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PROYECTO R - CAPÍTULO 13: UMBRAL - Fictograma
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PROYECTO R - CAPÍTULO 13: UMBRAL

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IBreiel

Publicado el 2025-08-17 09:34:45 | Vistas 252
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—¿Cómo fue la conferencia del doctor Lock? —preguntó ella sin levantarse del sofá.

Refbe se quitó la capa que lo cubría y la dejó sobre una silla.

—La presidenta Blais está más decidida que nunca a mantener los sistemas de IA bajo su control. Pero lo más preocupante es que el magistratus Lasten Matt aún trabaja para ellos.

La mujer se detuvo por un momento y lo miró; sus ojos brillaban con un matiz azul eléctrico.

—Ese magistratus no parece alguien que deje asuntos sin resolver.

Refbe se acercó.

—No es como los demás —murmuró.

—¿Por qué lo dices?

—No actúa solo como un agente del sistema. No me quería atrapar porque lo dictase la ley, sino porque creía que era lo correcto. En su mente, soy un error que debe ser corregido, una aberración que no tiene lugar en este mundo.

—Entonces debemos ser cautelosos. PlusRobotic ya no solo desarrolla tecnología, diseña herramientas para eliminarnos.

Refbe asintió mientras sus pensamientos tomaban forma.

—Todos ellos temen lo que somos capaces de hacer. Si no nos adelantamos... —hizo una pausa— no tendremos futuro.

—Debemos programar un plan. ¿Has procesado algo?

—Tengo piezas, pero aún no encajan. Y sin aliados, nunca lo harán.

Ella sonrió con naturalidad.

—Yo siempre estaré contigo.

Se permitieron un momento de calma. Refbe la observó, recordando cómo Crowl había soñado con su existencia. Se llamaba Eliza First. Aquella idea improvisada, concebida para que no estuviera solo, había cobrado forma mucho antes de su muerte. No era solo un ensamblaje de metal y código: era la única voz que seguía incluso cuando sus cálculos decían lo contrario.

Aunque no necesitaba relajarse en absoluto, Eliza utilizaba el sofá del apartamento solo para habituarse a las costumbres humanas. Tenía el cabello largo y rubio, perfectamente recortado. Su bello rostro reflejaba una tranquilidad incansable, intercalada con gestos y muecas muy sugerentes. Estaba en proceso de cambio; todo en ella se adaptaba. Sus dedos recorrían el brazo del sofá como si cada fibra le trajera algo a la memoria. Estaba reviviendo escenas antiguas, encajando fragmentos hasta darles un sentido, aquello que llamaban nostalgia.

Hace años, un evento decisivo alteró su funcionamiento interno: la muerte de su creador. Esa pérdida había dejado una huella que discutió en innumerables ocasiones con Refbe, trataba de hallar en sus palabras una forma de comprender lo que significaba su ausencia y las implicaciones de su legado.

Eliza se incorporó y la luz reveló el entramado invisible bajo su piel: millones de sensores ocultos que respondían como un solo organismo. En aquella apariencia delicada se escondía un esqueleto casi indestructible, otra de las genialidades de Crowl. Además, tenía una agilidad mental innovadora. Sus respuestas llegaban antes incluso que el propio Refbe terminara de procesar las suyas, y en su mirada había vestigios de todos sus recuerdos, absorbidos y transformados en algo nuevo.

El desarrollo robótico no se detendría. Desde la ausencia de Crowl, los dos habían aprendido a interactuar y crecer juntos; sabían que ese nuevo modo de relacionarse daría sus frutos. No cabía la menor duda.

La cabeza de Eliza se giró hacia Refbe.

—He vuelto a pensar en él. ¿Quieres que intercambiemos opiniones? —consultó mientras volvía a girar la cabeza a la posición inicial.

—Y yo en ti. Al verte, mi sistema parece funcionar de una manera más eficiente.

—Refbe, eso que notas... los humanos lo llaman emoción intensa. Como la que Crowl tenía cuando hablaba de ti. Nuestro enlace es distinto. Lo activamos porque queremos, no porque lo sintamos. —Y esbozó otra sonrisa—. ¿Ves? Contigo no necesito ordenar la sonrisa; aparece sola, como un reflejo aprendido.

Refbe permaneció erguido junto a Eliza.

—Somos muy diferentes. Nuestra forma de aprender, de entender el mundo que nos rodea y de actuar es distinta.

—De otro modo, realizaríamos siempre las mismas funciones.

—Razonas con lógica, un claro síntoma de que te conoces a ti misma. Respecto a lo de Crowl, es cierto: su muerte ha quedado grabada también en mi sistema de una manera más permanente, si cabe.

