluminados a plena vista entre nosotros…

Que Dios me perdone si hierro con mis palabras.

El resto del informe tenía muchísima censura. Parecía relatar una experiencia posterior de mi abuelo con alguna clase de sociedad, la misma que se encargó de restaurar la parte del psiquiátrico que se calcinó.

Yo me quedé con las dudas, aún no me podía creer nada. Solo me quedaba un informe por terminar, del cual espero obtener respuestas.

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