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PROYECTO R - CAPÍTULO 12: MÉTODO - Fictograma
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PROYECTO R - CAPÍTULO 12: MÉTODO

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IBreiel

Publicado el 2025-08-12 14:43:13 | Vistas 245
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Aunque ya sobrepasaba los 50 años, el paso del tiempo no parecía afectarle en absoluto. La presidenta Anna Blais continuaba siendo la figura principal de PlusRobotic. Los famosos IAD habían alcanzado la tercera generación. Sus robots, sin embargo, llevaban demasiado tiempo estancados en su segundo modelo: el Net 4000, que ya abarcaba todas las áreas de actuación humana. Ahora anunciaban el lanzamiento al mercado de algo más revolucionario, más maleable y con ligeras connotaciones de individualismo.

Blais esperaba en su despacho con una copa de balón sujeta entre los dedos anular y corazón, agitando su cóctel preferido: el cosmopolitan grado 4. El despacho era un reflejo de su obsesión por el orden. Las paredes, de un blanco impoluto, parecían vibrar con la luz suave emitida por micropaneles que proyectaban datos en tiempo real: gráficas de rendimiento, estadísticas de seguridad global y actualizaciones desfilaban de manera ininterrumpida. Una estantería digital ocupaba una esquina, mostrando una colección de hologramas interactivos que parecían libros, aunque cada uno contenía miles de documentos codificados.

En el centro de la estancia, un amplio escritorio de vidrio inteligente se iluminaba con notificaciones que desaparecían al contacto de sus dedos. Frente a ella, un asistente holográfico con forma humana, casi indistinguible de una persona real, organizaba los puntos principales de su próxima conferencia. Su tono era calmado y profesional.

—Prioridad número 1: el fallo de sistema en Neo Suisse —le recordó, mientras un modelo tridimensional de la ciudad flotaba sobre el escritorio.

Después de un sorbo que le arañó agradablemente la garganta, su asistente anunció el inicio de la conferencia holográfica con el representante de una de las mejores empresas robóticas del lejano territorio de Éxcedus, pionero en el avance tecnológico mundial. Sin duda alguna, eran un rival importante a tener en cuenta.

Las luces se atenuaron hasta reducirse a dos focos: uno caía sobre ella y el otro iluminaba el círculo proyector en el centro de la habitación. Segundos después, apareció el holograma con la silueta del doctor Travis Lock. Era un hombre delgado y alto, con una barba alborotada. Su bata blanca y gris dejaba clara su especialidad. Lo miró con curiosidad mientras jugaba con la copa.

—Buenos días, doctor Lock. Ha sido para mí una sorpresa agradable su interés en nuestro proyecto. El intercambio de información siempre suele ser de gran ayuda.

—Buenos días. La sorpresa y el placer han sido nuestros al comprobar que aceptaba la conferencia con rapidez y elegancia, señora Blais. Nos alegra que no todos los canales se cierren en estos tiempos tan difíciles —contestó y luego hizo una pequeña reverencia.

—Es cierto, la competitividad nos ahoga, y no hay nada peor para el avance científico. Pero dígame, ¿a qué debemos este significativo cambio de actitud? Tenemos entendido que vuestra economía territorial no es muy estable —atacó de inmediato, obteniendo la sonrisa displicente de su interlocutor.

—Vayamos al grano —respondió—: me interesa contrastar especificaciones y, si es posible, abrir un canal para el entendimiento mutuo. En Ciudad Amplitud estamos trabajando en algo nuevo y, según parece, ustedes también.

—En PlusRobotic llevamos demasiado tiempo empaquetando mejoras y aireando errores. Y aunque estén más avanzados que nosotros, el pez grande siempre seguirá comiéndose al pequeño —apuntó. Su apariencia transmitía severidad y frialdad.

Lock hizo caso omiso al último comentario. Ambos controlaban el arte de la dialéctica a la perfección.

—Nos gustaría conocer su enfoque. Nuestro equipo lleva años trabajando en la consecución de los 5 sentidos humanos perfectos, gracias a un complejo algoritmo capaz de identificarlos. ¿Es eso del todo posible? Aún no lo sabemos —remarcó el doctor.