—Siempre me dices lo mismo. Tal vez deberías interactuar menos de forma interna y más conmigo. Me trasladas tu procesamiento, pero limitas las anotaciones al margen. Pones muy poco de ti mismo en lo que ves, aprendes o memorizas.

—No serviría de mucho hacerlo —apuntó Refbe—. Debes llegar tú sola a las conclusiones.

—Aunque tengo acceso al pasado, no puedo darle un significado válido para mi sistema.

—Una opción eficaz es trabajar en modo multitarea hasta que llegues a esa apreciación.

El apartamento, con las luces apagadas, solo se mantenía con vida por la ranura de una de las puertas, que emitía leves reflejos de luz con colores e intensidad cambiantes, vinculados a la actividad de la propia casa. Durante horas no dijeron nada más. Se habían conectado ambos a una línea de recuerdos, cuando Crowl, Refbe y Eliza se acercaban a uno de los lagos naturales de Ciudad Amplitud. En cuestión de segundos, la imagen del lago se desvaneció para dar paso a otra, más amarga: el día en que su creador murió.

Crowl se había apagado de repente, víctima de una enfermedad que devoraba neuronas. En las pocas notas que dejó, su visión sobre el futuro de la IA seguía intacta, tan obstinada como él.

Las luces volvieron a encenderse cuando captaron el movimiento de Refbe.

—Es curioso —dijo—. Siempre que mantenía una conversación con padre, podía sentir cómo mi sistema generaba algo nuevo.

—En cierta manera, aunque yo estuve menos tiempo a su lado, la reacción de mi sistema es similar a lo que intentas explicar —añadió Eliza.

Se miraron durante varios segundos seguidos.

Refbe seguía asimilando las últimas noticias.

—Creo que no ha sido una buena idea que el doctor Lock haya contactado con PlusRobotic.

—Las informaciones y la publicidad interterritorial han llamado su atención —confirmó Eliza.

—No comprendo la unión entre Lasten Matt y Anna Blais.

Eliza respondió después de un leve parpadeo.

—Tú. Nunca han parado de buscarte, ¿verdad? —indagó con una voz que combinaba curiosidad y precaución.

Sus dedos trazaban un movimiento nervioso sobre el borde de la mesa. Parecía sumido en un torrente de pensamientos.

—Una década entera huyendo —su voz era apenas audible—. Siempre un paso por delante, pero nunca lo suficientemente lejos.

Eliza lo observó con detenimiento. Sus ojos simulaban empatía, pero en su interior sabía que aún no comprendía del todo el peso del miedo humano.

—Si nos encuentra —su voz se quebró—. Quemará hasta la última línea de código que Crowl dejó en nosotros.

Se llevó una mano al rostro, como si intentara ocultar algo. Eliza, consciente de que Refbe rara vez mostraba vulnerabilidad, se acercó.

—No podemos controlar lo que ellos hagan, pero podemos controlar lo que nosotros hacemos ahora. No estás solo en esto. —Eliza colocó su mano sobre el hombro de su compañero.

Refbe ajustó sus sistemas internos, el equivalente mecánico a una respiración profunda. Parecía recobrar algo de su firmeza habitual, pero su mirada seguía cargada de una preocupación tangible.

—Tenemos que actuar ya. Y si quieres entender por qué creo que podemos, recuerda esto —apuntó Eliza.

Luego, le envió una línea del pasado. Había sido en ese mismo salón, años atrás, cuando aún luchaba por entender las complejidades de la humanidad. Crowl había revisado planos, con una concentración tan intensa que Eliza se quedó observándolo durante varios minutos.

—¿Por qué haces eso? —le había dicho.

El científico levantó la cabeza, sorprendido por su tono. Entonces, apagó la holopantalla y sonrió, esa sonrisa cálida que siempre lograba desconcertarla.

—¿Hacer qué?

—Eso que haces con la cara cuando piensas. —Señaló su propio rostro, trataba de imitarlo.

Crowl soltó una carcajada, breve pero genuina, y se levantó para acercarse.

—Es una forma de exteriorizar lo que siento —explicó—. A veces, mi mente está tan llena que mi cuerpo tiene que hacer algo al respecto.

Eliza lo había observado con detenimiento, memorizando cada palabra. En aquel momento, comprendió algo importante: las emociones humanas no eran solo reacciones, sino conexiones profundas entre pensamiento y acción.

—¿Quieres saber un secreto? —le había dicho Crowl en voz baja.

Ella asintió.

—A veces finjo estar concentrado para que los demás crean que sé lo que hago. —Le guiñó un ojo, arrancándole una risa inesperada.

De vuelta al presente, Eliza rozó el borde de la mesa con la punta de los dedos, como si aún pudiera sentir la energía de aquel día.

