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guerreras celestiales. parte 2 - Fictograma
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guerreras celestiales. parte 2

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Publicado el 2025-09-05 02:25:59 | Vistas 227
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El amanecer trajo una calma engañosa.

Angélica se levantó de su cama, la luz del sol se filtraba por las cortinas, un contraste total con la oscuridad de la noche anterior.

Su cuerpo, antes adolorido por los golpes, ahora se sentía ligero y lleno de una energía que no reconocía.

Un vistazo al espejo confirmó sus sospechas: los moretones habían desaparecido sin dejar rastro.

La promesa del gato Sol no había sido un sueño.

La realidad la golpeó con la misma fuerza que las revelaciones de la noche. Se vistió con sus ropas de siempre, pero se sentía diferente, como si una armadura invisible la protegiera.

Caminó por las calles de su barrio, observando a la gente. Cada rostro parecía contar una historia de alegría, tristeza o dolor. Se preguntaba cuántas de esas personas serían víctimas de la oscuridad de la que el gato había hablado.

Sin previo aviso, un grito rompió el silencio de la mañana. Angélica giró la cabeza y vio a una mujer huyendo despavorida, una sombra amorfa y gigantesca la perseguía.

La criatura, un ser de materia oscura y retorcida, se movía como una pesadilla, destruyendo todo a su paso.

Angélica sintió un miedo gélido que le heló los huesos, pero el gato, que de alguna forma había aparecido flotando a su lado, la calmó con su voz suave.

—No tengas miedo, Angélica —dijo el gato—. Es tu primer desafío. Acércate, y escucha mis palabras. Yo te guiaré.

Angélica, a pesar del pánico, se acercó a la escena. Se paró entre el monstruo y la mujer, su cuerpo temblaba, pero su voluntad se mantuvo firme.

El monstruo se detuvo, su masa gelatinosa se extendía y se retraía, mirándola con unos ojos que no eran ojos, sino agujeros negros. La mujer se había desmayado del susto.

Era solo ella, una chica normal de preparatoria, contra un ser de pesadilla.

El monstruo rugió, un sonido que vibró en el aire, y Angélica se cubrió los oídos.

La criatura se lanzó hacia ella. Angélica retrocedió, su corazón latía con fuerza. No sabía qué hacer, cómo defenderse. En su mente, escuchó la voz del gato, clara como el cristal.

—Angélica, la pureza de tu corazón es tu mayor arma. La luz que te entregué es un reflejo de esa bondad.

Extiende tu mano, imagina que la luz de tu alma se materializa.

Angélica, siguiendo las instrucciones, extendió su mano temblorosa. Se concentró en el sentimiento que la había llevado a defender al chico en la escuela, en la ira que sentía por la injusticia.

Una luz dorada y cálida comenzó a emanar de su palma, un rayo de energía pura que la hizo sentir fuerte, invencible.

El monstruo la miró con sorpresa y retrocedió, como si la luz le causara un gran dolor.

Angélica, viendo la reacción del monstruo, se sintió fuerte y poderosa. Se lanzó hacia la criatura, su mano extendida.

El monstruo, aunque era grande y aterrador, era lento. Angélica esquivó sus ataques con una agilidad que no sabía que tenía.

—Angélica, no solo eres una chica normal —dijo el gato—. Ahora, eres más que eso. El poder que te di te dio agilidad, fuerza, y te permite sentir el mal. Las heridas que recibas, si tu corazón es puro, se curarán.

—Entendido —dijo angelica—. Mientras se lanzaba con furia hacia el mountruo y logfro golpearlo en el vientre, ante lo cual, el mo8untruo grito de dolor mientras se retorcia del dolor.

El monstruo, furioso, la golpeó con su cuerpo amorfo. Angélica voló varios metros y se estrelló contra una pared. El dolor la recorrió, sus huesos se sintieron como si se hubieran roto, pero el dolor solo duró un momento.

Una luz dorada emanó de su cuerpo y sus huesos se regeneraron en un instante. El shock la hizo caer de rodillas. El monstruo, aprovechando la oportunidad, se lanzó hacia ella.

Angélica, recordando las palabras del gato, se concentró de nuevo.

El monstruo se acercaba, la sombra que proyectaba se expandía, consumiendo todo a su paso. La gente corría, los gritos de pánico llenaban el aire.

Angélica sabía que tenía que actuar rápido. Cerró los ojos y se concentró en la luz en su interior. La luz que había visto en el espejo, la misma luz que la había curado. Visualizó la luz de su corazón saliendo de su cuerpo, protegiéndola.

El monstruo, al ver la luz, se detuvo, incapaz de acercarse más. Sus ojos, los agujeros negros, la miraban con dolor y odio.

—Angélica, la oscuridad no puede ser destruida, solo contenida y debilitada. Y la única forma de contenerla es con la luz de tu corazón. El monstruo se alimenta del dolor, la tristeza y el rencor. Es una manifestación de la oscuridad que vive en un corazón humano.

Angélica se dio cuenta de algo. El monstruo no solo era una criatura, era una persona.

Se detuvo a pensar en sus palabras. ¿Qué tan doloroso tenía que ser un corazón para que el mal se manifestara en él de esa forma? El odio de esa criatura era tan tangible que dolía. Angélica se compadeció de ella.

Un sentimiento de tristeza se apoderó de su corazón.

—No sientas pena —dijo el gato, su voz resonó en su mente—. La compasión que sientes por esta alma perdida es tu mayor poder.

Usa esa emoción. Transfórmala en luz.

Angélica abrió los ojos.

Las lágrimas de la compasión llenaban sus ojos. Al levantar su mano, la luz dorada se intensificó.

No era una luz agresiva, sino una luz llena de empatía y tristeza. El monstruo, al ver la luz de su corazón, se detuvo, su cuerpo amorfo temblaba. De sus agujeros negros brotaron lágrimas oscuras.

El monstruo se desinfló, su forma amorfa se hizo pequeña, hasta que se desvaneció, dejando solo una mancha de oscuridad en el suelo.

La mujer que había desmayado, se despertó. No había rastro alguno del monstruo.

El sol volvió a brillar, la gente volvió a caminar por las calles, como si nada hubiera pasado.

Angélica se quedó sola, con el gato Sol flotando a su lado.

Se sentía cansada, pero su corazón estaba en paz. Había enfrentado a la oscuridad y había ganado.

—¿Qué...qué era eso? —preguntó Angélica, su voz un susurro.

—Era un reflejo de un alma que se llenó de dolor y rencor, y que se convirtió en un instrumento de la oscuridad —dijo el gato—.

Era la manifestación del dolor de alguien.

El dolor de una chica que no podía sentir, oler, o ver los colores.

Una chica que vive atada a una cama en un hospital, viendo cómo el mundo vive, mientras ella muere.

Pero no era la chica, era el dolor de su alma el que atacaba. El mal se alimenta de ese dolor.

Y por eso, la luz de tu corazón, la compasión que sentiste por ella, la ayudó a calmarse.

Angélica sintió un escalofrío.

El mal no era una fuerza abstracta, sino que era una plaga que consumía a las personas, sus dolores, sus heridas, sus penas.

Sintió una profunda tristeza por la chica.

—¿Y qué pasa con la chica ahora? —preguntó Angélica, con la voz ahogada.

—Ella sigue en el hospital. Pero su dolor ha sido mitigado. Su alma ha sido sanada, y ahora está en paz.

Pero hay muchas más como ella. Y pronto, los verás.

Te he dado el poder de sanar y de enfrentar a la oscuridad. El camino ha sido abierto.

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