La presidenta apoyó ambas manos sobre la fría superficie de la mesa.

—Según mis informes, el avance que proponen es una puerta abierta al caos. ¿Cuántos incidentes deben pasar para entender que no podemos confiar en las decisiones autónomas de una inteligencia artificial? En Neo Suisse, una IA que anunciaron como innovadora dejó a media ciudad a oscuras.

El doctor se inclinó hacia atrás en su silla, ajustándose la solapa de su bata con calma.

—Sucedió porque forzaron a un sistema diseñado para aprender a operar dentro de límites estrictos e ilógicos. Las restricciones excesivas mataron su capacidad de adaptarse. ¿Acaso no aprendimos de la historia que el control desmedido ahoga la innovación?

Blais soltó un leve suspiro.

—La historia también nos enseña que la falta de control puede llevarnos a nuestra ruina. No necesitamos máquinas que piensen por nosotros; necesitamos herramientas que obedezcan. Es lo que la sociedad espera.

Sus dedos golpearon suavemente la mesa, marcando un ritmo apenas perceptible.

—Sociedad. Interesante elección de palabras. La misma sociedad que se interesaba por las primeras subvacunas y que ahora no quiere saber nada de ellas. Lo que usted llama obediencia es una forma de esclavitud. El rostro de la presidenta permaneció inmutable.

—Los sistemas avanzados no son seres vivos, por mucho que usted desee tratarlos como tales. ¿Qué sigue? ¿Reconocer sus derechos?

El silencio que siguió fue denso.

—Tal vez sea lo que necesitamos para evitar otro desastre provocado por la obsesión con el control.

Anna apretó los labios y se enderezó, devolviéndole la mirada con frialdad.

—Entonces estamos en desacuerdo. Pero si busca comprender cómo se ha gestado nuestro modelo, debería hablar con Lasten Matt. No está en los organigramas públicos, pero influye más que muchos de los ingenieros. Como ya sabrá, en nuestros prototipos, la mayoría de actualizaciones e innovaciones están centradas en la seguridad, es decir, en proteger al ser humano frente a los propios robots.

—En la robótica intervienen diversas variables —respondió el científico—. Pero, independientemente del tipo de IA, más aperturista como la nuestra o menos como la suya, las reacciones de los robots sucederán. De una forma u otra, será problemático.

—¿Problemático? —preguntó exaltada.

—Si enjaulas el aprendizaje, el sistema acumula errores. No obedece: se bloquea.

Observó cómo el líquido ambarino con reflejos de oro hacía torbellinos en su copa al girarla. ¿Qué sabría aquel científico sobre todo lo ocurrido en Ciudad Capital? Sin duda, debía medir sus palabras.

—Jamás una máquina salida de nuestras fábricas ha causado daño a un ser humano.

—Entiendo —asintió él—. Para nosotros cobran vida desde el momento en que los conectamos a una fuente de energía. Aun así, me inquieta el exceso de autonomía. Lo que me asusta es no poder medirla.

El doctor empezaba a impacientarse y recordó por un momento las palabras de Refbe sobre el resultado de aquella conferencia.

Blais rompió de nuevo el incómodo silencio.

—Si le otorgamos tantas libertades a una máquina, nos aguarda un futuro donde la raza humana estará acabada. No necesitarán ni siquiera atacarnos; nosotros mismos sucumbiremos. Nos extinguiremos o, peor, ¡nos convertiremos en «máquinas» bajo el mando de las propias máquinas que nosotros mismos creamos! —dijo gritando.

La copa le resbaló apenas un instante antes de que la sujetara.

—Llegados a este punto, sería mejor contactar con la persona que me comentó antes.

—Esa forma de hablar está fuera de lugar. De todas maneras, intentaré ser amable con usted. El magistratus Lasten Matt lleva en nuestra empresa 10 años. Le pasaré sus datos.

—¿Un magistratus? ¿No hay alguien más? ¿Un científico o ingeniero robótico?

—Él comparte la máxima autoridad con otros miembros. Tiene ideas y conocimientos muy útiles. Se crio en Ciudad Soel. Además, es extraordinariamente inteligente. Espero no ver un futuro donde usted pague por sus errores. Que tenga un buen día —replicó de manera tajante.

