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SU MUNDO HECHO PEDAZOS, el arcoíris de sus neuronas - Fictograma
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SU MUNDO HECHO PEDAZOS, el arcoíris de sus neuronas

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Zarcancel

Publicado el 2025-10-04 12:46:32 | Vistas 339
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Simón retiró los platos y preparó un té mientras, sentada la mesa, Herminia lidiaba con sus pensamientos. Ni ella misma, estudiante de medicina, se había percatado que todos sus síntomas podrían haberse debido a una lobotomía. Jamás se le pasó por la imaginación, pero el cuadro clínico parecía encajar. Cuando el veterinario puso las tazas, arrancó de una maceta en la ventana algunas ramas de hierbabuena verde y las introdujo en la tetera donde reposaba el agua hervida, junto con lagunas bolsas de té.
-Una lobotomía -dijo por fin la joven mirando al infinito.
-Por desgracia, así es -añadió Simón-. Cuando me infiltré en el psiquiátrico me metí al archivo para buscar tu expediente. No era afán de inmiscuirme en tu vida privada, solo quería saber en qué habitación estabas, y si tenías alguna alergia para preparar el cóctel que te inyecté. En el dossier encontré las notas de un médico. Por las fechas diría que hace quince años. En él se detallaban los tratamientos posteriores a una de las lobotomías que se hacían a mediados de siglo. Todo encaja, te hicieron una ablación cerebral cuando eras una niña.
Herminia apoyó los codos sobre la mesa. Simón sirvió el té, y la joven suspiró resignada antes de arrancar a hablar haciendo memoria.
-El doctor John Fulton seccionó los fascículos nerviosos del lóbulo frontal de algunos chimpancés. Notó que se volvieron extremadamente dóciles y manejables. Unos años más tarde, el doctor Antonio Egas Moniz empezó a aplicar el procedimiento en humanos. Al principio se trepanaba el cráneo, en la zona frontal, y se introducía un tubo de acero hueco, con un alambre de acero flexible en su interior. Una vez dentro del cerebro, a la altura precisa, se empujaba desde fuera el alambre para que en el extremo introducido en la masa cerebral se abriera en forma de lazo. Después se giraba para alcanzar algunos fascículos, seccionándolos de manera permanente e irreversible. Efectos secundarios físicos; posible infección de la zona, cuencas oculares amoratadas y herida de entrada craneal. A nivel mental dejaban a los pacientes como verdaderos zombis humanos. Sin voluntad, ni acerbo… Te dejaban como una caja biológica viva y sin alma. Te convertían en un trozo de carne dejado a su suerte al cuidado de familiares inexpertos, o te abandonaban en antiguas instituciones mentales. Con el tiempo la técnica cambió y se accedía al lóbulo frontal a través del ojo, donde se introducía un picahielo. A la altura deseada se movía de manera oblicua para cortar los fascículos hasta que el paciente perdía la noción de si mismo, incluso hasta dejarlo vegetal en algunos casos…
Simón no podía soportar esa mirada a la nada que proyectaba Herminia mientras relataba la historia de la lobotomía de manera automática.
-Tranquila Herminia -le cortó Simón-. Ese no es tu caso, no eres un vegetal, ni una zombi. De hecho, he cruzado pocas palabras contigo desde que te conocí en la clínica después de haber destrozado mi máquina, pero solo con verte a los ojos yo no velo locura. Veo inquietud por descubrir, inteligencia… Cuando te miro a los ojos siento que analizas todo lo que te rodea e intentas comprenderlo. Y fíjate, cuando nos vimos en la clínica me pediste que te operara yo… Bueno, eso si era de locos.
Ambos rieron por lo absurdo de la situación. Era cierto que las cicatrices de Herminia podrían coincidir con las de una lobotomía prefrontal, pero también era cierto que no tenía su mente destrozada como las pobres víctimas de esa horrible intervención ya obsoleta.
Los días empezaron a pasar mientras Herminia se recuperaba en aquella casa de campo, alejada de toda civilización. Simón la cuidaba e iba al pueblo cercano a comprar comida y productos de limpieza. Al ser una zona rural, la gente lo conocía desde hace tiempo, debido a que era el veterinario que examinaba a los animales de las granjas aledañas. Todo el mundo estaba acostumbrado a verle.
Poco a poco, los músculos de la joven se pusieron a tono nuevamente, y su memoria seguía siendo perfecta. Desde que conoció a Simón era capaz de recordar prácticamente todo si se concentraba. Aún tenía que descubrir si realmente tuvo un hermano, o era producto de su imaginación.
Entre tanto, Simón adoraba ver como Herminia salía a correr todas las mañanas. Además, le encantaba que la joven le intentara echar una mano con las tareas del hogar. Herminia no sabía cocinar, limpiar, doblar ropa o cualquier otra tarea al uso. Se notaba que venía de una familia adinerada, sin preocupaciones. Pero el empeño que ponía la joven por aprender era admirable. Los primeros días doblaba los calcetines haciéndolos parecer una pelota de tenis, y más que planchar las camisas, las arrugaba de un modo irreversible. Pero Herminia no desfallecía. Aprendía a base de prueba y error.
El veterinario empezó a comprender lo maravillosa que era aquella joven, que no se pudo sacar de la cabeza hasta que la encontró. Algo en su interior le seguía diciendo que debía estar a su lado, que no la abandonara. Allí estaban seguros, aislados de todo y sin teléfonos móviles. Simón sabía perfectamente que estarían buscando como locos a Herminia por todos los sitios, pero ¿Porqué sus padres la internaron en un sitio tan abrupto? ¿Porqué querían borrarle la memoria a su propia hija?
Poco a poco, Herminia fue relatando a Simón los sueños y “recuerdos” que tenía siendo niña. Le habló de la cueva, la gente en túnica, el altar… Incluso la joven recordó que uno de los asistentes a ese rezo era el propio psiquiatra de joven, el mismo que la medicaba en el centro e intentó borrarle la mente con electroshock. A los dos les quedó claro que ese médico sabía algo, ya que conocía a la perfección donde estaba alojada la pieza metálica en su cerebro.
Ya había pasado un mes desde que llegaron a ese lugar. Nadie les molestó y la joven estaba recuperada al completo, más vivaz que nunca. Había desistido de esa estúpida idea de operarse ella misma. Ahora tenía otro objetivo: averiguar qué pasaba con su familia, su pasado y esa misteriosa cueva.
Solo quedaba una cosa; preparar un plan de secuestro para el “buen doctor” del psiquiátrico.

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