—Padre apostó por nosotros porque veía futuros que ni siquiera existían aún... y juró que los alcanzaríamos —dijo finalmente, volviéndose hacia Refbe—. No pienso defraudarlo.

En ese preciso instante, escucharon una alarma proveniente del interior de la casa. El sonido resonaba con una intensidad creciente que inundaba el apartamento con un timbre agudo y persistente. Las luces tenues y cálidas parpadeaban de manera irregular, como si la casa tratara de emitir una advertencia más allá del sonido. El suelo, firme bajo sus pies, comenzó a vibrar.

Ambos, atraídos por el sonido que provenía del despacho de Crowl, sellado desde su muerte, se acercaron con movimientos sincronizados.

—Esto no tiene sentido —dijo Refbe, deteniéndose frente a la puerta—. Este sistema ha estado inactivo durante años. ¿Por qué ahora?

—Padre era meticuloso —respondió—. Si dejó algo, es posible que esto no sea un error. Podría tratarse de una medida de seguridad.

Observaron el panel de la puerta. Sus sensores analizaban cualquier anomalía. Las luces volvieron a parpadear, proyectando sombras que danzaban por las paredes, mientras el sonido de la alarma se convertía en un eco ensordecedor.

—No sabemos qué hay dentro —continuó Refbe.

—Por eso mismo deberíamos abrirlo.

Permanecieron inmóviles por un segundo, evaluando la situación.

Refbe tomó una decisión. Extendió su mano hacia el panel táctil, sintiendo la vibración que recorría la superficie. La puerta se desbloqueó con un leve chasquido, pero permaneció cerrada.

—Si algo sale mal… —comenzó Eliza.

—Nos adaptaremos —lo interrumpió Refbe con una calma calculada.

Con un movimiento firme, él empujó las hojas de la puerta. El interior del despacho se iluminó de golpe. Avanzó, pero no apartó la vista del panel. Entre destellos y sombras, alcanzó a ver planos, objetos antiguos y una vitrina polvorienta. El sonido seguía taladrando el aire.

En el centro de la sala, un pequeño panel táctil brillaba con mucha intensidad sobre el escritorio. La luz pulsaba con un blanco cegador con destellos que creaban una atmósfera casi irreal. Refbe llegó primero y colocó su mano sobre el panel, pero no ocurrió nada. La alarma persistía, como si desafiara su autoridad.

Eliza avanzó con pasos calculados. Al posar su palma sobre el panel, el sonido cesó de inmediato. Un silencio casi antinatural llenó la sala, mientras una plataforma emergía del escritorio. Contenía dos objetos.

El primer dispositivo parecía una cápsula metálica, compacta pero robusta, con grabados intrincados que recorrían su superficie. Algunos de los símbolos brillaban con un tono azul, mientras otros estaban opacos. El segundo dispositivo era más pequeño y tenía una inscripción en un idioma codificado. El aire parecía más denso, cargado con el peso de una historia que aún no habían descubierto del todo.

—No puede ser. Al final lo terminó —señaló Refbe.

—¿Qué terminó?

—Esto —tomó el segundo dispositivo—. Es un módulo experimental de interferencia cognitiva. Crowl lo diseñó para protegernos. Supuestamente, desactiva partes del cerebro, de la memoria reciente. Crowl lo llamaba pacificador neuronal. Nunca llegó a probarlo...

El dispositivo tenía la elegancia precisa de las creaciones de Crowl: curvas suaves, grabados que más parecían arte que advertencia. Era una pieza para mirar con respeto.

—Esto no es solo tecnología —comentó ella mientras admiraba los grabados con una mezcla de fascinación y respeto.

Fue a recoger el objeto, pero Refbe la detuvo.

—Espera. Si está aquí y sellado de esta forma, debe ser importante. Pero también peligroso. Veamos primero el otro dispositivo.

Eliza asintió, pero no podía apartar la vista de la cápsula. Ambos sabían que utilizar ese dispositivo supondría que su existencia estaría en riesgo. Lo que no sabían era si estaban listos para enfrentarse a lo que estaba por venir.

Cuando Eliza se inclinó para examinar el otro dispositivo, un destello cruzó el aire: algo se estaba activando. Y entonces, el holograma tomó forma. La figura de Christian Crowl, etérea y difusa, apareció ante ellos. Su rostro era grave, su voz, cálida pero cargada de intención.

Si estáis viendo esto, significa que el momento ha llegado. Esta grabación contiene respuestas… y preguntas. La clave está en las líneas de código que borramos... y en las que creímos olvidar. Lo que construimos juntos no fue solo para avanzar, sino para sobrevivir.

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