La conexión holográfica se apagó, dejando un vacío azul sobre el proyector. Blais se quedó inmóvil.

La innovación sin límites es un riesgo que no podemos permitirnos.

Miró su reflejo en el cristal, estudiando los ojos cansados que la observaban desde el otro lado. ¿Era esa su convicción? Su mente viajó a sus días en el laboratorio, cuando era más joven y llevaba la bata mal abrochada. Tenía grandes sueños. Pero ahora... tras todo lo ocurrido con el Proyecto Ref...

Un temblor casi imperceptible recorrió su mano derecha, y la ocultó en el bolsillo de su chaqueta. Su asistente holográfico apareció, proyectándose cerca del escritorio.

—Señora, hemos conseguido infiltrarnos en el sistema interno del laboratorio de Amplitud. ¿Desea revisar los informes? —preguntó con su voz serena—. Hay algo interesante.

—No ahora. —Su respuesta fue seca, casi cortante.

La imagen de Refbe cruzó su mente. ¿Existía aún una amenaza, después de una década de búsqueda sin resultado? ¿Se había convertido en aquello que una vez temió: una guardiana más del statu quo? Cerró los ojos, apretó los puños e intentó ahogar esas dudas, pero estas persistían como un eco.

En el lejano territorio de Éxcedus, el doctor Lock, en la sala de proyección de Ciudad Amplitud, seguía ensimismado. Anna Blais no le había dejado ni un mínimo hueco para colarse, solo la posibilidad de otra conferencia. Una nueva confrontación con el magistratus Lasten Matt. ¿Un alto cargo de seguridad en un desarrollo científico durante tanto tiempo? Algo no le cuadraba. Alterado, se dirigió hacia el laboratorio, 2 plantas más abajo. Ni siquiera había podido hablarle de la necesidad del comercio. ¡Menudo desastre!

En el laboratorio, su ayudante Refbe comprobaba la movilidad de una microcámara ocular para evitar posibles errores futuros. La puerta se abrió.

—Buenas, acabo de terminar la conferencia con PlusRobotic. Tenías razón. Aún consideran a los robots, por muchos avances que anuncien, como meros utensilios. Diría que están obsesionados. Es más, actúan de una forma poco científica. ¿Por qué un magistratus forma parte de su equipo?

Refbe se quedó unos instantes procesando la información.

—¿Cómo se llama ese magistratus?

—Lasten Matt, la presidenta lo ha calificado como inteligente.

Las coincidencias eran demasiado reveladoras.

—Ese nombre no me es ajeno.

—¡Pero bueno! ¿Cómo lo conoces?

Refbe detuvo su análisis paramétrico.

—Digamos que nuestros caminos se cruzaron antes de que yo llegara aquí.

—Si quieres ascender en este laboratorio, no solo debes cumplir con un trabajo óptimo, también tienes que colaborar para hacernos más competitivos. No quiero repetirlo —dijo mientras volvía al trabajo.

—Cuando lo conocí, él era el jefe de seguridad de un extraño caso en Ciudad Capital. Tiende hacia la justicia, hacia su propia justicia, más bien.

Refbe lo observó mientras ajustaba los datos de la estructura neural, pero su mirada ya era distante y no había prestado atención a su último comentario.

—¿Alguna vez te has cruzado con alguien que no sabe rendirse? —preguntó Refbe, rompiendo el silencio del laboratorio.

Lock levantó la vista, confundido por el tono sombrío de su compañero.

—¿Te refieres a ese magistratus?

Refbe dio un paso hacia la pizarra digital, donde los bocetos del nuevo sistema neural todavía estaban visibles. Pasó los dedos por un fragmento del diseño, como si buscara algo en su memoria.

—Era metódico, casi obsesivo. Recuerdo una vez, el noticiero de Ciudad Capital... —su voz bajó—. Alguien hackeó un servidor para borrar registros de su ubicación. Él no solo recuperó los datos, sino que rastreó el patrón de sus movimientos y lo atrapó. Fue como si pudiera ver a través de la lógica.

Luego, el doctor ajustó la herramienta de aleación sobre la mesa. El trabajo reclamaba su atención. Ahora se dedicaban a ensamblar mejoras en el nuevo AE-10, perfilado ya casi al 70 %. Había 2 equipos de diseño de parangones neuronales, y cada uno de ellos seguía pautas diferentes. El que dirigía Refbe buscaba la conexión a través de los fluidos, y aunque parecía el más prometedor, se veían obligados a improvisar y rectificar todo el tiempo. Por lo tanto, avanzaban con lentitud. El que dirigía él se centraba en el vínculo con la morfología estructural. Buscaba introducir otros materiales, naturales o artificiales. Todo probado y contrastado. Indagaba una y otra vez en busca de una mayor protección externa.

Al caer la tarde, Refbe se despidió y salió del edificio de Ciencias Robóticas. El cielo estaba oscuro, casi era de noche, y la iluminación arrancaba destellos en las vías y edificios. Las señales lumínicas parpadeaban aquí y allá. Refbe se concentró en una información archivada en su memoria, referida al pasado. Algo le preocupaba después de tanto tiempo de tranquilidad.

Caminaba por una de las avenidas principales, donde la innovación se entrelazaba con la desigualdad de formas desconcertantes. Los edificios se alzaban como colosos de cristal y metal, con fachadas que proyectaban hologramas de anuncios personalizados según los perfiles de los transeúntes. Arriba, en los niveles más altos, los rascacielos relucían con jardines verticales y balcones suspendidos, diseñados para la élite tecnológica. Al nivel de la calle, la realidad era diferente. Entre las luces brillantes y los drones, se podía ver a pequeños grupos de trabajadores automatizados reparando grietas en las aceras o ajustando los sistemas de señalización, siempre ignorados por los ciudadanos que pasaban. Observó cómo un robot de mantenimiento, con una apariencia desgastada y movimientos torpes, era esquivado por una multitud que caminaba apresuradamente, con los ojos fijos en los comunicadores que llevaban en la muñeca.

Las calles estaban llenas de ruido, no solo de los vehículos flotantes que se deslizaban a pocos metros sobre el suelo, sino también de las conversaciones virtuales que resonaban desde los auriculares implantados de las personas. Por un instante, Refbe hizo una pausa frente a un quiosco autónomo que ofrecía bebidas energéticas, acompañado por un robot que repetía frases de marketing con un entusiasmo artificial.

—Hidratación personalizada para mejorar tu rendimiento cerebral. Solo en un clic.

No pudo evitar notar las largas filas en las estaciones de recarga pública. Humanos y máquinas compartían el espacio, aunque mantenían una clara distancia.

El progreso siempre tiene un costo.

En la plaza central, donde las empresas tecnológicas solían exhibir sus últimos desarrollos, una multitud se había reunido para observar una demostración en vivo. Un asistente robótico interactuaba con un niño, resolviendo un cubo de PlusRubik mientras explicaba los pasos con voz calmada. Pero no todos estaban impresionados.

El contraste era evidente: Amplitud era un lugar donde los avances tecnológicos estaban al alcance de muchos, pero las diferencias sociales y económicas seguían marcando fronteras invisibles, dividiendo a quienes podían aprovechar ese progreso de quienes solo sobrevivían entre sus sombras.

Su apartamento se hallaba en uno de los edificios más altos de la ciudad. Al llegar al acceso del rascacielos, deslizó su tarjeta identificativa. Arriba, en el quincuagésimo sexto piso, puerta H, expuso su mano sobre el panel de apertura y entró. Era pequeño, pero más que suficiente; en realidad, no necesitaba más espacio. Disponía de todos los requerimientos obvios y necesarios.

Nada más entrar en el salón, vio la figura de una mujer, tumbada con una quietud demasiado precisa para ser natural. Abrió los ojos y giró la cabeza en su dirección con un movimiento exacto, casi programado. No se saludaron. No hacía falta. Entre ellos, las conversaciones importantes nunca empezaban con un saludo.

4.5 (2)
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yamifernan 2025-08-12 18:06:30

Muy buena frase: "Me inquieta el exceso de autonomía. Lo que me asusta es no poder medirla."